Niko despertó con las sábanas empapadas de sudor frío. De un manotazo, activó la pantalla táctil para ver el reloj. Faltaba todavía media hora para que sonase la alarma, pero sabía que el malestar que sentía no lo dejaría seguir durmiendo.
Se incorporó para localizar el origen de aquella desagradable sensación:
hacía rato que el reloj de bolsillo, que llevaba colgado con una cadena al cuello, emitía un calor anormal.
Niko se desabrochó la cadena e inspeccionó aquel peculiar objeto. Aparte de calor, liberaba un ligero zumbido. Intentó por enésima vez abrirlo, nuevamente sin éxito. Resignado, volvió a colgarlo de su cuello y lo protegió con ambas manos.
Desde su última visita al mundo cuántico no se había separado de él bajo ninguna circunstancia. Aquel reloj que Kronos le había regalado en su primera despedida tenía un poder codiciado por seres de todo el cosmos. Era uno de los eternizadores, los objetos en los que los Eternos habían depositado su poder.
Tras recorrer la senda de las cuatro fuerzas y superar todas sus pruebas, Niko había sabido de la existencia de estos seres:
los Eternos.
Existen desde los inicios de los tiempos, antes incluso de que naciese ninguno de los universos.
Él mismo había conocido a una de ellos: Decoherencia.
Gracias a Niko y a sus amigos, Decoherencia había sido liberada, salvando así al mundo cuántico de desaparecer en la nada. Gracias también a ese encuentro, habían descubierto que alguien pretendía hacerse con todos y cada uno de los eternizadores.
De conseguirlo, el poder de ese alguien sería tan inmenso que se convertiría en amo y señor de los multiversos.
Desde entonces, tanto él como sus amigos del mundo cuántico habían estado vigilantes, atentos a cualquier señal que les pudiese dar una pista de las intenciones de aquel misterioso enemigo.
—¡NIKO, VOLVERÁS A LLEGAR TARDE!
—gritó su madre mientras él pegaba un salto de la cama—.
COMO VAS JUSTO, PAPÁ TE LLEVARÁ EN COCHE AL INSTITUTO. YO TENGO UNA REUNIÓN IMPORTANTE EN EL TRABAJO.
—PERO ¿NO FUE AYER ESA REUNIÓN?
—preguntó Niko asomando la cabeza por la puerta de su habitación.
—NO SEAS LIANTE. LLEGARÉ TARDE ESTA NOCHE. TIENES LA CENA PREPARADA EN LA NEVERA: HOY TOCA VERDURA. MAÑANA COMERÁS PIZZA.
—Y, antes de salir por la puerta de casa, gruñó—:
VAS A HACER QUE TU PADRE LLEGUE TARDE. AL TRABAJO.
—¿CÓMO?
—protestó—.
¡AYER CENAMOS VERDURA Y PROMETISTE QUE HOY TOCABA PIZZA!
?
La protesta quedó en el aire. Su madre ya se había ido.
Una vez en el instituto, todavía adormilado, Niko se dirigió a toda prisa hacia el gimnasio, pero allí no había nadie de su curso. Confundido, fue hacia su aula, vestido con la ropa de deporte.
En el pasillo se dio de bruces contra uno de los profesores que vigilaba que ningún estudiante quedase rezagado.
Mientras se disculpaba, levantó la vista para ver la cara, roja de rabia, de Verrader, su antiguo profesor de física, el mismo que, bajo la influencia e instrucciones de aquel misterioso enemigo, había secuestrado a Decoherencia y estuvo a punto de destruir su querido mundo cuántico. Los agentes del Centro de Inteligencia Cuántico, cumpliendo las órdenes de Anred, le habían borrado la memoria, eliminando cualquier recuerdo sobre lo acontecido. Sin embargo, lo que no habían eliminado era la rabia incontrolable que el profesor sentía hacia él.
—¡OTRA VEZ TÚ! ¿SE PUEDE SABER QUÉ ESTÁS HACIENDO A ESTAS HORAS POR EL PASILLO? ESTA VEZ SÍ QUE VOY A ABRIRTE UN EXPEDIENTE. ¡SÍGUEME AL DESPACHO DEL DIRECTOR!
—PRECISAMENTE VENGO DE LA SALA DE PROFESORES
—se inventó con malicia—.
ME HAN PEDIDO QUE LE DIGA QUE SU MADRE LO ESTÁ BUSCANDO…
En la batalla que habían mantenido antes de liberar a Decoherencia, Niko había descubierto que era lo que más temía Verrader: su madre. Visiblemente traspuesto, el profesor tartamudeó:
—OH… ES-ESTÁ BIEN. VUELVE A CLASE.
Aguantándose la risa, Niko se apresuró a subir la escalera hasta el segundo piso del instituto, donde se encontró a Marta, una compañera de su curso.
—¿Qué ha pasado con la clase de gimnasia? —le preguntó Niko—. No sabía que hubiesen cambiado el horario…
La chica lo miró extrañada y respondió:
—Pero ¿qué dices? Yo llego tarde porque vengo de hacerme un análisis de sangre. Gimnasia toca mañana… no hoy.
—Lo del análisis no colará —dijo Niko antes de llamar a la puerta—. Ayer llegaste tarde con la misma excusa.
Su compañera lo miró sin entender.
Blanca, la profesora de física, había empezado la clase y allí estaban sentados todos sus compañeros.
—Niko, Marta —los regañó—, ya sabéis las normas: si llegáis tarde, tenéis que resolver mi enigma. Escuchad con atención.
EN UN ANTIGUO REINO, SOLO SE PODÍA EJECUTAR A UN CONDENADO A MUERTE MEDIANTE LA HORCA O LA SILLA ELÉCTRICA. LLEGADO EL MOMENTO DE LA EJECUCIÓN, EL VERDUGO LE ANUNCIÓ AL CONDENADO:
«SI DICES LA VERDAD SERÁS EJECUTADO EN LA HORCA, Y SI MIENTES, EN LA SILLA ELÉCTRICA.»
EL PRESO DIO UNA RESPUESTA QUE DEJÓ AL VERDUGO TAN PERPLEJO QUE NO PUDO, SIN CONTRADECIRSE, MATAR AL PRESO NI EN LA HORCA NI EN LA SILLA ELÉCTRICA.
¿QUÉ ES LO QUE DIJO
EL CONDENADO?
Niko miró sorprendido, primero a Blanca y luego a Marta. Su confusión iba en aumento, y no por el enigma en sí, sino porque era el mismo que Blanca le había formulado a Marta el día anterior.
—El preso dijo: «Me ejecutaréis en la silla eléctrica» —balbuceó—. Si lo que el pobre condenado ha dicho es verdad, entonces no pueden condenarlo a la silla eléctrica, un medio reservado para los que mienten. Por otro lado, si lo ejecutan en la horca, el condenado estaría mintiendo. Así que tampoco pueden usar ese medio, reservado para los que dicen la verdad.
Blanca aplaudió entusiasmada:
—Excelente, Niko, ¡qué rápido has sido! Esta vez te has superado a ti mismo, pero… ¿qué haces con la ropa de deporte, despistado? Venga, los dos, sentaos —los apremió—. Hoy voy a presentaros a una de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza:
Mientras se apresuraba a ocupar su sitio, la confusión de Niko se transformó en preocupación. Aquella clase de física era exactamente la misma que había recibido el día anterior.
¿Acaso estaba viviendo un gigantesco déjà vu?
—La fuerza de la gravedad —explicó la profesora— es la responsable de que los planetas den vueltas alrededor del Sol, y también la que hace que las manzanas caigan sobre las cabezas de los científicos. Precisamente esa es la anécdota que se cuenta sobre Isaac Newton. Se dice que una tarde de verano de 1666, mientras el científico reflexionaba sobre los movimientos planetarios, una manzana cayó sobre su cabeza. Según los historiadores, cuando estaba cavilando bajo el árbol la vio caer al suelo y no sobre su cogote, pero el resultado fue el mismo. Eso le hizo preguntarse:
¿por qué caen las cosas al suelo?
»Llegó a la conclusión de que la fuerza responsable de que la Tierra dé vueltas alrededor del Sol es la misma que hace que caigan las manzanas del árbol. Así fue como Newton estableció las bases de la gravitación universal…
Tras escuchar diez minutos de una lección que recordaba perfectamente, se le ocurrió consultar la fecha en su teléfono móvil. Dio un respingo al comprobar que en la pantalla brillaban los dígitos con la fecha del día anterior.
Mientras tanto, Blanca seguía con la explicación que Niko ya conocía:
—Con la fuerza gravitatoria de Newton supimos de la existencia de la primera Constante de la naturaleza:
la de la gravitación universal,
que, curiosamente, no solo aparece en la física clásica de Newton, sino también en la teoría de la relatividad de Einstein.
»Newton, aparte de ser un gran científico, también se interesó por muchas otras áreas de conocimiento, como la alquimia. Los alquimistas anhelaban encontrar el modo de transformar los metales en oro. Por lo que sabemos —añadió sonriente al ver la cara de expectativa de sus alumnos—, él nunca lo consiguió.
«Ahora la secretaria la interrumpirá para darle las fotocopias con las tareas de física», se dictó Niko reproduciendo lo que recordaba.
Y sucedió exactamente lo que él esperaba. Ya no le quedaba ninguna duda: estaba repitiendo el día anterior.
Niko acercó la mano a su pecho, donde el eternizador seguía zumbando y emitiendo aquel calor que lo había despertado de buena mañana.
Algo no iba bien.
Tras inventarse una excusa para salir del aula, Niko partió a toda prisa. Debía ir a casa y advertir a Quiona de lo que estaba sucediendo.
En el pasillo casi chocó con Beppo, el portero del colegio, que barría el suelo con su habitual calma. Al verlo, el anciano lo miró a los ojos y dijo:
—Niko, cuando tengas prisa, debes ir paso a paso, lentamente… Es el único modo de avanzar. ¡Sobre todo cuando el tiempo está en tu contra!
El joven se sorprendió al oírlo. Normalmente, Beppo era de pocas palabras, y las veces que abría la boca era para decir cosas sin sentido. Por eso todos consideraban que estaba chiflado. Sin embargo, en aquella ocasión sus palabras eran enigmáticamente acertadas.
Por un momento estuvo tentado de preguntarle si sabía lo que estaba sucediendo, pero Niko finalmente decidió seguir su plan original: debía contactar urgentemente con Quiona, su hada cuántica.