7 LAS FRONTERAS CUÁNTICAS

Niko estaba seguro de una cosa: si existía un salón interesante, ese era el de Zen-O. Estaba lleno de tantos aparatos extraños que de no ser por el telemareo, habría disfrutado de lo lindo curioseando.

La estancia era ovalada y amplia. Un gran escritorio de patas retorcidas precedía a una estantería llena de libros antiguos, aparatos ruidosos en los que se encendían y apagaban lucecitas e incluso algunos frascos humeantes.

En el centro, un sofá con un estampado oriental y una mesita de madera. Medio metro por encima, una nota escrita a mano levitaba suspendida en el aire. Eldwen la pescó al vuelo y leyó en voz alta:

No tardaré en llegar. Un asunt o urgente me ha obligado a ir en busca de Kronos. Quiona, cuéntale a Niko lo que sabéis. Traeré noticias frescas.

Zen-O

El hada cuántica seguía molesta por la estúpida entrevista de la taberna, de modo que Eldwen fue el encargado de dar las explicaciones ante la mirada expectante de su amigo.

—Están pasando cosas muy raras en las fronteras del mundo cuántico. Al principio llegaban noticias aisladas y no les hicimos mucho caso. Pero cada vez hay más catástrofes y desapariciones. El universo corre grave peligro.

—Eldwen, sé que lo intentas, amigo, pero no entiendo nada de lo que me cuentas —replicó Niko—. ¿Puedes empezar por el principio?

El hada chasqueó la lengua y completó aquella vaga explicación:

—ENTRE EL MUNDO CUÁNTICO Y EL CLÁSICO EXISTE UNA FRONTERA QUE ES ESENCIAL PARA QUE AMBOS PUEDAN SOBREVIVIR. ES COMO SI UN MUNDO FUESE DE AGUA Y EL OTRO DE FUEGO. SI ENTRASEN EN CONTACTO DIRECTAMENTE, SERÍA UN DESASTRE.

—Entiendo. Entonces existe algo así como una frontera especial entre los dos. ¿Es un territorio neutral?

—Más o menos —afirmó el hada—, pero ahora esa frontera está en peligro.

—Al principio llegaban noticias aisladas —prosiguió el elfo—. Por ejemplo, cuando el tour del Boss-on de Higgs llegó cerca de la frontera, se tuvo que cancelar el concierto. Los rumores decían que el cantante había desaparecido. Pero ya sabes cómo son los artistas. Desde que se catapultó a la fama en el CERN, en el acelerador de partículas, se marcha cada dos por tres sin avisar.

A Quiona no le hizo mucha gracia el comentario de Eldwen. Ella era una fan del Boss-on, así que lo interrumpió enfadada.

—Sí, como tampoco nadie se alarmó cuando desapareció todo un equipo de fútbol de muones. Pero, claro, como juegan en segunda, a nadie le importa, ¿verdad?

—Sea como sea —interrumpió Irina conciliadora—, es obvio que algo terrible pasa y no sabemos por qué. Querer negarlo me parece una temeridad.

—Vayamos por partes —dijo Niko muy serio—: ¿Quién está ignorando estas desapariciones?

—El Centro de Inteligencia Cuántico —respondió Quiona—. Ellos deberían estar investigando lo que ocurre, pero hasta ahora solo han dado excusas. Como decir que el equipo de muones se marcharon de fiesta y no llegaron a tiempo al partido, o tonterías parecidas. Y encima se meten con todo aquel que informa sobre lo que ocurre, como Nina, la reportera del Quantum TV.

—Aquí todo el mundo pasa de todo como si nada importara —espetó Quiona desafiante y con los brazos en jarra—, incluyendo a Niko.

—Estoy cansado de tanta pulla desde que he regresado.

¿QUÉ TE PASA, QUIONA?

—¿Qué me pasa? Nuestro mundo está en peligro, y recuerda que todo lo que ocurre aquí también repercute en el tuyo. Pero, claro, estabas demasiado ocupado en tu mundo sin preocuparte de nuestros problemas, ¿no?

Eldwen e Irina miraban alternativamente a uno y a otro, como si fuese un partido de tenis. Ninguno de los dos sabía qué decir, y tampoco se querían meter en medio de aquella acalorada discusión.

Incapaz de aguantar más, Niko explotó:

—Es injusto que yo tenga que aguantar tus malos humos. ¡Al menos, vosotros estabais juntos! Yo he permanecido todo este tiempo aislado, sin noticias vuestras ni nadie con quien poder hablar sobre el mundo cuántico. Quizá no sea el elegido que estabais buscando, pero… ¡pensaba que éramos amigos! Cada día, sin falta, he pasado por delante de la puerta de los tres cerrojos, ¡pero no había nada!

—¿Cómo es posible? —Eldwen, perplejo, se atrevió a entrar en la conversación—. Quiona llevaba un año esperándote cada día en la Casa de los Tres Cerrojos. ¡Y jamás te vio allí!

Una voz profunda y calmada resonó entonces a sus espaldas:

—LAS PIEZAS DE ESTE ENIGMA EMPIEZAN A ENCAJAR.

—¡MAESTRO ZEN-O!

—gritaron todos al unísono.

Con el calor de la discusión, los jóvenes no se habían percatado de que las estanterías que había tras el escritorio se habían abierto, descubriendo el inicio de un oscuro pasadizo. En el umbral se levantaba imponente la figura de Zen-O.

Como si se tratase de un acto cotidiano, el Maestro empujó una de las lámparas colgadas en la pared y el portal se volvió a cerrar.

—¡Todo está relacionado! —declaró el sabio en voz alta—. Que Niko no haya podido entrar, que Quiona no lo viese mientras lo intentaba… y esas desapariciones. ¡Alguien os la ha jugado! Han procurado que os enfadéis para evitar que Niko vuelva al mundo cuántico. Y por lo que parece, diría que casi lo consiguen —suspiró para terminar.

Eldwen preguntó al Maestro:

—ENTONCES, SUGIERES QUE LAS DESAPARICIONES NO SON ACCIDENTALES. ¿HAY ALGUIEN DETRÁS DE ESTE CAOS?

Zen-O meneó la cabeza con tristeza:

—¡Eso me temo! El mismo que casi consigue que os enfadéis, siendo los únicos que os estáis preocupando por lo que sucede. Nunca dejéis que nada se interponga en vuestra amistad, pues es la fuerza más poderosa, recordadlo bien.

Quiona y Niko se miraron a los ojos con aprecio por primera vez. Las palabras de Zen-O, y saber que alguien se la había jugado, consiguieron disipar la furia que había entre ambos. El chico alargó una mano a su amiga como señal de reconciliación, mientras Eldwen preguntaba:

—MAESTRO, ¿TIENES ALGUNA SOSPECHA DE QUIÉN ESTÁ TRAS LOS ATAQUES?

—Todavía no…pero estoy en ello.

Finalmente, Quiona se lanzó sobre Niko para fundirse en un gran abrazo.

—Siento haber dudado de ti —le susurró al oído—. Me dolía creer que no habías vuelto a pensar en mí… digo, en nosotros, por supuesto.

Niko se sonrojó hasta las orejas.

—¿Cómo se te ocurrió que os podría haber olvidado? Sois los mejores amigos que tengo ¡y los más atómicos! Jamás os dejaré de lado.

Zen-O, satisfecho, se sentó en un sillón orejero desgastado. Los dos elfos se acomodaron en el sofá junto a Quiona y Niko. Entonces el Maestro presionó un sensor oculto entre los relieves del tablero de madera y aparecieron cinco tazas de infusión radioactiva.

Niko se alegró. Sabía que aquella infusión acabaría de eliminar los restos del mareo provocado por la teleportación, aunque ya casi no notaba sus desagradables efectos.

«Debo de estar acostumbrándome», pensó orgulloso.

El Maestro, tras dar un largo sorbo a su taza, miró profundamente a los ojos a Niko y le dijo:

—Ahora, amigo, necesito que comprendas la importancia de las fronteras del mundo cuántico.

El conocimiento
es el arma
más poderosa.