19 LITTLE BOY

Antes de decidir qué nuevo camino tomar, los tres amigos inspeccionaron cuidadosamente el amuleto. Aquel primer cuadrante estaba tallado en madera y en el centro tenía impreso el dibujo de un átomo, en el que se podían distinguir claramente los electrones orbitando alrededor del núcleo. Pero lo único que pudieron sacar en claro era que faltaban tres pedazos: los correspondientes a las siguientes sendas.

—Vamos allá —los animó Quiona—. ¿Os parece que nos adentremos en el segundo túnel?

Antes de iniciar la nueva aventura, los tres amigos vieron que el letrero en la entrada rezaba:

En cuanto atravesaron el umbral de aquel segundo camino, el lúgubre túnel se transformó en una corta senda que desembocaba en un acantilado rocoso.

A lo lejos, en una isla suspendida en el aire, podía distinguirse una majestuosa construcción. Más que un castillo parecía un fuerte, pues estaba protegido por unos grandes muros de piedra, flanqueado por cuatro torres de vigilancia. Entre la isla y el acantilado se repartían distintos trozos de tierra, como si fuesen escalones flotantes, también extrañamente suspendidos en el aire.

—Aquel debe de ser el castillo de la Fuerza Nuclear Fuerte —dijo Quiona achinando los ojos para ver mejor a lo lejos.

—Y no hay senda que nos lleve hasta allí —replicó Eldwen mientras se acercaba a Quiona al borde del acantilado—. Me temo que estos trozos de tierra intermedios no están lo suficientemente cercanos entre sí para llegar saltando.

Un enorme precipicio se abría a sus pies, sin puentes ni caminos alternativos.

En vez de contemplar el precipicio, Niko se dirigió hacia un hangar que había visto nada más iniciar su camino por aquella corta senda. Era una construcción antigua de uralita y tenía los portones abiertos.

Una vez allí, se sorprendió al ver que dentro había un viejo avión con dos hélices a cada lado.

—¡Chicos! —gritó para llamar la atención a sus amigos—. ¡Creo que ya sé cómo llegar al castillo! Espero que sepas pilotar algo más que zepelines, Eldwen.

—Eso si funciona… —dijo Quiona al contemplar aquella antigualla dentro del hangar.

Niko inspeccionó el avión por fuera. Al lado de la cabina, en las placas metálicas que recubrían el exterior, había una inscripción:

Aquel nombre le resultó familiar, pero no recordaba de qué.

Eldwen ya había encontrado el modo de entrar y estaba trasteando con los mandos de control.

—¡Creo que sabré pilotarlo! —les gritó desde dentro.

Sus amigos saltaron al interior esperanzados.

Los motores se encendieron a la primera y las hélices empezaron a girar con gran estruendo. El avión comenzó a moverse a la vez que la radio de aquella reliquia de la aviación se encendía con una melodía tecno que resonó por toda la cabina.

Una vez salieron a la pista de despegue, Eldwen aceleró con decisión y el viejo avión despegó del suelo.

Habían avanzado muy poco cuando una sacudida casi hizo que Niko y Quiona cayesen al suelo.

El avión había quedado paralizado.

—¡Estoy dándole al motor a tope, pero algo nos retiene! —anunció el elfo muy preocupado.

—¡Mirad! —gritó Quiona señalando por la ventana—. Desde aquí abajo nos han echado el lazo.

Niko se acercó a la ventanilla para ver cómo en uno de los islotes que sobrevolaban, unas pequeñas partículas conformaban una especie de cuerdas que llegaban hasta el fuselaje del avión reteniéndolo.

—Tienen que ser gluones —confirmó Quiona.

—¿Los que mantienen unidos los quarks en los núcleos?

—Exacto, también son los portadores de la Fuerza Nuclear Fuerte. Y creo que no les ha hecho ninguna gracia que queramos llegar al castillo con este avión.

—¡Chicos! —gritó Eldwen asiendo fuerte los mandos del piloto—. No sé cuánto aguantarán los motores, se están calentando demasiado. Si no conseguimos librarnos de esas cuerdas, nos estrellaremos.

—Tengo una idea un poco loca —le dijo Quiona a Niko—. Abre la compuerta del avión y sujétame con fuerza. Voy a intentar romper las cuerdas con las que nos han atrapado los gluones.

—¿Estás segura, Quiona? —preguntó el elfo—. No se llama Fuerza Nuclear Fuerte porque sí. Los gluones son tremendamente pegadizos, por eso retienen a los quarks.

—Sí, pero no podrán con un hada cuántica —respondió ella desafiante.

Dicho esto, Niko la sujetó desde la puerta abierta, acercándola a las extrañas cuerdas elásticas que los gluones habían pegado al avión.

Tras varios pases con su varita cuántica, el hada consiguió cortar las ataduras.

—¡Atómico, Quiona! —exclamó Niko mientras la ayudaba a entrar de nuevo al avión.

La misma canción tecno sonaba a todo volumen una y otra vez, como si también celebrase la victoria de los tres amigos.

Sin embargo, el aparato voló un trecho corto antes de que volvieran a quedar atrapados.

—¡Son ellos de nuevo! —anunció Eldwen con rabia.

Al sobrevolar el siguiente islote, los gluones habían vuelto al ataque.

Quiona y Niko acababan de repetir con éxito la misma operación cuando, de repente, el tono del cielo, hasta entonces de un bonito azul, cambió a un rojizo amenazador.

—¿Qué está sucediendo ahora? —preguntó Quiona.

—No lo sé, pero no me gusta —respondió el elfo mientras intentaba pilotar el avión sin éxito.

La canción que continuaba sonando llegó al estribillo:

Enola Gay, You should have stayed at home yesterday. Oh, oh it can’t describe the feeling and the way you lied.

These games you play, they’re gonna end it all in tears someday. Oh, oh, Enola Gay, It shouldn’t ever have to end this way.

Enola Gay, Is mother proud of little boy today Oh, oh, this kiss you give, it’s never ever gonna fade away.

Enola Gay, It shouldn’t ever have to end this way Oh, oh Enola Gay, It should’ve faded our dreams away.2

—¿Os habéis fijado? —exclamó Niko—. Esta canción tiene el mismo nombre que el avión: Enola Gay. ¡Ya lo recuerdo! En mi mundo, este fue el primer bombardero de la historia encargado de lanzar la bomba atómica, la que explotó en Japón durante la Segunda Guerra Mundial.

Al remover entre los viejos paquetes que había en la bodega, Niko encontró una bomba antigua.

—Y esta de aquí —dijo señalando el artefacto que acababa de descubrir—, Little Boy. Es la bomba más aterradora de la historia.

Súbitamente, un estruendo como si diez rayos hubiesen estallado a la vez dejó ensordecidos a los tres amigos.

—¡Por todos los aceleradores! Me temo que la bomba que debíamos de llevar bajo el avión se ha desprendido —añadió Eldwen desde la cabina—. Mirad el cielo, aquí parece que se está fraguando algo feo.

—No hemos lanzado ninguna bomba —aclaró Quiona—, lo que sucede es que al luchar contra los gluones estamos creando sin querer una fisión nuclear. Es por la llamada Fuerza Fuerte Residual.

—Ahí me estás perdiendo —interrumpió Niko.

—Lo que descubrieron en tu mundo hacia finales de los años treinta es que los núcleos de los átomos se pueden dividir. Y eso genera muchísima energía, tanta que se puede construir una bomba capaz de destruir una ciudad entera.

Las palabras de Quiona quedaron interrumpidas por una nueva sacudida. Estaban sobrevolando otra de las islitas desde donde los gluones lanzaban su ataque.

—¿Qué hacemos? —preguntó Eldwen—. El cielo ya está totalmente rojo. Si seguimos, temo que empiece una reacción en cadena. Pero estamos tan cerca del castillo…

—No podemos continuar o provocaremos una hecatombe —sentenció Niko—. Eldwen, ¿puedes aterrizar en este islote?

—Puedo intentarlo, pero los gluones… nos atacarán —respondió el elfo.

—Debemos intentarlo. No podemos llegar al castillo a cualquier precio, destruyendo todo lo que hay en la senda de la Fuerza Nuclear Fuerte. Eso no nos haría mejores que los que han secuestrado a Decoherencia para destruir el mundo cuántico.

Eldwen realizó una maniobra maestra cayendo en picado sobre el islote para después remontar y dibujar suaves círculos sobre él. Cuando logró aterrizar el bombardero, sus amigos aplaudieron al piloto.

Afuera, un grupo de gluones enfadados los esperaban en la improvisada pista de aterrizaje.

Quiona fue la primera en acercarse a ellos en son de paz:

—Lo sentimos mucho, no pretendíamos causar este lío.

—¡Un poco más y no lo contamos! —replicó uno de los ocho gluones que se habían congregado a su alrededor—. Pero os habéis detenido justo a tiempo. Lo que queremos saber es por qué os habéis parado. Estabais a punto de llegar a la puerta del castillo, solo teníais que avanzar un poco más.

—Tú mismo lo has dicho —respondió Niko—. Si hubiésemos continuado, habría sido demasiado tarde, igual que si hubiéramos detonado una destructiva bomba que habría acabado con toda la senda. Por supuesto que queremos llegar al castillo, pero no a cambio de aniquilar todo esto.

Los gluones hicieron gestos de afirmación y se reagruparon para deliberar qué hacer con esos tres intrusos.

Mientras tanto, el cielo volvía a recobrar lentamente su color azul.

—No sois los primeros en recorrer esta senda, y otros han llegado al castillo ignorando los efectos destructivos de la fisión nuclear —empezó desconfiado el gluon que ejercía de portavoz—. Pero vosotros habéis escogido el camino difícil, así que confiamos en que no utilizaréis este conocimiento para destruir. Por lo tanto, os ayudaremos a llegar hasta nuestra dama.

El islote donde habían realizado el aterrizaje de emergencia estaba a un gran salto de la isla final, en la que se encontraba el castillo. Los tres amigos vieron salir por sus puertas a un grupo de gluones y tres quarks. Las partículas se colocaron en el límite del acantilado de su isla, frente a los muros de la magnífica construcción.

—Atentos —les gritó el gluon que tenían más cercano—. Los quarks que están en la puerta del castillo saltarán hasta llegar a nuestro islote y os cazarán al vuelo uno a uno. Debéis estar preparados.

Dos quarks se agarraron con fuerza a las cuerdas generadas por los gluones, haciendo de anclas, mientras el tercero saltaba al vacío en dirección al islote donde los esperaban nuestros amigos expectantes. A Niko aquello le recordó a los alocados aventureros de su mundo que practicaban puenting.

Cuando el quark saltarín llegó a la altura de Niko, se sujetó a él con fuerza. En ese punto, la cuerda que lo unía a sus dos compañeros se había tensado del todo, de modo que ambos salieron disparados de vuelta hacia la puerta del castillo.

Repitieron la misma operación con Eldwen y Quiona, hasta que los tres se encontraron frente a las puertas de la gran edificación.

Lo habían conseguido, ¡estaban en el castillo de la Fuerza Nuclear Fuerte!

Después de agradecer y despedirse de los aventureros quarks, fueron acompañados por los gluones a lo largo de un pasillo de techos altos hasta llegar a una hermosa sala, amplia y deslumbrante.

Lo primero que vieron cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad fue una estrella en miniatura que crecía rápidamente.

Y allí estaba ella de espaldas, serena, frente al brillante astro.

—Está acompañando a esta estrella en su muerte —les explicó en voz baja el gluon—. Tenéis suerte, no pasa muy a menudo, así que aprovechad y disfrutad del espectáculo. No durará mucho y enseguida estará por vosotros.

—Vaya, qué triste… —susurró Niko.

—Pero vamos a presenciar un espectáculo fascinante —dijo Quiona sorprendida—. Espero que aquí estemos seguros,

pues las estrellas al morir producen una gran e x p l o s i ó n: una supernova.

La estrella se hacía cada vez más grande mientras la dama, frente a ella y sin inmutarse, seguía atentamente su evolución.

—Al envejecer —explicó Eldwen—, la estrella va agotando su combustible, precisamente por la fusión nuclear.

—¿Como la bomba que hemos dejado atrás? —preguntó Niko.

—Parecido, pero al revés —le aclaró el hada—. Lo que sucedió cuando estábamos en el Enola Gay era resultado de la fisión nuclear. Lo que hacíamos era separar los núcleos de los átomos. De lo que habla Eldwen es del proceso contrario. En la fusión nuclear, los núcleos se unen en vez de separarse. Pero eso ocurre en pocos sitios, como en el centro de las estrellas, pues se necesita muchísima energía para unir dos núcleos.

El tamaño de la estrella fue creciendo para sorpresa y pánico de los espectadores hasta morir con una gran explosión.

Los tres amigos se cubrieron el rostro con los brazos, un poco asustados por el petardazo cósmico.

Una gran cantidad de polvo y gas se esparció por todo el espacio.

Para su asombro, las paredes del castillo seguían en pie, y la hermosa dama ni se había inmutado.

Una vez terminado el ritual mortuorio, la Fuerza Nuclear Fuerte se acercó serenamente a recibir a sus invitados. Era mucho más corpulenta que la hermana que ya habían conocido, y de facciones más marcadas, pero eso no la hacía menos hermosa. Sus ojos no tenían pupilas, eran de color negro en toda su extensión, pero con hermosos brillos. Al acercarse lo suficiente, a Niko le pareció que guardaba toda una galaxia en sus ojos.

—Bienvenidos a mi castillo —los saludó—. ¿Habéis disfrutado del espectáculo?

—Sin duda ¡ha sido atómico! —respondió Niko con una reverencia, mientras apartaba con los brazos la nube de residuos que había dejado la explosión.

—Lo sé, puede parecer molesto, pero estos restos son esenciales para la vida.

Cuando muere una estrella, su polvo y su gas se esparcen por el espacio

—le explicó la Fuerza Nuclear Fuerte con su grave tono de voz—. Esos restos se vuelven a unir luego y forman nuevas estrellas. En ese proceso de nacimiento y muerte de estrellas se crean muchos materiales y elementos nuevos. Vuestro sistema solar se creó a partir de los restos de gas y polvo que quedaron tras una de estas grandes explosiones. Si lo pensáis bien, también tenemos aquí nuestro origen. El cosmos está también dentro de nosotros. El hierro de tu sangre, el calcio de tus huesos, el oxígeno de tus pulmones… Estamos hechos de los elementos que crean las estrellas al morir. ¡Somos los herederos del legado de 15.000 millones de años del universo!

—SOMOS POLVO DE ESTRELLAS

—dijo poética Quiona.

—Me parece injusto entonces que la Fuerza Nuclear Fuerte se asocie a siempre a temas tan tenebrosos como bombas y otras destrucciones —protestó Niko.

—No puedo llevarme todo el mérito —añadió sonriendo la dama—. En lo que acabáis de presenciar intervienen también mis hermanas, sobre todo mi gemela, la Fuerza Nuclear Débil, a quien, si no estoy mal informada, tienes que visitar justo después de nuestro encuentro.

—¡Así es!

—Por lo que me han comunicado los gluones, os habéis ganado su confianza al renunciar al camino fácil.

—¿A qué se refiere? —preguntó Niko.

—PODRÍAIS HABER LLEGADO CON EL BOMBARDERO A LAS PUERTAS DEL CASTILLO GENERANDO UNA REACCIÓN EN CADENA QUE HABRÍA EQUIVALIDO A UNA NUEVA BOMBA ATÓMICA. AL DETENEROS, HABÉIS DEMOSTRADO QUE NO ESTABAIS DISPUESTOS A CONSEGUIR VUESTROS OBJETIVOS A CUALQUIER PRECIO. ESA ES UNA DE LAS CUALIDADES MÁS IMPORTANTES QUE HAY QUE DESARROLLAR, AMIGOS MÍOS. LA CIENCIA O LAS TECNOLOGÍAS QUE NACEN DE ELLAS NO SON BUENAS O MALAS POR SÍ MISMAS; SON LAS ELECCIONES QUE HACEMOS LAS QUE DETERMINAN EL CAMINO QUE TOMARÁN. ES IMPORTANTE QUE LO RECORDÉIS.

Dichas esas palabras, la dama le ofreció a Niko el segundo trozo del amuleto. Era un cuarto de circunferencia, metálico y con el grabado de unos gluones atrapando tres quarks dentro de un protón. Al juntarlo con el colgante que le había dado la Fuerza Electromagnética, los dos trozos se fundieron con un destello de luz.

—Ahora partid, amigos míos. Os queda un largo camino por delante. Yo misma os llevaré de regreso al inicio de la Senda de las Cuatro Fuerzas.