Al recorrer la calle principal de la ciudadela, vieron que las casas estaban cerradas a cal y canto. Todo aquello parecía abandonado, no se veía un alma por ninguna parte.
En el primer cruce, Niko leyó el curioso nombre de aquella calle:
Enseguida reparó en que la calle perpendicular se llamaba
El que hubiera diseñado aquella ciudadela tenía un gusto extraño para los nombres, pensó.
La calle SIEMPRE hacía honor a su nombre. Parecía hacerse eterna. Niko y Eldwen apretaron el paso, pero cuanto más se esforzaban en avanzar, más lentamente se desplazaban. El elfo se dispuso a correr y su amigo lo imitó, pero aquella idea funcionó al revés de como habían previsto. Pese a su esfuerzo, no lograron recorrer ni dos metros.
—Eldwen —dijo Niko sin aliento—, detente; algo no va bien. Llama a Kronos, nos dijo que contactásemos con él al llegar a la ciudadela y no lo hemos hecho.
El elfo obedeció y enseguida oyeron la voz del relojero.
—¿Estáis ya en la ciudadela?
—¡Así es! —respondió Niko—. Pero algo extraño está pasando. No somos capaces de avanzar.
—Claro —dijo el relojero—, estáis en la calle SIEMPRE, ¿verdad?
Los dos amigos asintieron.
—Cuanto más rápido queráis recorrerla, más tardaréis en conseguirlo
—los aleccionó el relojero—.
Tenéis que andar lo más lentamente posible para llegar a algún sitio, chicos.
Los dos amigos siguieron las indicaciones de Kronos. Moviéndose a cámara lenta, empezaron a avanzar con rapidez por la calle SIEMPRE, como si el sendero se deslizase bajo sus pies. Animados, caminaron incluso más lentamente. Las casas pasaban a su lado a toda velocidad.
En menos que se dice quark llegaron al final de la calle principal. Allí, una bifurcación les mostraba dos opciones:
Podían seguir la calle NUNCA o bien la de JAMÁS. A Niko ninguna de las dos opciones le pareció muy esperanzadora, pero Kronos los animó a tomar la senda de NUNCA.
Cuando tomaron la calle indicada por el relojero, de repente volvió a costarles horrores avanzar. Pensando que se encontraban en la misma situación que con la calle SIEMPRE, probaron a desplazarse con la máxima lentitud posible, pero aquello no funcionaba en NUNCA.
Cada vez les costaba más dar un paso, y no solo porque avanzasen lentamente, sino porque parecía que caminasen en un río contra corriente, que los echaba para atrás pese a sus esfuerzos.
Eldwen se agarró a las paredes de las casas adyacentes para avanzar como Spiderman, y Niko se puso de rodillas para luchar contra aquella corriente invisible que le arrastraba sin piedad.
—¡Hacia atrás!
—oyeron que les indicaba Kronos—.
¡Daos la vuelta y caminad hacia atrás!
Los dos obedecieron al instante. La corriente ya no les impedía avanzar. Pero no tardaron en darse cuenta de que no solo andaban hacia atrás, sino que también respiraban hacia atrás, pensaban hacia atrás… ¡Era como vivir en una cinta que se estaba rebobinando! Todo lo estaban viviendo hacia atrás.
Afortunadamente, al igual que ocurriera en la calle SIEMPRE, gracias a las indicaciones de Kronos, llegaron al final de NUNCA con rapidez.
Allí desembocaron en la calle llamada
Aquella calle no era tan peculiar como las otras dos, así que pudieron avanzar con aparente normalidad.
—¡Eldwen! ¡Niko! —Kronos los estaba llamando—. Algo está sucediendo en el universo de bolsillo donde se encuentran Dlanod y los demás. Creo que el tiempo cada vez está peor por allí… y también en el mundo cuántico. Necesitan de mi ayuda para poder arreglar el universo de bolsillo antes de que nos quedemos atrapados para siempre. Lo siento, pero tengo que dejaros, chicos —dijo apenado—. Seguid el camino de ALGÚN SITIO, así llegaréis a las puertas del núcleo de Tiempo. A partir de ahí, en todo caso, ya no os sería de mucha ayuda. Para desplazaros por el núcleo, debéis usar el eternizador. Encontrad a Quiona y arreglad este lío, si podéis… ¡Suerte, amigos!
La voz e imagen de Kronos se desvanecieron. Se habían quedado solos en medio de aquella extraña aventura.
Los dos amigos avanzaron en silencio por aquella calle de nombre indeterminado, hasta que Niko se dio cuenta de que algo o alguien corría por las callejuelas adyacentes.
—NOS ESTÁN VIGILANDO
—susurró a Eldwen—.
OBSERVA CON DISIMULO Y VERÁS UNAS FIGURAS DIMINUTAS QUE SE ESCONDEN POR LAS CALLEJUELAS. NO SÉ CUÁNTO HACE QUE NOS SIGUEN.
Eldwen se detuvo bruscamente y se acercó a la primera callejuela, sin ningún cuidado especial.
—¡Por todos los aceleradores, Eldwen! —protestó Niko—. Te dije que fueses discreto.
Pero la torpeza del elfo tuvo un resultado inesperado. Una pequeña criatura se les acercó. Aparte de ser muy bajito —a Niko le llegaba a las rodillas—, era cabezudo, tenía una trompeta por nariz y un embudo por sombrero. Sus pies eran palmeados, como los de un pato, y al moverse hacía un ruido particular:
—¡Hola, pequeño ser! Mi nombre es Eldwen, soy un elfo del mundo cuántico.
—Yo soy Segundo —respondió el pequeño sin dejar de moverse alrededor del elfo—. ¿Qué os trae por el desafortunado reino de Tiempo?
Niko se agachó para quedar a su altura y preguntarle:
—Estamos buscando a nuestra amiga, un hada cuántica. Se llama Quiona, ¿la has visto?
—¿Morena, con unas grandes alas y muy muy guapa?
—Sí, exacto, ¡es ella! ¿Puedes llevarnos hasta donde está ahora?
—¿QUÉ AHORA? ¿TU AHORA, SU AHORA, MI AHORA?...
—Segundo seguía moviéndose en círculos, ahora alrededor de Niko—.
«AHORA», DICE. ¡ES MUY POCO ESPECÍFICO ESTE CHICO!
—¿Podrías dejar de moverte todo el rato para hablar con nosotros? —Niko empezaba a hartarse, pero nadie más podía darle pistas sobre el paradero de Quiona, así que respiró profundamente y se armó de paciencia.
—¡Por toda la eternidad! ¿Detenerme? ¡Sacrilegio! —exclamó escandalizado—. Ni el mismo Tiempo me pediría algo así. Soy Segundo. Si me paro, detendría el tiempo.
—De acuerdo, no te detengas —concedió Niko—. Sigue moviéndote y llévanos hasta donde está nuestra amiga, ¿te parece?
—PELIGROSO…. ¡ES MUY PELIGROSO! VUESTRA AMIGA SE ADENTRÓ EN EL NÚCLEO DE TIEMPO Y ALLÍ QUEDÓ ATRAPADA, PERDIDA PARA SIEMPRE.
—No podemos dejarla allí. Señálanos, al menos, el camino para llegar al núcleo —le suplicó el chico—, e iremos nosotros, aunque sea sin tu ayuda.
—Podríais fracturar el tiempo… —dudó Segundo—. Y eso sería una tragedia. Por otro lado, el hada cuántica era encantadora. Me planteó un enigma… y me dijo que si lo resolvía, me regalaría un beso, pero todavía no lo he resuelto —apuntó triste—. Es este:
«¿CÓMO PUEDO TRANSPORTAR AGUA EN UN COLADOR?»
Después miró a Eldwen y a Niko y añadió:
—Si me dais la respuesta al enigma, os llevaré hasta el inicio del núcleo de Tiempo. Aunque no creo que sea una buena idea. Ella es un hada y pensó que con sus alas podría desplazarse volando por el núcleo, pero de poco le sirvió. —Luego los miró a ambos y concluyó—. Vosotros todavía tenéis menos opciones de sobrevivir allí.
—¡CONGELADA!
—dijo de repente Eldwen.
—¿Qué dices? —preguntó Segundo deteniéndose por un instante.
—Es la respuesta al enigma de Quiona. ¡Puedes transportar agua en un colador si está congelada! Ahora cumple tu parte: llévanos hasta la entrada del núcleo de Tiempo. Una vez allí, ya nos apañaremos.
Segundo dudó por unos instantes, pero finalmente dijo:
—Seguidme.
Los tres acabaron de recorrer la calle de ALGUNA PARTE hasta llegar a una plaza redonda. En el centro había un reloj de arena gigante, y Segundo se acercó hasta él.
—Este es el portal al núcleo de Tiempo
—les dijo—. Pero os tengo que advertir una vez más: ¡es mejor que no entréis! Un humano y un elfo no sobrevivirán mucho tiempo ahí dentro.
Niko no estaba dispuesto a rendirse. Decidido, sacó el reloj de bolsillo que le colgaba del cuello y se lo acercó a los labios para susurrar:
—Por favor, no sé qué debemos hacer, pero ayúdanos a entrar en el núcleo y llegar hasta Quiona.
Los ojos de Segundo se salieron de órbita al ver el eternizador y exclamó:
—¡Por todas las horas del mundo! ¿Por qué no me habíais dicho que tenéis su eternizador? Con él podéis moveros a vuestro antojo por el reino eterno de Tiempo.
Acto seguido, la pequeña criatura hizo sonar la trompeta que tenía por nariz.
Eldwen y Niko vieron aparecer un montón más de «segundos» que se adentraban en la plaza y se acercaban a ellos.
Como si se tratase de un general, el primer Segundo dictó una orden a todos ellos:
—¡A vuestros puestos, segundos!
Sin más demora, los segundos se agruparon de sesenta en sesenta. También el primer Segundo fue rodeado por otros cincuenta y nueve segundos, transformándose en una nueva criatura. Aquel nuevo ser, que ahora le llegaba a Niko al pecho, tenía una cabezota metálica. Sus ojos eran dos engranajes de reloj, y de sus orejas salían a intervalos regulares fumarolas de humo blanco.
Se volvió hacia los dos atónitos amigos para presentarse:
—Soy Minuto, a su servicio, aunque sea por un yo.
—Un placer —respondió educadamente Eldwen—. ¿Serás nuestro guía en el núcleo?
—¡Oh, no! Yo no tengo el poder de convertir el eternizador en un transportador temporal. Eso es trabajo de Hora. Pero no os preocupéis, en un yo lo tendréis aquí.
Acto seguido, Minuto se dirigió a los restantes 59 minutos que esperaban con expectación sus órdenes:
—¡Todos a vuestros puestos y a cumplir con nuestro cometido!
Los sesenta minutos construyeron entonces una nueva criatura. Esta era dos veces más alta que Niko y tenía grandes manos y pies. De su pequeña cabeza, en relación con su voluminoso cuerpo, sobresalían dos agujas bajo la nariz que daban forma a un extravagante bigote. Sus movimientos eran mucho más lentos que los de sus antecesores.
El nuevo ser se presentó:
—Soy Hora, el regente de la ciudadela. Si queréis que os ayude a adentraros en el núcleo de Tiempo, tenéis que dejarme el eternizador.
Niko, no del todo convencido, le acercó tímidamente el reloj de bolsillo a aquella criatura gigantesca.
En cuanto Hora tuvo el reloj en sus grandes manos metálicas, el eternizador se abrió ante la atenta mirada de Niko y Eldwen.