24 LA DESPEDIDA

Los ancianos formaban un círculo agarrados de las manos. En el centro se había creado algo parecido a un gran espejo.

Siguiendo las indicaciones de Zen-O, se acercaron a ellos, y Niko descubrió que no se trataba de un espejo normal, pues no los reflejaba a ellos. Allí estaba de nuevo: la puerta de los tres cerrojos.

Al otro lado encontraría la calle donde estaba su casa. Pensó en sus padres: hacía dos días que no sabían nada de él y debían de estar muy enfadados. Aquello le preocupó.

—ESTO SÍ QUE ES UN ADIÓS DEFINITIVO. MIS PADRES ME MATARÁN CUANDO VUELVA A CASA

—anunció repentinamente a sus amigos—. Llevo dos días fuera y sin avisar. Estarán histéricos y… ¡a ver qué excusa les pongo!

—¡Tranquilo! —dijo Eldwen—. Eso no va a ser un problema.

El elfo abrió la mochila que había cargado desde la visita a la Relojería Relativa. Sacó de dentro un hermoso reloj. Su aguja segundera se movía tan despacio que parecía parada.

—Kronos nos dejó uno de sus juguetes —le aclaró el hada—. En tu mundo solo han pasado diez minutos. Si te das prisa, aún llegarás a la primera clase del instituto. Nadie sabrá que has estado tanto tiempo en nuestro mundo.

—¡ATÓMICO!

—dijo de repente más animado—. ¿Puedo llevarme uno de estos a casa?

—¡Ni hablar! —se escandalizó ella—. Kronos nos mataría. Ya sabes que se toma muy en serio esto del tiempo.

Zen-O le tendió entonces la mano y concluyó:

—Niko, ha llegado la hora de la despedida. Debes volver a tu mundo.

Al oír las palabras del Maestro se le hizo un nudo en la garganta. En ese momento comprendió que debía separarse de sus nuevos amigos sin saber si los volvería a ver.

El elfo le dio un rápido abrazo. No se esforzó en disimular la tristeza que sentía.

—No olvides jamás lo que has vivido con nosotros —le dijo apesadumbrado.

—Claro que no, Eldwen. Y tú recuerda lo que hablamos sobre Irina… —añadió para romper la seriedad de la despedida—. ¡Atrévete a decirle lo que sientes por ella!

Al terminar esas palabras, el hada se echó en sus brazos y ambos se fundieron en un fuerte abrazo.

—Te echaré de menos, Quiona.

Escondiendo unas lágrimas que rodaban por sus mejillas, el hada le contestó:

—Yo también, pero recuerda: seguimos entrelazados…

—¿Volveré a verte? —preguntó Niko emocionado.

—Por supuesto. Ahora las puertas han quedado abiertas a todos. No vas a librarte de mí tan fácilmente. Además, ya te lo dije, tengo que ayudarte a cumplir tu misión.

Niko, extrañado, iba a preguntar a qué se refería. Pero el hada se adelantó, sellando sus labios con un dulce beso de despedida.

Apenado, pero con la esperanza de ver de nuevo a sus amigos, Niko suspiró antes de abrir la puerta y cruzarla.

De repente estaba en su calle. A su espalda debía de estar aquella casa vieja y abandonada. Y justo detrás, la puerta de los tres cerrojos.

Se volvió para contemplarla de nuevo. Pero ya no estaba allí.

En su lugar, encontró un muro con un póster que anunciaba un nuevo coche eléctrico.Niko apoyó la espalda contra la pared. ¿Acaso lo había imaginado todo?Entonces se dio cuenta de que le faltaba algo. No llevaba su vieja mochila llena de libros del instituto. ¡La había dejado en casa de los padres de Eldwen, estaba convencido! O quizá alguien se la había robado mientras soñaba…

Volvió a dudar. Lo que había vivido no podía ser real. Súbitamente, su mirada se posó en el suelo y dio un respingo. A su lado, apoyada en la pared, estaba su vieja mochila. Encima había una nota. Alguien había escrito un mensaje con una caligrafía perfecta:

Niko dobló la nota y la apretó con fuerza entre sus manos.

Al guardarla, notó algo pesado en su bolsillo. ¡Allí estaba el reloj que Kronos le había regalado! Todo aquello era la prueba definitiva de que no había sido un sueño. Su hada existía y era de carne y hueso o, como ella diría, de quarks y electrones.

Mientras caminaba hacia el instituto, se fijó en las nubes de final de otoño, que filtraban los rayos dorados del sol. Sintió la brisa fresca en su rostro y un lejano canto de pájaro le hizo pensar en el último enigma de Quiona. Hasta entonces no se había dado cuenta.

Entendió que más allá de la materia, de los átomos, protones y quarks, esa fuerza fundamental vivía en todas partes, en lo más pequeño y en lo más grande, y era…

Niko esbozó una amplia sonrisa. Había resuelto aquel último

enigma.