Niko apareció solo al otro lado del portal. Tras buscar sin éxito a Eldwen y Quiona a su alrededor, vio que estaba totalmente solo en medio de un frondoso bosque. Unos pocos rayos de luz atravesaban el follaje de los árboles creando largas sombras verdosas.
El miedo se apoderó entonces de él. ¿Y si había ido a parar al lugar equivocado? ¿Cómo iba a continuar sin la ayuda de sus amigos?
Se puso a caminar con dificultad, tropezando torpemente con las raíces de los árboles. Poco a poco se fue dando cuenta de que aquel no era un bosque normal. Sintió que había penetrado en un mundo desaparecido que solo podía existir en los relatos antiguos.
El verde de las hojas y el marrón de los robustos troncos eran más intensos de lo que nunca había visto. Pese a ser colores conocidos, era como si los percibiera por primera vez. El suelo recubierto de musgo hacía que sus pasos quedasen amortiguados como si pisara una mullida alfombra.
Niko estaba seguro de que nadie antes había pasado por allí. Podía oír el borboteo del agua de un riachuelo cercano, incluso sentir la humedad que brotaba del entorno. El viento, al pasar por los árboles, producía un rumor que recordaba a una canción olvidada.
Aquel bosque salvaje y virgen parecía sacado de un cuento de hadas.
Mientras se desplazaba por aquel paraje, los latidos de su corazón acelerado se fueron calmando. Sus pasos, cada vez más livianos, lo llevaron al pequeño riachuelo hasta sentarse en una piedra al lado de la orilla.
Niko contempló ensimismado el movimiento harmónico de las aguas que se filtraban entre las raíces de los árboles. Un poco más allá oía el murmullo de una pequeña cascada.
A su lado, un árbol se inclinaba sobre el río, como si sus hojas quisieran refrescarse en sus aguas cristalinas. Niko apoyó la mano en el tronco. Nunca había tenido antes una conciencia tan repentina e intensa de la textura de la corteza. Incluso pudo sentir la vida que fluía en su interior.
Ya no quedaba ni un ápice del miedo que había sentido apenas hacía unos minutos. Al contrario, una intensa serenidad se había apoderado de todo su ser.
Su respiración era profunda, y fue en ese instante que cobró conciencia de cuán vivo estaba su entorno. El árbol que sentía bajo la piel de su mano también parecía respirar con él. El río e incluso las piedras que tenía frente a sí seguían exactamente el mismo ritmo que el de sus pulmones.
Observó su mano, posada sobre la áspera corteza, para darse cuenta de que la frontera entre su cuerpo y el árbol había desaparecido. Al levantar de nuevo la mirada, sintió que el límite entre él y todo aquello que lo rodeaba también se había desvanecido.
Niko era parte de todo y todo era parte de él. Como si el universo entero se contemplase a través de sus ojos.
Recordó entonces las palabras de Quiona aquella noche en el valle de Atenip, cuando le explicó que, en realidad, estamos entrelazados con todo lo que nos rodea: con los árboles, las personas… incluso las estrellas. Aquel día quizá había entendido lo que le decía el hada, pero en ese momento lo estaba experimentando en su propia piel.
La sensación era extraordinaria. Como si acabase de despertar de un largo letargo, se sentía más despierto que nunca. Viró su mirada hacia el cielo azul, tras las nubes. Allí debían de estar las estrellas, donde los elementos que formaban su cuerpo se habían creado millones de años atrás. Tuvo la impresión de que podía alargar la mano y tocarlas.
Su cuerpo siguió a su mente y se levantó con gran agilidad hasta ponerse de pie. Imaginó que viajaba hasta aquellas estrellas ocultas tras las esponjosas nubes.
Y en menos que se dice quark, ahí estaba: en medio de las estrellas, sintiendo todavía la maravillosa conexión con el universo entero. Pudo experimentar cómo se creaban los nuevos átomos en el núcleo estelar, preparándose para formar parte de un eterno ciclo de destrucción y creación.
«Entrelazamiento»,
susurró embriagado por aquella sensación.
Una melódica voz le respondió:
—Bienvenido a mi reino, Niko.
No estaba solo en medio del cosmos.
Un anciano, con la cabeza tan calva como redonda, lo miraba con sus achinados ojos. Su sonrisa quedaba medio escondida por el largo bigote blanco que se fundía con una barba acabada en punta. Vestía una túnica naranja y unas sandalias con tiras de cuero marrón.
Su frente se arrugó al esbozar una sonrisa con la que mostró una dentadura blanca e impoluta.
—No es lo mismo entender una idea que vivirla, ¿verdad?
—Esto es el entrelazamiento… —fue lo único que Niko alcanzó a decir emocionado mientras salía de aquel estado de conexión con su entorno—. ¡Atómico!
—Sin duda —sonrió el anciano, y luego añadió—. Tus dos amigos también están aquí, e igual que a ti, tenemos que devolverles los pies a la tierra. ¿Me acompañas a encontrarlos?
Niko asintió recordando la urgencia de su visita al reino eterno de Entrelazamiento, pero antes de que pudiese pedirle nada al anciano, este lo tomó de la mano.
Ambos aparecieron en el comedor de una casita tradicional japonesa.
Los biombos que hacían función de pared frontal estaban abiertos, mostrando un hermoso jardín decorado con bonsáis, un precioso césped y un pequeño lago donde tres peces de colores nadaban a sus anchas.
El anciano se puso de rodillas frente a la mesa oriental, acomodado entre unos cojines. Niko lo imitó y justo entonces se dio cuenta de que a su lado estaban también Quiona y Eldwen.
No supo determinar ni cuándo ni cómo habían entrado en la habitación, simplemente estaban allí.
—Os perdí al atravesar el portal… —balbuceó Niko—. ¿Estabais también en aquel bosque mágico?
—¿Un bosque? —dijo Eldwen—. No, yo aparecí en la cima de una montaña, en medio de una ladera y… no sé cómo explicarlo… pero creo que me fundí con la sierra. La sensación más maravillosa que recuerdo haber vivido.
—Y yo estaba en el borde de un acantilado, frente a la inmensidad del océano —añadió el hada—. En mi caso, me convertí en un elemento del mar… Era una gota más que formaba parte de la totalidad.
—Todos vosotros habéis tenido la misma experiencia —añadió el anciano mientras servía una taza de té a cada uno—. Cada cual en el lugar que os era más propicio para lo que teníais que aprender.
—Entrelazamiento… —Quiona dejó esa palabra en el aire.
Todavía bajo los efectos de aquella maravillosa experiencia, los tres amigos se resistían a dejar atrás aquella sensación.
Niko fue el primero en romper el silencio:
—Necesitamos saber que su eternizador está a salvo. Es eso por lo que hemos venido hasta aquí. Perseguíamos a Spin-O. Seguro que lo ha visto, pues ha entrado antes que nosotros en su reino. Es peligroso, pretende hacerse con todos los objetos de los Eternos y alzarse como el rey de los multiversos. ¿Lo ha visto? ¡Debemos evitar que se lo lleve!
—Lo he visto… —respondió calmado el anciano—. Y el eternizador se ha ido con él. Hace poco que se ha marchado, justo antes de que entraseis en mi reino.
Eldwen se atragantó con la infusión antes de exclamar:
—¿QUÉ HA PASADO?
¿CÓMO CONSIGUIÓ ARREBATÁRSELO?
—NO ME HAS ESCUCHADO BIEN... YO NO SE LO DI. EL ETERNIZADOR DECIDIÓ IR CON ÉL, Y YO NO ME OPONGO A LOS DESIGNIOS DEL DESTINO. TAN SOLO SOY UN OBSERVADOR.
—No lo entiendo —dijo Niko resignado—. Si Spin-O ha tenido la misma experiencia que nosotros al atravesar el portal, ¿cómo puede seguir con su idea de destruir los multiversos? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que todos estamos conectados? Una vez vives esto, ¿cómo se puede odiar?
—Quizá estás dando por supuesto más de lo que deberías —dijo compasivo el anciano—.
Esa es la trampa de la mente humana. Estás demasiado centrado en encontrar respuestas, amigo humano.
Quiona, a su lado, asintió embelesada.
—Son las preguntas que no podemos responder las que más enseñan —prosiguió el anciano—. Ella lo sabe bien, te ha estado entrenando todo este tiempo.
Si le das a alguien una respuesta, lo que le ofreces es información. Pero si sabes proporcionarle una buena pregunta… entonces buscará sus propias respuestas. Esa es la diferencia entre información y conocimiento.
Niko se quedó mudo, pero Eldwen, que seguía centrado en el problema de Spin-O, se dirigió a sus dos amigos:
—¿Qué hacemos ahora? Estamos empatados: Spin-O tiene la brújula de Espacio y, ahora, el eternizador de Entrelazamiento. Nosotros disponemos del reloj de Tiempo y la llave de Decoherencia. Quien llegue antes hasta Simetría ganará la batalla de los multiversos. ¡No tenemos tiempo que perder! —Luego se dirigió hacia el anciano y le pidió—: ¿Nos podría ayudar a dar con su hermana Simetría? Debemos encontrarla lo antes posible.
—La mejor victoria es aquella que se consigue sin combatir
—se limitó a responder el anciano.
En esa ocasión fue Eldwen quien se quedó con la boca abierta. Las respuestas, o mejor dicho, no respuestas del anciano los dejaban desconcertados.
—Se llevaría muy bien con Rovi-Ra —le susurró Quiona a Niko en tono de casamentera—. Cuando acabe todo esto, tenemos que presentarlos. De aquí puede nacer un idilio eterno.
Niko se rio por lo bajini, mientras el anciano vertía el té que quedaba sobre la mesa y con su habitual calma declaraba:
—Os interesará más saber esto.
El agua derramada había creado una fina película en la que, en vez de reflejarse su entorno, se podía ver una imagen borrosa. Entrelazamiento realizó un movimiento de manos y los tres amigos pudieron ver con claridad, como si fuese una pantalla de televisión, lo que estaba ocurriendo en uno de los despachos del Centro de Inteligencia Cuántico.