10 LA CASA DE LOS TRES CERROJOS

Niko palpó a oscuras sus bolsillos hasta dar con el amuleto de las cuatro fuerzas. Entonces llamó a los fotones, las partículas encargadas de la fuerza electromagnética, que acudieron a la velocidad del rayo.

Gracias a ellos, la estancia quedó lo suficientemente iluminada para revelar sus secretos a los tres amigos. Las paredes eran negras como la noche, y la falta de ventanas hacía de la habitación donde se encontraban algo siniestro. Justo enfrente, distinguió unas tupidas cortinas de terciopelo que caían desde el techo hasta el suelo.

Sabía dónde los había trasladado Decoherencia…

¡Estaban en la Casa de los Tres Cerrojos!

Algo a sus pies le hizo perder el equilibrio. Al buscar el motivo de su tropiezo, se encontró con los dorados ojos de un gran gato. A su lado, Eldwen inspeccionaba la puerta de salida hacia el mundo clásico.

—Esta puerta tiene tres cerrojos… —reflexionaba el elfo en voz alta—. Pero no encuentro las llaves por ninguna parte. ¿Cómo saldremos de aquí?

Al recordar con nostalgia el primer enigma al que se enfrentó para entrar en el mundo cuántico, Niko le respondió:

—TODO CERROJO SE ABRE CON SU LLAVE, PERO EN ESTA CASA ES UN POCO DISTINTO. HAY UNA SOLA LLAVE PARA LOS TRES CERROJOS. EL PROBLEMA ES QUE DEBEN ABRIRSE SIMULTÁNEAMENTE.

Eldwen lo observó confundido, mientras el gato empujaba la pierna de Niko para que avanzase en dirección a la puerta.

—Está bien, Zen-O… —dijo Niko al gato, y luego le explicó a su amigo elfo—: No hace falta abrir los cerrojos, la puerta está siempre abierta.

Empujando con las manos, Niko abrió el portal que daba al mundo clásico.

—ALGO VA MAL, MUY MAL

—exclamó al atravesar la puerta.

Estaban en la calle que Niko había recorrido tantas veces para ir al instituto. Sin embargo, no tenía la apariencia que él recordaba.

La calle estaba sin asfaltar, y en vez de la floristería, un anticuado escaparate mostraba trajes y vestidos de principios del siglo pasado. Al contemplar la casa de los tres cerrojos no se encontró con el viejo y decrépito caserío, sino con la mansión nueva. Las ventanas ya no estaban selladas con los viejos tablones de madera; unos brillantes ventanales relucían en el primer piso.

Eldwen y Niko dieron un brinco y se apartaron al oír la estridente bocina de un carricoche que subía por la calzada. Era un automóvil de época, con grandes ruedas y conducido por un hombre con traje caqui y sombrero de copa que iba fumando una pipa.

Dos chicas jóvenes salieron de la tienda de costura para admirar aquella máquina que dejaba una estela de humo negro a su paso.

—¡Por todos los aceleradores! —exclamó Eldwen—. Aquí el tiempo está fatal. Esto debe de ser principios del siglo XX.

Tras pasar el coche, las chicas miraron con curiosidad a Niko y Eldwen, y se rieron de ellos antes de seguir camino calle arriba.

El elfo iba vestido con los llamativos trajes del mundo cuántico, y Niko, con sus tejanos rotos, camiseta y zapatillas de deporte, desentonaba por completo en aquel vetusto entorno. El único que se libraba de dar la nota era el Maestro Zen-O en su forma felina.

—Será mejor que consigamos algo de ropa que se ajuste a esta época —sentenció Niko señalando la tienda—. Vamos a ver qué encontramos allí.

La dependienta los miró con desconfianza mientras Niko elegía unos pantalones de pana con tirantes, una camisa de algodón y una gorra como las que llevaban los repartidores de periódicos en las películas antiguas.

Eldwen escogió unas prendas parecidas, y se dirigieron seguidos por su fiel gato hasta los probadores.

Ya vestidos de época, Eldwen le preguntó a Niko:

—¿TIENES DINERO DE ESTA ÉPOCA PARA PAGAR ESTO?

—NO, PERO LES DEJARÉ ESTAS MONEDAS DEL SIGLO XXI. CON ESTO HABREMOS PAGADO DE SOBRAS LOS TRAJES

—susurró Niko por lo bajini, rezando para que la mujer de la tienda no los estuviese espiando—. Si tenemos problemas, podemos escapar tuneleando la pared. Gracias al eternizador de Decoherencia, podemos utilizar las propiedades cuánticas también aquí.

Eldwen no parecía muy convencido del plan. Iba a abrir la boca para protestar, cuando la puerta de la tienda se abrió con un gran estruendo.

—¡SOMOS AGENTES DEL CIC! ¡QUE NO SE MUEVA NADIE!

—gritó uno de los cuatro elfos armados que irrumpieron en la tienda; luego ordenó a uno de ellos—. Paraliza a la humana y desmemorízala.

El policía que tenía a su lado cumplió la orden al instante. Ante la atónita mirada de los dos jóvenes, la dependienta quedó petrificada como una gárgola.

—QUEDÁIS DETENIDOS EN NOMBRE DEL

—exclamó el cabecilla señalando a Eldwen y Niko—. Cualquier cosa que digáis o penséis, así como las que probablemente digáis o penséis, serán utilizadas en vuestra contra en el juicio.

Otro de los agentes utilizó su comunicador para pedir refuerzos:

—LES HEMOS ENCONTRADO. AFIRMATIVO, ESTÁN EN EL MUNDO CLÁSICO. ENVIAD MÁS OPERATIVOS.

Justo entonces, el gato pegó un salto y los policías dieron un paso atrás al ver que el animal empezaba a sufrir espasmos. Se transformó bruscamente en una masa mucho más grande. Ante la mirada atónita de los elfos, el felino se transformó en el Maestro Zen-O, que alzó los brazos para detener con un rayo de luz a uno de los agentes que se abalanzaba sobre él.

Niko reaccionó instintivamente. Con el amuleto de las cuatro fuerzas entre sus manos, llamó a los gluones, que aparecieron al momento. Aquellas pequeñas partículas eran las responsables de la fuerza nuclear fuerte, la que mantiene a los quarks bien pegados a los núcleos atómicos. Niko pensó que esa pegajosa propiedad les sería útil en esa situación, así que les pidió:

—¿PODRÍAIS, POR FAVOR, PEGAR AL SUELO A ESTOS TIPOS DEL CIC DURANTE UN TIEMPO?

Los gluones asintieron sonrientes y se dispusieron a cumplir las órdenes.

En menos que se dice quark, entre Zen-O y los gluones, los agentes del CIC quedaron inmovilizados.

—Llegarán más en poco tiempo —se lamentó el Maestro—. Será mejor que huyáis vosotros dos, yo les haré frente para que tengáis tiempo de escapar.

Niko iba a protestar. No le gustaba la idea de seguir la misión sin la ayuda de Zen-O, pero antes de que abriese la boca, el Maestro les ordenó:

—NO HAY TIEMPO PARA DUDAR. TRANQUILOS, SÉ QUE LO LOGRARÉIS.

El anciano extrajo un aparato de su túnica y se lo dio a Eldwen.

—Es el comunicador de Kronos. Él os guiará para entrar en el eterno reino de Tiempo. —Y les apremió—:

¡SALID TUNELEANDO POR LA PARED DE DETRÁS! NO SABEN QUE TENEMOS EL ETERNIZADOR DE DECOHERENCIA, ASÍ QUE PIENSAN QUE ES IMPOSIBLE QUE ESCAPÉIS DE ESTE MODO. OS BUSCARÁN EN EL ALMACÉN. MIRARÉ DE GANAR EL MÁXIMO DE TIEMPO POSIBLE.

Eldwen tiró del brazo de su amigo, que seguía resistiéndose a dejar allí a Zen-O.

—Estaré bien, Niko. No te preocupes por mí —le dijo con calma el anciano—. Os encontraré lo antes posible, confiad en mí. Confiad en vosotros mismos.

Tras mirar a los dorados ojos de Zen-O y asentir con la cabeza, Niko siguió a su amigo hasta la trastienda. Allí, un muro de ladrillos los separaba de la callejuela de detrás de la tienda.

Los dos amigos oyeron cómo justo entonces la puerta de la tienda se abría abruptamente.

Los refuerzos del CIC ya estaban allí.

Confiando en las propiedades del eternizador de Decoherencia, Niko y Eldwen arrancaron a correr contra el muro.