EPÍLOGO LA LEYENDA DE DECOHERENCIA

Era entrada la noche cuando el profesor escuchó por segunda vez aquel extraño sonido. Sabía perfectamente que era el preludio a la llegada de ese ser peculiar.

—¿Has pensado en lo que hablamos la última vez? —le preguntó el intruso.

En su primer encuentro, tras convencerle de que no estaba soñando, le había hablado del mundo cuántico. Un mundo, hasta entonces desconocido por él y por el resto de los humanos, que amenazaba con desmontar el Universo entero.

Al parecer un humano, un niño, había abierto los portales que conectaban ambos mundos, creando una fractura que acabaría por arrasarlo todo.

Antes de volver a desaparecer le propuso formar parte de la solución: encontrarían un modo de volver a separar para siempre ambos mundos, librándole de las malditas leyes de la cuántica.

—Sí, lo he decidido… Haré lo que haga falta para acabar con esta locura. ¿Ha encontrado el modo de volver a cerrar las puertas entre los dos mundos?

—¡Mucho mejor que eso! —respondió mientras sacaba su pipa y la prendía con una desesperante calma—.

PODEMOS DESTRUIR EL MUNDO CUÁNTICO. CON ESO QUEDARÁ TODO RESUELTO.

El humano se quedó paralizado un instante por las dudas. Una cosa era levantar un muro infranqueable para mantenerse al margen de aquella gente extravagante y sus perturbadas leyes, y otra era acabar con un mundo entero.

—La clave está en estos manuscritos —prosiguió el «invitado» desplegando dos pergaminos sobre la mesa.

El profesor empezó a leer el primero de ellos.

En el Principio, antes de que nada fuese creado, estaban los Eternos. Estos hermanos eran los habitantes del Vacío. Las antiguas escrituras no llegan a esa época, de modo que poco se sabe de cómo se creó el pre-universo, ni si los Eternos tuvieron participación en ello. Algunas leyendas orales, previas al registro escrito de nuestros manuscritos, cuentan que los Eternos compusieron una música sagrada: la melodía del Cosmos. Cuentan esas leyendas que con sus notas y armonías empezaron la Creación.

Hasta donde podemos llegar a saber, el pre-universo estaba gobernado por el Rey de los Multiversos. Con cada hijo que tenía, un nuevo Universo era creado. Pues esa era la función de los habitantes del pre-universo: crear los distintos Universos. En sus tierras reinaba la paz, pues el Rey era justo y sabio y sus leyes se acataban con agrado.

La sorpresa llegó tras la alegría de un nuevo nacimiento, o mejor dicho, nacimientos. Por primera vez, el Rey y su esposa habían dado a luz a dos hermosos gemelos: el Príncipe Clásico y el Príncipe Cuántico.

A medida que fueron creciendo, se hacía cada vez más evidente que los hermanos eran como la noche y el día, pero ambos amaban y honraban a sus padres, de modo que convivían en armonía.

La concordia se rompió el día en que el Rey anunció que un nuevo universo estaba por nacer. Como era tradición con los hijos del Rey, los hermanos serían los encargados de reinar en aquellas nuevas tierras, pero sus diferencias eran tan grandes que no se ponían de acuerdo con las leyes básicas de la naturaleza que debían cumplirse en aquel Universo.

El conflicto parecía no tener solución, y las discusiones en palacio eran cada vez más fuertes, hasta el punto que traspasó sus muros y el alboroto empezó a extenderse por todo el pre-universo.

Temiendo que el Big Bang no llegase a producirse nunca, el Rey congregó a todos los profesores, sabios y consejeros de palacio, pero ninguno de ellos encontraba la solución. En lo que todos coincidían era en que los príncipes no podrían coexistir en el nuevo universo.

El monarca, que se resistía a tirar la toalla, recurrió a una opción desesperada. Encomendó a sus mejores caballeros la delicada misión de recorrer todos los Multiversos, e incluso el Vacío si era necesario, en busca del sabio que diese la solución a su grave problema.

Transcurrió un tiempo casi infinito hasta que, finalmente, uno de los caballeros regresó a casa. Nada se supo de los otros mensajeros, si quedaron atrapados o si todavía siguen buscando una respuesta para su Rey.

El caballero retornado había encontrado una extraña tierra llamada Shambla, en la que sus ancianos guardaban textos ancestrales. En ellos se narraba la existencia de una sabia y especial hechicera. Habitaba en el Vacío y era una de los Eternos, la hermana pequeña, llamada Decoherencia.

Corriendo grandes riesgos y múltiples aventuras, el caballero dio finalmente con aquella sabia, a la que llevó ante el Rey de los Multiversos.

El Rey recibió esperanzado a su caballero, y todavía se recuerda su sorpresa al descubrir que Decoherencia no era más que una niña. La sabiduría llega a veces en paquetes inesperados, por eso los dejamos escapar tan a menudo sin darnos cuenta, pero el Rey supo ver que los ojos de la pequeña tenían el sello de los Eternos.

La joven Decoherencia tenía la solución al conflicto de los dos hermanos. Con su suave voz angelical les indicó:

—Tú reinarás en lo grande, aquello que se puede ver con los ojos. Ese será tu mundo clásico y allí se seguirán tus leyes —le dijo al Príncipe Clásico—. Y tú reinarás en aquello que no se puede ver, en el mundo de lo más pequeño: será el mundo cuántico —indicó al otro hermano—. Para que podáis coexistir en el universo que está por nacer, tendré que ir con vosotros. Yo seré quien mantenga la armonía entre ambos mundos, y habitaré en las fronteras, entre vuestros dos reinos. Si aceptáis esta solución, las fronteras serán mis tierras, pero allí no tendréis poder ni uno ni otro.

Tanto el Rey como sus hijos y los consejeros de palacio aceptaron de buen grado aquella solución. El conflicto había quedado resuelto.

La noticia se esparció como la pólvora por todo el pre-universo, y fue recibida con gran alegría. La fiesta que se celebró duró semanas y fue la más grande que jamás se hubiera vivido en el pre-universo. Como resultado, el Big Bang que creó nuestro universo fue el más espectacular que se recuerda.

En el nuevo universo coexistirían el reinado del Príncipe Cuántico y el del Clásico, acompañados por la conciliadora Decoherencia. Desde entonces, el reino cuántico y el clásico ya no se podrían separar jamás, pues el uno dependía irremediablemente del otro. Y así, desde hace casi quince mil millones de años, la eterna Decoherencia ha jugado un papel fundamental, aunque todavía desconocido por nosotros, en la transición entre el mundo cuántico y el clásico.

—Esto no es más que una leyenda… —replicó el profesor al acabar de leer el pergamino—. ¿Cómo puede sernos útil?

—Sois tan limitados los humanos… —susurró el visitante.

Entonces aquel ser inquietante dejó caer sobre la mesa un antiguo amuleto, un colgante con símbolos extraños, y, tras extenderle el segundo pergamino, sentenció:

—AQUÍ ESTÁ LA CLAVE. TIENES QUE GUARDAR EL AMULETO Y LEER ESTE OTRO TEXTO HASTA QUE TE LO SEPAS DE MEMORIA. VOLVERÉ A BUSCARTE CUANDO TODO ESTÉ LISTO.

Acto seguido, desapareció acompañado por el mismo extraño sonido con el que había llegado.

EN AQUEL MISMO MOMENTO, PERO EN UN LUGAR MUY DISTINTO…

Una música animada anunciaba el inicio de la pausa para comer. Había sido un día intenso para Niko, que llevaba toda la mañana escuchando conferencias.

Unas semanas antes, había conseguido convencer a sus padres para que invirtieran sus días de vacaciones para viajar a las islas Canarias. Pero su objetivo no era el de pasearse por las hermosas playas de la isla, sino acudir al STARMUS, el festival de ciencia y música que se celebraba en las islas.

Allí se juntarían los científicos más reconocidos del mundo para discutir sobre los últimos hallazgos en el campo de la ciencia, y con ellos, músicos famosos que se encargarían de darle un toque moderno al congreso.

De entre todas las conferencias anunciadas, la que más le interesaba era la que ofrecería Peter Higgs, uno de los últimos galardonados con el Premio Nobel de Física.

Poco después de sus aventuras por el mundo cuántico, los científicos del CERN habían anunciado la noticia más esperada desde que se construyese el LHC:

¡por fin habían encontrado al huidizo bosón de Higgs!

A Niko aquella noticia le había entusiasmado, pues había conocido al Boss-on de Higgs unos meses antes de que los científicos anunciasen su hallazgo. Poder estar cerca de los humanos que lo habían detectado por primera vez, pensó, le haría sentir más cerca de su anhelado mundo cuántico.

Las charlas de la tarde eran el plato fuerte del congreso. Los conferenciantes serían los Premios Nobel de Física: Sheldon Lee Glashow y Peter Higgs.

El primero había sido galardonado por unificar dos de las cuatro fuerzas, y el segundo por el famosísimo bosón que lleva su nombre.

Terminadas las conferencias de la mañana, Niko se quedó sentado mientras el auditorio se vaciaba. El entusiasmo con el que había llegado por la mañana había ido mutando en timidez. Era, con diferencia, el más joven de toda la audiencia y, aunque los adultos le sonreían amablemente, cada vez se sentía más como un pez fuera del agua.

En cuanto el auditorio quedó vacío, Niko se levantó para dirigirse a la mesa más cercana a las grandes puertas de entrada. Allí pudo disfrutar de un refrescante zumo y unos canapés. Mientras se zampaba el tentempié, dos personajes que habían salido juntos del auditorio se acercaron a él: los dos premios Nobel, Glashow y Higgs, charlaban animadamente.

Al verlo, Higgs se acercó a Niko y le preguntó:

—¿Cómo estás jovencito?

—Muy deseoso de conocer más sobre su bosón —dijo Niko solemnemente, mientras le alargaba la mano emocionado.

—Un placer, jovencito, pues yo soy Peter Higgs —le dijo con un fuerte apretón—, y este es mi colega Sheldon Glashow.

—Me alegra saber que estás tan interesado en la ciencia como para perderte las playas de la isla… —dijo Glashow mientras también le estrechaba la mano—. Yo mismo estoy tentado de escaparme de las conferencias para darme un baño.

—Pues yo no me perdería sus conferencias por nada del mundo —dijo Niko entusiasmado—. ¡Con lo que me ha costado convencer a mis padres para que me trajesen aquí! Sobre el famoso Boss-on que ha sido detectado, ¿usted lo ha visto, señor Higgs?

—¿Verlo? ¡Eso es imposible, amiguito! El bosón de Higgs no se ve. Es su desintegración lo que detectan las grandes máquinas del CERN en Suiza. Allí se construyó el mayor acelerador del mundo, el LHC: 27 kilómetros de circunferencia enterrados a unos cien metros bajo suelo. En realidad, esa diminuta partícula solo existe durante muy poco tiempo.

¿Sabes lo que es un zeptosegundo?

Niko negó con la cabeza, y el científico prosiguió:

—En cada segundo hay mil trillones de estas pequeñas porciones de tiempo. Y el bosón solo vive durante una de esas porciones. De modo que no es posible verlo, o al menos no para nosotros.

Aquella explicación le sorprendió. Al fin y al cabo, él mismo lo había visto durante bastante más tiempo del que decía aquel sabio científico. «De todos modos…», pensó mientras jugueteaba con el reloj de Kronos que atesoraba en su bolsillo,

«en el mundo cuántico las cosas no son como aquí».

Niko sacó la mano del bolsillo de su pantalón y el regalo del relojero relativo cayó al suelo. Para su sorpresa y por primera vez, el enigmático reloj se abrió.

Fue entonces cuando Niko descubrió el poder de aquel artilugio.

De repente, el tiempo pareció congelarse. Los dos ancianos científicos eran ahora como las figuras de cera de los museos.

Al girarse, pudo comprobar que todo el mundo a su alrededor se había paralizado, incluido el péndulo del reloj en el gran salón. Era como estar metido en una gigantesca fotografía.

Niko recogió el reloj del suelo, pero, antes de que pudiese inspeccionarlo, algo más llamó su atención. Al lado de Peter Higgs estaba él: ¡el famoso Boss-on de Higgs!

La partícula, que le llegaba a Higgs a la rodilla, se giró hacia Niko y le dijo:

—ASÍ QUE ESTE ES EL TIPO POR EL QUE ME HAN PUESTO MI NOMBRE, ¿EH?

—Parece que sí, pero ¿se puede saber qué haces aquí? Pensaba que no podías salir del mundo cuántico…

—Bueno, me he permitido una pequeña licencia. Sabía que aquí se juntaban el científico que me bautizó y el Unificador de Fuerzas. No quería perderme esta ocasión. ¡Dos pájaros de un tiro! La pregunta es: ¿qué diablos haces tú aquí?

—Yo soy un chico del mundo clásico —respondió Niko confuso.

—Sí, pero en un intervalo de tiempo imposible para un humano… Quiero decir, ¡mira a tu alrededor! —añadió señalando la gran sala—. Estamos en el límite de los zeptosegundos, aquí el tiempo pasa tan rápido que los humanos no podéis percibirlo.

Entonces, el Boss-on se percató del artefacto que Niko tenía en su mano derecha.

—¡Por todos los aceleradores! —exclamó la partícula señalando el reloj—.

¿QUÉ HACES TÚ CON UN ETERNIZADOR?

—¿Te refieres al reloj? ¿Qué es un eternizador? Fue un regalo de Kronos…

—Espero que el anciano supiese bien lo que se hacía al ofrecértelo. Con los Eternos no se juega…Tienes que ser muy prudente, Niko. Que el eternizador esté activo ahora mismo no es una casualidad. Están sucediendo cosas extrañas en el mundo cuántico. Alguien se está entrometiendo en el equilibrio del universo… ¡y nos está poniendo a todos en gran peligro!

Algo interrumpió al Boss-on que, después de un momento de silencio, anunció:

—¡Por todos los aceleradores! Tengo que dejarte, amigo. Otra vez me están detectando en el CERN. Últimamente no me dejan tranquilo… Creo que esta vez les permitiré que me conozcan un poquito más, así los tendré entretenidos un poco más de tiempo, ¡a ver si así dejan de buscarme cada dos por tres! Recuerda lo que te he dicho, Niko. Ten los ojos bien abiertos. Si mis temores son ciertos, nuestro futuro volverá a estar en tus manos.

Dichas estas palabras, el Boss-on


Niko tomó el reloj con ambas manos, pero, cuando quiso inspeccionarlo más de cerca, se cerró de nuevo. Tan pronto como volvió a su estado original, el tiempo recobró la normalidad.

Los dos científicos siguieron hablando como si nada hubiese sucedido.

—Pues yo una vez soñé con él, con el bosón de Higgs —confesó Sheldon—. No lo recuerdo muy bien, pero juraría que en mi sueño era una estrella del rock.

—¡Vaya ocurrencia! —se rio Higgs antes de añadir, mirando a Niko—: Bueno, amiguito, espero que no te aburras mucho en mi conferencia. Y no dudes en escribirme si tienes alguna pregunta.

Acto seguido, ambos científicos le dieron sus tarjetas de visita. Sheldon añadió:

—Si vienes por Boston, no dudes en hacerme una visita, jovencito. Vamos, Peter, tu conferencia tiene que empezar ya…

Niko se despidió de los dos premios Nobel, todavía en estado de shock. De repente, le urgía volver a casa. Si el mundo cuántico estaba en peligro, tendría que intentar dar de nuevo con La Puerta de los Tres Cerrojos.