Los tres amigos reaparecieron eufóricos en la cueva abovedada, de nuevo al inicio de las cuatro sendas.
—¡Lo hemos conseguido! —exclamó Eldwen satisfecho—. ¡Ya estamos a la mitad!
Niko no compartía el entusiasmo de Eldwen. La segunda prueba le había parecido no solo complicada, sino catastróficamente peligrosa. Si la dificultad era cada vez mayor, le preocupaba cómo podía acabar aquella aventura.
—¡En marcha! —los apremió Quiona.
Y así atravesaron el umbral del tercer camino.
Tras gastar las suelas de los zapatos caminando por un laberinto de túneles llenos de fosforescencias, guiados por la varita cuántica de Quiona, acabaron saliendo a un paisaje de belleza deslumbrante.
Al fondo divisaron una hermosa construcción de topacio. El castillo de la Fuerza Nuclear Débil estaba tallado de ese precioso mineral, que le daba un toque de fragilidad y belleza.
Para llegar hasta allí solo tendrían que recorrer un hermoso camino de arena blanca que llevaba a las puertas de aquella titánica construcción. La senda estaba rodeada de una pradera verde de la que brotaban amapolas rojas.
—¡Qué extraño! —dijo Quiona desconfiada—. Esta vez parece que nos dejan llegar directamente al castillo… a no ser que la prueba sea recoger alguna de estas flores tan bonitas.
Mientras el hada cortaba el tallo de un par de amapolas y se las colocaba en el pelo, Eldwen llamó a la aldaba de una gigantesca puerta llena de incrustaciones de topacio, como el resto del castillo, que tenía una almena tan alta que agujereaba las nubes.
A los pocos segundos, un guarda alto y fornido, ataviado con una brillante armadura plateada, abrió los porticones y les anunció:
—¡Bienvenidos al castillo de la Fuerza Nuclear Débil! Habéis llegado justo para la gran fiesta de celebración. Los bufones W y Z os acompañarán hasta allí.
Dos curiosos y escuálidos personajes aparecieron tras el guarda. Llevaban el traje de los bufones medievales, consistente en un maillot con tres franjas verticales de colores verde, azul y blanco, y un sombrero del que colgaban tres picos acabados en sendos cascabeles.
Uno de los bufones tenía bordada la letra W en el pecho, y el otro, la Z. Ese era el único modo de distinguirlos; por lo demás, podrían haber sido gemelos. El atuendo se completaba con una capa que ondulaba en el aire, pese a no haber ninguna brisa que causase ese movimiento.
Ambos hicieron un signo de reverencia al unísono.
—JUSTO A TIEMPO PARA EL EVENTO
—canturreó el bufón W.
—SEGUIDNOS ANTES DE QUE SE OS LLEVE EL VIENTO
—lo siguió el bufón Z, que completaba al primero haciendo rimas.
—Queríamos una audiencia con la princesa de la Fuerza Nuclear Débil —intentó explicar Niko —. No tenemos mucho tiempo para fiestas.
—NO SE TRATA DE UNA FIESTA VULGAR, SINO DE UNA DE MÁSCARAS AL AZAR
—respondió el primer bufón—.
Y SI A LA PRINCESA DESEÁIS VER, EN LA FIESTA DEBÉIS APARECER.
—PERO ASÍ NO PODÉIS ENTRAR, SUERTE QUE VUESTRAS MÁSCARAS HE PODIDO ENCONTRAR
—añadió el segundo bufón mientras les daba una máscara de carnaval a cada uno.
Los bufones avanzaron con soltura por pasillos serpenteantes iluminados con antorchas hasta detenerse frente a unas puertas doradas. Cuando las abrieron de par en par, los ojos de los tres amigos casi se salieron de sus órbitas.
Se encontraban frente al salón de fiestas más grande y lujoso que recordaran. Y con una maravillosa particularidad: en vez de lámparas, del techo caían estrellas en miniatura iluminando la estancia, que parecía incluso más gigantesca por los múltiples espejos con bordes dorados que decoraban las paredes.
—LAS LUCES DE LAS ESTRELLAS GRACIAS A LA FUERZA DÉBIL SON TAN BELLAS
—cantó un bufón.
—NUESTRA RADIACIÓN NO TIENE PARANGÓN
—completó el otro.
Una banda de músicos fosforescentes llenaban el salón de una rítmica melodía, y los asistentes a la fiesta, vestidos con modelitos extravagantes, bailaban frenéticamente. ¡Aquello era una fiesta por todo lo alto!
Dos camareras de belleza astronómica, vestidas con trajes verdes ajustados, se apresuraron a ofrecer bebida y manjares a los tres recién llegados.
Los bufones W y Z los animaron a beber y comer intercalando su canto:
—SI A LA PRINCESA QUERÉIS VER…
—ANTES NOS TENDRÉIS QUE COMPLACER.
—COMED Y BEBED ESTOS MANJARES…
—PUES ESTÁN HECHOS DE LAS DULCES AMAPOLAS DE ESTOS LARES.
Los tres amigos aceptaron encantados las ofrendas de las deslumbrantes camareras.
Nada más probar el brebaje de las copas de cristal empezaron a sentir sus efectos. Una agradable sensación de ligereza, mezclada con una creciente alegría los inundó por completo. Y aquellos pasteles eran lo más dulce que Niko hubiera probado jamás. Sorprendentemente, iban cambiando de sabor, cada uno más delicioso que el anterior.
Un grupo de cinco elfas se acercaron a Eldwen y lo empujaron hasta un sofá, rodeado de más bebidas de amapolas y un sinfín de manjares.
A Niko y a Quiona los condujeron a la pista de baile, donde empezaron a seguir la música, tratando de olvidar todos los peligros que estaban pasando para salvar el universo.
Sin embargo, una molesta vocecita en el subconsciente de Niko le impedía disfrutar como deseaba. Insistía en recordarle que había un motivo importante por el que estaban allí.
—Quiona —le dijo a su compañera de danza—. Creo que he olvidado algo… ¿Por qué estamos aquí?
—No lo sé —respondió el hada mirándolo de forma seductora—. ¿Para divertirnos?
El bufón W estaba lo suficientemente cerca de los dos bailarines para percatarse de su resistencia. Sin más demora, les ofreció dos copas. Después de beber la extraña ambrosía, Niko volvió a sentir aquella agradable euforia y le respondió a su hada:
—¡Cierto! Tiene sentido. Esto es atómico, deberíamos quedarnos aquí para siempre.
—Estoy de acuerdo: ¡para siempre!
Y brindaron con dos brillantes copas de aquel brebaje entre risas y más bailes.
Olvidando ya por completo el motivo por el que habían entrado en el castillo, tras recorrer la tercera senda, se entregaron a la diversión y al baile como si estuvieran en una fiesta sin fin.
Niko no sabía cuánto llevaban bailando, pero sintió que necesitaba un pequeño descanso. Se sentó en un sofá al lado de Eldwen, todavía rodeado de las cinco elfas, que escuchaban anonadadas sus explicaciones científicas.
—¡Eres tan inteligente!… —lo alababa una de ellas.
—Y lo explicas tan bien… ¡Es lo más sexi que he escuchado en mucho tiempo! —decía otra.
Niko no pudo evitar reírse.
—Una fiesta atómica, ¿verdad? —le dijo de repente alguien sentado a su lado.
Era un tipo disfrazado de Napoleón. Niko se levantó la máscara y le respondió:
—Sí, ¡en este castillo saben cómo pasarlo bien! Pero tú más que una máscara tienes un disfraz de época completo.
—¿De época? Estas ropas son el último modelo que he encontrado. Lo he comprado en Francia hace solo unas horas, justo antes de venir.
Aquella respuesta descolocó al chico totalmente. Si decía la verdad, aquel tipo debía de llevar más de doscientos años en la fiesta. «Tiene que estar loco» pensó mientras se disponía a comer otro trozo de pastel multisabor.
Estaba a punto de llevárselo a la boca cuando una rápida sombra le arrancó el manjar de las manos. Era un gato, que se sentó sobre su regazo.
—QUÉ GATO MÁS BONITO…
—dijo Niko mientras le acariciaba el lomo sin enfadarse por el robo—. Diría que te he visto antes.
El animal se enderezó, puso sus dos patas delanteras sobre el pecho de Niko y lo miró con unos profundos ojos de color dorado.
La voz del Maestro Zen-O resonó entonces en su cabeza.
«¡DESPIERTA, NIKO! OS ESTÁN ENVENENANDO, ¡SON LAS AMAPOLAS! LLEVÁIS YA CASI UN DÍA ENTERO ATRAPADOS. SI NO REACCIONÁIS PRONTO OS QUEDARÉIS AQUÍ PARA SIEMPRE, COMO ESE NAPOLEÓN. RECUERDA TU MISIÓN.
¡DESPIERTA!»
Para ayudarlo a reaccionar, apretó con su pata el pecho del chico, donde colgaba el amuleto con las dos piezas que las otras hermanas le habían ofrecido al superar sus pruebas.
—¡El gato de Schrödinger! —dijo Niko desperezándose—. Estamos aquí para ver a la tercera hermana, a la Fuerza Nuclear Débil… ¡Esa es nuestra misión!
Al instante, dos camareras se acercaron a Niko con más bebida y manjares insistiendo en que los aceptase.
—No quiero tomar nada más, gracias —les respondió en un intento de zafarse de ellas.
Se dirigió directo a Quiona y la apartó del centro de la pista de baile, a la vez que le arrancaba de la mano un trozo de pastel a medio comer.
—No muerdas eso, nos están envenenando.
Todavía bajo los efectos del veneno, Quiona miró con los ojos vacíos y vidriosos a Niko y simplemente se rio. Sin saber qué más hacer para despertarla, derramó sobre la cabeza del hada una copa de aquel brebaje infernal.
Muy enfadada, su amiga recobró el sentido y lo increpó:
—¿Se puede saber qué te pasa?
—No comas ni bebas nada más. ¡Nos están envenenando! No sé cuánto tiempo llevamos aquí, pero tenemos que escapar lo antes posible.
—¿Dónde está Eldwen? —dijo el hada mientras despertaba de su ensoñación.
—Parece que en el séptimo cielo —le respondió Niko señalando a su amigo, que seguía recibiendo la adulación de las incondicionales elfas.
Quiona fue mucho menos delicada con el elfo, que después de unas cuantas sacudidas propinadas por el hada consiguió rehacerse.
Las camareras, al darse cuenta de que perdían a los tres rehenes, los rodearon insistiendo en que tomasen sus brebajes y manjares.
Los tres amigos se zafaron de ellas atravesando con dificultad el gran salón. Pretendían salir por una puerta situada en el lado opuesto por el que habían entrado.
Cada vez les costaba más avanzar pues las azafatas, con sus bandejas, les cerraban el paso. Sus caras y súplicas eran cada vez menos agradables.
Estaban a pocos metros de la salida cuando las hermosas damas cambiaron de apariencia, transformándose en fornidos guardianes que les bloqueaban el paso. Lo que más sorprendió a Niko fue cómo, con cada transformación, aparecía un bufón que salía disparado hacia la puerta de entrada.
—Ya lo entiendo —gritó Eldwen mientras saltaba entre dos guardas que pretendían retenerlo—. Son los bufones W y Z, los bosones responsables de la Fuerza Nuclear Débil. ¡Están modificándolo todo a nuestro alrededor!
—¡Rápido! —apremió Niko.
Él fue el primero en llegar a la puerta de salida, que consiguió cerrar justo tras pasar Eldwen y Quiona, y bloqueó a los guardas que los perseguían.
Los tres amigos apoyaron sus espaldas contra la puerta, evitando que sus perseguidores la echaran abajo.
Delante de ellos aparecieron los dos bufones, W y Z, que con su habitual rima canturrearon:
—ENHORABUENA: HABÉIS DESPERTADO…
—Y LA PRUEBA HABÉIS SUPERADO.
—No esperaba menos de vosotros —dijo una dulce voz de mujer que se acercaba a ellos—. Os he observado desde que entrasteis en la senda. Pero no podía arriesgarme a desvelaros el conocimiento que compartiré con vosotros antes de asegurarme de que tenéis una mente y una voluntad firmes. Es difícil renunciar a una vida de gozos, aunque el precio a pagar sea vivirla dormido. Muy pocos consiguen despertar.
Los bufones se apartaron para dejar pasar a la tercera hermana, que se situó frente a ellos y alargó el brazo invitándolos a seguirla.
La Fuerza Nuclear Débil era menuda y de apariencia delicada, mucho más que sus dos hermanas. Su tez era blanca como la nieve, y las facciones de su cara, dulces como las de una niña. Su cabello era tan fino que, al andar hacia ellos, flotaba detrás de ella como una nube. De su rubia melena surgían pequeñas estrellas que brillaban como diamantes.
Al contrario que su hermana, la Fuerza Nuclear Fuerte, esta tenía los ojos completamente blancos y dos estrellas naranjas por pupilas.
Más que andar, parecía que levitase suavemente cuando los invitó a sentarse a una mesa redonda que había en el centro de su acogedor salón, tan lujoso como el resto del castillo. Las paredes estaban adornadas con grandes espejos enmarcados que conferían una grandiosa apariencia a la estancia. El suelo, cubierto de una alfombra roja, recordaba a los salones del castillo de Versalles.
—¿Qué sabéis de mí? —preguntó la fuerza mirando directamente a Niko.
—SABEMOS QUE ERES UNA DE LAS FUERZAS FUNDAMENTALES DE LA NATURALEZA. TU MISIÓN ES PERMITIR QUE LAS PARTÍCULAS CAMBIEN; QUE LOS NEUTRONES PUEDAN SER PROTONES, POR EJEMPLO.
—O que las hermosas camareras se conviertan en guardianes enojados —interrumpió Eldwen—. Si me permites la sugerencia, me gustaban más las primeras.
—Y es cierto que conocerte implica una gran responsabilidad… —añadió Quiona con seriedad—. Ya vimos a tu hermana, la Fuerza Nuclear Fuerte.
Las consecuencias de su mal uso son instantáneamente devastadoras: las bombas pueden destruir una ciudad entera… pero la radiación que se emite tras el estallido es fruto de la Fuerza Nuclear Débil, ¿verdad?
—Exacto, Quiona. Como bien has dicho, puedo ser tan letal y destructiva como la misma bomba. Además, mis efectos duran años y dejan la tierra estéril. Por eso, este conocimiento debe ser protegido —asintió con tristeza la fuerza—.
Pero no todo es malo en mí: si yo no existiese, el universo estaría en tinieblas, sin estrellas que diesen luz.
—Y los humanos tampoco han usado tu conocimiento solo para hacer bombas —recordó Niko—.
Los rayos x y muchos otros aparatos que hay en los hospitales utilizan tu fuerza y han salvado muchas vidas. La energía nuclear que se utiliza en mi mundo es gracias a ti, a tu fuerza. Todo eso también lo han construido los humanos. ¡No todo es malo!
—Ojalá todo el mundo supiese verlo como tú, Niko —sentenció la tercera hermana—. Al fin y al cabo, tanto mis hermanas como yo no somos ni buenas ni malas, es el uso que se hace de nosotras lo que determina el resultado. Veo que sois conscientes de los peligros, pero también de las ventajas de mi fuerza. Habéis superado la prueba, demostrando que no sois mentalmente débiles. A partir de ahora, mis bosones W y Z también os ayudarán.
Los bufones hicieron una reverencia confirmando las palabras de su dama, que con unos mágicos movimientos de sus manos hizo aparecer otra pieza del talismán. Aquel trozo estaba hecho de topacio y brillaba mucho más que los otros dos que ya tenían. Un sutil grabado de estrellas decoraba aquel cuarto de colgante.
—Ahora partid —se despidió la Fuerza Nuclear Débil—. Os queda poco ya, pero el camino no va a ser llano. De momento, os enviaré de regreso al inicio.
Niko añadió la nueva pieza a las otras dos. Al unirlas se fusionaron como si siempre hubiesen formado un todo. El colgante quedaba ya casi completo, solo faltaba un fragmento.
Les quedaba por recorrer la última de
las cuatro sendas.