Cruzaron la recepción, dejando atrás los armarios teleportadores, antes de bajar por unas grandes escaleras.
Aparecieron en una gran estación de trenes con una hermosa cristalera en su techo abovedado. Contaba con cinco vías, pero solo había una ocupada.
Al acercarse al tren que estaba estacionado, se encontraron con un escenario peculiar. Algunas partículas, ajenas a los juegos de Kronos con el tiempo, entraban y salían de él, mientras otras estaban igual de paralizadas que los elfos que se encargaban de organizar a los viajeros.
El tren era de hierro negro y la locomotora de vapor se parecía a las antiguallas que Niko había visto en los libros de historia. Una gran nube de humo negra que parecía congelada surgía de su chimenea.
Los tres se detuvieron a las puertas del primer vagón, donde un elfo revisor estaba congelado.
—¡Por aquí! Los revisores no entran cuando el tren está a punto a salir. Además, este solo va ocupado por partículas. Ahora mismo es lo más seguro para vosotros.
—¿No vienes con nosotros? —preguntó Niko asustado a Kronos.
—Ahora no puedo, pero no te preocupes, nos volveremos a encontrar pronto. Daos prisa, no puedo retener el tiempo mucho más.
—Espera… —le dijo Niko—. El reloj que me diste se abrió hace unos meses.
Kronos levantó su mano y la puso frente a Eldwen. Al instante, el elfo se quedó también paralizado.
—Lo sé, pude sentirlo —le dijo Kronos—.
ESCUCHA BIEN, NIKO: TIENES QUE PROTEGER ESTE RELOJ A TODA COSTA Y NADIE DEBE SABER QUE LO POSEES. LOS ETERNIZADORES SON LOS OBJETOS MÁS PODEROSOS DEL MULTIVERSO, AUNQUE MUY POCOS SABEN DE SU EXISTENCIA. ¡SI CAYESE EN MALAS MANOS, ESTARÍAMOS PERDIDOS!
—¿Tampoco se lo puedo contar a Eldwen y Quiona? —preguntó mirando de reojo a su amigo paralizado.
—Cuando llegue el momento, pero solo a ellos. Por lo pronto, guárdalo bien, amigo.
Acto seguido, devolvió a Eldwen a su estado normal. El elfo no se había dado cuenta de nada.
—Nos vemos pronto, amigos —se despidió Kronos—. Id directamente a la posada de Plank, y no visitéis a nadie más.
Los dos amigos se apresuraron a meterse en un compartimento vacío, y Kronos los saludó antes de desaparecer por la puerta de la estación.
Unos segundos más tarde, el tiempo volvió a su estado original, y el tren, con una suave sacudida y un agudo ruido de engranajes, empezó a moverse.
Eldwen y Niko se dirigieron al primer vagón. En la puerta, un letrero rezaba:
—Este está lleno —dijo Niko al ver que dentro había muchísimas partículas que charlaban alegremente, mientras otras hacían un corro al lado de uno que tocaba la guitarra—. ¡Y no paran de llegar más!
—Es lo que tienen los fotones, les encanta estar juntos.
—Parecen más amables que los electrones. Ellos no querían que hubiese más de dos en el mismo vagón. Decían que estaban cumpliendo el principio de exclusión de Pauli. ¿Los fotones no siguen las mismas leyes?
—Sí, pero a ellos les está permitido. Los fotones son mucho más hippies. Si quieres, podemos entrar aquí, seguro que están encantados de que los acompañemos. Su lema es
Pero Niko siguió por el pasillo del tren. Tenía curiosidad por ver a los ocupantes de los tres compartimentos que quedaban en el vagón de los bosones.
El segundo correspondía al vagón de los gluones, y el tercero, al de los W y Z, pero sus puertas estaban cerradas.
—El tren de ondas lo usan las partículas para viajar. Este vagón es para los bosones. Aquí están todos aquellos de los que te ha hablado mi padre cuando hemos visitado su universo de bolsillo.
—Ya recuerdo… —dijo Niko—. Mira, el último es el compartimento de primera clase. Es para el bosón de Higgs.
Niko acabó de abrir la puerta, que estaba entreabierta, y le dijo a su amigo:
—¡No hay nadie! Estaremos más tranquilos si nos sentamos aquí.
El compartimento era más bonito que el de los fotones. Los asientos estaban forrados con una tela de terciopelo verde, con cortinas del mismo color. Eldwen las corrió para que nadie los pudiese reconocer desde el exterior mientras decía:
—Espero que los ancianos hayan explicado a Zen-O y Quiona dónde está Decoherencia y qué podemos hacer para rescatarla.
—Ya… Antes de que nos encontremos con ellos, ¿podrías ayudarme con el enigma de Quiona? Le he estado dando vueltas, pero no consigo dar con la solución.
¿QUÉ SE PUEDE LLEVAR EN UN BOLSILLO ROTO SIN PERDERLO?
—¡Pensaba que a estas alturas ya serías un experto en sus enigmas! —se rio su amigo antes de darle la solución—. ¡Un agujero! Eso es lo único que puedes llevar sin perderlo.
—Me ha colado otro gol, ¿verdad?
Eldwen asintió divertido y luego le anunció:
—Estamos cerca, preparémonos para bajar.
Niko sacó la cabeza por la ventana:
—No hay ninguna estación a la vista.
Pese a que había empezado a caer la noche, afuera no se distinguía ninguna luz que indicase que se acercaban a una parada.
—¿Y para qué quieres una estación? —le preguntó extrañado su amigo.
—¿Y cómo quieres bajar si el tren no se para? —contraatacó Niko.
—Ah, no hace falta —dijo Eldwen con tranquilidad—. ¡Saltaremos!
Niko contempló atónito cómo su amigo salía con total despreocupación del compartimento. Resignado, lo siguió a ver qué pasaba.
Eldwen abrió la puertecita que había entre vagones y saltó sin miedo. Para sorpresa de Niko, en vez de precipitarse al suelo, su amigo se mantuvo en el aire. Una plataforma invisible lo había recogido y lo depositó suavemente en el suelo.
Tranquilizado al ver aquello, Niko saltó decidido imitando al elfo.
Sin embargo, su bajada del tren no tuvo nada que ver con la de Eldwen. Cayó rebotando con gran impacto contra el suelo y rodó unos metros antes de detenerse. Afortunadamente, aterrizó sobre una mullida zona con hierba, lo que amortiguó un poco su caída.
Eldwen corrió muy preocupado hacia donde se encontraba su amigo:
—¡Por todos los aceleradores! Niko, ¿por qué has saltado al vacío de ese modo?
Todavía tumbado en el suelo, el chico le respondió:
—¡Pero si he hecho lo mismo que tú!
—No, hombre… Yo he bajado cuando las luces indicaban que la plataforma estaba lista. ¿No has visto las luces azules que había en el suelo, justo en la puerta? Tenías que esperar a que pasasen de intermitentes a fijas.
—¡Diablos, Eldwen! ¿No se te había ocurrido contarme ese detalle?
—Lo siento —respondió preocupado el elfo—. ¿Puedes moverte? ¿Estás herido? La posada está solo a unos metros de aquí.
—Creo que no me he roto nada —respondió Niko mientras se sacudía la ropa y comprobaba que, efectivamente, todos sus huesos respondían bien.
Los dos amigos emprendieron el camino que cruzaba el pequeño bosque que los separaba de la pensión.
El sitio donde se esconderían aquella noche era lo más parecido a un motel de carretera. A su alrededor había algo parecido a una hamburguesería, y cruzando al otro lado, una gran construcción con un cartel que anunciaba:
Niko siguió a Eldwen, que ya había entrado en la posada de Plank y estaba pidiendo al encargado una habitación con dos camas.
—¿Estás seguro de que aquí nos encontrarán el Maestro y Quiona? —le preguntó al elfo cuando ya se habían instalado en la humilde habitación.
—Eso ha dicho Kronos, y tampoco tenemos muchas más opciones. Lo mejor será escondernos aquí hasta que sepamos algo más.
Y poco más tuvieron que esperar, pues en medio de la habitación apareció el hada, deslumbrante como siempre.
Quiona parecía bastante alterada. Había llegado sola, sin el Maestro.
En cuanto vio a sus amigos, les dio un fuerte abrazo a la vez que decía:
—¡Shambla se ha desplazado!
—¿Cómo?
—Lo que oís. Los sabios de Shambla y todos los círculos exteriores, entre ellos mi ciudad, se han marchado del lugar donde estaban. Hacía muchísimos años que no pasaba algo así. La última vez, mi abuela era muy pequeña. Solo se producen cambios de este tipo cuando algo muy grave está pasando.
Quiona se sentó al lado de Niko para seguir con su explicación.
—Cuando Zen-O y yo llegamos a Shambla, los preparativos ya habían comenzado. Los ancianos se encontraban abriendo el portal para escapar. La ciudadela antigua y todo el barrio donde habitan las hadas ya estaban listos para emigrar. Ahora nadie sabe dónde están, ¡ni siquiera yo!
—¿Y por qué se marchan? —preguntó Eldwen alterado.
—Zen-O estaba reunido con los ancianos, pero yo fui a casa para ver a mi familia. Todos ellos han decidido seguir a Shambla. Solo unos cuantos nos hemos resistido a huir. Lo único que escuché decir a los sabios antes de marcharme es que ellos no pueden interferir. Han enviado una alerta al CIC, pero no les han hecho caso.
—¡No me puedo creer que los habitantes de Shambla no vayan a hacer nada para salvar al mundo cuántico! —exclamó Niko indignado.
Quiona se encogió de hombros:
—Creo que sí que tienen algún plan, pero… Nunca he entendido su manera de actuar. Después de despedirme de mi familia, me reencontré con Zen-O. Me pidió que lo llevase con Kronos. Él fue quien nos dijo que estabais aquí. Y tampoco le gustó nada saber que Shambla había cambiado de sitio.
—¿Por qué no han venido ellos contigo? —la interrumpió Eldwen—. Se supone que Niko es el elegido, ¿no deberíamos estar planeando juntos cómo detener esta locura?
El aludido se sintió incómodo, pues seguía con fuertes dudas de que él fuese la persona que todos esperaban.
Quiona, resignada, les confesó:
—En realidad me pidieron que nos quedásemos aquí y que no hiciésemos nada.
—¿Cómo? —exclamó el elfo incrédulo—. ¡No puedo creer lo que estás diciendo!
—No quieren que nos pongamos en peligro.
Niko se levantó de un salto y exclamó:
—PUES NO PIENSO QUEDARME AQUÍ ESPERANDO A VER CÓMO DESAPARECE TODO. ¡ESTOY HARTO DE QUE NOS TRATEN COMO A NIÑOS!
—¿Y qué podemos hacer, Niko? No sabemos ni siquiera por dónde empezar —dijo Eldwen.
Resignado, el chico volvió a sentarse en la cama. Quiona les contó entonces, susurrando, como si no quisiese que nadie más la oyese:
—Antes de dejarlos, oí a Zen-O y a Kronos hablar de una anciana llamada Rovi-Ra. Creen que solo ella sabe lo que está pasando. Lo dijeron justo cuando empezaba a teleportarme, no creo que se dieran cuenta de que los había oído.
—¿Rovi-Ra, la ermitaña? —preguntó el elfo extrañado—. Tengo entendido que no se sabe de ella desde hace muchísimos años… y es un poco rara, ¿no?
—Entonces ya sabemos qué hacer —dijo Niko levantándose de nuevo de la cama—.
IREMOS A ENCONTRAR A ROVI-RA.
—¿Y adónde irás a buscarla, si puede saberse? —preguntó Eldwen volviendo a echar un cubo de agua fría.
—¿Vosotros no sabéis dónde está? —les preguntó Niko—. ¿No tenéis alguna guía telefónica cuántica o algo así donde poder buscarla?
—¿Qué es una guía telefónica? —preguntó Eldwen.
Quiona se había levantado y miraba a través de la ventana de la habitación de la posada. A lo lejos, el centelleante letrero del casino de enfrente iluminaba intermitentemente la habitación.
De golpe, cerró las cortinas y les dijo a sus amigos:
—¡SÉ CÓMO DAR CON ELLA!