27 UN BESO ENTRE DOS MUNDOS

Tras despedirse en el templo del anciano, que les agradeció efusivamente los servicios prestados, Niko y sus amigos utilizaron el armario teleportador para trasladarse a la plaza Dirac.

Tan pronto llegaron a la taberna Braket, se dieron cuenta de que las noticias habían volado.

El tabernero estaba descolgando el cartel que había exhibido hasta entonces como bienvenida a los humanos. Por la expresión tensa de su rostro, quedaba claro que los había reconocido. Aun así, no les dijo nada cuando entraron en su local.

Reconocieron a Kronos, Irina y Dlanod en una mesa redonda al final del salón. Mientras iban a su encuentro, el resto de clientes del bar cuchicheaban por lo bajini, pero con el suficiente descaro como para que Niko supiese sin duda alguna que hablaban de él.

No parecían dispuestos a regalarle halagos y pedirle autógrafos, como la última vez que estuvo allí. Un grupo de elfos que estaban al lado de la mesa que ocupaban los amigos de Niko se levantaron para irse refunfuñando del local.

Todavía no se habían sentado a la mesa cuando el camarero se les acercó y les dijo entre dientes:

—Mirad, yo no tengo ningún problema con los humanos. Siempre he opinado que Melinda exagera en sus noticias. Esa periodista no me ha gustado nunca, pero no quiero ningún problema en mi taberna.

—No te preocupes —dijo Irina levantándose indignada—. ¡Nos vamos!

Dlanod le alcanzó un periódico al Maestro Zen-O. En la portada salía una fotografía de Niko con el titular:

por Melinda Strange.


—Al parecer, alguien ha filtrado la noticia de que un humano era el causante de la destrucción del mundo cuántico, y Melinda ha aprovechado para hacer un poco de su periodismo amarillo —resumió Dlanod—. Niko, siento mucho que te salpique de este modo. ¡Es muy injusto! Vayamos a mi casa, allí estaremos tranquilos.

—¿PERO CÓMO?… ¿CULPAN A NIKO DE LO QUE HA SUCEDIDO?

—preguntó atónita Quiona mientras salían de la taberna en dirección a casa de Eldwen.

—No, pero sí a los humanos —respondió Irina todavía indignada—. Y las palabras que usa Melinda Strange en su artículo son exactamente las mismas que utiliza siempre Anred.

—¡Ese canalla! —exclamó Eldwen.

—Pues ese canalla ya no es subdirector del CIC —añadió Irina.

—Eso es una buena noticia, ¿no? —preguntó Niko.

—Por desgracia, no —respondió la elfa—. Aparte de publicarse este artículo contra los humanos, también ha habido muchos quejándose del director del CIC por haber negado que hubiese problemas en las fronteras de nuestro mundo. Tanto que al final ha tenido que dimitir.

—No me extraña —juzgó Eldwen—. No hizo caso de ninguna de las advertencias que le llegaron.

—Sí, lo malo es quién es su sustituto… —interrumpió Dlanod—. ¡Adivinad!

—POR FAVOR —DIJO QUIONA—, DECIDME QUE NO ES ANRED EL NUEVO DIRECTOR.

—Así es —dijo Irina confirmando sus peores temores.

Una vez en casa de Eldwen, los tres protagonistas contaron a sus amigos con todo detalle las aventuras vividas en la Senda de las Cuatro Fuerzas.

Los oyentes prestaban gran atención al relato, en su mayoría contado por Eldwen y Quiona, que provocaban exclamaciones de sorpresa en los momentos álgidos de la narración.

Niko estaba distraído observando al Maestro Zen-O y a Kronos, que comentaban otra jugada entre susurros.

Cuando el elfo y el hada llegaron a la parte del portal negro, le pidieron a Niko que siguiese el relato. Al contar cómo había conseguido salir de allí, Eldwen y Quiona se emocionaron. También ellos se enteraban por primera vez de que habían participado indirectamente en el éxito de aquella parte de la misión.

—Fue cuando os sentí tan cerca, cuando supe que podía salir del portal. No me preguntéis cómo.

—Entonces —interrumpió Dlanod—,

EL SECRETO PARA UNIFICAR TODAS LAS FUERZAS, ¿NO LO HALLASTE DENTRO DEL AGUJERO NEGRO?

—Siento decepcionarte —le respondió Niko encogiéndose de hombros—. Me temo que no era necesario dar con una nueva teoría para conseguir atravesar el portal. De hecho, yo sigo sin saber cuál es la tan buscada

«teoría unificada».

—Que no seas consciente —lo interrumpió el Maestro Zen-O— no quiere decir que no dieses con ella sin saberlo y la utilizases para llegar a tu destino.

—No entiendo…

—Piénsalo bien —le sonrió el maestro—.

El sentimiento que experimentaste al ver a tus amigos, ¡esa es la fuerza más poderosa del universo!

—¿QUIERES DECIR QUE ES TAN SIMPLE COMO ESO, EL AMOR?

—Puede parecerte simple, pero fue lo suficientemente fuerte como para sacarte del portal negro y llegar hasta las tierras de Decoherencia.

—Vaya, vaya… —dijo Dlanod rascándose la barbilla—. Voy a tener que investigar un poco más sobre esto.

Tras aquella reflexión, Eldwen y Quiona narraron la batalla que había librado Niko con el profesor y les enseñaron el amuleto que todavía tenía colgado en el cuello.

Por supuesto, ni el elfo ni el hada nombraron a los ETERNOS ni sus objetos mágicos. Tampoco sabían nada de la persona que había tras el profesor Verrader y que le había proporcionado un amuleto, pero Dlanod fue lo suficientemente suspicaz para preguntar:

—NO PUEDO ENTENDER CÓMO UN HUMANO QUE NUNCA ANTES HABÍA ESTADO EN EL MUNDO CUÁNTICO, PUDO LLEGAR POR SÍ MISMO HASTA LAS TIERRAS DE DECOHERENCIA, Y MENOS AÚN, CÓMO LOGRÓ ENCARCELARLA DE ESE MODO. ¡AQUÍ HAY ALGO NO ENCAJA!

—Tienes toda la razón, Dlanod —dijo el Maestro mientras encendía con calma su pipa—. El humano no es el problema, jamás habría logrado hacer tanto daño por sí mismo. Sabemos que alguien le dio el amuleto de la Senda de las Cuatro Fuerzas para luchar contra Niko y la información sobre cómo retener a Decoherencia.

—¿Cómo? —preguntó Quiona—. No nos habíais dicho nada de esto.

—No queríamos que los agentes del CIC lo supiesen —se justificó Niko.

—Y es mejor que esa información quede entre nosotros hasta que sepamos algo más —sentenció el Maestro.

—Por supuesto, puedes contar con nuestro silencio —dijo Dlanod en nombre de todos.

—Y ahora, no dejemos que esta noticia nos amargue la tarde —interrumpió Kronos—. En realidad, deberíamos estar celebrando el éxito de hoy. Hemos ganado una batalla importante, y especialmente gracias a ti, Niko.

Terminó aquella frase levantando una copa. En unos segundos, Eldwen y sus padres habían llenado la mesa de manjares y brebajes para celebrar la victoria.

Cuando comprobó que estaban todos suficientemente entretenidos, charlando y riendo entre ellos, Niko aprovechó para llamar la atención de Quiona y Eldwen.

Haciendo un aparte, les habló en voz baja de los ETERNOS, del reloj que Kronos le había dado el año anterior y de lo que habían hablado con Decoherencia.

Aunque se saltó el detalle de que el gato de Schrödinger era en realidad el maestro, no dejó pasar el detalle de que Zen-O le había preguntado a la joven sobre su propio hermano.

—¿ZEN-O TIENE UN HERMANO?

—lo interrumpió Quiona sorprendida—. ¡Hace mucho que lo conozco y jamás me había hablado de él!

—SI EL MAESTRO SOSPECHA QUE ES EL VILLANO QUE ESTÁ TRAS ESTOS ATAQUES…

—susurró Eldwen—. No me extraña que nunca haya hablado de él.

—Sea como sea, está claro que los problemas no han terminado enviando a Verrader sin memoria al mundo clásico.

—Estaremos preparados sea lo que sea

—dijo Eldwen convencido.

—Estoy seguro de que así será —los interrumpió el Maestro con una sonrisa—. Pero, de momento, debemos prepararnos para que Niko vuelva a su mundo. Quiona, ¿puedes encargarte tú de teleportarlo a casa?

Kronos se les acercó, y tras él, el resto del grupo.

—NO TIENES QUE PREOCUPARTE POR EL TIEMPO —LE DIJO EL RELOJERO—. LLEGARÁS A CASA ANTES QUE TUS PADRES. NADIE SABRÁ QUE HAS ESTADO AQUÍ.

—Muchas gracias, Kronos —dijo el joven humano con tristeza.

Después de abrazar y despedirse de todos, Quiona y Niko se dispusieron a partir.

El hada blandió sus hermosas alas, y con Niko de la mano, desaparecieron.

La habitación del chico estaba tal cual la habían dejado antes de partir. Se hizo un incómodo silencio; Niko no sabía cómo despedirse de Quiona.

—Esta vez nada ni nadie conseguirá que no estemos en contacto —lo tranquilizó el hada—. Este comunicador lo ha diseñado Dlanod. Con él podremos estar en contacto siempre que quieras.

—¡Atómico! —exclamó Niko mientras estudiaba el aparato—. Así me tendréis al día de todo. Si pasa algo extraño de nuevo, podréis avisarme rápidamente.

—Sí. Por mucho que disimulasen, es obvio que Kronos y Zen-O ya están manos a la obra y no dejarán de investigar. No podrán evitar que meta mi nariz de hada en sus asuntos. Te contaré todo lo que averigüe.

Volvió a crearse un instante de silencio entre los dos. Niko metió tímidamente las manos en los bolsillos de su pantalón y sintió la rugosidad del papel que tenía guardado junto al reloj de Kronos: el enigma que Quiona le había dado la última vez como despedida.

Cuando se lo mostró, ambos rieron por la ironía, pues el enigma era:

¿cuál es la mayor de todas las fuerzas del universo?

—Así que tú ya habías descubierto el secreto de las fuerzas antes de que todo empezase —bromeó Niko.

—La verdad es que no sabía que lo sabía —dijo ella sonrojándose mientras lo miraba fijamente a los ojos—. Pero me alegra saber que, pese a no haber estado contigo hasta el último momento, en cierto modo, estaba allí acompañándote.

Como si un inesperado campo gravitatorio los hubiera atrapado, sin darse cuenta, los labios de Quiona se acercaron a los de Niko hasta rozarse.

Una voz estridente del piso de abajo arruinó aquel momento de intimidad.

—NIKO, ¿ERES TÚ?, ¿QUÉ HACES TAN PRONTO EN CASA?

—¡HA LLEGADO MI MADRE!

—susurró él sobresaltado y con las mejillas ardiendo.

—Entonces será mejor que me marche. Guarda bien el comunicador que te he dejado. ¡Hablamos pronto!

Antes de extender de nuevo sus hermosas alas para desaparecer, Quiona se puso de puntillas y le dio a Niko un tierno beso en los labios que —al menos por su parte— uniría para siempre ambos mundos.