Nerviosos, se acercaron al cuarto fuego fatuo. No sabían cuántos fotones les harían falta para llegar al otro lado, pero de lo que estaban seguros era de que no podían permitirse fallar en ningún otro enigma.
El fuego fatuo los esperaba en esta ocasión con tres gorras de tres colores distintos. Las ocultó debajo de una caja sin que los tres amigos ni los fotones que los acompañaban pudiesen distinguir el orden en que habían quedado.
—Dentro de cada gorra hay un objeto diferente: un dado, una moneda y un anillo —explicó—. Memorizad bien lo que os diré, pues no lo volveré a repetir: a la izquierda del dado está la moneda. La gorra verde, a la izquierda de la gorra roja. A la derecha del anillo está la gorra azul. Y, por último, a la derecha de la gorra azul está el dado. La pregunta es: ¿en qué gorra está la moneda?
Los tres amigos se reagruparon para discutir la solución.
—Bien, por la primera afirmación —planteó Niko mientras dibujaba un círculo y un cuadrado en el suelo—, la moneda puede estar o bien en la primera gorra o bien en la segunda. Al menos sabemos que no está en la tercera.
—Por la segunda, sabemos que la gorra verde debe ser también la primera o la segunda, pero no la tercera —confirmó Eldwen.
—Si a la derecha del anillo está la gorra azul —repitió de memoria Quiona—, ya sabemos por descarte que el dado tiene que estar en la tercera gorra, el anillo en la primera y la moneda en la del medio.
—Entonces también sabemos su color —dijo Niko esperanzado—.
El fuego fatuo aplaudió la respuesta de los tres amigos, e igual que sus antecesores, emitió una fuerte luz haciendo emerger un fotón como premio.
El quinto fuego fatuo los esperaba con una nueva adivinanza:
—Si dices mi nombre, desaparezco. ¿Quién soy?
Quiona se volvió hacia sus amigos y les dijo con serenidad:
—Con este no tengo duda:
—¡Bravo, Quiona! —aplaudió Niko.
En cuanto dijeron la respuesta al fuego fatuo, este les otorgó el cuarto fotón.
Los siete componentes del grupo de dirigieron apresuradamente al sexto fuego fatuo. Este los esperaba con un nuevo enigma:
—Si os encierro en la celda del castillo totalmente a oscuras y os dejo un solo fósforo con el que encender una vela, una lámpara de aceite o una hoguera, ¿qué encenderíais primero?
En cuanto se agruparon, Eldwen fue el primero en proponer una respuesta:
—Yo encendería la vela, con ella podremos prender fácilmente los otros dos fuegos.
—¿Estás seguro? —preguntó Niko—. Yo había pensado en la lámpara de aceite.
Quiona los miraba sonriendo y negando con la cabeza. Molesto, Eldwen le preguntó:
—Si estás pensando en la hoguera, Quiona, creo que eres tú la que se equivoca esta vez. Es muy difícil encenderla con un solo fósforo.
—¿No escuchasteis la advertencia del fuego fatuo? Siempre dando las cosas por sentadas —se rio el hada—. Eso os acorta las miras.
Los dos chicos se quedaron mudos al instante, y reconociendo el mérito de Quiona, la invitaron a dar ella la respuesta definitiva al fuego fatuo.
Ya solo les quedaba el último enigma. Habían conseguido que los acompañasen cinco fotones.
El séptimo fuego fatuo los esperaba con tres cajas. Comprendieron que en el último enigma se jugaban más que un fotón cuando la figura zigzagueante les dijo:
—En una de estas cajas hay una cuerda larga. Os ayudará a que los tres podáis cruzar el lago. Si no, tan solo uno podrá proseguir en esta hazaña, los otros dos os quedaréis irremediablemente atrás.
Los tres amigos se pusieron muy serios. Sabían que en algún momento tendrían que separarse, pero al final de las cuatro sendas; no estaban dispuestos a tener que hacerlo en la primera de todas.
El fuego fatuo continuó:
—En las otras dos cajas hay un fósforo y una aguja, que no os sirven de nada. Lo malo es que no sabemos exactamente dónde están cada uno de los objetos. Lo único que sabemos es que de las frases que hay en las cajas, solo una es falsa. ¿Sabréis encontrar la cuerda?
En las tres cajas que el fuego fatuo les mostraba, la primera tenía una inscripción que rezaba:
«Aquí está la cuerda».
La segunda tenía escrito:
«Aquí no está el fósforo».
Y en la tercera:
«Aquí está el fósforo».
Los tres amigos se retiraron de nuevo a discutir la solución. Se jugaban mucho con aquel último enigma.
—Si la tercera frase fuese falsa —empezó Eldwen—, en esa caja no estaría el fósforo, pero entonces tampoco podría estar en la segunda, o también mentiría. La cerilla debería estar en la primera, obligando a esa caja a mentir. Tendríamos dos cajas mentirosas, lo cual es imposible, pues solo una miente.
—La segunda frase no puede ser falsa —continuó Niko—. De serlo, el fósforo estaría en esa caja, pero entonces también sería falsa la frase de la tercera caja, que dice que en ella está la cerilla. Y el fuego fatuo nos ha dicho que solo miente una caja.
—Si la primera frase fuese falsa —finalizó Quiona en voz alta—, la cuerda tendría que estar en la segunda, pues en ella dice que no contiene el fósforo. Sería verdad si contiene la cuerda. La tercera tendrá el fósforo, pues tiene que decir la verdad, y la primera, por descarte, tendrá la aguja.
—Así pues —sentenció Niko—,
Decidido, se adelantó y abrió la segunda caja. Efectivamente, allí se encontraba la cuerda.
El fuego fatuo les entregó la cuerda y el último de los fotones que podrían utilizar para cruzar el lago.
Los tres amigos se abrazaron, rodeados por los seis fotones, que saltaban también de alegría contagiados por su entusiasmo.
Una vez a la orilla del lago, Niko, Eldwen, Quiona y los seis fotones que los acompañaban trazaron un plan para cruzar el hielo.
—Debemos ir con cuidado —dijo Quiona—. Solo tenemos seis fotones, no podemos desperdiciar ninguno. Si os parece, haremos que Niko llegue al otro lado con cinco de ellos. Desde allí, nos lanzará la cuerda con la ayuda del último fotón. Niko, ponte en el hielo, a la orilla, y lánzame un fotón.
Al obedecer a Quiona, el chico avanzó unos pocos metros en dirección a la puerta. El hada no retrocedió, puesto que estaba en tierra firme recibiendo el fotón, que desapareció al entrar en contacto con ella, y allí el suelo no resbalaba.
—Ahora, Eldwen, repite lo mismo que Niko.
Al lanzar un fotón a Quiona, el elfo se situó cerca de su amigo. Ya habían utilizado dos de los seis fotones.
—Eldwen, ahora lanza el tercer fotón a Niko, no a mí —indicó Quiona.
Como consecuencia, Niko avanzó unos metros hasta quedar cerca del castillo, mientras Eldwen retrocedía de nuevo a la orilla.
Entonces, sin previo aviso, Quiona lanzó un fotón a Eldwen, que afortunadamente lo capturó al vuelo, y volvió a avanzar hasta el lugar donde estaba. Con aquel ya habían utilizado cuatro de los seis fotones.
—Ahora, Eldwen, lanza un fotón lo más fuerte que puedas hacia Niko.
El impulso de la partícula llevó a Niko con éxito hasta la otra orilla, mientras Eldwen retrocedía de nuevo hasta llegar a tierra firme, junto a Quiona.
¡Lo habían conseguido! Niko había llegado a las puertas del castillo. Emocionado, ató un extremo de la cuerda al pomo de la puerta y le brindó el otro extremo al último de los fotones.
—¿Puedes hacerles llegar la cuerda a mis amigos? —le suplicó.
—¡Dalo por hecho!
Y salió disparado como un fogonazo.
Eldwen y Quiona se impulsaron con la cuerda para atravesar el lago helado.
Los tres amigos saltaron de alegría tras haber superado la prueba hasta que las puertas de madera vieja del castillo se abrieron invitándolos a entrar.
Un grupo de fotones se congregó entonces a su alrededor, iluminando los pasillos y guiándolos hasta una hermosa sala llena de luces de colores.
En el medio, sentada en su trono estaba la dama de la Fuerza Electromagnética.
En cuanto se levantó, Niko pudo comprobar lo hermosa que era. Su cabellera brillaba como si pequeñas estrellas se repartiesen a lo largo del pelo, que encuadraba unas suaves facciones. Llevaba un largo vestido azul, decorado con piedras preciosas que lanzaban destellos por todas partes.
Al acercarse los miró con unos ojos que brillaban como dos pequeñas estrellas.
—¡Enhorabuena, valientes! —les dijo con una dulce voz—. Habéis superado con audacia todas las pruebas de esta senda.
Lo habéis logrado porque no sabíais que era imposible.
¿Estáis preparados para continuar con vuestra misión?
Los tres amigos asintieron. Acto seguido, la dama ofreció a Niko un colgante.
—Este amuleto te ayudará en tu cometido. De momento está incompleto, solo tienes una cuarta parte. Al superar las pruebas de cada una de las sendas, obtendrás una parte más del colgante. Solo cuando hayas recorrido con éxito las otras tres sendas lo completarás, tendrás su poder y podrás culminar tu misión.
Niko aceptó ceremoniosamente el colgante y lo guardó con cuidado bajo su camiseta.
Después de agradecerle su regalo y despedirse de la Fuerza Electromagnética, los fotones los guiaron hasta un portal del castillo que, para su sorpresa, los llevó de vuelta a la gran cueva de la que partían los cuatro túneles.
Les quedaban tres sendas por recorrer.