La escuela del año nuevo
es igual...

... que la escuela del año viejo, pero también peor por culpa de los exámenes. Tras el último timbrazo, Pari y yo nos quedamos en el pasillo, ella mordiéndose las uñas y luego sumando con los dedos porque cree que se ha equivocado en una de las respuestas del examen de matemáticas. Yo debo de haber respondido mal a una, dos, tres, diez..., a todas las respuestas del examen, pero no me importa. Le cuento a Pari que Papa ha pegado una bofetada a Runu-Didi. Ella aprieta y afloja la mano y dice:

—Cinco veces, cinco veces me has contado lo mismo hoy.

—No tantas —replico.

Pari ni siquiera me ha permitido que le hablase esta mañana porque quería revisar el examen en su cabeza. Ojalá Faiz estuviera aquí, porque a él se le da muy bien escuchar. Pero Faiz está en un cruce vendiendo rosas o protectores para móviles o juguetes que ni nosotros tenemos, aunque de todas formas ya somos muy mayores para eso. Se está perdiendo los exámenes y después se perderá muchos días de clase, quizá incluso un año entero si a Tariq-Bhai no le ponen pronto en libertad.

Runu-Didi aparece en el pasillo.

—Estamos listos —digo cuando se detiene cerca de nosotros. Didi, Pari y yo tenemos que volver juntos a casa.

—No me esperéis —contesta Didi—. Tengo que hablar con el entrenador.

—¿No le enfadará que vayas a perderte los campeonatos entre distritos? —pregunta Pari.

Didi me mira con saña reprendiéndome por ser tan bocazas. Luego dice:

—Tendrá que hacer un cambio a última hora. ¿Qué pensabas?

Didi parece que tiene las orejas desnudas sin sus pendientes. Le acerco la mano para darle unas palmaditas en el antebrazo.

—Puaj —dice Didi—. ¿Por qué tienes la mano tan pegajosa?

—Mejor no preguntes —dice Pari.

—Pari se rasca el culo. Yo no.

—Apártate —ordena Didi.

—Vete a quitarles las ladillas a los huevos de tu novio el entrenador. Al fin y al cabo es lo que mejor se te da —me oigo decir.

Pari lanza un gritito ahogado y se tapa la boca con ambas manos. Yo me voy hacia la puerta de la escuela y ella viene corriendo detrás. En la puerta vuelvo la cabeza para mirar a Runu-Didi. Sigue en el pasillo, delante de nuestras aulas, apoyada contra una columna. Su seguidor, el chico granujiento, está al otro lado de la columna sonriendo de oreja a oreja a lo que debe de ser la cámara de su móvil. Se pasa la lengua lentamente por los dientes. Didi observa la parte del patio donde el entrenador está a punto de comenzar su sesión de entrenamiento con las chicas, así que ella quizá no ha reparado en su admirador.

Hoy nadie ha mencionado a Kabir y Khadifa; quizá porque no son de nuestra escuela. Ni siquiera en la reunión el director habló de ellos, aunque sí que nos avisó de que debíamos estar en guardia todo el tiempo.

 

 

—Runu-Didi me ha dicho que venga solo a casa —le cuento a Ma cuando regresa—. Sigue en el colegio. Su entrenador debe de estar poniéndole pruebas extra.

Didi y yo estamos peleados, así que no tenemos que guardarnos nuestros respectivos secretos. Ésa es la regla. Didi lo entenderá.

Ma suspira y se sienta en la cama. Miro el reloj despertador. Pone que son las seis, lo que significa que serán las seis y cuarto o las seis y media. Ya debería de haber acabado el entrenamiento de Didi. Supongo que estará retrasando la vuelta para fastidiar a Ma y Papa. Qué estupidez hacer eso.

—Seguro que Runu está enfadada —dice Ma. Cierra los ojos y comienza a rezar, Señor, haz que mi hija esté a salvo. Lo dice nueve veces y abre los ojos.

—Un padre no debería pegar a su hija —afirmo—. No vivimos en la antigüedad, como cuando tú eras pequeña.

Ma sale para hablar con Shanti-Chachi. Me pongo un jersey encima del que llevo puesto. Ma vuelve y me dice que ella y el marido de la chachi van a ir al colegio a hablar con el entrenador.

—Voy con vosotros.

—Hoy no tengo ánimos para esto, Jai.

Ma se marcha. En mi cabeza pido perdón a Runu-Didi. Le ruego que regrese. Le prometo que nunca la fastidiaré. Shanti-Chachi se sienta conmigo, me pasa la mano por la espalda y me dice que respire despacio.

—¿Dónde está tu ma, Jai? —le oigo preguntar a Papa—. Shanti, ¿qué es lo que pasa?

Rezo con más intensidad. Oigo la voz de Runu-Didi. ¡Está en casa! Miro a mi alrededor. No está aquí. Mis oídos me han jugado una mala pasada.

—¡¿Qué quieres decir con eso de que Madhu la está buscando?! —grita Papa—. ¿Dónde está Runu?

Cuando el enfado le hace levantar la voz parece mucho más grande. Quiero acurrucarme como un ciempiés o meterme en mi concha como una tortuga y no salir jamás.

—¿Qué es exactamente lo que Runu te ha dicho?

Papa me está hablando. Le cuento todo, pero al mismo tiempo no le cuento todo, como lo de los huevos de tu novio.

—¿Runu quería hablar con el entrenador? —pregunta Papa agarrándome por el cuello del jersey—. ¿Cuánto crees que se tarda en hablar? ¿Es que no la pudiste esperar?

—No le grites a Jai —pide Shanti-Chachi—. Sólo es un niño.

—No han secuestrado a Didi —digo mientras Papa afloja la mano—. Seguro que el entrenador la ha convencido para que se quede con el equipo.

Papa saca su móvil y llama a alguien.

—Ahora mismo me voy a la escuela —digo—. Traeré a Runu-Didi de vuelta a casa.

—Shanti, ¿puedes vigilarlo? —pregunta Papa con el teléfono pegado a la oreja izquierda.

—Claro —responde la chachi.

—Sí, cariño —dice Papa al teléfono mientras sale corriendo de la casa.

Me aprieto contra la esquina del cabecero de la cama de Ma y Papa y trato de pensar como un detective, pero no puedo ni pensar con todo el ruido que me rodea. Los vecinos no dejan de venir para preguntarnos a Shanti-Chachi y a mí si hemos sabido algo. Tropiezan con el fardo que contiene los objetos más preciados de Ma y esparcen nuestras ropas y nuestros libros de texto. Unos y otros se preguntan si algún musulmán no habrá raptado a Runu para vengarse de la decapitación de Búfalo-Baba. Al principio hablan en voz baja para que yo no los oiga, pero es tal su nerviosismo que enseguida se olvidan de mí y entonces sus voces llegan hasta el cielo. Shanti-Chachi les dice que no especulen hasta que sepamos algo más. Al ver que no escuchan, los amenaza con cortarles sus venenosas lenguas.

Me pellizco los brazos para despertar de esta pesadilla, pero ya estoy despierto. Me hago las preguntas que Pari y yo hicimos al hermano y a la hermana de Bahadur. Llego a la conclusión de que Runu-Didi ha debido de ocultarse porque Papa le pegó, aunque aquello no fue más que una bofetada y apenas importa.

Shanti-Chachi trata de averiguar si las amigas que Runu-Didi tiene en el basti saben dónde se encuentra Didi. No lo saben.

—Estaba bien esta mañana en el caño del agua —dice una de ellas—. No parecía disgustada.

Una chachi me pregunta si es posible que Didi haya ido al centro comercial o al cine, pero ella no tiene dinero para ver una película y nunca vamos a centros comerciales, y de todas maneras los vigilantes de los centros comerciales no nos dejan pasar. Shanti-Chachi llama a Ma con el móvil. Ma le cuenta que Didi no está en el colegio, y ella y Papa se dirigen ahora a las casas de sus compañeras del equipo de relevos.

Intento pensar dónde puede estar Didi. Yo me hubiera escondido detrás de un carrito en Bhoot Bazaar, o en la tienda del mercado donde trabaja Faiz. Pero Runu-Didi no se puede esconder en esos sitios porque es una chica y además no conoce a ningún vendedor, y los vendedores se limitarían a decirle que se marchase a casa.

 

 

Durante toda la noche la gente busca a Runu-Didi. Nadie la encuentra. Lo creo y no lo creo. Ma y Papa regresan a casa, ella con el pelo pegado a las mejillas. Los ojos de Papa están más rojos e hinchados. Les pregunto si puedo ir a buscar a Didi. Mi plan secreto consiste en recoger a Samosa y hacer que él siga el rastro de Didi. Ma dice que no me mueva.

No es la primera vez que vivo esta noche. Ésta es la noche en que Bahadur desapareció, y también la noche en la que Omvir y Aanchal y Chandni y Kabir y Khadifa desaparecieron.

Pari y su ma aparecen por casa. Pari se sienta conmigo en la cama y la ma de Pari llora todavía más que la mía. Faiz llega con su ammi.

—¿Qué hacen éstos aquí, con esa pinta de musulmanes que tienen? —pregunta una chachi señalando con la barbilla a la ammi de Faiz.

Floto por encima de todo el mundo, veo a la gente llorar, veo que intercambian cotilleos. Algunos sólo están aquí para degustar nuestras lágrimas y nuestras palabras. Llevarán nuestras historias en los labios, que asoman como picos de pájaro, y se las darán como un sustento a los maridos o amigos que no están aquí.

—Pegar a Runu, como si tuviera dos años, eso fue lo que hizo —oigo decir a una mujer—. Shanti me lo contó. No le puedes levantar la mano a tu hija después de cierta edad.

—No las escuches —dice Pari.

—¿No tienes que estudiar? —pregunto.

—Los exámenes estos no importan. No pueden suspendernos hasta que estemos en noveno.

—Yo tampoco me voy a presentar a los exámenes —dice Faiz—. No pasa nada.

La ma de Pari llora un poco más.

Papa y unos cuantos hombres más van a buscar por la zona del vertedero, el bazar y los hospitales.

Esto no está ocurriendo. Esto no está ocurriendo. Dios está haciendo girar un destornillador bajo mi piel sin tomarse un respiro.

La gente habla de Runu-Didi. Era tan buena chica... —dicen—. Hacía todas las tareas de la casa sin quejarse. Hablaba con educación a todo el mundo, incluso cuando había peleas en el caño. Eso de correr lo habría olvidado al cabo de uno o dos años, y entonces habría sido una esposa perfecta, una madre perfecta.

No conozco a la persona de la que hablan.

—Mi hija no está muerta para que habléis así de ella —dice Ma con la frente perlada de sudor. Todo el mundo calla.

Cuarenta y ocho horas. Cuando un niño desaparece, si no es posible encontrarlo durante las primeras cuarenta y ocho horas, entonces lo más probable es que esté muerto. No estoy muy seguro de si son veinticuatro o cuarenta y ocho horas. Sea como sea, ahora mismo Runu-Didi no está muerta.

—¿Recuerdas al chico ese que tiene tantos granos? —le pregunto a Pari—. El compañero de Runu-Didi que la sigue por todas partes como si fuera su perro o yo qué sé.

—Conozco a ese tío —dice Faiz—. Menudo desperdicio.

—Estaba cerca de Didi la última vez que la vimos —comento—. Pari, ¿lo recuerdas?

—Voy a decírselo a alguien —exclama Pari—. Lo encontraremos.

Cuando la miro no podría decir si Pari está disgustada o triste porque habla de la misma manera que siempre. Su tono de voz no es ni alto ni bajo. Me hace sentir que no debo preocuparme demasiado. Me empeño en mirarla para que el destornillador salga de mi pecho, pero ella y su sollozante ma tienen que separarse de mí para que Pari pueda pedir a la gente adecuada que busque al chico de los granos, y todo resulta más doloroso que antes.

—Jai, mira, un hombre me ha dado esto hoy —dice Faiz. Es un billete verde arrugado que Faiz estira entre los dedos—. Un dólar estadounidense —añade.

—¿Crees que es momento para esto? —pregunta su ammi.

Faiz se vuelve a guardar el dinero en el bolsillo. La nariz le gotea.

Si Didi tuviera un amuleto, como Faiz, ¿habría vuelto ya?

Alguien nos saca a Ma y a mí de la casa porque entre todos los que están aquí nos están quitando el aire y ni ella ni yo podemos respirar. Nos sentamos sobre el charpai frente a la casa de Shanti-Chachi. El rostro de Ma está bañado en lágrimas, pero no se las limpia.

Quiero decirle a Ma que es culpa mía que Runu-Didi no esté. Le dije a Didi una cosa horrible, pero hice una cosa todavía peor justo la otra noche: deseé que se la llevase un djinn malvado. Invité al djinn a nuestra casa.

Los ojos de Ma me enmarcan como un bolígrafo de tinta roja al señalar una respuesta equivocada. Seguro que preferiría que hubiera desaparecido yo en lugar de Runu-Didi. Yo no gano medallas. No saco buenas notas en los exámenes. No la ayudo con las tareas de la casa. Nunca he ido al caño para traer agua a casa. Merezco que me secuestren. La calina se arremolina en mis oídos musitando exactamente eso: Deberías haber sido tú, tú, tú.

Ma se recoge las manos en el regazo. Veo quemaduras en su piel y algunos cortes hechos por un cuchillo. Trabaja mucho y siempre con prisas, aquí en casa y en el piso de su señora. Sólo Runu-Didi la ayudaba, yo jamás.

Oigo la voz de Pari. Está abriéndose paso con sus veloces manos por entre la multitud que nos rodea.

—¡Moveos, moveos! —grita a nuestros vecinos hasta que consigue llegar al charpai—. Tu papa ha ido al lugar del Shaitani —explica—. Está hablando con los compañeros de clase de Runu-Didi. También va a hablar con el chico ese de los granos, ¿sabes?

Faiz se une a nosotros.

—Jai, tienes que ser fuerte por tu ma —dice Pari.

—Deja que llore un poco si eso es lo que Jai quiere —suelta Faiz.

No quiero llorar pero tampoco puedo contener las lágrimas. Hay una bola de algo salado en mi boca y me lo trago porque no puedo escupirlo. Veo que Ma me observa con una cara rara; las lágrimas humedecen su barbilla y su cuello. ¿Por qué lloras? —me pregunta su rostro—. Tu didi nunca te ha importado lo más mínimo. Siempre te estabas peleando con ella.

 

 

Hacia la medianoche, la multitud va desapareciendo. Pari tiene que irse porque debe rellenar hoy su examen de mañana, y Faiz tiene que irse porque le toca trabajar. Pari me aprieta la mano con fuerza. Sus dedos, que siempre los tiene helados, están ahora tibios por haberse visto entre tanta gente durante tanto tiempo.

—Es culpa mía —le digo en un susurro—. Quería que un djinn se llevase a Runu-Didi y no a mí.

—No digas tonterías —me regaña, pero muy suavemente—. No eres tú el que la ha secuestrado. Habrá sido alguna mala persona de nuestro basti.

—Los djinns no te escuchan ni a ti ni a nadie —dice Faiz—. Hacen lo que les apetece.

No tardamos en quedarnos solos yo, la ma de Bahadur y mi Ma. La ma de Bahadur nos acompaña a casa y se sienta en una esquina, tosiendo y mirando a Ma a los ojos de vez en cuando y gimoteando. Le habla a mi Ma acerca de la mañana en que sorprendió a Bahadur metiendo a hurtadillas el cuchillo de cocina dentro de su mochila. Cuando le preguntó qué pretendía hacer con aquello, Bahadur le dijo: Me lo llevo para que Papa no pueda apuñalarte.

—Se preocupaba mucho por mí —dice la ma de Bahadur—. ¿Y qué hice yo por él?

Tampoco ella tarda en marcharse. La calina se cuela en la casa a través de la puerta entreabierta oscureciendo nuestra ya oscura bombilla.

 

 

Papa vuelve solo a casa sacudiendo la cabeza:

—No está allí —le dice a Ma, y ella estalla en un llanto más fuerte y Papa también empieza a llorar. Los dos parecen niñitos muy pequeños.

—¿Fuiste al lugar del Shaitani? —le pregunto a Papa—. ¿Hablaste con el chico que siempre está rondando a Runu-Didi? ¿Viste en alguna parte la mochila de Didi?

Pregunto todas estas cosas como un detective y suenan de lo más estúpidas cuando las oigo: es como si hablara de una desconocida, no de mi hermana.

—El chico ese dijo algo muy raro —explica Papa, pero se lo está diciendo a Ma y no a mí—. Dijo que, después de que Runu hablase con el entrenador, ella se marchó y se paró muy cerca del sitio que Jai llama el lugar del Shaitani. Como si quisiera que la secuestrasen. Ese lugar está vacío incluso durante el día. El chico dijo —los sollozos de Papa sacuden sus hombros y resuenan en su pecho— que Runu se lo quitó de encima. Lo empujó con tanta fuerza que le hizo caer. Después de eso, el chico se marchó a su casa.

—¿Se fue de verdad a casa? —pregunto.

—La gente que vive cerca de su hogar lo vio. Ayuda a los niños de allí con sus deberes y también los ha ayudado esta noche.

—¿Por qué iba a hacer Runu algo semejante? —pregunta Ma.

—Es culpa mía —dice Papa agarrándose del pelo con tanta violencia que parece que quisiera arrancarse cada mechón—. Todo esto es culpa mía.