—Niko —escuchó a Dlanod llamarlo a través del casco—, ¿me oyes? Estás en la dimensión más pequeña a la que nadie ha llegado jamás.
Suspendido en el vacío, lo único que el muchacho alcanzaba a ver a su alrededor eran unos hilos plateados que tejían una red tridimensional.
—Ya deberías ver los límites de Planck —lo instruyó el científico.
—¿Son estos hilos plateados? ¡Es lo único que veo aquí!
—Eso es. Estos hilos, como tú los llamas, forman la red que delimita el tamaño de la loncha mínima que hablábamos antes. Recuerda que estamos tejiendo el nuevo universo para Kronos.
—Ah, ¿te refieres a la que encontró Planck? —preguntó Niko.
—ASÍ ES. AHORA ESCÚCHAME CON ATENCIÓN Y HAZ LO QUE TE DIGO: DEBES COGER LOS DOS HILOS QUE TENGAS MÁS CERCA Y JUNTARLOS UN POCO, PERO SOLO UN POCO.
Niko siguió las órdenes de Dlanod. Automáticamente, al juntar levemente dos filamentos, el resto de la malla se ajustó instantáneamente para conservar las mismas proporciones. Los cuadrados de la red se hicieron ligeramente más pequeños.
—¡Fantástico, Niko! Eldwen también ha terminado con la velocidad de la luz, te voy a traer de vuelta.
Niko sintió cómo empezaba a crecer de nuevo, pero algo interrumpió el proceso de vuelta. Su pie izquierdo se había enganchado en uno de los hilos plateados y estaba modificando de nuevo, sin querer, la constante de Planck. Oyó de fondo el estridente sonido de una alarma.
—¡POR TODOS LOS ACELERADORES! DEBO VOLVER A HACERTE PEQUEÑO, NIKO
—gritaba Dlanod a través del comunicador mientras el joven sentía que menguaba de nuevo—. ¡Tienes que devolver la constante a su lugar!
Pero Niko ya no oyó aquella última frase…, se había hecho demasiado pequeño, había ido más allá de las dimensiones de Planck. No estaba seguro de si seguía o no consciente, pues no veía ni sentía nada.
Solo la oscuridad lo rodeaba.
Se temía lo peor cuando vislumbró una luz que se aproximaba a él. Cuando se acercó lo suficiente, reconoció en ella una figura.
Dejó escapar un grito de sorpresa al ver a Quiona. Tenía sus alas extendidas y la envolvía un aura luminosa. Estaba incluso más hermosa y radiante de como la recordaba.
—Niko, debes volver… —le susurró con su dulce voz—. No es momento de rendirse. Necesito tu ayuda, ¡el universo entero te necesita!
—Pero… ¡no sé cómo hacerlo! Algo ha salido mal y he ido más allá de las dimensiones de la constante de Planck. Dlanod me lo advirtió: nadie ha llegado tan lejos y ha vuelto para contarlo. Es imposible, ¡estoy perdido! Siento haberte fallado a ti y a todos.
—¡NO DIGAS BOBADAS! CLARO QUE PUEDES, NIKO. NADIE LO SABE MEJOR QUE TÚ: PARA CONSEGUIR ALGO IMPOSIBLE SIMPLEMENTE HAY QUE CREER QUE ES POSIBLE.
El hada alargó su mano y atravesó el pecho de Niko. En las dimensiones en las que se movían ya no existían las barreras físicas, ni siquiera las de la piel.
—LA RESPUESTA SIEMPRE ESTÁ EN EL MISMO LUGAR… EN TU CORAZÓN
—le dijo ella con ternura.
El joven humano sintió cómo se extendía una ola de calidez desde el corazón al resto de su cuerpo. Como si hubiese activado un interruptor, Niko empezó a aumentar de tamaño rápidamente. Al mismo tiempo, la figura de Quiona fue desapareciendo, al quedarse en los límites de lo más pequeño.
Niko estiró los brazos, en un intento de retenerla, pero no había nada que pudiese hacer ya.
—No te preocupes, nos veremos pronto. ¡Sé que llegarás a mí! Mientras tanto… te dejo otro regalo.
Niko alcanzó a oír en su mente las palabras de Quiona, que recitaban el siguiente enigma:
Cuántas empanadas protónicas eres capaz de comerte con la barriga vacía?
Niko se encontró de nuevo suspendido entre los hilos plateados y recuperó la comunicación con Dlanod.
—¿ME OYES? ¿ESTÁS AHÍ?
—gritaba el científico preocupado.
—SÍ, VUELVO A ESTAR AQUÍ.
Oyó suspirar de alivio al padre de Eldwen.
—¡Por todas las fuerzas fundamentales! Vaya susto me has dado, Niko. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien, o eso creo…
—Entonces no podemos perder tiempo. Voy a traerte de vuelta lo antes posible. Desplaza de nuevo los hilos hasta que te diga basta.
Niko cumplió obedientemente las órdenes de Dlanod y, al terminar, se aseguró de no tocar ninguno de los hilos que tenía a su alrededor antes de anunciar:
—Ya puedes hacerme volver, he movido la constante de Planck como me has dicho.
En menos que se dice quark, Niko volvía a estar al lado de Dlanod y Eldwen, que le preguntó:
—¿QUÉ HA PASADO, NIKO?
—NO ESTOY SEGURO, PERO CREO QUE ME HICE MÁS PEQUEÑO INCLUSO QUE LA CONSTANTE DE PLANCK…
—ESO ES IMPOSIBLE… O MEJOR DICHO, ¡IMPROBABLE!
—lo interrumpió Dlanod—. No sé de nadie que haya podido ir más allá y que haya vuelto. ¡Esto es tan sorprendente como un fotón parado! Cuéntame todo lo que has visto allí.
Niko dudó antes de contarles su encuentro con Quiona. No sabía si había ocurrido en realidad o si lo había soñado al perder el conocimiento.
—¿Es posible que haya estado en el reino de Tiempo? Quiona está allí, ¿no? —le preguntó Niko a Dlanod.
—No creo que hayas viajado hasta allí… Estábamos creando un universo nuevo —reflexionó el científico en voz alta—. Quizá has recreado un encuentro con ella a partir de tus recuerdos.
—Pero si Quiona no era más que un recuerdo que he creado en mi mente, entonces debería saber la respuesta al enigma, y no tengo ni idea de cuál es.
—Pues es bien obvio —se mofó Eldwen, y acto seguido le dictó la respuesta—: Una. Solo comerás la primera empanada con la barriga vacía, porque cuando comas la segunda ya la tendrás llena de la primera.
Niko hizo una mueca a su joven amigo mientras Dlanod los miraba con gravedad.
—Debería conocer más el universo de lo diminuto para darte una respuesta, querido Niko, pero sigue siendo un enigma para mí —luego añadió con satisfacción—.
AL MENOS, DE ALGO SÍ QUE ESTOY SEGURO: YA TENEMOS EL UNIVERSO-HOSPITAL PARA KRONOS. ¡VOLVAMOS CON LOS DEMÁS, ESTARÁN IMPACIENTES!
Tal y como había anunciado Dlanod, la misión había sido un éxito. El miniuniverso-hospital tenía una práctica entrada desde la cocina del universo-refugio, así el resto podía cuidar del relojero mientras tuviese que estar allí recluido. Era tan pequeño que solo disponía de una sencilla pero acogedora habitación; Kronos estaría allí a salvo. Dlanod había construido un comunicador para estar en contacto con él que funcionaba entre universos, de modo que pudiera guiarlos en su entrada al
eterno reino de Tiempo.
Los habitantes del universo-refugio, contentos con aquel primer éxito, se dispusieron alrededor de la mesa para cenar.
Mientras degustaban el manjar que Apus y Vera habían preparado, planearon los siguientes pasos.
—En su críptex, Quiona me indicaba que debemos encontrarnos con Rovi-Ra en el valle de Atenip —explicó Niko.
Se ruborizó levemente al recordar que había sido en ese hermoso valle donde el hada le había dado aquel beso de mariposa.
—Yo os teleportaré hasta allí a primera hora de la mañana —añadió Zen-O—. Luego nos trasladaremos a la entrada del reino de Tiempo con la guía remota de Kronos.
Ara entraba en ese momento en la cocina y mientras se sentaba con el resto a la mesa, les anunció:
—ME TEMO QUE ESO NO SERÁ TAN SENCILLO. EL DEPARTAMENTO DE CONTROL DE TELEPORTACIONES HA REGULADO TODAS LAS TRANSMISIONES. HEMOS TENIDO QUE HACER TURNO DOBLE PARA DEJARLO TODO ARREGLADO.
—Querida —la interrumpió Vera—, Zen-O no utiliza armarios teleportadores, así que no hay problema… Los agentes del CIC no podrán seguirlos.
—Ya no es así —dijo resignada Ara—. No sé cómo lo han logrado, pero ahora mismo cualquier teleportación hará saltar una alarma. Incluso la de aquellos que se pueden teleportar sin armarios…
—¡SERÁN NEUTRINOS!
—exclamó Dlanod—. Parece mentira que a estos científicos del CIC se les agudice el ingenio en el momento menos apropiado. No queda otra opción: utilizaréis mi Harley Quantumson para llegar allí. Tendréis que partir antes de la salida del Sol.