22 EXCELENTE CUM LAUDE

La calle desembocaba en la plaza del pueblo. Allí los esperaba un escenario curioso: en el centro había un pequeño teatro con un estrado donde se sentaban cinco personas. Niko pudo reconocer al director del CIC en uno de los laterales y, a su lado, a Kronos, el simpático relojero relativo.

Delante del escenario, unos bancos proporcionaban asiento al público que se había reunido para la celebración.

—Hoy es el día de tu defensa —dijo Zen-O al hada.

—¿¡Cómo!? ¿Hoy? —contestó ella llena de pánico—. No puede ser, ¡no he preparado nada!

Niko no entendía nada, así que le preguntó al elfo, que sonreía a su lado:

—¿Qué defensa? No la acusarán de nada, ¿verdad?

—No es ningún juicio. Este es el tribunal de su tesis doctoral.

Entonces recordó que Quiona se estaba preparando para doctorarse como hada cuántica.

—Vaya, entonces hoy es tu gran día… —la animó Niko—. ¡Puedes conseguir tus alas de hada cuántica!

Pero, por primera vez, Quiona estaba aterrada. Ni los espectros negros habían conseguido quitarle el color a su hermoso rostro.

—Tranquila, estoy seguro de que lo harás genial —la reconfortó Niko—. Eres la mejor hada de todos los mundos.

Quiona miró a su amigo y le dio las gracias. A continuación, subió al escenario poco convencida.

El Maestro y sus dos amigos se sentaron en la primera fila de asientos. Poco a poco, las hadas y los magos concentrados en la plaza fueron tomando asiento hasta que finalmente se hizo el silencio.

El miembro del tribunal sentado en el centro inició su discurso:

—ESTAMOS AQUÍ REUNIDOS PARA LA DEFENSA DE LA TESIS DOCTORAL DE QUIONA COMO HADA CUÁNTICA. ¡QUE TOME LA PALABRA LA DOCTORANDA!

El hada miró a sus amigos, que sonreían sentados en la primera fila para infundirle ánimos.

—Los humanos están preparados para conocer nuestro mundo cuántico. Ahora viven con la idea de que el universo no es más que una inmensa máquina. Piensan que no son más que una insignificante pieza y que, hagan lo que hagan, no van a cambiar nada del mundo que los rodea. Si siguen creyendo esto, sus vidas cada vez serán más grises. Los niños sacrifican sus sueños llenos de magia y color para hacer lo que los mayores llaman «madurar». De ese modo se separan día a día los unos de los otros. No son conscientes de que están todos entrelazados, de que destruir el mundo en el que viven les hace más daño del que se imaginan. Creen vivir en un universo sin alma. ¡Ni siquiera se dan cuenta de que las hadas somos reales!

En medio de su discurso, Quiona sonrió a su amigo.

—Pero estos dos días Niko ha vivido algo totalmente distinto: un mundo lleno de color y magia. Ahora comprende que el universo está lleno de posibilidades que existen a la vez: los gatos pueden estar vivos y muertos. Son nuestras decisiones las que han permitido que estemos aquí sanos y salvos. Nuestras elecciones son las que definen quiénes somos, y no las circunstancias que vivimos o nuestras habilidades.

Las palabras del hada tenían a Niko hipnotizado. Recordó que el día antes de empezar su aventura cuántica había sido un desastre. Había sentido que el universo entero conspiraba contra él. Se había creído víctima de la mala suerte.

Ahora entendía que cada uno de nosotros es responsable de crear su vida.

—Mi conclusión —terminó Quiona— es que no solo los humanos están preparados para conocer el mundo cuántico y ampliar su consciencia, sino que dependen de ello para no acabar autodestruyéndose. Por eso es esencial que Niko destruya el sello que mantiene a los humanos alejados de nuestro mundo y conocimiento.

Los miembros del tribunal asintieron con la cabeza. Uno de ellos anunció:

—Ahora, si algún doctor presente en la plaza lo desea, puede preguntar a la aspirante a doctora.

Niko se levantó de su silla. Eldwen lo avisó tirándole del brazo:

—Tú no puedes preguntar nada. ¡Solo los doctores pueden hacerlo!

Pero Niko no le hizo caso y habló con un tono solemne:

—Miembros del tribunal, ¡Quiona es la mejor hada cuántica de todo el universo! Se merece ser doctora y obtener sus alas.

Acto seguido, se sentó más colorado que un pimiento con insolación. El hada le sonreía desde el estrado, y el público estalló en aplausos rompiendo el protocolo.

—Bien —sonrió el miembro del tribunal—. Después de esta espontánea intervención, si nadie tiene nada más que añadir, vamos a deliberar la nota final.

Quiona bajó del escenario y se sentó al lado de sus amigos a la espera del veredicto.

Tan solo pasaron unos minutos cuando el tribunal hizo volver a subir al hada al escenario.

—Todos los miembros del jurado, por unanimidad —anunció el portavoz—, hemos decidido otorgar a Quiona la máxima puntuación que existe: Excelente Cum Laude.

En ese momento, una intensa luz iluminó al hada. Niko se quedó estupefacto al ver que de su espalda surgían unas hermosas alas.

El público estalló de júbilo y todos aplaudieron hasta que les dolieron las manos.

El Maestro Zen-O tomó la palabra:

—Hay un banquete preparado para celebrar el doctorado de Quiona y la hazaña de nuestros amigos. ¡Estáis todos invitados!

Levantando los brazos como un director de orquesta, Zen-O hizo que apareciese una enorme mesa alargada con todo tipo de manjares.

Kronos y el director del CIC se acercaron a los tres amigos y se sentaron con ellos para disfrutar de la merienda.

El relojero se dirigió a Niko:

—Veo que has aprendido mucho desde la última vez que nos vimos. He traído algo para ti.

Le ofreció un reloj de bolsillo plateado. Tenía unos grabados extraños, con fórmulas de letras griegas.

—¡Muchísimas gracias! ¿Es un reloj relativo?

—Este reloj marca las mismas horas que los de tu mundo. Pero hace mucho tiempo que lo tengo y, créeme, es muy especial… ¡Prométeme que lo cuidarás bien!

Kronos alargó su mano y le tendió el reloj añadiendo unas palabras:

—Es momento de grandes cambios en nuestro universo. También se acercan horas oscuras, y deberás ser fuerte. Cuando todo te parezca perdido, esto te mostrará el camino.

Niko guardó el reloj en su bolsillo, desencantado de que no fuese uno de los relojes para no llegar tarde al instituto, pero muy intrigado por las palabras del relojero.

El director del CIC se sentó al lado de Eldwen, que le preguntó:

—¿Cómo se encuentra? Irina me contó que había caído gravemente enfermo. ¿Y ella? ¿Está bien?

—Irina está perfectamente, y yo también, gracias. Ella no ha podido venir conmigo, pues, como sabes, si nunca antes has estado aquí, no puedes teleportarte a Shambla.

—Y, al final, ¿qué ha pasado con Anred? —preguntó el elfo.

—Ha sido detenido por invocar a los espectros negros. Es extraño en él, pues es uno de nuestros mejores investigadores, pero esta vez se ha pasado de la raya.

—Si lo que le preocupaba era evitar que los humanos entrasen en el mundo cuántico, ¿no le bastaba con borrarme la memoria y expulsarme de aquí? —preguntó Niko—. ¿Por qué tanto interés en acabar conmigo?

—Actuaba a la desesperada. Por alguna razón que desconozco, él sabía que borrarte la memoria no sería suficiente para dejar las cosas como estaban antes de que atravesases la puerta de los tres cerrojos. Tan solo si no conseguías salir con vida de aquí, el sello que mantiene separados los dos mundos se restablecería.

Zen-O se incorporó a la conversación:

—No estoy seguro de que Anred actuase solo. Hay algo extraño en su comportamiento… y espero que mis sospechas sean erróneas o nos enfrentamos a algo mucho peor que los espectros negros…

La conversación se interrumpió cuando Quiona los invitó a comer.

El Maestro se despidió de ellos y el hada sirvió a Niko una taza de té radiactivo. Esta vez no se pudo escaquear vaciando su contenido. Sin respirar, se tomó de un trago aquel brebaje. Para su sorpresa, ¡el té radiactivo estaba buenísimo! Al beberlo, estallaba en la boca como si se tratase de peta-zetas, y su sabor iba cambiando de grosellas a menta, pasando por un sinfín de sabores.

Justo entonces sintió que algo se movía entre sus pies.

¡El gato de Schrödinger había vuelto a aparecer para unirse a la fiesta!

Por primera vez, Niko se aventuró a estirar la mano y acariciar el lomo del felino.

—Eh, también te tenemos que dar las gracias a ti. Si no hubieses aparecido en el laberinto, no habríamos conseguido llegar hasta Shambla.

El gato ronroneó un par de veces, y Niko lo subió a la mesa para que disfrutase de la merienda con todos los demás. Después de comer un pedazo de tarta salada, volvió a esfumarse.

El Maestro Zen-O apareció de nuevo y se dirigió a los tres amigos:

—Ha llegado el momento. Los ancianos están esperando. ¡Seguidme!