El basti está perdiendo
su forma...

... bajo la calina cuando al día siguiente salimos del colegio. Las sombras se extienden por los tejados de las casas donde los neumáticos pinchados, los ladrillos y las tuberías rotas apuntalan las lonas impermeables. Debería estar tirado bajo una manta en la cama de Ma y Papa viendo la tele. Pero en cambio aquí estoy haciendo mi trabajo de detective con este frío. Quiero abandonar, pero no me atrevo a decírselo a Pari. Ella se enfrenta a este misterio a la manera en que se enfrenta a un problema matemático imposible de resolver: tomando un millón de notas y desperdiciando la tinta de un millar de bolígrafos. No puedo permitir que me gane.

Caminamos hacia la casa de Aanchal. Faiz ha averiguado dónde vive preguntando a los vendedores.

—¿Cuándo vamos a trabajar en nuestras presentaciones? —protesta Pari. El profesor Kirpal nos ha puesto como deberes que consigamos dibujos de vegetales y de frutas de invierno, pero nadie va a hacerlo porque no tenemos ni periódicos ni revistas en casa.

—Si quieres estudiar, vete a casa y estudia —suelta Faiz—. Pero no lo vas a hacer, ¿a que no? Te gusta jugar a los detectives.

—No estamos jugando —dice Pari—. Esto es serio. Hay vidas en peligro.

—No puedes salvar a la gente de los malos djinns —comenta Faiz—. Sólo los exorcistas pueden hacerlo.

—Nosotros también podemos ser exorcistas —añado.

Faiz me lanza puñales con la mirada.

—Tienes que recitar versos del Corán para luchar contra los djinns. Sólo con que una cosa vaya mal, el djinn te matará. Por esa razón únicamente puede hacerlo la gente que sabe lo que hace.

—Quizá Baba Bengali sea de los que saben —digo.

—Los babas hindúes no conocen el Corán ni nada que tenga que ver con los djinns.

Pari aprieta los dientes. Nuestra conversación sobre los djinns la enfada.

Las viviendas que hay en el callejón donde vive Aanchal son casas sólidas hechas de ladrillo. Algunas son de doble tamaño. Seguro que hasta tienen cuartos de baño propios en la parte de atrás.

Nos detenemos junto a una mujer que está sentada en un ladrillo lavando los platos y le preguntamos cuál es la casa de Aanchal. La mujer nos la indica con un dedo lleno de jabón. Una cabra barbuda nos bala desde el umbral.

Pari coge unas hojas marchitas del suelo y se las da a la cabra. La esquila que cuelga del cuello de la cabra repiquetea cada vez que mastica, es decir, un montón de veces. Un chico que debe de tener nuestra edad y va vestido con una camisa de cuadros rojos y blancos tan gruesa como un jersey aparece en la puerta y echa a la cabra con las rodillas. Su cara tiene la redondez de quienes comen demasiado.

—¿Qué queréis? —pregunta. Un camión toca el claxon en la autopista.

—Aanchal —contesta Pari.

—No está. ¿Quiénes sois?

—Nos preguntábamos si Aanchal no conocerá a nuestros amigos, Bahadur y Omvir. Ellos también han desaparecido —dice Pari.

—Oímos hablar de ellos después de que desaparecieran.

—Ajay, ¿con quién estás hablando? —gruñe una mujer desde las profundidades de la casa.

—Con nadie —dice el chico—. Unos niños preguntan por Aanchal-Didi.

—¡Diles que se larguen! —grita la mujer. Debe de ser la ma de Aanchal.

Un poco entre dientes, Faiz hace chasquear la lengua.

—Ya nos vamos —le anuncia Pari al chico—. ¿Pero no podrías ayudarnos, por favor? No sabemos qué más podemos hacer para encontrar a nuestros amigos. La policía no ha hecho nada.

Pari no me está dejando preguntar por el viejo ese que tiene amistad con Aanchal.

—Tampoco a nosotros nos está ayudando la policía —dice el chico. Nos hace un gesto para que nos apartemos de la puerta—. Hoy mismo una policía le ha dicho a Papa: ¿Por qué lloras? Tu hija se ha fugado con su novio, un mullah. Pero mi didi no tiene novio. El día en que desapareció fue a sus clases de inglés tal y como hace cuatro veces por semana.

—¿Tu didi no es una...? —digo, pero Pari me interrumpe de golpe.

—¿No va tu didi a la universidad?

—Suspendió sus exámenes de décimo en junio —responde Ajay—. Trabaja en un salón de belleza y también va a las casas de la gente a hacer tatuajes de henna, limpiezas faciales, teñidos y esa clase de cosas, pero lo que ella de verdad quiere es trabajar de teleoperadora. Por eso va a clases de inglés.

Hay muchas preguntas que no puedo hacer. En primer lugar, ¿por qué una chica de burdel querría trabajar como teleoperadora? En segundo lugar, ¿cómo va a tener Aanchal veintitrés años si aún iba a décimo curso?

—La policía le dijo a la ma de Bahadur que su hijo se había escapado por su cuenta. Al papa y la ma de Omvir les dijeron exactamente lo mismo —dice Pari—. Para ellos es genial, ¿no? Así no tienen que mover un dedo. Si algo nos pasa, es responsabilidad nuestra. Si nos desaparece la tele en casa, nosotros mismos la robamos. Si nos asesinan, fuimos nosotros los que nos matamos.

El cabello le cubre el rostro por la furia con la que sacude la cabeza al hablar.

Ajay saborea cada una de las palabras de Pari como si estuvieran hechas de oro o azúcar.

—¿Cuántos años tiene tu didi? —pregunto.

—Dieciséis. Es seis años mayor que yo.

El informe policial de Pari recogió mal la edad.

—La gente dice unas cosas horribles de Didi. Nunca ha estado en un burdel. Sólo porque sea guapa...

—Este lugar es de lo más anticuado, créeme —dice Pari—. Si la gente de los basti se saliera con la suya, las chicas nos quedaríamos en casa aprendiendo a cocinar y nunca iríamos a la escuela.

—Exacto —coincide Ajay.

No sé cómo consigue Pari estas cosas. Allí donde va se hace amiga de todo el mundo, como Guru. Probablemente hasta se haría amiga de Demente si alguna vez se encontrase con su fantasma.

—No te hemos visto por nuestra escuela —le dice Pari a Ajay.

—Mi hermano y yo vamos a la Model —cuenta—. Aanchal-Didi iba a la escuela secundaria que está al lado.

—¿La Model no es una escuela privada? —pregunta Faiz frotándose la nariz con el dorso de la mano—. ¿Cómo consigue tu padre pagar unas matrículas tan altas?

—Poniendo a trabajar a mi hermana en un burdel no, desde luego —dice Ajay con tono amenazador y acercando la cara un poco más a la de Faiz.

—No quería decir eso... —explica Pari.

—Faiz le pregunta a todo el mundo por su dinero porque él no tiene nada —justifico. Es lo mejor que podía decir. Ajay deja de lado su aire de perdonavidas.

—Un hombre rico atropelló con su todoterreno a Ma, así que tuvo que darle una compensación —dice—. Además, Ma hace camisetas en casa para un negocio de importación y exportación. Se saca un buen dinero con ello. Por eso podemos permitirnos estudiar en una escuela privada. Pero no me gusta nada ir. Es horrible.

—¿En serio? —pregunta Pari. Parece que está consternada. Para ella, un colegio privado es poco menos que el cielo.

—Los niños ricos nos insultan. Barrenderos, vendedores de baratijas. Come ratas. Mata vacas. Nos dicen que apestamos. Nos dicen que van a matarnos.

—Menudos idiotas —dice Pari—. Si se pasan de la raya, siempre puedes venir a nuestra escuela.

—Nuestra escuela es terrible —añade Faiz.

—Y está Quarter —digo—. Un buen colegio ya se habría encargado de echar a un matón como él.

—¿Quarter, el hijo del pradhan? —pregunta Ajay.

—Sí, el mismo. ¿Tu hermana conocía a Quarter? —pregunta Pari.

—No lo sé.

Pari observa la cabra que con tanta bravura está mascando un envoltorio de maíz inflado como si no fuera más que una hoja y exclama:

—¡Venga ya! ¿Por qué la policía va diciendo que tu didi tenía novio? —Pari deja caer la pregunta como si se le acabara de ocurrir, pero sé que ha estado esperando a soltarla desde el mismo instante en que Ajay dijo novio y mullah.

—Papa al principio no paraba de llamar al móvil de Didi sin parar. Cada vez que lo hacía recibía el mismo mensaje: El número al que intenta llamar está temporalmente fuera de servicio. Pero en una ocasión un hombre respondió a la llamada. Dijo: ¿Qué quiere?, y luego colgó antes de que Papa pudiera responder. Papa se lo contó a la policía y la policía lo interpretó a su manera y ahora va diciendo que Aanchal-Didi tiene novio.

—¿Cómo puede ser que un hombre respondiese al teléfono? —le interroga Pari.

—A lo mejor se lo robó —dice Ajay—. Eso es lo que Papa piensa.

—¿Tu didi pudo mentir acerca de adónde iba? Me refiero al día en que desapareció —pregunto.

Pari me lanza una mirada furiosa. Ella iba a plantear la misma cuestión, pero con más tacto. No me importa. De todos modos, Ajay responde:

—Aquel día, Aanchal-Didi nos dijo que iba a ver una película con Naina después de sus clases de inglés. Naina es una amiga suya del salón de belleza. La primera vez que Papa la llamó, Naina le dijo que Aanchal-Didi estaba con ella. Pero se hizo muy tarde y Papa volvió a llamar a Naina y sólo entonces ella dijo: Hoy no la he visto en todo el día. Aanchal me pidió que le dijese que estaba conmigo. Al enterarse de aquello, Papa se volvió loco. Ha ido de hospital en hospital para ver si Didi había tenido un accidente y estaba ingresada.

—¿Ha desaparecido algo en casa? —interviene Faiz—. Por ejemplo, ropa de tu hermana, la cartera de tu padre o...

—En la cartera de Papa nunca hay dinero, sólo en la de Ma. —Ajay aparta a la cabra del jabonoso charco del que intenta beber—. Didi no se llevó nada de casa.

—¿Dónde recibe sus clases de inglés? —pregunta Pari.

—En Let’s Talk, en Angrezi. Está a unos veinte minutos en coche desde aquí. También hay autobuses, pero no sé cuáles paran en el instituto.

—¿Qué tal es? —continúa Pari, como si eso ayudara a nuestra investigación.

—Didi no ha dicho nada.

Sé que hay algo muy importante que debo preguntar, pero ahora mismo no recuerdo qué es.

—¿Tu didi conoce a Hakim, el tipo que repara teles en Bhoot Bazaar? —Faiz se acuerda por mí—. No, ¿verdad?

Es probable que Faiz haya decidido venir con nosotros para poder hacer esa pregunta.

—¿Por qué iba a conocer a un tipo que repara teles? —responde Ajay.

—Pues claro que no lo conoce —dice Pari—. ¿Dónde está el salón de belleza en el que trabaja tu didi?

—Se llama Shine. Es sólo para mujeres y niños.

Lo he visto desde fuera. Tiene las ventanas tintadas de negro y las puertas decoradas con fotos de actrices famosas.

—Ajay, vuelve aquí —ordena una mujer de cabellos grises que aparece en la puerta de la casa golpeando las muletas que tiene en las manos contra el suelo. Debe de ser su ma.

Ajay sale disparado al instante. Menudo niño.

—Tengo que ir a trabajar —dice Faiz.

—¡Pregúntale a Tariq-Bhai si quiere jugar esta noche al críquet! —le grito mientras se aleja.

 

 

El callejón que hay frente a la casa de Aanchal se interna en la autopista formando una curva, y justo a la entrada hay una cafetería y un puesto de alquiler de electrotaxis. Un grupo de hombres se apoya contra sus motos junto al sitio donde fríen y doran en aceite hirviendo unos puris. Atada a uno de los cuatro postes que sostienen el techo de hojalata de la cafetería hay una foto del dios Ganpati con un marco muy chulo donde parpadean unas luces de discoteca azules, verdes y rojas.

Nos detenemos en el puesto de autotaxis y preguntamos a los conductores cuánto cuesta ir a Let’s Talk, aunque ni Pari ni yo tenemos dinero. Doscientas rupias, nos dicen.

—Pero si por mucho menos de eso puedes viajar cientos de kilómetros por la línea morada —digo.

—Pues coge la línea morada entonces —contesta uno de los conductores—. Ah, espera, que no puedes, ¿verdad?, porque no pasa por Let’s Talk.

Pari hace caso omiso de la pulla y le habla de Bahadur y Omvir. Pregunta si han visto a Aanchal con los niños desaparecidos.

—Aanchal pasa de los chicos a menos que tengan unos diez años más que tu amiguito —indica un conductor señalándome con el dedo.

—¿El sábado pasado cogió un auto? —pregunto.

—Ése fue el día en que desapareció —añade Pari.

—Aanchal no necesita un auto. Es una princesa y tiene su propio carruaje —dice otro conductor.

—Con un tipo barbudo como cochero —comenta otro riendo.

—¿El chacha que repara teles? —pregunto—. ¿Tiene la barba naranja y blanca?

—El tipo tiene pinta de mullah, pero en joven —dice el conductor.

Se ponen entonces a hablar del papa de Aanchal como si nosotros no estuviéramos aquí.

—Justo la semana pasada le dije que le diera un toque.

—La hija gana su propio dinero. Él no se encarga de ella. ¿Qué le importa a Aanchal lo que pueda pensar su papa?

El otro conductor hace ruidos con la lengua como dándoles la razón.

—¿El papa de Aanchal sigue conduciendo un auto? —pregunta Pari.

—No ha trabajado en años. Está muy enfermo —responde un conductor sacudiendo la cabeza—. Pobre hombre. Ahí está.

Un auto se ha unido a los otros en el puesto y un hombre de cabellos desaliñados sale de él. Lleva una camisa de manga larga de color crema con manchas negras en los puños.

—¿No ha habido suerte hoy? —se interesa alguien mientras el papa de Aanchal paga al conductor.

Dice:

—No está en ningún hospital. Hoy he ido a la ciudad a comprobarlo.

—¿Ha hablado con el novio mullah de Aanchal? —pregunto—. Podría estar con él.

Sobre nuestro grupo cae un manto de silencio que hace aumentar el ronroneo de los vehículos que pasan por la autopista. El papa de Aanchal levanta entonces una mano y salta hacia mí con los ojos casi saliéndosele de las órbitas. Tiro de la cinta de mi mochila preparándome para correr. Pero el papa de Aanchal sufre un ataque de tos y tiene que detenerse para tomar aire profunda y ruidosamente. Consigo escapar y Pari huye conmigo.

—Idiota —susurra al adelantarme.

 

 

La policía tiene comisarías y los detectives unos lugares muy chulos tipo licorerías donde se sientan y charlan acerca de sus sospechosos. Pero Pari y yo sólo podemos tener nuestras reuniones junto a los complejos de baños o en el patio de la escuela. Hoy sin embargo mi casa hace de oficina para la Agencia Jasoos Jai, al menos hasta que Runu-Didi regrese de su entrenamiento. Pari y yo vamos a intercambiar algunas notas del caso respecto a lo que el hermano de Aanchal, Ajay, nos ha contado. Yo no he tomado notas. Todas ellas están en mi cabeza.

Pari pregunta si tenemos algún periódico en casa para ver si hay alguna foto de frutas o vegetales que podamos usar para nuestra presentación en la escuela. Ni me molesto en responder.

Shanti-Chachi está sentada en el charpai que tiene frente a su casa peinándose el pelo. Sé que se lo ha teñido hoy porque se le ve más negro que esta mañana y también lo tiene más negro que el pelo de Ma, que no lo lleva teñido.

—Ya tendrías que estar en casa desde hace rato —me dice la chachi.

—No es tan tarde —contesto.

Dentro de casa le digo a Pari que tenemos que interrogar a Naina, la amiga de Aanchal del salón de belleza, y vigilar de cerca a tres sospechosos: Quarter, el chacha de las teles y el papa de Aanchal, un individuo demasiado irritable que vive de su esposa y su hija sin la menor vergüenza. Por supuesto, los djinns son mis principales sospechosos, pero eso no lo puedo tratar con Pari.

Hablamos acerca de lo que Ajay nos ha dicho.

—Este caso es muy complicado —opino—, porque no estamos totalmente seguros de que haya un delito y un criminal. Aanchal podría haberse escapado. Igual que Bahadur y Omvir.

—El hombre que cogió el móvil de Aanchal podría ser un criminal —dice Pari.

—Pero ¿qué está haciendo con Aanchal?

—¿No recuerdas lo que nos contó el tipo de la Fundación para Niños? —pregunta Pari—. ¿No lo has visto en «Police Patrol»? La gente utiliza a niños y mujeres para toda clase de cosas espantosas, no sólo para limpiar baños y pedir limosna.

Me imagino que alguien me obliga a limpiar los complejos de baños y me echo a temblar.

Runu-Didi regresa de su entrenamiento. Pari le pregunta qué tal le ha ido.

—Didi va a la escuela sólo para poder entrenar —digo—. Ni siquiera por el almuerzo. Y obviamente no para estudiar.

—Nadie te ha preguntado —suelta Pari.

Didi tiene la ropa llena de arena y sangre de haberse caído y rozado la piel con las piedras, pero no parece que le duela nada. Dice que va al complejo de baños para echarse un cubo de agua por encima. Busca unas monedas para pagar al vigilante bajo las almohadas de la cama, en los bolsillos de los pantalones de Papa que cuelgan de un clavo y en la ropa tendida que hay dentro de casa. No toca el envase de Parachute. Entonces se vuelve hacia mí.

—Ma te da dinero de más para pagar el baño y sé que ni siquiera te lavas la cara —dice.

Pari me mira sintiendo vergüenza por mí.

En invierno el agua del complejo de baños está helada, así que a veces ni la toco y salgo de allí como si me hubiera aseado. Pero intento lavarme la cara todos los días.

—¿Cómo vas a saber lo que ocurre dentro de los baños de caballeros? —le pregunto a Didi—. ¿Es que te asomas porque quieres ver a ese amigo tuyo de los granos vestido sólo con calzoncillos?

Pari me pega un empujón y me dice que cierre el pico, como si Runu-Didi fuera su hermana. Luego añade:

—Didi, ¿sabes si Quarter y Aanchal se conocen?

Es una pregunta de lo más idiota, pero al menos impide que los ojos de Didi me sigan mirando con tanta rabia.

—¿Por qué lo preguntas?

—Por saber.

—Quarter solía ponerse a cantar cuando veía a Aanchal. Todo el año le daba tarjetas del Día de San Valentín, ya fuera junio u octubre.

—¿Eran novios? —pregunto.

Didi me mira con desprecio y entonces dice:

—Ella aceptaba las tarjetas: las suyas y las de cualquiera. Las chicas que se ponen en la fuente hablan de ello todo el rato. Quarter cantaba canciones para declararle su amor a Aanchal, pero para Quarter eso no tiene nada de especial. Si nos tuviéramos que fiar de sus canciones, diríamos que está enamorado de todas las chicas del basti.

—¿Y Aanchal? ¿A ella le gustaba Quarter? —pregunta Pari.

—A saber —dice Runu-Didi—. Tenía muchos admiradores. Según la gente, le encantaban todas esas atenciones.

No sé qué significa todo esto. No puedo preguntar nada porque ahora Runu-Didi me odia sin ninguna razón.