Al aparecer de nuevo en el inicio de las sendas, los tres amigos resoplaron. Pese a que cada vez estaban más cerca de acabar el recorrido, no celebraron el último éxito con tanto entusiasmo como los dos primeros. Quizá porque ya no estaban para fiestas o porque el cansancio empezaba a hacer mella en ellos.
Niko se colocó el colgante bajo la camiseta. Tan solo faltaba una cuarta parte del medallón para que estuviera completo.
—Si superamos la última de las cuatro sendas —dijo el hada rompiendo el gélido silencio—, podremos llegar a Decoherencia.
«SÍ, Y TAMBIÉN SERÁ EL MOMENTO EN QUE TENDRÉ QUE SEGUIR SOLO»,
pensó Niko, que enseguida apartó ese pensamiento para adentrarse con sus amigos en el último túnel.
Tras caminar apenas unos cien pasos en la oscuridad, apareció frente a ellos una frondosa senda, bordeada por unos árboles tal altos y robustos que parecían colosales muros de madera.
El camino acababa súbitamente frente a una gran montaña. Allí, unas puertas rocosas eran custodiadas por las descomunales estatuas de dos guardas dormidos.
Niko y Quiona inspeccionaron las puertas excavadas en la piedra en busca de algún mecanismo que permitiese abrirlas.
—Hay unas runas grabadas en la roca —dijo el hada mirando de cerca la puerta—. Si logramos descifrarlas, quizá nos proporcionen alguna pista para entrar ahí. Sospecho que el castillo se encuentra dentro de esta montaña.
Por su parte, Eldwen se acercó distraído a una de las estatuas para admirar los perfectos detalles con los que estaba esculpida. Para comprobar su solidez, golpeó con los nudillos los dedos de los pies desnudos de uno de los guardas de piedra.
El elfo dio un brinco hacia atrás cuando la estatua abrió un ojo y apartó molesto el pie, recriminándolo con una profunda voz ronca:
—¿POR QUÉ MOTIVO PERTURBAS MI SUEÑO, ELFO DIMINUTO?
Quiona y Niko pegaron sus espaldas contra las puertas.
El otro guarda de piedra se desperezó bostezando, y al mover el pie casi aplastó a Eldwen.
—Perdona —se disculpó mientras se agachaba para preguntar—. ¿Qué hacéis en las puertas del castillo de nuestra dama?
—Necesitamos llegar hasta ella. ¿Seríais tan amables de abrir las puertas para que podamos pasar? —preguntó Quiona con una voz angelical.
—Abrir las puertas es sencillo —respondió divertida la estatua de piedra—. Lo único que necesitáis es colocar una jarra con cuatro litros de agua sobre esta báscula.
Mientras hablaba, el otro gigante fue a por una balanza, también de piedra, y la dejó delante de los visitantes.
—Si ponéis en ella exactamente cuatro litros de agua, las puertas de piedra se abrirán. Pero para ello solo podéis usar estos dos recipientes.
Dicho esto, ofreció a Eldwen dos jarras vacías: una de cinco litros y otra de tres. Acto seguido, su colosal compañero golpeó la pared con el dedo índice y se abrió una pequeña grieta por la que empezó a brotar un hilito de agua.
—Ahí tenemos otro enigma —dijo Niko a sus amigos—. Quiona, esta es tu especialidad. Dime que sabes cómo solucionarlo.
El hada le arrancó las jarras al elfo y, con expresión seria, se perdió en sus cábalas.
—Creo que tengo la respuesta —dijo Eldwen tímidamente—. Es un juego matemático. Sigue mis instrucciones, Quiona:
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PRIMERO LLENA LA JARRA DE TRES LITROS. Y LUEGO VIERTE SU CONTENIDO EN LA DE CINCO LITROS. |
El hada siguió las instrucciones de su amigo, que prosiguió con su explicación:
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—AHORA VUELVE A REPETIR LO MISMO. PERO TE DARÁS CUENTA DE QUE COMO LA JARRA DE CINCO LITROS YA TIENE TRES DE AGUA, SOLO PODRÁS METER DOS LITROS MÁS. |
—¡Eso me deja con un litro en la primera jarra! —exclamó excitada el hada, que ya había entendido cómo terminar.
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—¡EXACTO! AHORA, VACÍA EN EL SUELO LO QUE HAYA EN LA JARRA DE CINCO LITROS, Y VIERTE EN ELLA EL LITRO QUE TE HA QUEDADO EN LA DE TRES. |
—Y ya solo tenemos que llenar por entero de nuevo la jarra de tres litros y verterla en la de cinco, que ya tiene un litro —completó Niko dando saltos de alegría—.
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¡ASÍ YA TENEMOS UNA JARRA CON CUATRO LITROS! |
Emocionada, Quiona depositó el recipiente en la balanza. Tal y como habían prometido los guardianes de piedra, el mecanismo de las puertas se activó.
¡Habían superado la última prueba!
—Esto ha sido mucho más sencillo de lo que imaginaba —exclamó Niko mientras abrazaba a sus amigos.
Interrumpiendo la celebración, el guardián de piedra les advirtió:
—El camino que os queda es largo. Tan solo habéis abierto las puertas, lo que os espera tras ellas es mucho más peligroso. Antes de llegar al castillo de la Fuerza Gravitatoria os tendréis que enfrentar a peligros que ni os imagináis. ¡Os deseo suerte, amigos!
Acto seguido, las dos estatuas volvieron a sus posiciones originales y cerraron los ojos, sumiéndose de nuevo en un profundo sueño.
—¡Sin miedo! —animó Eldwen a sus amigos—. Hemos conseguido llegar hasta aquí, así que no me imagino ninguna prueba, por peligrosa que sea, que nos pueda frenar.
Y los tres atravesaron juntos las puertas de piedra.
Tras ellas, un puente de madera se extendía hasta llegar a los porticones de un macizo fuerte. A ambos lados del puente, un acantilado del que no se veía el fondo.
Niko lanzó una pequeña piedra y prestó atención para oír cómo tocaba el suelo. Pero no oyeron nada, lo cual le hizo pensar en la altura que deberían atravesar.
—Será mejor que no os acerquéis a los bordes —sugirió a sus dos amigos con una creciente sensación de vértigo.
Al ver sus caras paralizadas por el terror, dirigió su mirada hacia la misma dirección y descubrió el motivo por el que estaban más blancos que la cera…
Por el puente se acercaban
Espectros Negros
Había un motivo especial para que esos seres causasen tanto pánico a sus amigos. Aquellos espectros estaban formados por esencias de agujeros negros y eran, en palabras de Eldwen, los peores vampiros del universo ya que absorbían por completo a sus víctimas hasta hacerlas desaparecer.
Niko ya se había enfrentado a uno de ellos en su primera aventura en el mundo cuántico. Contra todo pronóstico, había conseguido sobrevivir tuneleándolo.
Pero allí no había solo un espectro negro, sino nueve. Se acercaban en formación, tres filas de tres espectros cada una, ocupando totalmente el puente para que nadie pudiese cruzarlo.
Y se aproximaban lentamente hacia ellos.
Niko sacudió por los hombros a su hada, que seguía paralizada, para hacerla reaccionar:
—Quiona, necesito que teleportes a Eldwen hasta el final del puente.
—Pero… —dijo ella todavía balbuceando— ¿y tú? ¡No puedo teleportaros a los dos!
—Yo los tunelearé. Ya lo hice al año pasado. Es la única manera de que podamos pasar todos.
—Niko, el año pasado te enfrentaste a uno solo, aquí tendrías que pasar por tres barreras de espectros negros seguidos. ¡Es un suicidio!
—Y yo que pensaba que eras la que más fe tenía en que yo fuese el elegido… —dijo con una media sonrisa—. No hay tiempo para discutir, por favor, hazme caso.
Ante la tozudería de su amigo, Quiona agarró a Eldwen, que también seguía paralizado por el miedo, y extendió sus hermosas alas.
Preparado para el choque, Niko respiró profundamente y arrancó a correr hacia los espectros. Sintió dolor en todo su cuerpo cuando atravesó la primera fila de espectros negros, pero consiguió tunelearlos.
Sin tiempo para pensar, volvió a respirar y se adentró de pleno en la segunda fila. En esta ocasión, sintió que el dolor era tan intenso como si fuera arrastrado por mil caballos, cada uno en una dirección distinta.
«NO PUEDO DESMAYARME… AÚN NO
—SE DIJO CON UN TERRIBLE MAREO— TODAVÍA QUEDA OTRA FILA DE ESPECTROS.
¡TENGO QUE ATRAVESARLOS!»
De este modo consiguió, a duras penas, atravesar consciente la segunda fila. Todavía no había recuperado el aliento, cuando los últimos espectros se abalanzaron hambrientos sobre él.
Niko sintió cómo su cuerpo se desgarraba. Una nube gris cubrió su mente, incapaz de soportar tanto dolor. Mientras se dejaba caer en el abismo de la inconsciencia oyó a lo lejos la voz de Quiona, que lo llamaba para que regresase. Pero no tenía fuerzas para continuar.
Iba a quedar atrapado para siempre en el espectro negro cuando sintió unas manos firmes que lo empujaban, mientras una voz conocida le decía:
—Adelante, Niko, solo un empujón más y habrás atravesado al último espectro…
Era la reconfortante voz del Maestro Zen-O. Haciendo un extraordinario esfuerzo, gracias al impulso del maestro, Niko consiguió salir de la oscuridad.
¡Había logrado tunelearlos a todos!
Ya al otro lado del puente, Quiona y Eldwen agarraron a su amigo, uno por cada lado, para impedir que cayese de rodillas al suelo. Estaba extenuado y tenía heridas en los brazos y las piernas.
Cuando el hada pasó suavemente la varita por su cuerpo malherido, Niko sintió un calor reconfortante mientras las heridas cicatrizaban.
—¿Dónde está? —preguntó desorientado buscando a su alrededor.
—¿Quién? —dijo Eldwen preocupado.
—El Maestro Zen-O… Él me ha ayudado a salir del último espectro cuando ya no tenía más fuerzas.
—Niko… Habrá sido un delirio. El Maestro no está aquí.
—¡Listo! —los interrumpió Quiona—. Las heridas deberían dolerte mucho menos ahora. Espero que podamos continuar.
Los tres amigos abrieron las puertas de madera de la robusta fortaleza.
Al otro lado solo había oscuridad. Niko observó reticente el umbral. No quería caer de cabeza en otra trampa.
De repente, a sus espaldas, Eldwen pegó un grito ahogado. Los espectros negros se habían dado la vuelta y avanzaban hacia ellos. Aterrorizado, el elfo apremió a Quiona y a Niko para que cruzaran las puertas.
Pronto se dieron cuenta de que bajo sus pies ya no había suelo. Tras perder el equilibrio, cayeron por un hueco.
Los tres amigos se deslizaban a velocidad de vértigo por un tobogán interminable con bruscos giros y curvas cerradas.
Niko oía tras de sí a Eldwen y Quiona hacer un ruido sordo al avanzar por el túnel, y justo cuando se preguntaba qué sucedería cuando el descenso terminase, el túnel tomó una inclinación levemente más horizontal, con lo que la velocidad disminuyó.
Un atisbo de claridad al final del tobogán los preparó para la llegada inminente.