8 LA DECOHERENCIA

—Como ya te han explicado Eldwen y Quiona —empezó el Maestro Zen-O—, nos enfrentamos a un caso sin precedentes. No solo las partículas desaparecen, sino que también se han esfumado tierras y pueblos enteros. Temo que la aniquilación se extienda, ya que aumenta cada día. No sabemos cuánto tiempo tardará en engullirnos a nosotros, junto con todo nuestro mundo… y el que hay al otro lado.

La puesta de sol envió un rayo anaranjado por la ventana que iluminaba a Zen-O, remarcando los surcos de una cara trabajada por los años. Bajo sus pobladas cejas canosas, sus ojos de color dorado emitían un brillo que otorgaba profundidad a su perspicaz mirada.

Los cuatro amigos escuchaban en silencio al Maestro Zen-O, que prosiguió con su explicación.

—Esta mañana me ha llamado Kronos. Ha dado con el paradero de Oort. Está malherido, pero sigue vivo. Él es el único que ha visto lo que está sucediendo y ha sobrevivido para contarlo.

Niko recordaba a Oort. Era uno de los gemelos que había conocido en la Relojería Relativa de Kronos, todo un aventurero que no parecía tenerle miedo a nada. Imaginó que había sido el único que se había atrevido a acercarse a la frontera sabiendo las cosas horribles que allí sucedían.

—Entonces, ¿ha podido hablar con él? —preguntó Quiona exaltada—. ¿Qué le contó, Maestro?

—Prefiero que lo veáis con vuestros propios ojos.

Dicho esto, sacó de su bolsillo un artilugio del tamaño de un botón. Lo colocó sobre la mesa y proyectó una imagen holográfica en miniatura donde aparecía Oort tumbado en la cama de una enfermería, acompañado de Zen-O y Kronos.

El elfo aventurero tenía la cabeza vendada y parecía asustado.

—Hace tres jornadas, decidí emprender el viaje hacia las fronteras —empezó a contar desfallecido—. Por supuesto, llegué en menos tiempo del esperado. Ayer por la noche, en los bosques negros me encontré con un curioso campamento; había tres partículas extrañas sentadas frente a un fuego improvisado. Hablé con ellas y me dijeron que eran emisarios enviados por sus lejanas poblaciones, en los confines del mundo cuántico.

—¿Y te contaron por qué estaban allí? —preguntó Kronos—. Es extraordinario encontrar esta clase de partículas… ¡y sobre todo, juntas!

—La misión de todas ellas era la misma: informar al CIC de las desapariciones y pedir ayuda. —Después de una breve pausa, Oort prosiguió—: Aquí en la ciudad no estamos preocupados, pero en las zonas cercanas a la frontera están muy asustados. Los pequeños no salen de casa más que para ir al colegio y volver. Ya casi nadie se atreve a salir a la calle cuando se ha puesto el sol.

—Siento no dejarte descansar —le decía amablemente Zen-O—, pero es vital que nos cuentes todo lo que recuerdas. ¿Y lograron esas partículas lejanas hablar con alguien en el CIC?

—Solo hablaron con el subdirector Anred, pero no las tomó en serio. Las partículas estaban muy tristes. Tenían la esperanza de que el CIC las ayudaría.

—¿Te describieron lo que está sucediendo en sus pueblos? —preguntó Kronos.

—Mejor. Me indicaron dónde había sucedido el último accidente. Y esta mañana me he dirigido hacia allí, cerca del lago Namel.

—No deberías haberte acercado tanto —lo reprendió Kronos.

—Lo sé, pero gracias a ello he podido verlo con mis propios ojos. De otro modo no lo hubiese creído. ¡Es indescriptible! Cuando llegué todavía había lago, pero entonces, una nube blanquecina se extendió a lo largo y ancho de las aguas y lo absorbió todo.

—¿QUIERES DECIR QUE SE SECÓ?

—preguntó Kronos.

—No, si se hubiese secado, entonces allí habría un lago seco. Pero donde estaba el lago… ¡no hay nada!

—Entonces, ¿se hizo un agujero? —volvió a insistir el relojero.

—No, tampoco… —Oort parecía cada vez más débil—. Un agujero es algo, y allí no quedó nada. ¡No hay nada!

El Maestro detuvo la proyección en este punto ante los atónitos espectadores y sentenció:

—Tal y como lo describió Oort, no me queda ninguna duda. Las pruebas son más que evidentes: Decoherencia está fuera de control.

Aquellas palabras congelaron el ambiente. Irina soltó una exclamación de miedo y se tapó la boca con ambas manos.

Sin entender muy bien a qué se refería, Niko imaginó a esa

Decoherencia

como un monstruo devoramundos.

Quiona rompió el manto de gélido silencio que se había extendido en la habitación.

—Maestro, no lo entiendo. Decoherencia siempre ha mantenido el equilibrio entre el mundo clásico y el cuántico. Además, es uno de los ETERNOS, ha existido siempre. ¿Por qué iba a ponerse en nuestra contra?

—Me temo que es peor que eso, amiga… Tengo serias sospechas de que ha sido secuestrada —respondió Zen-O—. Y debo admitir que no tengo ni idea de cómo ha sucedido. Sean quienes sean los que la hayan raptado, deben de tener un poder que desconocemos.

—¡Venga ya! —se indignó Eldwen—. ¿Acaso os creéis que Decoherencia es una persona, que existe de verdad? No es más que una leyenda que se cuenta a los niños pequeños antes de ir a dormir.

Niko se quedó pensativo. En el críptex, Quiona le había pedido ayuda; eso significaba que creían que él era el elegido. Saber que esperaban que se enfrentase a un monstruo devoramundos y a seres de leyenda hizo que aquel feliz reencuentro se fundiera como un muñeco de nieve bajo el aliento de un dragón.

Al verlo sumergido en sus cábalas, Quiona le dijo:

—Un penique por tus pensamientos. ¡Es admirable que todavía no nos hayas disparado con tu habitual metralleta de preguntas!

No quería preocupar a sus amigos con las dudas que lo inundaban, así que Niko se salió por la tangente:

—¡UNO DE ELLOS SE QUEDÓ CON EL HUEVO QUE LE CORRESPONDÍA Y CON LA CESTA! POR ESO SEGUÍA HABIENDO UN HUEVO DENTRO CUANDO LOS SEIS HERMANOS SE LOS REPARTIERON.

—¿Cómo dices? —preguntó Eldwen temiéndose que su amigo hubiese perdido la razón.

Quiona sonrió y aplaudió. Era la única que entendía que Niko acababa de resolver su enigma.

—Ahora que me lo he ganado —Niko le guiñó el ojo a su hada—, ¿quién es esa Decoherencia?

—Un trato es un trato… —respondió ella orgullosa—. Te contaré todo lo que sé sobre su leyenda.

—¿Una leyenda? Eldwen lo decía en serio entonces.

A Niko los mitos y leyendas también le sonaban a cuentos para niños pequeños, aunque, pensándolo bien, sus mejores amigos eran un elfo y un hada.

Percibiendo sus dudas, el Maestro Zen-O le advirtió:

—Los mitos y las leyendas no deben tomarse a la ligera. Es cierto que con el tiempo quedan adornadas por la fantasía y la imaginación de los que las transmiten, pero en el fondo siempre contienen píldoras de sabiduría.

—Ya sabes qué dicen… —añadió Quiona—.

Los cuentos sirven para dormir a los niños y para despertar a los adultos.

El hada se puso en pie, animada por las palabras del Maestro, y empezó a narrar:

—Lo que cuenta esta leyenda sucedió hace eones, muchísimo tiempo, tanto que ni siquiera entonces el tiempo existía como hoy lo conocemos. Ocurrió justo antes de que naciese nuestro universo. El espacio estaba entonces gobernado por el Rey de los Multiversos. En sus tierras reinaba la paz y la concordia, pues era justo y sus leyes se acataban sin discusión. El Rey tenía dos hijos gemelos,

el Príncipe Clásico y el Príncipe Cuántico.

Aquellos hermanos eran como la noche y el día, pero aun así se respetaban y querían a su padre, por lo que vivían en armonía. Pero un hecho trascendente rompió la concordia. Un buen día, el Rey de los Multiversos anunció la inminente creación de un nuevo universo.

»Para que ninguno de los hermanos tuviera celos del otro, los dos príncipes serían los encargados de reinar en aquel universo, pero eran tan diferentes que no se ponían de acuerdo en cómo hacerlo. Las leyes que imponían uno y otro no podían coexistir en un mismo universo. El conflicto parecía no tener solución, y las discusiones eran cada vez más terribles. Las consecuencias del enfrentamiento empezaban a sufrirse en todo el espacio.

»Por culpa de aquella discusión sin fin, los habitantes temían que el Big Bang no llegaría a producirse nunca, con lo que las futuras partículas jamás llegarían a existir.

Quiona se sentó a la mesita que había frente al sofá y miró a Niko, que estaba totalmente absorto en la historia, fijamente a los ojos. No cabía duda de que el hada era una gran narradora. Tras una pausa dramática, tomó aire y siguió contando:

—El Rey de los Multiversos consultó entonces a los consejeros de la corte, pero ninguno de ellos encontraba una solución. Coincidían en que los príncipes nunca podrían coexistir en el nuevo universo. Desesperado, el monarca envió a sus caballeros más valientes a recorrer todos y cada uno de los otros universos que existían, en busca del sabio que solucionase aquel conflicto cósmico. Pero las aventuras de estos caballeros se cuentan en otra leyenda…

»Lo que importa ahora es que uno de esos caballeros supo, gracias a los ancianos de una tribu perdida, de la existencia de una inteligencia muy especial. Habitaba en los confines del Multiverso y se llamaba Decoherencia. Era una de los Doce ETERNOS, pero ellos también son otra historia… —se interrumpió Quiona, y prosiguió—. Después de sobrevivir a peligrosas pruebas, el caballero encontró a aquella sabia dama y la llevó ante el Rey y sus dos hijos.

»Decoherencia enseguida brindó una solución al conflicto:

»‟Tú reinarás en lo grande, aquello que se puede ver con los ojos. Ese será tu mundo clásico y allí se seguirán tus leyes —le dijo al Príncipe Clásico”.

»‟Y tú reinarás en aquello que no se puede ver, en el mundo de lo más pequeño, y será el mundo cuántico —indicó al hermano.”

»‟Para que podáis coexistir en el universo que está por nacer, tendré que ir con vosotros. Yo seré quien mantenga la armonía entre ambos mundos, y habitaré en las fronteras, entre vuestros dos reinos. Si aceptáis esta solución, las fronteras serán mis tierras, pero allí no tendréis poder ni uno ni otro.

»El Rey no lo dudó ni por un instante. ¡Por fin habían encontrado la solución! De este modo quedó resuelta la gran batalla entre los dos príncipes. La noticia fue recibida con gran alegría por todos y se celebró una fiesta por todo lo alto. Las preparaciones para los festejos fueron las más grandes que jamás se han visto en la historia de los Multiversos. Como resultado, el Big Bang que creó nuestro universo fue el más espectacular que se recuerda.

»En el nuevo universo convivían en armonía el reinado del Príncipe Cuántico y el del Clásico, gracias a la conciliadora Decoherencia. Así es como desde hace casi quince mil millones de años, la eterna Decoherencia ha jugado un papel fundamental en el equilibrio entre nuestros mundos.

El silencio teatral con el que Quiona finalizó su relato fue roto por los entusiastas aplausos de Irina.

—¡Excelente, Quiona! —exclamó—. Jamás había escuchado a nadie contar esta historia con tantos detalles.

—Según la leyenda, las tierras de Decoherencia están en las fronteras entre el mundo clásico y el cuántico —reflexionó Niko en voz alta—.

VAYAMOS PUES HASTA ALLÁ A BUSCAR PISTAS. ¡QUIZÁ LOS SECUESTRADORES DE ESTA DAMA SABIA HAYAN DEJADO UN RASTRO!

—Ojalá fuese tan sencillo —suspiró el Maestro desanimado—. Las tierras que habita están fuera de nuestro alcance. Que yo sepa, nadie de los nuestros ha estado allí antes, así que no sabemos dónde están o cómo llegar a ellas.

—¿No hay una frontera? —preguntó Niko pensando en los mapas con líneas perfectamente definidas.

Recordaba cómo al entrar en coche con sus padres en Suiza, habían pasado las casetas de los guardias que indicaban con claridad dónde acababa un país y empezaba otro.

—Nuestros mundos no se hallan tan separados como crees —añadió Eldwen—. Si lo piensas bien, en tu mundo clásico todo está construido a partir de pequeños «ladrillos», que no son más que las partículas que has conocido aquí. Incluso tú mismo estás formado por quarks y electrones, que se comportan de manera cuántica. ¿Nunca te has preguntado por qué en tu mundo no puedes atravesar paredes, o estar en dos sitios a la vez, si estás formado por partículas que sí pueden hacerlo?

Niko asintió reflexivo. Era cierto que él había intentado tunelear muchas veces durante el pasado año, y nunca lo había conseguido.

—¡Esa es justamente la función de Decoherencia! —añadió el Maestro Zen-O—.

Ella se encarga de que los fenómenos cuánticos desaparezcan a medida que los objetos se van haciendo más grandes. Es la transición entre el mundo cuántico y el clásico.

Eldwen, nervioso, se levantó del sofá y empezó a dar vueltas por la habitación.

—Y ahora —dijo el elfo—,

SI DECOHERENCIA ESTÁ PRISIONERA, NUESTRO MUNDO SE DESVANECERÁ. ¡TODOS NOSOTROS DESAPARECEREMOS!

¡EL UNIVERSO ENTERO ESTÁ EN PELIGRO!

Zen-O encendió su pipa de madera tratando de calmarse. Aspiró con tranquilidad el vapor radioactivo y respondió:

—No dejaremos que eso ocurra, ¿verdad? Quizá Niko tenga razón y haya algún modo de llegar hasta ella… Necesitaré ir a Shambla para consultar con nuestros sabios. Si alguien sabe cómo hacerlo, son ellos. Quiona, ¿puedes teleportarme allí?

Irina se levantó con decisión y añadió:

—¡Yo misma iré al CIC, Maestro! Intentaré averiguar qué saben realmente esos viejales de lo que está sucediendo.

—¿Os podemos acompañar? —le preguntó Niko al Maestro en un intento de formar parte del plan que se estaba gestando.

—Me temo que no. Quiona no podría teleportarnos a los tres, y no tenemos tiempo de ir hasta Atenip para entrar en el acelerador y cruzar el laberinto.

—Entonces nosotros dos nos iremos a casa, os esperaremos allí hasta que volváis —decidió Eldwen señalando a Niko.

No parecía una misión digna de un elegido, pero tampoco se le ocurría nada heroico que hacer.

Antes de desaparecer, el hada se despidió de Niko con un beso en la mejilla y le dejó un regalo:

—Para que no te aburras en mi ausencia… aquí tienes otro enigma:

¿QUÉ PUEDES LLEVAR EN UN BOLSILLO ROTO SIN PERDERLO?

Acto seguido, desplegó sus hermosas alas y

desapareció

junto con Zen-O.