2 DESAPARECIDA

Mientras subía de tres en tres los escalones hasta su habitación, Niko oía el tintineo del comunicador. Su amiga lo estaba llamando, y sospechaba que tenía relación con lo que estaba ocurriendo con el tiempo.

Una vez en su cuarto, para su sorpresa, no apareció el holograma de Quiona en el comunicador, sino el de Eldwen, el elfo que tan lealmente lo había acompañado desde su primera entrada en el mundo cuántico.

—¡Niko, por fin! —exclamó el holograma del elfo—. Llevo dos días intentando contactar contigo.

—No entiendo, ayer mismo hablé con Quiona. ¿Acaso no te lo dijo?

—Es imposible que fuese ayer… ¡Por todos los aceleradores! Ella tenía razón…

—Entonces, ¿Quiona también lo ha notado?

¡Algo raro está pasando
con el tiempo, Eldwen!

Niko se disponía a contarle a su amigo lo que le había ocurrido desde que se despertó: cómo se había comportado el eternizador y cómo él había revivido el día anterior, pero Eldwen, visiblemente incómodo, se apresuró a decirle:

—QUÉDATE EN TU HABITACIÓN,
NO HAGAS NI DIGAS NADA.

Niko se quedó de piedra. No era propio de Eldwen dar órdenes.

—¿ME HAS OÍDO BIEN?

—le insistió el elfo visiblemente alterado—.

¡NO TE MUEVAS!

Sin dar más explicaciones, Eldwen cortó la comunicación. El holograma del elfo desapareció y la habitación se quedó en silencio, un silencio roto por el zumbido del eternizador, que resonaba todavía con más fuerza en su cabeza.

Desconcertado por el brusco comportamiento de su amigo, en la mente de Niko surgían preguntas como setas:

No pasaría mucho tiempo antes de que Niko obtuviese respuesta a todas esas preguntas. El perchero de su habitación y la mesita de noche empezaron a deshacerse frente a él. Literalmente, pues, una a una, las partículas que antes formaban sus muebles se convirtieron en dos remolinos frenéticos.

Niko ya había visto algo parecido antes. Aquello era la señal de que alguien se estaba teleportando a su cuarto. Se apartó a un rincón con la esperanza de ver a Quiona aparecer frente a él.

Pero ninguno de los dos remolinos se transformó en su hada. En el más alto apareció el Maestro Zen-O, con su larga barba blanca. Sus ojos eran tal y como los recordaba, avispados y de un profundo color topacio, pero esta vez, acompañados por unas pronunciadas ojeras que reflejaban la preocupación que todos compartían. A su lado, Eldwen estaba visiblemente mareado por culpa de la teleportación. Su frente, enmarcada por el pelo de color cobrizo, se veía cubierta de gotitas de sudor.

Niko se apresuró a acercarle una papelera, antes de que el elfo vomitase en el suelo de su habitación.

—Zen-O, Eldwen, ¡me alegro mucho de veros! —les dijo mientras los abrazaba—. El tiempo aquí se ha vuelto LOCO… Todo ha empezado esta mañana. Maestro, creo que el reloj de Kronos me ha protegido de lo que sea que esté sucediendo. Desde que me desperté se comporta de un modo distinto.

¿TAMBIÉN HA PASADO LO MISMO EN EL MUNDO CUÁNTICO?

—El tiempo se ha alterado en todo el universo, Niko —le respondió Zen-O—. En el mundo cuántico se está ralentizando y, por lo que veo, en el tuyo ya va hacia atrás. Pero esa no es la única mala noticia.

—QUIONA HA DESAPARECIDO

—anunció el elfo—. Ella fue la primera en sospechar que algo terrible le ocurría a Tiempo, el mayor de los Eternos. Quiso adentrarse en su reino, pero sin una dirección correcta es muy fácil perderse en el tiempo. Nos tememos que se ha quedado atrapada allí.

—Debemos ir a rescatarla —exclamó Niko con decisión—. ¿A qué estamos esperando?

—Querido amigo —lo tranquilizó Zen-O, poniéndole una mano en el hombro—. Las prisas son malas consejeras, sobre todo cuando tenemos a Tiempo en contra. No sabemos qué ha sido del mayor de los Eternos, si está en peligro, si también lo han secuestrado, como hicieron con su hermana pequeña Decoherencia... Además, todo apunta a que nuestro misterioso enemigo pretende hacerse con su eternizador, aunque ambos sabemos que no está en su reino, sino que lo tienes tú... Así que lo último que queremos es que dé contigo.

Niko protegió el reloj con ambas manos.

—Quiona no es la única que ha desaparecido —explicó Eldwen—. Kronos ha sido detenido por los agentes del CIC, el Centro de Inteligencia Cuántico, y no sabemos dónde lo retienen.

El Maestro Zen-O miró preocupado por la ventana de la habitación y cerró las cortinas antes de tomar la palabra:

—Siéntate, Niko. Han sucedido muchas cosas en estos dos últimos días. Como ya sabes, después del secuestro de Decoherencia, Anred se hizo con la dirección del Centro de Inteligencia Cuántico. Desde entonces ha impuesto unas prohibiciones…

—¡ABSURDAS!

—protestó Eldwen—. Con la excusa de que fue un humano quien casi destruye nuestro mundo cuántico, ha prohibido cualquier contacto con vosotros. Lo increíble es que no haya contado que fue precisamente otro humano: tú, Niko, quien nos salvó a todos.

—Sea como sea —prosiguió el Maestro—, las prohibiciones de Anred nos han perjudicado. Como bien advirtieron los ancianos de Shambla, es mucho más seguro que los agentes del CIC no conozcan qué sucedió exactamente con Decoherencia. Mejor que ignoren la existencia de los eternizadores y el poder que poseen. Lo último que queremos es que también Anred pretenda hacerse con ellos. Pero el director del CIC es astuto, sospecha que algo está sucediendo, y no parará hasta saber qué nos traemos entre manos.

—Nos tienen a todos controlados —le aclaró el elfo—. Por eso no podíamos hablar por el comunicador que tienes en casa. Sospechamos que escuchaban tus conversaciones con Quiona, pero no sabemos desde cuándo.

—Y me temo que este sitio tampoco será seguro mucho tiempo más —sentenció el Maestro—. Será mejor que nos vayamos de aquí. Eldwen, ¿estás mejor?

El elfo se incorporó y asintió pese a que todavía no había recuperado el color en su rostro. El Maestro alargó ambos brazos para agarrar a cada uno de los jóvenes.

Niko sintió un familiar tirón en el estómago. Los efectos de la teleportación eran bien conocidos para él, pero en aquella ocasión una nítida imagen de Kronos, demacrado y encerrado en una celda, apareció en su cabeza con una fuerza inmensa. A pesar de que el Maestro lo agarraba con firmeza, sintió un punzante dolor en el brazo mientras se separaba involuntariamente de él.

En menos que se dice muón, Niko sintió que sus pies volvían a tocar suelo firme.

Sabía que algo no había salido bien con aquella teleportación. Y así era: ya no estaba en compañía de Zen-O y Eldwen, sino que se encontraba en una habitación oscura.

¿DÓNDE DIABLOS HABÍA IDO A PARAR?