6 LAS TRES CONSTANTES

—BIENVENIDOS A
CEREBRO

—exclamó Dlanod presentando con entusiasmo su obra—.

ESTE ORDENADOR CUÁNTICO ES EL CENTRO DE CONTROL DE NUESTRO UNIVERSO-REFUGIO.

Habían llegado allí después de atravesar la trampilla oculta bajo el escritorio de Dlanod. A Niko, aquella entrada no le había parecido muy secreta ni muy segura, pero había seguido sin rechistar a los elfos cuando empezaron a descender por una estrecha escalera de caracol.

Un oscuro túnel daba lugar a una entrada fortificada. Tras escanear la pupila de Dlanod y su huella dactilar —aquello ya le parecía mucho más seguro—, la puerta blindada se había abierto para mostrar una gigantesca estancia esférica. De la entrada surgía un pasillo flotante que llegaba hasta el centro de la esfera.

Tras aquella presentación de película, Dlanod tomó la iniciativa y recorrió la pasarela. Niko y Eldwen lo siguieron hasta llegar al centro, donde la plataforma se agrandaba para albergar el ordenador cuántico. De él surgía un casco lleno de cables que Dlanod se colocó en la cabeza. Al instante, las paredes circulares se convirtieron en pantallas donde brillaban pequeños puntitos de luz.

El espectáculo era digno de presenciar, parecía que estuviesen en medio de un planetario.

El aparato que Dlanod llevaba en la cabeza trasladaría directamente las órdenes de su mente al ordenador cuántico. Sin decir nada ni accionar ningún botón, aparecieron como por arte de magia otros dos cascos del cuadro de mandos. Uno para cada uno de sus acompañantes.

Dlanod se los acercó mientras les explicaba:

—Desde CEREBRO podemos modificar las

tres constantes del universo

que crearemos para Kronos. Id con cuidado y no toquéis nada hasta que os dé la orden… Cualquier error podría hacer que la vida en este nuevo universo de bolsillo fuese imposible. ¡Y no queremos morir instantáneamente! Al menos hoy no.

Niko tomó entre sus manos aquel extravagante casco lleno de cables, no del todo convencido y preguntó:

—¿Qué es lo que debemos hacer? No comprendí ni una palabra de lo que Zen-O te pidió, Dlanod.

—ES MÁS SENCILLO DE LO QUE PARECE —le explicó el científico—. EN REALIDAD, LO ÚNICO QUE TENEMOS QUE HACER ES CREAR MANUALMENTE UN PEQUEÑO UNIVERSO DE BOLSILLO PARA KRONOS. NO ES MUCHO MÁS COMPLICADO QUE TEJER UN PAR DE CALCETINES.

Niko dudaba mucho que crear un universo pudiese compararse a algo tan banal, pero siguió escuchando con atención la explicación del padre de Eldwen:

—Al crear este universo, vamos a retocar a mano tres de sus constantes universales. Si lo hacemos bien, modificaremos el tiempo de Planck. Como te habrás dado cuenta, Kronos está ligado al tiempo, y como el tiempo de nuestro universo se está fracturando, nuestro amigo relojero cada vez se siente peor.

—¿Y qué constantes universales tenemos que retocar? —los interrumpió Eldwen, que ya se había puesto su casco.

—Mejor vayamos un paso más atrás —suplicó Niko—. ¿Qué son esas constantes?

Dlanod tomó la palabra y les explicó:

—LAS CONSTANTES UNIVERSALES SON COMO NÚMEROS FIJOS QUE APARECEN EN LAS LEYES DE LA NATURALEZA. NADIE SABE EN REALIDAD DE DÓNDE SALEN, HAN EXISTIDO SIEMPRE.

El padre de Eldwen hizo un movimiento con sus brazos y tres letras plateadas se proyectaron en las paredes de aquel gigantesco cerebro: una , una y una .

—Ahí están las tres más importantes:

la constante de gravitación universal,

la velocidad de la luz

y a la constante de Planck.

—Las dos primeras las conozco —dijo satisfecho Niko—.

LA ES LA VELOCIDAD DE LA LUZ, EL LÍMITE CÓSMICO QUE NADIE PUEDE SUPERAR.

Me lo contasteis tú, Eldwen, junto con Quiona y Kronos en la Relojería Relativista.

Una punzada de dolor le atravesó el corazón al recordar a su hada.

—Exacto —aprobó Dlanod—.

La luz en el vacío viaja a 300.000 kilómetros por segundo, y nada ni nadie puede superar esa constante universal.

—La segunda la dimos hoy, y también ayer… en clase de física —les contó Niko—.

MI PROFESORA DIJO QUE LA CONSTANTE DE GRAVITACIÓN UNIVERSAL MIDE LA INTENSIDAD DE LA FUERZA GRAVITATORIA. PERO la constante de Planck… NO RECUERDO HABER OÍDO NADA SOBRE ELLA ANTES.

—Pues es la más importante de nuestro mundo —explicó Eldwen—.

¿NUNCA TE HAS PREGUNTADO DE DÓNDE SALE EL NOMBRE DE

«física cuántica»?

—Pues la verdad es que no me había parado a pensar en ello…

—Todo empezó con Max Planck —le contó el joven elfo—. Este científico educado en la física clásica descubrió en 1900 una nueva constante universal. La llamó , y hoy se conoce como la constante de Planck.

—Bueno, ¿y qué hace esta ? —lo interrumpió Niko.

Dlanod movió ambos brazos, como si fuese un director de orquesta.

Las tres letras se desplazaron hacia los laterales, y en el centro se proyectó una imagen de la cocina del refugio. Allí estaban sus amigos acabando de cenar, iluminados por el resplandor de la pequeña chimenea. El científico empezó así su explicación:

—CUANDO CALIENTAS ALGO, EMITE RADIACIÓN. TÚ LO EXPERIMENTAS COMO CALOR, PERO TAMBIÉN PUEDES APRECIAR CÓMO CAMBIA SU COLOR. FÍJATE EN LAS BRASAS QUE CALIENTAN A NUESTROS AMIGOS. MIENTRAS EL FUEGO ESTABA VIVO, LAS LLAMAS ERAN DE COLOR AMARILLO, ENTONCES TIENES QUE IR CON CUIDADO PUES AL ACERCARTE TE PUEDES QUEMAR FÁCILMENTE. A ESE CALOR QUE DESPRENDEN, LOS FÍSICOS LO LLAMAMOS RADIACIÓN. PERO AHORA QUE LAS BRASAS ESTÁN UN POCO MÁS FRÍAS, LA MADERA HA TOMADO UN TONO ROJIZO. ESAS BRASAS CALENTARÁN CADA VEZ MENOS HASTA QUE SE APAGUEN Y YA NO DESPRENDAN CALOR.

Eldwen interrumpió entonces a su padre:

—Fíjate en el Sol. Nuestra estrella tiene una temperatura de unos 6.000 grados Kelvin y emite calor. Por eso la vemos amarillenta. La estrella Bellatrix, de la constelación de Orión, es gigantesca y tiene una temperatura mucho más elevada, 21.500 grados Kelvin, por eso la vemos azul. Para que un planeta no se quede frito, tiene que estar mucho más alejado de esa estrella que la Tierra de nuestro Sol.

—Entonces, si lo he entendido bien —siguió Niko—, lo que estudió Planck fue la relación entre la temperatura de los objetos y el calor que emiten. ¿Ahí es donde apareció su constante ?

—Así es, pero no le fue tan sencillo llegar a esa solución. Piensa que, a partir de entonces, los humanos, Planck a la cabeza, se adentraron por primera vez en el fascinante mundo de la física cuántica —respondió Dlanod retomando la explicación—.

VERÁS: EN LAS ECUACIONES Y TEORÍAS DE LA FÍSICA CLÁSICA HABÍA UN ERROR
catastrófico.

Eldwen interrumpió la explicación de su padre:

—Los físicos clásicos partían de la base de que la energía es continua. Esa creencia equivocada dio origen a la gran catástrofe.

—No entiendo nada de lo que dices, Eldwen.

Dlanod salió al rescate:

—IMAGÍNATE QUE LA ENERGÍA ES UNA BARRA DE MORTADELA QUE PUEDES CORTAR A LONCHAS.

Niko asintió sin saber todavía adónde quería llegar el científico.

—Según los físicos clásicos, la energía la podías partir en lonchas tan finas como quisieses, hasta llegar a hacerlas infinitamente pequeñas. Eso quiere decir Eldwen cuando afirma que la energía es continua. Si uno seguía esa norma de la física clásica para estudiar la radiación que emiten los cuerpos, llegaba a un resultado absurdo, que no encajaba con lo que sucede en la realidad.

—¿CUÁL ERA ESE CATASTRÓFICO ERROR?

—preguntó Niko—.

¿QUÉ PREDECÍA LA FÍSICA CLÁSICA QUE ERA TAN ABSURDO?

—Si sus teorías hubiesen sido correctas, si la energía fuese continua, nuestros amigos se achicharrarían al instante solo por contemplar las brasas de la chimenea. Esa era la solución, claramente incorrecta, que los físicos clásicos obtenían al predecir el calor que emiten los cuerpos calientes.

Dlanod terminó la frase señalando la imagen de la cocina que se proyectaba en las paredes. Niko soltó un grito al presenciar cómo sus amigos quedaban reducidos a cenizas.

—Tranquilo —lo calmó Dlanod—. Solo es una simulación para ilustrar lo que sucedería si la energía fuese continua.

Para su sosiego en la imagen volvieron a aparecer todos ellos sanos y salvos a la luz de la lumbre, mientras el científico seguía con su explicación:

—Max Planck se propuso encontrar la teoría correcta. Pero para ello tuvo que desafiar las creencias más arraigadas de los científicos de su época.

Descubrió que la energía no era continua. No podía hacer lonchas infinitamente pequeñas, sino que había una loncha mínima que no podía dividirse más.

A esa pequeña loncha, a ese tope de energía lo llamó cuanto de energía. Es de ahí de donde surge el nombre de

física cuántica.

—Y ese mínimo cuanto de energía —añadió triunfal Eldwen— es lo que luego se llamó : la constante de Planck.

—¿Tan extraño era eso para los físicos clásicos? —preguntó Niko, pues no le parecía algo tan dramático que la energía no fuese continua, sino que se compusiese por pequeños «paquetes».

—Imagínate a un niño en un columpio. Cuando lo empujas tienes la sensación de que se balancea suavemente, ¿no es así?

Niko asintió convencido. Para ilustrarlo, Dlanod volvió a mover sus brazos y proyectó la imagen de un niño balanceándose en el trapecio.

—En realidad, si pudieses verlo con todo detalle, te darías cuenta de que el niño avanza a saltitos. Esos saltitos son los «cuantos de energía».

Algo cambió en la pantalla. Niko pudo ver al niño, pero ahora la imagen parecía como la de esas películas antiguas que dan saltos al pasar de fotograma a fotograma, a trompicones.

De repente entendió lo que quería decirle Dlanod. Efectivamente, el niño no pasaba por todos los lugares del balanceo, sino que iba dando minúsculos brincos. Eso sí que le parecía raro, pues no era lo que estaba acostumbrado a ver en el parque.

—¿Y cómo de pequeño es ese cuanto? —preguntó Niko—. ¿Cuánto mide esa mínima loncha, o ese mínimo salto que das en un columpio?

Eldwen prosiguió la explicación:

—En realidad, es muy pequeña, por eso en tu mundo clásico no la notas al columpiarte… 0,0000000000000000000000000000000006625 Joules por segundo. ¡Pero no es cero! Esta minúscula diferencia es la que permite que el mundo cuántico exista.

—Si fuese cero, si la energía fuese continua, los físicos clásicos habrían tenido razón y no podríamos sentarnos delante de una inofensiva chimenea —exclamó entusiasmado Dlanod—. Tampoco existiría la física cuántica ¡Demos gracias por las pequeñas cosas de la vida!

Niko asintió sin estar todavía muy seguro de haber comprendido qué hacía exactamente esa constante de Planck, pero Dlanod lo arrancó de sus cábalas:

—Ahora centrémonos en nuestra misión. Niko, ponte el casco. Ya que tienes tanto interés en la constante de Planck, irás al mundo de lo más pequeño y te encargarás de modificar la del nuevo universo. Yo haré lo mismo con la de la gravitación universal y, Eldwen —dijo dirigiéndose a su hijo—, tú modificarás la velocidad de la luz.

Pero ¡atentos y seguid mis instrucciones al pie de la letra!

En cuanto Niko se puso el casco, notó que empezaba a menguar de tamaño, primero lentamente pero luego el proceso se aceleró. Encogió tan rápidamente que no le dio tiempo a gritar «¡por todos los neutrinos!» cuando ya se encontraba en un lugar completamente distinto al de sus amigos. O al menos, eso le pareció a él.