5 SALTOS CUÁNTICOS

Sin entender Niko cómo había sucedido, aparecieron en un nuevo vagón, donde otro electrón que los miraba sorprendido les dio la bienvenida:

—¡Hola! Eso ha sido rápido y bastante impresionante. Hacía mucho tiempo que no veía un destello de luz tan fuerte. ¿Desde dónde habéis saltado?

—Desde la última capa —dijo orgulloso el compañero de Niko.

—Eso sí que es atómico, ¡casi me parece increíble! Te ha ayudado él, ¿verdad? —preguntó señalando al humano.

—¿Qué es lo que ha pasado exactamente? —preguntó Niko—. ¿Nos hemos teleportado a la primera capa?

—No, esto no tiene nada que ver con la teleportación, chico:

hemos dado un salto cuántico.

—¿Hemos saltado desde la última órbita a la primera?

—De algún modo sí, es como si hubieras saltado del sexto piso al primero sin pasar por las escaleras ni tomar el ascensor. A los electrones solo se nos permite habitar en las órbitas donde ves los vagones. El resto está prohibido.

—¿Y esta luz tan brillante que hemos desprendido al llegar hasta aquí?

—Para bajar de nivel, hasta el más próximo al núcleo, tenemos que ceder mucha energía, y solo lo podemos hacer soltando luz, es decir, liberando un fotón. Como hemos bajado desde tan arriba, la luz era muy intensa.

—Así que hemos bajado unos cuantos «pisos» sin utilizar el ascensor ni las escaleras… gracias a los saltos cuánticos… ¡y sin teleportarnos! Muy interesante —dijo Niko pensando en el enigma de Blanca—. Y en lugar de bajar, ¿también se pueden subir pisos u órbitas de este modo?

—Sí, claro, en ese caso, lo que sucede es que en vez soltar luz, la absorbemos. Así damos el salto cuántico hacia el nivel superior.

El electrón que había acompañado a Niko le hizo un gesto al otro, indicando que al pobre le faltaba un tornillo.

Al mirar por la ventana, exclamó:

—Por fin puedo ver las partículas del núcleo. ¡Es atómico!

—Bueno, yo he estado muchas veces en la primera capa —murmuró el otro electrón—. Desde aquí se ven los protones y los neutrones, pero aún no se distinguen ni los quarks ni los gluones, todavía estamos demasiado lejos.

—¡Qué frustración! Por una vez que estoy en tribuna, no podré ver el espectáculo de los quarks.

—No seas tan negativo —lo amonestó Niko, que luego preguntó al otro—. ¿Cuáles son los protones y cuáles los neutrones?

—¿Ves aquellos vagones resplandecientes que están tan juntos? Los blancos son los

protones

y los negros, los

neutrones

El resplandor del núcleo era tan fuerte que el chico tuvo que esperar unos segundos hasta que sus ojos se adaptaron a la claridad. Entonces fue capaz de ver lo que le había descrito el electrón. Es más, podía intuir que había alguien dentro de los vagones más lejanos.

Niko se puso de nuevo las gafas especiales y pudo ver claramente lo que sucedía allí.

—¿Te has puesto lo que yo pienso? —dijo asustado el electrón—. ¡Son las lentes del Revisor de Pauli! Espero que tengas su permiso… Si no, ¡tienes un problema!

—¿Qué ves? ¿Qué ves? —preguntaba su compañero dando saltitos a su lado.

—¡Esto es un espectáculo! En esos vagones no hay dos partículas como aquí, sino tres. Y creo que tienen una fiesta montada, porque cada poco entran y salen otras partículas mucho más pequeñas.

—Claro que son tres —respondió el electrón—.

Cada protón y cada neutrón están formados por tres quarks. Lo que estás viendo son dos up y un down en los protones, y en los neutrones, dos down y un up.

—¿Y esos más pequeñitos que entran y salen constantemente?

—Deben de ser los gluones —respondió el otro electrón—. Yo nunca los he llegado a ver.

—SON LAS PARTÍCULAS QUE MANTIENEN UNIDOS A LOS QUARKS DENTRO DE LOS PROTONES Y NEUTRONES

—añadió su compañero—. ¿Podrías dejarme esas gafas? Será solo un segundo.

Cuando Niko se disponía a complacer a su amigo, apareció en el vagón el Revisor de Pauli. Estaba rojo como un pimiento de puro enfado, y al ver que el electrón estaba a punto de usar sus gafas, sus ojos se salieron de las órbitas. Se las arrancó de golpe de las manos, agarró a Niko por el cuello de la camiseta y los dos desaparecieron dejando atrás un fogonazo de luz.

Reaparecieron de nuevo en la entrada del parque. Una extensa fila de electrones se había acumulado a lo largo de otro tren, todavía vacío.

Al lado del Revisor de Pauli esperaba Quiona con los brazos cruzados, el ceño fruncido y golpeando insistentemente el pie contra el suelo.

—¿Se puede saber qué tienes en esa cabezota? Te dije que era solo un momento. Estamos aquí por algo muy serio, no para que te vayas al primer parque de atracciones que se te cruce.

Niko bajó la cabeza arrepentido.

—No deberías dejar a tus visitas sueltas por ahí, Quiona —la recriminó el Revisor—. Llevo un buen rato buscando mis gafas, sin ellas no puedo hacer bien mi trabajo. ¡Y mira la cola que se ha formado! Iremos con retraso el resto del día por vuestra culpa.

Quiona y Niko se alejaron del tumulto siguiendo el camino que indicaba la salida del parque, donde se encontraron con una bifurcación. Uno de los caminos llevaba a la ciudad, y el otro, como anunciaba un letrero, al Zoo Cuántico.

Niko se detuvo delante del cartel, y con los ojos brillando de emoción, preguntó:

—¿Podríamos…?

—¡Ni hablar! —lo cortó el hada—. No tenemos tiempo para más visitas.

Al lado del cartel había una gran jaula con un letrero que rezaba:

León de Schrödinguer

Pero estaba vacía.

—¡Qué decepción! —dijo Niko—. ¿Están todas las jaulas vacías?

—No esperarás que el león esté ahí metido todo el día…

—¿Cómo?, ¿pero está suelto por ahí?

—Es un león de Schrödinger, solo hay que esperar a que se cumpla la probabilidad de que esté en la jaula —respondió el hada—. ¡Ahora salgamos de aquí!

De nuevo en la ciudad, Quiona andaba cada vez más rápido.

—Ya hemos perdido suficiente tiempo, sígueme y aguántate las preguntas.

—No he perdido tanto el tiempo. ¡He conseguido una respuesta atómica! Verás, antes de salir de mi mundo, la profesora de física me puso un enigma de esos que te gustan a ti.

Haciendo memoria, le recitó a su hada:

—EXISTE UN APARTAMENTO DE DOS PLANTAS UNIDAS POR UNA ESCALERA DE CARACOL. EN LA SUPERIOR HAY UNA HABITACIÓN QUE SE ILUMINA CON UNA SOLA BOMBILLA. EN LA PLANTA BAJA, JUSTO ANTES DE SUBIR LAS ESCALERAS, HAY TRES INTERRUPTORES. SOLO UNO DE ELLOS ENCIENDE LA BOMBILLA DEL PISO SUPERIOR. DESDE ABAJO ES IMPOSIBLE VER NI UN SIGNO DE LUZ O CLARIDAD CUANDO ESTA SE ILUMINA. SI CONSIGO ADIVINAR CUÁL DE LOS TRES INTERRUPTORES ENCIENDE LA BOMBILLA DEL PISO DE ARRIBA, ME LIBRO DE UN CASTIGO. PERO SOLO PUEDO SUBIR UNA VEZ LAS ESCALERAS PARA VER LA BOMBILLA.

—Hizo una pausa dramática antes de concluir—. Ahora sé que si hago un salto cuántico, puedo plantarme en el piso de arriba todas las veces que quiera sin subir ni una sola vez las escaleras.

¡HE RESUELTO EL ENIGMA!

Quiona se llevó las manos a la cabeza mientras suspiraba con actitud teatral.

—Dudo mucho que tu profesora, que es clásica, estuviese pensando en los saltos cuánticos. Hay una solución más sencilla. Puedes saber qué interruptor encendió la bombilla si sigues mis instrucciones: Primero enciendes un interruptor y lo dejas así unos minutos. Luego lo apagas y enciendes el segundo interruptor. Subes corriendo las escaleras. Si la luz está encendida sabes que es el segundo interruptor.

—Eso ya lo había pensado yo —dijo Niko—, pero ¿y si está apagada?

—Es obvio, ¿no crees? Entonces tocas la bombilla. Si está caliente es porque ha estado encendida, eso significa que el interruptor que la enciende es el primero. Y si está fría, entonces es el tercer interruptor, el que nunca has llegado a pulsar.

—¡Diablos! Pues no lo había pensado. ¡Eres brillante, Quiona!

Niko seguía intentando camelarse a su hada que, ajena a sus halagos, le respondió:

—Es un buen enigma, me cae bien tu profesora. Aunque ahora hemos de marcharnos. Eldwen nos espera en la taberna Braket. Está aquí al lado, pero no hay tiempo que perder.

Dicho esto, empezaron a andar calle abajo, dejando atrás el mercadillo y la ilusión de Niko por conocer más curiosidades acerca del apasionante mundo cuántico.

De camino a la taberna Braket, pasaron frente a la Relojería Relativa, que a diferencia de la anterior aventura de Niko, estaba cerrada a cal y canto.

—¿Qué ha sido de Kronos? —preguntó a Quiona—. Me gustaría llamar a ver si está dentro. Tengo algo importante que preguntarle sobre un objeto que me regaló la última vez —dijo Niko mientras jugueteaba con el reloj de su bolsillo.

—Tenemos prisa. Además, Kronos no está aquí, de eso estoy segura.

—Entonces, ¿sabes dónde está?

—¡Preguntas y más preguntas! —suspiró Quiona—. Veo que no has cambiado. Pero no te responderé a ninguna más hasta que hayas resuelto mi enigma:

HAY SEIS HUEVOS EN UNA CANASTA Y SEIS HERMANOS SE LOS REPARTEN: CADA UNO, UN HUEVO. ¿CÓMO ES QUE AÚN QUEDA UN HUEVO EN LA CANASTA?

Mientras Niko cavilaba, el hada siguió andando, ahora más aprisa, hasta llegar a una pequeña plaza. En el centro había una estatua de bronce de un hombre, y debajo de ella, una fuente con surtidores orientados hacia los cuatro puntos cardinales.

Al acercarse para ver el nombre inscrito en la placa, vio que era Paul Dirac. Niko recordaba haber leído algo sobre él. Era uno de los padres de la mecánica cuántica.

Estaba a punto de preguntarle a Quiona sobre aquel personaje, pero se mordió la lengua al recordar que no podría preguntar nada hasta solucionar su enigma. Por lo tanto, apuntó aquella pregunta en una lista mental de las mil y una cosas que le apetecía saber.

Fastidiado por la actitud de su amiga, la siguió hasta el lado opuesto de la plaza, donde se encontraba la taberna Braket. En sus puertas había un cartel gigantesco con unas letras luminosas que cambiaban de color.

Humanos, ¡Bienvenidos al Mundo Cuántico!

Estaba claro que el cartel llevaba tiempo allí colgado. La primera i del «Bienvenidos» iba soltando pequeños chispazos de colores. Al parecer se había escacharrado. Y una de las cuatro cuerdas que sujetaban el cartel estaba deshilachada y a punto de romperse.

A Niko le sorprendió el cartel, pero resignado a no hacer preguntas, siguió a Quiona, que empujó unas puertas como en los salones del Oeste para entrar en la taberna.