En el mundo clásico, el tiempo había seguido su marcha atrás, y de forma acelerada. Frente a ellos podían ver ahora, a lo largo del río Támesis, pequeñas casitas con el techo de paja. Aquel paisaje nada tenía que ver con el Londres que habían dejado atrás al atravesar el portal.
—¡Por todos los aceleradores! —exclamó Eldwen—.
¿EN QUÉ ÉPOCA ESTAMOS?
—PARECE LA EDAD MEDIA…
—dijo Niko con dudas—. Lo que está claro es que, en mi mundo, el tiempo va hacia atrás cada vez más rápido.
A su lado, el hada asintió y añadió:
—Si tardamos demasiado en arreglar este embrollo, llegará un momento en que no existirá la Tierra ni el Sistema Solar. ¡No podemos perder más tiempo! Voy a teleportarnos al mundo cuántico. Buscaremos a Zen-O para que nos ayude a llegar lo antes posible al reino eterno de Espacio.
Niko y Eldwen se pusieron uno a cada lado de Quiona y la tomaron del brazo, preparados para la teleportación.
Pero algo salió mal.
Una fuerza impactó contra ellos, arrojándolos con violencia hacia atrás. Los tres cayeron al suelo.
—¿Qué ha pasado, Quiona? —preguntó Eldwen preocupado mientras se incorporaba.
—¡No tengo ni idea! Jamás me había pasado esto… ¡No soy capaz de volver al mundo cuántico!
—Pero ¿todavía puedes teleportarte por el mundo clásico? —preguntó Niko.
—Creo que sí…
—Entonces, telepórtanos hasta la Casa de los Tres Cerrojos. A través del portal, entraremos en el mundo cuántico.
—¡Buena idea, Niko!
Dicho y hecho, los tres amigos repitieron la operación, pero ahora con éxito.
Quiona los había teleportado donde supuestamente se situaba el portal para acceder al mundo cuántico.
Sin embargo, en el lugar de la Casa de los Tres Cerrojos se alzaba una casita medieval. Por unos instantes, Niko temió que tampoco existiese la puerta en aquel tiempo, pero la reconoció enseguida. En la fachada principal de la vieja casa, ahí estaba:
La Puerta de los Tres Cerrojos.
—¡Atómico! —exclamó Eldwen mientras se disponía a abrirla—. Para serte sincero, Niko, pensé que tu plan no funcionaría. No creí que encontrásemos la puerta en esta época.
Pero la puerta no cedió.
El elfo lo intentó de nuevo con más fuerza, sin embargo, no lo logró.
Quiona lo imitó con idéntico resultado.
—Pruébalo tú, Niko —lo invitó Eldwen—. Al fin y al cabo, fuiste tú quien la abrió por primera vez.
Pero tampoco él lo consiguió.
—EL PORTAL ESTÁ SELLADO…
—suspiró el hada.
—Pero fue Niko quien lo abrió, ¿por qué no va a poder volver a hacerlo ahora? —preguntó el elfo irritado mientras daba un puntapié a la puerta.
—Quizá ha pasado algo mucho peor —susurró Niko—. Eldwen, prueba a llamar a Kronos. La última vez que hablamos con él nos dijo que el tiempo se había complicado también allí. No sabemos qué ha pasado con el mundo cuántico. Por eso salió del universo-hospital que creamos con Dlanod.
El elfo sacó el comunicador que le había dado su padre y llamó, mientras los otros dos lo observaban expectantes.
Nadie contestó.
—ESTAMOS SOLOS
—sentenció el elfo.
Un fuerte pesar se apoderó de los tres amigos.
—No queda otra opción —dijo entonces Niko—. Sea como sea, tenemos que construir un agujero de gusano que nos lleve al reino de Espacio.
—Niko… —replicó el hada—. Ya te dije que no sé cómo se hacen.
—Si he entendido bien, un agujero de gusano no es tan distinto, al menos al inicio, de un agujero negro, ¿cierto?
El hada y el elfo asintieron. Entonces, Niko extrajo el medallón de las cuatro fuerzas y susurró:
—FUERZA GRAVITATORIA, NECESITO TU AYUDA.
Sintió un destello de calor en el pecho, donde tenía la llave de Decoherencia, que estaba haciendo su función permitiendo que el medallón funcionase en el mundo clásico. Al momento, una pequeña esencia de agujero negro apareció frente a ellos.
Eldwen dio un brinco hacia atrás. Seguían aterrándolo los espectros negros, a pesar de que aquel pequeño ser los había ayudado en su anterior aventura, demostrándoles que no todos los agujeros negros son seres terroríficos.
—¡Hola, chicos! —los saludó el espectro con entusiasmo—. ¿Cómo os puedo ayudar?
Niko le contó lo que Quiona había visto en el núcleo de Tiempo.
—Por lo que describes…, efectivamente, el Eterno viajó a través de un agujero de gusano. Yo no puedo crear uno o, al menos, no lo suficientemente estable como para que podáis viajar a través de él de modo seguro. Necesitaremos una gran cantidad de masa negativa para hacerlo estable. —El espectro se detuvo un instante a pensar y dijo—.
PERO HAY ALGUIEN A QUIEN CONOCÉIS BIEN QUE OS PUEDE AYUDAR. ELLA ES UNA MAESTRA DE LA ENERGÍA NEGATIVA, PESE A QUE NO TIENE NI UN PELO DE NEGATIVA: ROVI-RA.
—¿Sabes dónde está? —preguntó Niko esperanzado—. No podemos entrar en el mundo cuántico ni contactar con Zen-O ni Kronos. Me temo que tampoco podremos dar con la anciana.
—Rovi-Ra está en la Atlántida —respondió el espectro—, y allí, protegida con su escudo de materia oscura, no ha sufrido la misma alteración en el tiempo que el resto.
—¿Puedes ayudarnos a llegar hasta allí? —preguntó Niko—. No disponemos del zepelín de los hermanos EPR, y por lo que sabemos, Quiona no puede teleportarnos hasta allí. Ya lo intentamos en una ocasión.
—¡Sin problema! —respondió el pequeño ser—. Pero tendrás que llamar a los demás bosones. Entre todos os llevaremos hasta allí.
Niko volvió a tomar el medallón, y las partículas responsables de las otras tres fuerzas, la electromagnética, la fuerza nuclear débil y la fuerte, salieron al rescate.
El espectro negro puso al día de la situación a sus pequeños colegas, y los fotones, gluones y bosones W y Z empezaron a hablar entre ellos para decidir el mejor modo de llegar a la isla de Atlas.
Eldwen, Quiona y Niko los observaban con paciencia, hasta que, finalmente, la esencia de agujero negro se dirigió hacia ellos:
—COMO SABÉIS, EL MEJOR MODO DE LLEGAR A LA ISLA DE ROVI-RA ES CON UN MOTOR DE MATERIA OSCURA, COMO EL ZEPELÍN DE LOS GEMELOS EPR, PERO NO ES EL ÚNICO… OS ACOMPAÑAREMOS EN EL VIAJE PARA ASEGURARNOS DE QUE PODÉIS ATRAVESAR EL ESCUDO.
Mientras la esencia de agujero negro hablaba, los bosones W y Z acercaban un pequeño carromato.
—¡Esto nos servirá! —dijo el W.
—¡Y nadie nos detendrá! —completó el Z con su métrica.
—Pongámonos manos a la obra —zanjó el gluón.
Los W y Z, con su particular capacidad para modificar la materia, y ayudados por los gluones transformaron el viejo transporte en un carromato esférico con tres cómodos asientos.
—¡Subid! —los animó un fotón—. Nosotros nos encargaremos de que seáis invisibles durante todo el trayecto, y los gravitones se ocuparán de hacer volar este trasto. Llegaremos a la isla en menos que se dice gluón.
Los tres amigos obedecieron y surcaron los cielos en dirección, nada más y nada menos, que a la Atlántida.