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ALLÍ ESTABA SIMETRÍA, PRESA EN UN HUEVO GIGANTE Y
TRANSPARENTE SUSPENDIDO EN EL AIRE.

Niko lo reconoció al instante: era la misma prisión que había mantenido atrapada a Decoherencia el año anterior.

Seguido por sus amigos, que llevaban bien atado y amordazado a Spin-O, Niko se acercó al huevo transparente. Le asombró la belleza de la Eterna. Simetría hacía honor a su nombre; tenía unas facciones tan armónicas como perfectas. Su tez era pálida, y bajo sus ojos, que permanecían cerrados, se adivinaban unas ojeras que contrastaban con la belleza de la joven. Su larga melena rubia era tan fina que flotaba tras ella como una nube que la envolvía con ternura. Parecía estar sujeta gracias a una corona de flores dorada que le ceñía el pelo. Sus extremidades eran largas y delicadas, y vestía una túnica blanca que estilizaba todavía más su delgado cuerpo.

Niko tocó con suavidad las paredes de aquella prisión transparente. En aquel momento, Simetría abrió los ojos. No había signo de vejez en aquella dama, excepto en sus ojos, profundos como pozos de recuerdos. La dulce sonrisa que formaban sus labios carnosos suavizaba el impacto de su intensa mirada.

Recordando la vez que había liberado a Decoherencia, Niko buscó en el suelo los signos que debían estar escritos bajo el huevo. Tal y como esperaba, ahí estaban, formando un círculo que rodeaba la prisión.

Zen-O se acercó a Niko, y viendo los símbolos inscritos en el suelo, dijo:

—NO RECONOZCO ESTAS RUNAS… NUNCA HABÍA VISTO ALGO ASÍ.

Pero a los ojos de Niko, al igual que le pasara en la aventura anterior, aquellos signos se reordenaron hasta que pudo leer su mensaje con claridad:

La prisión se mantendrá eternamente.

Libera los objetos de poder y el simétrico aparecerá.

Niko leyó el mensaje en voz alta.

—¿Qué significa lo que has dicho? —preguntó Quiona.

—¿No podéis leer el mensaje escrito en el suelo?

El resto negó con la cabeza. Él era el único que podía entender, pese a no saber cómo, aquel extraño lenguaje.

Sin pensarlo dos veces, sacó uno a uno los cuatro eternizadores.

—Es una especie de acertijo que explica cómo podemos liberar a Simetría. Creo que sé lo que tengo que hacer.

Las letras volvieron a sus símbolos originales, pero Niko podía distinguir la silueta de cinco grabados. Formaban un pentágono regular dentro del circulo de runas. Los dibujos reproducían los cuatro eternizadores que Niko tenía en su posesión más el de Simetría, del que seguían desconociendo su paradero.

—Nos falta su eternizador —le dijo Niko a Simetría mientras colocaba uno tras otro el resto de los objetos en sus ilustraciones correspondientes.

Como respuesta, la Eterna le devolvió una cálida sonrisa. El eternizador de Simetría apareció entonces en el lugar que le correspondía, precedido por un fabuloso destello de luz.

No tuvieron mucho tiempo para contemplarlo antes de que las runas se iluminasen, rotando en el sentido de las agujas del reloj cada vez más rápido; a Niko le pareció que se trataba de una media luna.

Cuando el huevo transparente empezó a fundirse desde el punto más alto, se apartaron por precaución. Al quedar completamente liberada, Simetría se alzó en medio del círculo que formaban los eternizadores. Ahora tenía una altura inconmensurable, con una belleza tan irresistible como temible.

En cuanto los símbolos detuvieron su rotación y los eternizadores dejaron de emitir aquel brillo dorado, la apariencia de Simetría se suavizó.

—Ya ha terminado todo —le dijo Niko a la Eterna—. Los eternizadores están fuera del alcance de Spin-O, ya puede volver la normalidad al multiverso.

Simetría no respondió inmediatamente. Observaba absorta el pentágono que formaban los cinco objetos eternos.

—No estés tan seguro de ello… —respondió ella todavía sin desviar su mirada del pentágono.

Zen-O posó su mano en el hombro de Niko para apartarlo de la Eterna justo cuando ella, con un rápido movimiento, atrajo a Spin-O hacia ella y lo liberó de los gluones que lo mantenían preso.

Eldwen, Quiona y Niko palidecieron mientras el Maestro Zen-O se ponía frente a ellos para protegerlos con su propio cuerpo, aunque sabía perfectamente que nada podía hacer contra una Eterna.

—No pretendía asustaros —dijo ella con su suave voz, mirando por primera vez a los cuatro desconcertados amigos—. ¡Disculpadme!

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Niko con angustia.

—Algo no encaja

—respondió ella señalando los cinco eternizadores—.

Es la primera vez desde que terminó la canción que vuelven a estar juntos.
Pero falta algo…

Al ver la cara de desconcierto de Niko y sus amigos, Simetría les explicó:

—Supongo que no conocéis la historia.

Quiona, que se había adelantado a los demás, negó con la cabeza y preguntó:

—¿La creación de los Eternos?

—Los Eternos no fuimos creados. Existimos desde siempre, al menos que yo recuerde…
Lo cuenta la canción:

Entonces la Eterna empezó a cantar en una extraña lengua. Era una melodía que jamás habían oído antes, y sin duda, era prodigiosa. Niko sintió que no solo la escuchaba con sus oídos. Aquel sonido angelical traspasaba todas y cada una de las partículas de su cuerpo. La música surgía de todas partes, incluso de su interior. Era tan bella que el joven humano no pudo evitar emocionarse profundamente. En cuanto se quiso dar cuenta, unas grandes lágrimas resbalaban por sus mejillas. Avergonzado, se secó los ojos con la mano y miró a su alrededor para descubrir que sus tres amigos, incluido el Maestro, también lloraban al son de esa mágica melodía.

Entonces el silencio irrumpió como un cuchillo y la Eterna les preguntó:

—¿Recordáis ahora la historia?

Todavía con un nudo en la garganta, Niko negó con la cabeza:

—No entendemos ese lenguaje.

—Oh… —respondió ella—. Claro que sí, pero es vuestra mente dormida la que lo ha reconocido. Os lo contaré con vuestras propias palabras, aunque se pierda mucho en la traducción.

Niko observó a Spin-O que, pese a estar liberado, se mantenía abatido detrás de Simetría, que empezó su explicación:

—Al principio estábamos los Eternos. Vivíamos en equilibrio, la simetría era perfecta. Sin embargo, aquella perfección, aquella belleza, era inmóvil. Cinco de nosotros ansiábamos crear lo que estaba destinado a ser el multiverso, pero nos resultó imposible.

—¿Cinco de vosotros? —la interrumpió Quiona repitiendo sus palabras—. Los Eternos solo son cinco, ¿a quién más te refieres?

—Los Eternos Originales éramos seis —explicó ella—. Tres y tres. De ahí la imposibilidad de crear algo. El equilibrio era perfecto, nada podía moverse en aquel estado de simetría.

—¿Quién era el sexto? —preguntó Niko.

—Nuestro hermano pequeño: Vacío. Era feliz estando todos juntos, pero no quería avanzar, se oponía a componer la canción que debía dar lugar a la creación de lo que acabaría siendo el multiverso. El resto de los hermanos decidimos ignorarlo y cantarla igualmente. Vacío se enfrentó a nosotros, pero como era de esperar, fue una batalla fútil. Fue entonces cuando sucedió: la simetría se rompió. Retuvimos la esencia de Vacío en su eternizador y él fue mandado al exilio sin fuerza ni poder. De este modo, al cantar la canción, el vacío desapareció y empezó la creación.

Niko recordó lo que le había explicado Noether. La importancia de la ruptura de la simetría para que las leyes de la física funcionasen y nuestro universo pudiese nacer. Sin ello no existirían las partículas que Niko conocía tan bien. Por ejemplo, si no se hubiese roto la simetría en la batalla de las partículas y las antipartículas, se habrían aniquilado entre sí y no existiríamos.

—Pasó hace tanto —prosiguió la Eterna— que ya casi había olvidado las palabras que narran esta historia. Incluso entre los hermanos, jamás hacemos referencia al sexto Eterno. Vacío quedó desterrado en el olvido… intuyo que hasta hace poco, ¿no es así?

Esa última pregunta la hizo la Eterna mirando directamente a Spin-O.

—Al colocar los eternizadores —prosiguió Simetría—,

he podido sentir la fuerza del sexto:

el de VACÍO.

Cuéntanos ahora, Spin-O, ¿cuál es el verdadero motivo por el que has buscado los cinco eternizadores restantes?

Spin-O suspiró y con voz cansada empezó su relato.