22 EL TIEMPO PERDIDO

Los dos Eternos se encontraban en un hermoso jardín elevado sobre el cañón escarpado de un río, sentados en un banco de piedra que miraba al este. El aire cálido iba cargado de un dulce olor a perfume de flores. El sonido del agua que caía en cascada llegaba hasta ellos como una dulce melodía.

Los tres amigos descendieron del lomo de Apolo, que les dijo:

—Venid tras de mí.

Obedecieron e imitaron a su nuevo amigo cuando hizo una reverencia a los dos Eternos.

Uno de ellos era de menor estatura y muy anciano. Parecía que en cualquier momento iba a exhalar su último aliento. De larga melena blanca, barba gris y espesas cejas nevadas, respiraba con dificultad y ni siquiera levantó la vista para saludar a los recién llegados.

Enseguida dedujeron que se trataba de Tiempo y, tal como les había avanzado Quiona, era obvio que estaba malherido.

Su acompañante parecía no tener edad; su rostro no era ni joven ni viejo. La melena oscura, como si las sombras del crepúsculo se deslizaran desde su cabeza a los hombros, estaba coronada por una diadema de plata que brillaba como si la misma luna se hubiese posado en ella. Su presencia era tan venerable como la de los reyes legendarios. Bajo sus pobladas cejas, dos ojos oscuros como el carbón mostraban tanta fuerza que parecía que en cualquier momento iban a arder. En ellos había conocimiento y sabiduría. Era Espacio, el señor del reino en el que se habían adentrado.

—Disculpa mi interrupción, Espacio —dijo con solemnidad Apolo—. Estos jóvenes dicen haber venido hasta tu reino con la intención de ayudar a Tiempo.

Espacio se inclinó hacia ellos, estrechó la mano de Niko directamente y le dijo:

—Tenía la esperanza de que aparecerías…

El aludido tragó saliva sin saber exactamente qué contestar a aquello.

El Eterno saludó después a Eldwen y Quiona.

Niko observó al anciano, que seguía ausente en su estado de letargo. Sacó el reloj de la cadena en la que lo guardaba, y dejándolo sobre la palma de la mano de Espacio, le dijo:

—Creo que esto ayudará a Tiempo.

El eternizador se abrió y un brillo reconfortante salió de él.

Tiempo levantó la cabeza y sonrió. Un rayo de luz salió del reloj hasta el pecho del Eterno. Enseguida, la luz dorada jugueteaba sobre las facciones del anciano e hizo relucir sus blancos cabellos.

Aquel rayo tan solo duró unos segundos, pero debió de ser suficiente, pues la apariencia de Tiempo ya no era la misma. Se levantó del banco de piedra, y mientras se acercaba hasta ellos, a cada paso se volvía más joven.

Para cuando llegó frente a los tres amigos aparentaba más o menos la edad de Niko. Clavó en él sus ojos grises como el cielo previo a una tormenta. Contrastaban con la juventud aparente de su rostro, pues parecían haber visto todas las experiencias que traen los años, como si el tiempo de todos los universos se acumulase en ellos.

—Acerté al escogerte para custodiar mi eternizador, amigo. Gracias por traerlo hasta mí. Solo este pequeño reloj, que posee parte de mi esencia, podía hacer que recuperase fuerzas tras el ataque que he sufrido.

—Creo que lo mejor será que lo guarde usted, Tiempo —añadió Niko—. Tiene demasiado poder, y quien lo anhela es más fuerte que yo. No sabré defenderlo, y eso podría desembocar en un desastre para todos los multiversos.

Esperaba que el Eterno entrase en razón y decidiese quedarse con aquel pequeño reloj; de ese modo, el peso que sentía sobre sus hombros disminuiría considerablemente.

Pero por desgracia para él y fortuna para los multiversos, Tiempo no estaba por la labor de seguir los deseos de Niko.

—Querido amigo —le respondió el Eterno—, dice mucho de ti que renuncies con tanta sencillez a uno de los elementos que más poder pueden darte. Precisamente esa es la señal de que eres la persona correcta para custodiarlo.

Tiempo se acercó a su hermano Espacio con el reloj en las manos. A cada paso que daba, su apariencia volvía a cambiar. Ya no parecía un niño sino un apuesto joven, y su semblante era idéntico al de su hermano gemelo.

—No sabemos cuáles son los planes de Spin-O —dijo Espacio con voz serena—. Es obvio que desea hacerse con todos los eternizadores.

—QUIERE PROCLAMARSE EL REY DE LOS MULTIVERSOS

—lo interrumpió Quiona—. Sabe que estos objetos son poderosos, por eso los desea con tanto fervor. Pero Niko tiene el eternizador de Decoherencia y el de Tiempo. Y no pensamos dejar que Spin-O se haga con ellos ¡ni por todos los aceleradores del mundo! Mientras no posea ningún eternizador, le llevamos una gran ventaja.

—Me temo que sí tiene uno —dijo entonces Espacio—. Le ofrecí el mío a cambio de recuperar a mi hermano. Pero es cierto que lleváis ventaja. Son cinco los objetos de poder de los Eternos, si poseéis más de la mitad, no podrá venceros.

—De momento tenemos dos, y él, uno, por lo que sabemos —dijo Eldwen, preocupado—. Tendremos que asegurarnos de que Spin-O no se haga con los otros dos que quedan: el eternizador de Entrelazamiento y el de Simetría. ¿Podríais ayudarnos a llegar a sus reinos?

—Antes de que partáis en busca de nuestros hermanos —interrumpió Tiempo—,

necesito el poder de ese pequeño reloj para recomponer el tiempo en vuestro universo. Será mejor que me acompañéis a mi reino hasta que haya arreglado este embrollo temporal.

Los dos hermanos se fundieron en un abrazo como despedida.

—No hay tiempo que perder —le dijo Espacio a Tiempo—. Yo también debo arreglar las alteraciones que ha supuesto este contratiempo en el espacio-tiempo. Partid sin demora, hermano.

Niko, Eldwen y Quiona siguieron a Tiempo, que estaba abriendo un portal; otro agujero de gusano en el espacio-tiempo.

Apolo, al lado de Espacio, los despidió alzando la mano.

En esta ocasión, Niko y sus amigos ni siquiera notaron el tirón que acompaña la entrada a un agujero negro. El Eterno que los guiaba debía de tener gran maestría en el arte de crear estos atajos cósmicos ya que, en menos que se dice quark, aparecieron en el reino eterno de Tiempo.

La estancia era tan grande que la mirada de Niko se perdió en ella. La luz que iluminaba aquella sala inconmensurable provenía de un sinfín de velas, alineadas en las paredes laterales, cuyas llamas permanecían inmóviles. Era como si estuviesen pintadas y no necesitasen consumir su cera. Una gran bóveda con grabados de oro y dibujos multicolores cerraba el techo de la sala.

A lo largo y ancho, distintos relojes decoraban aquella inusual estancia. Eran relojes de todo tipo, desde vulgares despertadores a relojes con incrustaciones de lujosa pedrería, pasando por relojes de cuco, de madera, de sol y un sinfín de artefactos que Niko no sabía reconocer.

En el centro de la sala, un reloj de arena cumplía la función de trono.

—¿Están aquí todos los relojes de los multiversos? —pregunto Niko al Eterno.

—Así es, pero no son más que reproducciones imperfectas de lo que todos los seres de los distintos universos poseéis en vuestro pecho.

Pues el tiempo, el tiempo de verdad, no lo puede medir ningún reloj.

Del mismo modo que los ojos os permiten ver la luz y el arco iris, el tacto acariciar la suavidad de la piel, y los oídos escuchar las canciones más hermosas, todos los seres poseéis un corazón para vivir el tiempo. Por desgracia, durante gran parte de vuestras vidas tenéis el corazón ciego, sordo y mudo, y a pesar de que sigue latiendo, no sois capaces de percibir ese regalo. —El Eterno elevó los brazos para concluir—.

Amigos, el tiempo que no vivís con el corazón está perdido en la más oscura de las tinieblas.

Tras acabar con aquellas solemnes palabras, Segundo entró en la estancia. Al ver a su regente sano y salvo, corrió a dar un abrazo a Eldwen, Quiona y Niko antes de decirles:

—Gracias, amigos, os estaré eternamente agradecido por haberlo traído de vuelta a casa. ¡Dudo que entendáis lo mucho que os debo! A partir de hoy, podéis contar conmigo para lo que necesitéis. Mi deuda será eterna.

Tiempo le sonrió con cariño, pero el pequeño ser le dijo preocupado:

—Ha estado aquí de nuevo el señor que quería herirlo… Lo siento mucho, no pude impedirle entrar y tampoco salir. ¡Se escapó antes de que llegaseis!

—No te lamentes, querido Segundo, de hecho, fue una imprudencia por tu parte intentar detenerlo. ¡Celebro que no te haya dañado! ¿Puedes describirme exactamente lo que ha hecho mientras estaba aquí?

—Realizó dos saltos temporales al universo de nuestro amigo aquí presente —dijo señalando a Niko.

—¿Registraste sus movimientos? —preguntó Tiempo.

—Por supuesto, señor. El primer salto fue a 1935, después se marchó hasta la salida a vuestro mundo, pero las cosas no debieron de salir como tenía planeado, pues volvió enfadado. Modificó de nuevo el tiempo en el mundo clásico hasta dejarlo en 1964.

—¿Qué estará buscando? —se preguntó Niko en voz alta.

—Esas fechas me son familiares…—reflexionó Eldwen en voz alta—. ¡Por todos los aceleradores, ya lo tengo! Tienen algo en común:

el entrelazamiento.

Quiona, Niko y Segundo lo miraron sin acabar de comprender los pensamientos del elfo, que al ver sus caras explicó:

—EN 1935, EINSTEIN, PODOLSKY Y ROSEN DESCUBRIERON POR PRIMERA VEZ EL ENTRELAZAMIENTO, Y EN 1964, DESDE EL CERN, JOHN BELL PROPUSO EL MODO DE DEMOSTRAR MEDIANTE UN EXPERIMENTO QUE ESTE EXTRAÑO FENÓMENO CUÁNTICO PROPUESTO POR LOS TRES CIENTÍFICOS TREINTA AÑOS ANTES ERA CORRECTO.

—¡Brillante, Eldwen! —dijo el Eterno—. Eso significa que Spin-O está buscando el modo de entrar en el reino de mi hermano Entrelazamiento. Y no va errado… Fue en aquellas ocasiones, en el momento en que los humanos descubrían esta extraordinaria propiedad, cuando su reino estuvo más cerca de vuestro universo. Sin duda, sabe que encontrará un portal si está cerca de Bell en el momento en que haga su descubrimiento.

—¡Tenemos que llegar al reino de Entrelazamiento antes que él y evitar que se haga con su eternizador! —apremió Quiona.

—El tejido del tiempo ha sufrido mucho —se lamentó Segundo—. Deberíamos devolverlo a la normalidad lo más rápido posible…

—Tranquilos —dijo Tiempo—. Creo que podré mantener el mundo clásico en 1964 hasta que consigáis entrar en el reino de Entrelazamiento.

—¿Podría pedirle un favor? —añadió tímidamente Quiona—. Nos ayudaría mucho que el tiempo en el mundo cuántico volviese a la normalidad. Allí tenemos amigos que nos podrán ayudar a completar nuestra misión.

—Así se hará —respondió Tiempo, que a continuación se dirigió a Segundo—. Ya sabes lo que debemos hacer, amigo mío. Tenemos mucho trabajo por delante, ¡pongámonos manos a la obra!

Segundo salió disparado de la sala y Tiempo se volvió de nuevo hacia los tres héroes.

—Ya no necesitaré más su beneficiosa influencia —dijo el Eterno mientras devolvía el reloj otra vez cerrado a Niko—. Vosotros le daréis un uso mucho más importante que el que puede realizar aquí. Debéis encontrar los dos reinos eternos que os faltan y haceros con los eternizadores antes que Spin-O. ¡Solo así podréis derrotarlo! Me gustaría acompañaros, pero el daño que se ha hecho en el tejido del tiempo es profundo. Debo concentrar mis esfuerzos en repararlo, aunque sé que esta misión está en las mejores de las manos. Os acompañaré hasta la salida del reino, el portal a tu mundo, Niko —dijo con ternura—.

Viajarás al tiempo en el que Spin-O está acechando a Bell para dar con el portal de acceso al reino de Entrelazamiento. He movido hilos para que os esperen un par de gemelos que, sin duda, os podrán ayudar para dar con el paradero de Entrelazamiento.

La apariencia de Tiempo había vuelto a cambiar. Ahora parecía indefiniblemente viejo, pero no débil y anciano como lo habían encontrado en el reino de Tiempo, sino como un árbol centenario o una montaña eterna. Pasó su mano por los ojos de los tres amigos, quienes al cerrarlos, sintieron un agradable frescor en sus rostros, como si una nieve leve y fresca cayese sobre ellos.

Niko disfrutaba de aquella agradable sensación y se resistía a abrir los ojos. Intuía que ya no estaban en presencia de Tiempo y que a su alrededor no encontrarían el templo repleto de relojes.

Y así era.

Al abrir los ojos, descubrió que estaban de nuevo frente al portal que llevaba a su mundo. Al otro lado los esperaba el Big Ben.

Eldwen abrió tímidamente la puertecita que conectaba la torre al mundo clásico con miedo a lo que encontraría al otro lado…