23 EL TEMPLO

Al final del pueblo se erguía un templo de diez metros de alto y otros tantos de ancho. Las paredes estaban formadas por bloques de piedra encajados, y pequeñas plantas surgían de sus grietas. En la fachada, unas colosales puertas de hierro forjado indicaban la entrada al templo.

El Maestro Zen-O se acercó a ellas y, con un leve empujón, las abrió como si no pesasen nada.

El interior era sorprendentemente cálido. Miles de velas iluminaban la abovedada estancia, donde nueve ancianos se levantaron de una gran mesa para dar la bienvenida a los recién llegados.

El más anciano de ellos se acercó ayudándose con un gran bastón de madera. Era mayor incluso que Zen-O, y sus largos cabellos canosos se confundían con la túnica blanca. Bajo las pobladas cejas, sus ojos oscuros brillaban dándole el aspecto de un sabio salido de las antiguas leyendas.

—Os estábamos esperando —dijo mirando directamente a los ojos de Niko—. Es un gran honor, después de tanto tiempo, tener a un humano entre nosotros. Jovencito, en tus manos tienes una gran responsabilidad.

Niko tragó saliva. No sabía cómo contestar al que parecía ser el más sabio de aquel lugar lleno de magos y seres fantásticos. Finalmente le preguntó:

—Perdone, ¿cuál es exactamente esa responsabilidad?

—Una de las misiones de los ancianos del templo es la de custodiar los textos sagrados de Shambla. Entre ellos guardamos una antigua leyenda. En ella se dice que un joven humano, con el arcoíris en los ojos, será el encargado de restablecer el equilibrio entre el mundo clásico y el universo cuántico que acabas de descubrir.

—Pocos humanos nacen con heterocromía; cada ojo de distinto color —interrumpió Zen-O señalando los ojos de Niko—. Cuando te encontré, recordé la leyenda, por eso te vigilé y, más tarde, le encargué a Quiona que contactase contigo.

—La puerta de los tres cerrojos quedó sellada hace miles de años —prosiguió el anciano—. La entrada tan solo podría ser abierta por el joven del que se hablaba en la leyenda. Un humano con un sincero deseo de comprender el universo. Un deseo que debe estar libre de codicia y de envidias. Ahora que la puerta se ha abierto, el conocimiento que se ha guardado aquí durante tantos años estará al alcance de toda la humanidad. Tú serás el mensajero y el responsable de compartir esta sabiduría.

Niko se quedó mudo de la impresión. El hada le propinó un codazo, dándole a entender que debía contestar al anciano.

—Si cuento en mi mundo lo que me ha ocurrido estos dos días, nadie me creerá. Tampoco sé si podré explicar las cosas que han pasado aquí… ¡Ni siquiera estoy seguro de haberlas comprendido!

—Los humanos sois especiales, mucho más de lo que imaginas, amigo mío. Acompañadme a la torre del templo y os mostraré a qué me refiero.

Los tres amigos siguieron al anciano hasta la parte más alta de aquella construcción. Desde allí podía verse el inmenso valle de Shambla: el pueblo, los jardines y, más allá, los picos nevados de las montañas.

—¿PUEDES DECIRME SI LA TIERRA ES REDONDA O PLANA? —PREGUNTÓ EL ANCIANO.

—LA TIERRA ES REDONDA —CONTESTÓ NIKO—. TODO EL MUNDO LO SABE.

—MIRA AL HORIZONTE. ¿QUÉ VES?

—MUCHAS MONTAÑAS POR ESTE LADO, Y POR AQUÍ, LOS JARDINES Y EL PUEBLO.

—CIERTO, PERO ¿PARECE LA TIERRA REDONDA DESDE AQUÍ?

—PUES LA VERDAD ES QUE NO. DESDE AQUÍ PARECE PLANA.

—Y sin embargo, no has dudado en contestar que la Tierra es redonda. Lo has oído tantas veces desde que eras pequeño que lo aceptas como una verdad. Pero ¿puedes imaginarte qué pensaría un caballero medieval? Alguien que en una jornada solo podía viajar unos pocos kilómetros, que no tenía teléfono ni manera de comunicarse con personas lejanas… ¿Cómo podía ni siquiera imaginar que había puntos de la Tierra donde la luna brillaba de noche, mientras donde él estaba lucía el sol? ¿Qué crees que pensaría una persona así sobre la Tierra?

—Bueno, un caballero medieval que mirase la Tierra desde una torre como esta pensaría que la Tierra es plana y no redonda.

—¡Exacto! Para él, la realidad era muy diferente de la tuya. Lo que acabas de vivir en nuestro mundo sucede cuando te mueves a la velocidad de la luz, o bien cuando puedes ver los átomos y las partículas elementales. Es decir, cuando te mueves rapidísimo o miras las cosas más pequeñas del universo. En tu vida diaria nunca te mueves a esas velocidades, ni tu ojo te permite ver cosas tan pequeñas como los átomos. Por eso te resulta tan extraño lo que sucede aquí, desapareciendo cada dos por tres, tuneleando o entrando en superposiciones.

El anciano se aclaró la voz antes de concluir:

—AL NO VIVIR ESTAS EXPERIENCIAS, LOS HUMANOS NO TENÉIS CONCIENCIA DE LO QUE OCURRE EN EL MUNDO CUÁNTICO. PERO, AUNQUE NO LAS PUEDAS VER, TODAS ESTAS COSAS EXISTEN Y PUEDES REFLEXIONAR SOBRE ELLAS. Y EXACTAMENTE IGUAL QUE AHORA NO DUDAS QUE LA TIERRA SEA REDONDA, LLEGARÁ UN DÍA EN QUE EL MUNDO CUÁNTICO TE PARECERÁ ALGO NORMAL. INCLUSO LLEGARÉIS A TENER MÁQUINAS TELEPORTADORAS Y MUCHA OTRA TECNOLOGÍA CUÁNTICA QUE HAS VISTO POR AQUÍ.

—¡ESO SERÍA ATÓMICO!

—exclamó Niko—. Lo que sabéis hacer aquí es mágico.

Zen-O interrumpió en ese momento la conversación.

—Has de tener algo en cuenta, Niko. Más importante que las cosas que has visto, más incluso que el conocimiento y la tecnología del mundo cuántico, es saber hacerse las preguntas correctas. Eso es lo que ha permitido evolucionar a la ciencia y a los seres humanos. De ese modo desarrollarás tu inteligencia cuántica.

—¿Inteligencia cuántica?

—Es algo que has ejercitado mucho desde que has llegado. La inteligencia cuántica te ayuda a encontrar respuestas a preguntas que parecen imposibles. Para eso hay que pensar de manera distinta a como ves las cosas normalmente. Como decía San Juan de la Cruz:

«Para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe».

—Igual que los enigmas de Quiona —dijo Niko sonriendo a su hada.

—¡Exacto! —dijo ella orgullosa—. Estos enigmas nunca se resuelven siguiendo la lógica normal. Simplemente, hay que cambiar de perspectiva.

Niko recordó la frase que su hada y Eldwen proyectaron la mañana anterior en el techo de su habitación:

«Si quieres que sucedan cosas diferentes, deja de hacer siempre lo mismo».

Aquella frase no se refería solo a una manera de hacer, sino también a un modo de pensar.

—La puerta está a tu alcance de nuevo —interrumpió entonces el anciano—. Bajemos, los otros ancianos nos esperan.