Todavía no había salido el Sol cuando la madre de Eldwen los despertó. En la cocina, los demás ya habían acabado de desayunar. El joven elfo y Niko comieron rápido, pues Zen-O y Dlanod ya estaban en el jardín, donde ponían a punto la moto sidecar que los llevaría hasta el valle.
Niko recordaba aquel modelo de motocicleta. Su primer viaje al monte Atenip lo habían hecho en una Harley Quantumson exactamente igual a la de Dlanod.
En aquella ocasión, muy a su pesar, no sería Niko el encargado de pilotarla. Zen-O ya ocupaba el sillín del piloto y se estaba poniendo un casco de cuero. Tras ofrecerles uno a cada uno, Eldwen se sentó tras el Maestro y Niko se acomodó en el sidecar.
—LA ENTRADA AL UNIVERSO-REFUGIO ESTARÁ LISTA PARA CUANDO LLEGUÉIS
—les explicó Dlanod—. Una vez en el mundo cuántico, tendréis que hacer todo lo posible para pasar desapercibidos. Los agentes del CIC estarán vigilando.
Eldwen y Niko se miraron preocupados. No les hacía mucha gracia caer en manos de Anred al atravesar el portal del universo de bolsillo. Zen-O los tranquilizó al momento:
—No os preocupéis por eso… Tu padre, Eldwen, se ha pasado la noche en vela para construir algo especial, ¿verdad, Dlanod?
—ES UN ESCUDO DE INVISIBILIDAD
—dijo orgulloso el científico—.
SE ACTIVA CON ESTE BOTÓN VERDE.
—¡ATÓMICO!
—exclamó Eldwen—.
¿HAS UTILIZADO METAMATERIALES?
—Así es —respondió su padre, y luego le aclaró a Niko—. Son materiales que no existen en la naturaleza y pueden doblar los haces de luz de un modo singular. Si los construyes correctamente, te hacen invisible.
Vera salió en ese momento al jardín para despedirlos. Entregó a Eldwen una mochila con provisiones, pasteles y empanadas recién cocinadas.
Nada más encender el motor, el Maestro pulsó el botón gravit-off y la moto se elevó con su sidecar.
Ya salía el Sol cuando llegaron al límite del universo-refugio. Niko supo exactamente cuándo entraban en el mundo cuántico, ya que recordaba la sensación de atravesar el portal hacia un universo paralelo: era como pasar bajo una cascada fría pero que no te deja empapado.
El Maestro Zen-O presionó el botón verde siguiendo las indicaciones de Dlanod. Una tela transparente los envolvió, formando un escudo esférico a su alrededor. Era como estar dentro de una gigantesca pompa de jabón.
—¿Quieres ver cómo funciona, Niko? —le preguntó Zen-O mientras sacaba unas gafas de la guantera.
Las reconoció al momento: eran el mismo modelo que había utilizado en la Atracción Atómica. Cuando el Revisor de Pauli le había dejado sus gafotas de culo de botella, había visto con claridad los electrones y las partículas que formaban los átomos.
Dirigió la mirada hacia el escudo de invisibilidad y pudo distinguir los fotones, las partículas de luz. En cuanto alcanzaban el escudo, se desplazaban por su superficie como si fuese un tobogán y seguían su recorrido por el lado opuesto del que habían llegado.
Uno de los fotones saludó divertido a Niko.
—CUANDO ALGUIEN TE MIRA —LE EXPLICÓ ZEN-O—, EN REALIDAD ESTÁ VIENDO LA LUZ QUE REBOTA EN TI Y LLEGA A SUS OJOS. GRACIAS AL ESCUDO DE METAMATERIALES, LA LUZ SE DESVÍA Y PASA ALREDEDOR NUESTRO, DE MODO QUE NADIE PUEDE VERNOS.
Había transcurrido poco más de una hora cuando vislumbraron la silueta de las imponentes montañas del valle de Atenip.
Al llegar, Zen-O aparcó la moto cerca de una pequeña caseta de madera. En la puerta colgaba un letrero con el aviso:
Niko recordaba dónde estaban. Aquella caseta era uno de los accesos al Large Hadron Collider,
el gran acelerador de partículas de 27 kilómetros de circunferencia que se alojaba en el CERN, el mayor laboratorio de física de partículas de su mundo clásico.
En el pasado habían entrado en él para acceder al laberinto que lleva a Shambla.
—¿Rovi-Ra está en Shambla? —le preguntó a Zen-O
Antes de que el Maestro tuviese tiempo de responder, la ermitaña salió de la pequeña caseta de madera.
—Tendréis que utilizar el acelerador, pero no para encontraros conmigo.
Rovi-Ra avanzó hacia ellos, ayudada por el palo florido que usaba como bastón. Arrastraba su túnica marrón gastada por el tiempo. En la cabeza, cubriendo su melena blanca, llevaba un nido con dos pájaros durmiendo en él.
Los recibió con su amplia sonrisa, que multiplicaba las arrugas en un rostro surcado por la edad.
—CÓMO ME ALEGRA VERTE, QUERIDA AMIGA…
—dijo Zen-O mientras se daban un fuerte abrazo.
—OJALÁ FUESE EN UNA SITUACIÓN MENOS PELIGROSA PARA LOS MULTIVERSOS
—respondió la anciana.
Después saludó calurosamente a Eldwen y Niko.
—Puesto que tenemos prisa, lo mejor será que nos lo tomemos con calma —les dijo Rovi-Ra—. Sobre todo, ahora que vamos a contrarreloj.
Niko ya estaba acostumbrado a las rarezas de aquella mujer, que encendió un pequeño fuego para preparar una infusión radioactiva. No pudo evitar pensar que la anciana y Beppo, el conserje de su escuela, habían pronunciado casi las mismas palabras.
Los tres acompañantes se sentaron alrededor de la lumbre que había prendido la anciana.
Niko recordó la última vez que había estado sentado al lado de un fuego, en el valle de Atenip. Pensar en el hada hizo que se impacientase. No podía esperar más para acudir a su rescate, así que preguntó:
—Quiona me ha enviado hasta aquí para reunirme contigo. ¿Puedes ayudarnos a llegar hasta ella?
—Así es —respondió la anciana—.
YA LE ADVERTÍ DEL PELIGRO DE ENTRAR ELLA SOLA EN LAS TIERRAS DEL TIEMPO… ES MUY FÁCIL PERDERSE EN EL REINO DE LA ETERNIDAD. AUNQUE PODÍA HABER SALIDO MUCHO PEOR...
Zen-O, que había prendido su pipa, exhaló con calma el humo haciendo dibujos con él.
—En esta ocasión contamos con la ayuda de Kronos.
El Maestro sacó de su túnica un comunicador holográfico que proyectó una imagen en miniatura del relojero en tres dimensiones.
—Saludos, Rovi-Ra —dijo Kronos visiblemente recuperado.
—Me alegra ver que ya estás mejor, viejo amigo. —Luego se dirigió a sus tres acompañantes—. Pero me temo que contar con Kronos no garantizará que tengáis éxito. ¿Ya os ha dicho dónde está ahora la entrada al reino de Tiempo?
Todos negaron con la cabeza. Kronos respondió a la pregunta desde su refugio:
—La entrada está en el mundo clásico. Los humanos conocéis ese sitio como el Big Ben.
—¿El reloj que está en el Parlamento de Londres? —preguntó extrañado Niko.
—Así es —respondió Rovi-Ra—, y no os será fácil llegar hasta allí. En tu mundo, Niko, el tiempo está yendo al revés. Pero este amuleto os ayudará a moveros por él sin problema.
Con un movimiento lento, la anciana se quitó por la cabeza su colgante y se lo ofreció a Niko. Los tres amigos lo reconocieron al instante:
¡el amuleto de las cuatro fuerzas!
—Estas mismas damas me pidieron que te lo diese, Niko.
Eldwen abrió los ojos como platos y dijo entusiasmado:
—¡Atómico! Con el amuleto, Niko tendrá el poder de las cuatro fuerzas. Podremos llegar sin problema al Big Ben.
—Pero es un poder que funciona en el mundo cuántico, no en el clásico —lo interrumpió Zen-O, y luego preguntó a Rovi-Ra—. ¿Servirá el amuleto en el reino del tiempo?
—No lo sé, Zen-O. Lo que ocurre en ese reino se escapa a mi conocimiento, igual que al tuyo.
El Maestro estaba visiblemente preocupado, pero la anciana siguió hablando:
—Hay alguien que quiere veros y que os podrá ayudar a manejaros por el mundo clásico. Quizá también podrá responder a vuestras preguntas sobre el reino de su hermano Tiempo. Es para encontraros con Decoherencia que tendréis que entrar en el acelerador y subir vuestros niveles de energía.
—¿VAMOS A SHAMBLA?
—preguntó Niko a la anciana.
—NO. PARA LLEGAR A DECOHERENCIA TENDRÉIS QUE ACUMULAR INCLUSO MÁS ENERGÍA QUE PARA LLEGAR A SHAMBLA.
—¿Es eso posible? —preguntó extrañado el Maestro.
—Sí, pero necesitaré tu ayuda, Zen-O. Tendremos que dar un acelerón extra al que los imanes del LHC pueden aportar. Solo así llegaréis hasta Decoherencia.
—Eso está hecho —dijo el Maestro—. ¡Manos a la obra, pues! No perdamos más tiempo.
—Adelante, amigos —se despidió Rovi-Ra—,
rescatad a Quiona y devolved el tiempo a su orden natural… y si puede ser, en el camino, no rompáis
el presente, el pasado y el futuro.
Los cuatro se dirigieron a la caseta de madera, y Rovi-Ra les dio un grueso abrigo a cada uno.
Niko lo aceptó. Pese a que hacía calor, recordaba que el acelerador era un lugar muy frío. Estarían a 271 grados bajo cero, según lo que le había contado su hada.
En la caseta había un descapotable igual que los autos de choque de las ferias.
Eldwen y Niko se sentaron en la parte delantera y Zen-O se instaló tras ellos. Después de abrocharse el cinturón de seguridad, Eldwen manipuló los botones del cuadro de mandos y el vehículo descendió con rapidez hasta llegar al acelerador. En ese momento, el auto de choque salió disparado a gran velocidad.
Zen-O guardaba silencio muy concentrado. «Debe de estar ayudando a Rovi-Ra a acelerar nuestro coche con la fuerza de su mente», pensó Niko.
A su alrededor, podía distinguir perfectamente los protones que circulaban frenéticamente dentro del túnel. Ese era el modo en que todos ellos ganaban más energía, moviéndose cada vez más rápido. A sus espaldas, Zen-O murmuró algo incomprensible para él, y en ese instante cogieron más velocidad, adelantando incluso a la nube de protones que los rodeaba.
Frente a ellos, una nube de protones colisionaba contra otra que viajaba en sentido opuesto.
De aquel choque de protones salía disparado un gran número de partículas. Aquel espectáculo daba como resultado nuevas partículas gracias a la famosa ecuación de Albert Einstein: la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Entre ellas, de vez en cuando aparecía el buscadísimo Boss-on de Higgs.
En el momento en que su auto atravesó aquella nube de partículas, el bosón se sentó en su auto.
—¡HOLA, AMIGOS!, ¿PUEDO IR CON VOSOTROS HASTA LA PRÓXIMA COLISIÓN?
—Claro —respondió Niko haciéndole sitio a su lado—, será un honor.
Pensando en el hada, y recordando que Quiona era fan del Boss-on de Higgs, venció su vergüenza y se atrevió a pedirle:
—¿Me podrías firmar un autógrafo? Es para mi amiga Quiona.
Se había puesto más rojo que las brasas que estudiaba Max Planck cuando descubrió su constante.
—¡Por supuesto!—exclamó la partícula con petulancia—. Siempre voy preparado para mis fans.
Y le dio una fotografía ya firmada.
«Presumido», oyó que Eldwen decía por lo bajini.
—Este auto de choque va más rápido de lo normal —observó el Boss-on de Higgs—. Vaya, los científicos del CERN se van a encontrar una sorpresa cuando me detecten. ¡Están a punto de hacer un descubrimiento legendario!
A Niko no le dio tiempo de preguntarle a qué se refería. A su lado, Eldwen se tapaba los ojos aterrado. Otro grupo de protones se acercaba hacia ellos por el túnel.
Niko pudo ver al Boss-on saltar de emoción antes de cubrirse la cabeza con los brazos y prepararse ante el inminente choque.
No sintió dolor alguno, pero se encontró flotando en el aire, fuera del auto de choque. Un picosegundo más tarde tocaba suelo firme.
Habían aterrizado en una espaciosa sala, con paredes y suelo de marfil. Niko reconoció el lugar, había estado allí antes.
Era el reino de Decoherencia.