Nuestro primer trabajo como detectives...

... consiste en investigar a Omvir. Tiene que saber más cosas sobre Bahadur que nadie. Ésa es la regla: nuestros amigos saben las cosas que ocultamos a nuestros padres. Ma no tiene ni idea de que antes de Diwali el director me dio un buen sopapo en las orejas cuando cantaba Brilla, brilla, estrellita, en vez de Jana Gana Mana en el toque de reunión. Pero Pari y Faiz sí lo saben. Durante unos días me llamaron Estrellita y después se olvidaron del tema. Ma nunca lo habría olvidado. Ésa es la razón por la cual no se lo puedo contar todo.

Faiz, que ni siquiera forma parte de nuestro equipo de detectives, echa abajo mi plan de interrogar a Omvir tan pronto lo dejo caer.

—Deberías interrogar primero a Quarter —dice mientras regresamos de la escuela a casa. La calina chapotea dentro y fuera de su boca haciéndole toser—. Quarter es tu sospechoso número uno, ¿verdad, Jai? Por eso hablaste con él ayer.

—¿Qué sabrás tú? Si tú piensas que un djinn se ha llevado a Bahadur.

Hablo en susurros. Si los djinns son reales, no quiero que me escuchen.

—Podemos interrogar a todo el mundo —propone Pari—. Detengámonos en la licorería y preguntemos a la gente por Quarter. Si están borrachos, a lo mejor nos dicen la verdad.

—¡Venga ya! ¿Ahora también eres experta en borrachos? —pregunta Faiz.

Es mi trabajo decidir qué debemos hacer, pero antes de que pueda protestar, Faiz propina un puñetazo a la negrura del aire con la mano cerrada y grita:

—¡Vamos a la licorería!

Va a llegar tarde a su trabajo en un puesto del mercado donde llena los estantes y mete arroz y lentejas en bolsas, pero no le importa. Confía en encontrarse con sus hermanos mayores en la licorería.

Se supone que los musulmanes no beben alcohol, y Tariq-Bhai y Wajid-Bhai son buenos musulmanes que rezan cinco veces al día, pero a veces también se escapan a hurtadillas para compartir una botella de daru. Si Faiz los pilla, tendrán que pagarle una bonita suma en caso de que quieran seguir haciéndolo a espaldas de su ammi. De otro modo, Faiz le dirá a su ammi que por la noche huela de cerca las caras de sus hermanos. Como un granito negro en el arroz, ¿no te parece, Ammi?, dejará caer Faiz.

Ya lo ha hecho antes.

Faiz y Pari se alejan por el camino que conduce a la licorería sin esperarme. Mi labor detectivesca no ha empezado y ya estoy siguiendo la pista equivocada.

El camino está lleno de gente y olores sospechosos. Una mujer con aspecto de abuela y una caléndula prendida a la oreja lleva un tenderete de tabaco de liar, pero cuando algún chico o algún hombre le entrega el dinero, en vez de cigarrillos ella le da unas bolsas de plástico llenas de algo reseco de un color entre verde y pardo.

—Céntrate —me susurra Pari al oído y me aleja del lugar tirando de mí.

Algunos borrachos están acuclillados o tendidos en el suelo frente a la licorería cantando y diciendo sandeces. Los golpes sordos que retumban en la tienda hacen temblar el aire.

—No vamos a poder hablar con estos idiotas —dice Pari.

Faiz señala a un hombre que vende huevos y pan en un carrito.

—Pregunta al encargado de la huevería. Siempre está aquí.

Nos colocamos junto al carro porque el encargado ha apilado los cartones de los huevos delante; no somos tan altos como para que alcance a vernos tras ellos.

—Quarter, ¿lo conoces? —le pregunto.

El hombre está afilando unos cuchillos y el clinc, clanc se va haciendo más fuerte que la música que emerge de la licorería. No levanta la vista.

—Quarter sólo viste de negro. Es el hijo de nuestro pradhan —dice Pari. Se vuelve entonces a Faiz y susurra—: ¿Cuál es su verdadero nombre?

Faiz se encoge de hombros. Yo tampoco sé cómo se llama Quarter.

—Aligera, venga —suelta un cliente que hay frente al carro.

El encargado de la huevería deja sus cuchillos y echa un trozo de mantequilla en la sartén, luego un puñado de cebollas, tomates y pimientos verdes troceados. Los reboza de sal y chili en polvo y garam masala. Tengo la boca tan acuosa que no puedo ni hacer preguntas. Precisamente esta tarde estábamos hablando de comer huevos y ahora estoy en un puesto de huevos. Me pregunto si alguna vez Byomkesh Bakshi tuvo tanta hambre que ni se pudo poner a investigar.

—Señor —dice Faiz—, estamos buscando a Quarter.

En realidad, los ojos de Faiz no dejan de rastrear el camino para ver si descubre a sus hermanos, pero hoy no está de suerte porque sus hermanos no andan por allí.

—Dentro de un ratito seguro que nos honrará con su presencia —asegura el hombre.

—¿Estuvo aquí —pregunta Pari, y se detiene a contar algo con los dedos— hace siete noches? ¿El pasado jueves?

Me fastidia que haya hecho una pregunta tan buena: si Quarter estuvo en la licorería la noche en que Bahadur desapareció, bien podría haber secuestrado a Bahadur.

—Es probable —dice el encargado rompiendo dos huevos a la vez y echándolos a la sartén—. ¿Qué te importa a ti dónde estuvo?

—Buscamos a un amigo nuestro que ha desaparecido —explica Pari—. Puede que estuviera con el hijo del pradhan. Estamos preocupados por él.

También ella parece preocupada. Tiene los párpados entrecerrados y los labios le tiemblan como si estuviera a punto de llorar.

El hombre apuntala el cazo con el hombro. Su camisa está amarillenta por las manchas de huevo.

—Quarter y su banda suelen rondar por aquí incluso cuando yo ya me voy, a las dos o las tres de la mañana. Pero no he visto ningún chiquillo con ellos. Ya son mayores para ser amigos de niños.

—¿Pero Quarter estuvo aquí todas las noches de la semana pasada? —pregunto.

—Claro que estuvo aquí. No tiene que pagar por tomar daru. Si te dieran las cosas gratis, tú también las cogerías, ¿verdad?

Miro los huevos esperanzado. El hombre los pasa a un plato de papel, clava una cucharilla en lo alto de la montaña de huevo y lo deja en las impacientes manos del cliente.

—Mira quién está aquí —susurra Faiz.

Quarter pasa tambaleándose junto al carro como si ya estuviera borracho y nos observa con curiosidad. No podemos preguntarle a la gente por Quarter si él anda por aquí, así que nos marchamos.

 

 

Faiz lo sabe todo sobre Bhoot Bazaar porque pasa más tiempo aquí que con Pari o conmigo.

—Es el pradhan quien permite que la licorería siga abierta —dice cuando ya estamos bien lejos de Quarter—. Es ilegal, pero le ha dicho a la policía que no se meta.

La mano del pradhan se alarga por todas las calles de nuestro basti. Tiene una red de informantes que le proporcionan noticias de nuestro basti a todas horas, todos los días del año. Ma desprecia a esos hombres que nos vigilan para poder contarle al pradhan si hay una nueva tele o un frigorífico nuevo en alguna casa del basti, o para irle con cotilleos acerca de si alguna de las señoras ha sido generosa con las propinas durante la festividad de Diwali. Ma dice que el pradhan usa a la policía para separar a la gente de la poca felicidad que tiene.

Faiz se marcha para ir al puesto del mercado. Ha tenido un mal día. No ha comido huevos, no ha visto a sus bhais en la licorería y no va a poder seguir haciendo labores detectivescas con nosotros.

—Si Quarter se pasa las noches en la licorería, ¿quiere decir que no ha secuestrado a Bahadur? —pregunto mientras aparto a Pari del camino de un electrotaxi que titubeante va pegando bandazos por la callejuela.

—El encargado de la huevería no estaba seguro al ciento por ciento —dice Pari—. Dijo que por lo general Quarter se deja ver por allí de noche. Además, no sabemos a qué hora desapareció Bahadur. Podría haber sido a las cuatro de la mañana, por ejemplo.

A esto se reduce el trabajo de detective: al principio, todo vale para hacer conjeturas, también es así para Byomkesh Bakshi y probablemente para Sherlock.

Caminamos hacia la casa de Omvir. Un chico con un perro callejero al que lleva atado con una correa se acerca a nosotros. Hace como si su perro fuera un caballo: sujeta la correa como un reno, chasquea la lengua y produce ese ruido clip, clop de las herraduras de un caballo.

—Nosotros también deberíamos tener un perro —le digo a Pari—. Nos llevaría hasta los criminales.

—Céntrate —contesta Pari—. ¿Por qué Quarter iba a secuestrar a Bahadur?

—Quizá quiera un rescate.

—Si alguien le hubiera pedido a la ma de Bahadur un rescate, ya lo sabríamos.

—Puede que no se lo haya dicho a nadie —replico.

 

 

No podemos hablar con Omvir porque no se encuentra en casa.

—Desde que ese amigo suyo ha desaparecido, él ha estado recorriendo de un lado a otro Bhoot Bazaar confiando en encontrarse con Bahadur en algún sitio —nos dice la ma de Omvir. Sostiene un bebé que no deja de golpearle el rostro con sus pequeñas manos.

El hermano de Omvir está orinando en la alcantarilla que hay frente a la casa. Hacer pis o caca en el mismo lugar en que vives puede provocarte lombrices en el estómago, por eso Ma me insiste en que use el complejo de baños. La ma de Omvir se cansa de los puñetazos de su bebé boxeador, así que entra en la casa para meterlo en la cuna y cierra a su espalda la cortina que hace las veces de puerta.

El niño, que es más pequeño que nosotros, termina de hacer pis y se sube la cremallera de sus vaqueros.

—¿Omvir tiene móvil? —le pregunta Pari—. Necesitamos hablar con él.

Bhaiyya está con Papa. Papa tiene móvil. ¿Queréis su número?

—No —digo. No sería fácil explicar nuestra investigación a un adulto.

—¿Omvir no va al colegio? —dice Pari.

—Bhaiyya está ocupado. Tiene que ayudar a Papa todo el día. Recoge las ropas que los clientes necesitan que le planchen y cuando están listas las devuelve otra vez. Si tiene algo de tiempo libre se dedica a bailar, no a estudiar.

—¿Bailar? —pregunta Pari.

—Es de lo único que habla. Se cree el nuevo Hrithik de Bollywood.

El chico entona las notas de una canción de Hrithik, hace ondular las manos, bambolea la cabeza y sacude las piernas. Me lleva un buen rato comprender que está bailando.

—¿Por qué soy así? —aúlla brincando con alegría—. ¿Por qué soy así?

Pari sonríe de oreja a oreja. Está disfrutando del espectáculo.

—No hemos terminado nuestro trabajo —le recuerdo.

 

 

La puerta principal que da a la casa de Bahadur está abierta. Cuando nos asomamos al interior veo que es exactamente igual que mi casa salvo porque hay más cosas: más ropa colgando de las cuerdas que penden sobre nosotros; más ollas y sartenes del revés en una superficie elevada, en un esquinazo que hace las veces de cocina; más imágenes enmarcadas de dioses en las paredes con el cristal ennegrecido a causa de las varillas de incienso que engastan en las esquinas de los marcos; una tele más grande e incluso una nevera, cosa que nosotros ni siquiera tenemos, de modo que en verano lo que cocina Ma lo tenemos que comer en el mismo día. Deben de pagarle mucho más a la ma de Bahadur que a mi Ma y mi Papa.

Laloo el Borracho duerme sobre una cama que se parece a las de la gente distinguida. Una manta lo tapa hasta los hombros. Los hermanos pequeños de Bahadur, niño y niña, están sentados en el suelo quitando piedrecitas a los granos de arroz que se extienden sobre un plato metálico.

Namaste —dice Pari de pie ante la entrada. Nunca saluda a nadie de esa manera—. ¿Podríais salir, por favor? Queremos preguntar por Bahadur.

—Bhaiyya no está —responde la hermana de Bahadur mientras se incorpora obedientemente y nos mira con la boca abierta, aunque Pari y yo llevamos el mismo uniforme de colegio que habrá visto a Bahadur. Su hermano también sale.

—¿Sabéis dónde está Bahadur? —dice Pari, lo que no es una buena pregunta. Si lo supieran, ya se lo habrían dicho a su ma.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto a la niña, porque antes de nada los buenos detectives se hacen amigos de todo el mundo para que la gente diga la verdad. La niña se contonea. Lleva unos pantalones de chico varias tallas mayor que la suya que ata a la cintura con un enorme imperdible.

—Somos compañeros de Bahadur —explica Pari—. Yo me llamo Pari y éste es Jai. Estamos tratando de encontrar a vuestro hermano. ¿Sabéis de algún lugar al que le gustase ir después de las clases?

—Bhoot Bazaar —dice el niño. Lleva una blusa de chica con volantes blancos y bordados de color rosa. Quizá le haya cambiado la ropa a su hermana y su ma no se haya dado cuenta.

—¿Qué parte del bazar? —pregunta Pari.

—Bahadur-Bhaiyya trabajaba en la tienda de electrónica de Hakim-Chacha. Nos arregló la tele y también la nevera... y el aire acondicionado.

—¿Bahadur arregla cosas? —pregunto.

Hay una nevera rosa llena de telarañas plantada sobre un montón de ladrillos de tal modo que da a un hueco en la pared —que parece hacer las veces de ventana— desde donde la nevera lanza una corriente de aire frío al interior de la casa.

Pari me dedica una mirada de alerta con los ojos abiertos al máximo. Si hubiéramos tenido una seña secreta, Pari la habría usado ahora mismo para hacerme callar.

—Creemos que Bhaiyya se ha escapado —comenta el niño.

—¿Adónde? —pregunto.

La niña se aprieta el puente de la nariz con una mano, aplastándola:

—Me llamo Barkha —dice. A continuación se mete un dedo en la nariz.

—Bhaiyya solía decir que iba a escaparse a Manali —explica el niño—. Con el hijo del planchador. Omvir.

—Manali no. Bombay —afirma la niña.

—¿Es a Manali o a Bombay? —pregunta Pari.

El niño se rasca la oreja. La niña se saca el dedo de la nariz y se mira las uñas.

—Omvir quiere ir a Bombay para ver a Hrithik Roshan —dice el niño—. Pero Bhaiyya quiere ver la nieve en Manali. Ahora es invierno, así que tiene que haber un montón de nieve.

—Omvir sigue por aquí —digo.

—Sí, quizá Bhaiyya se fue solo a Manali —apunta el niño—. Ya volverá cuando haya jugado con la nieve.

—¿Todo ha ido bien en casa? —pregunta Pari—. La última vez que vi a Bahadur en la escuela parecía algo... —la cara se le arruga un poco mientras trata de encontrar la palabra adecuada— ¿magullado?

—Papa nos pega un montón —dice el hermano de Bahadur como si tal cosa—. Bhaiyya se hubiera escapado ya hace tiempo si eso fuera un problema.

—¿Y alguien más molestaba a Bahadur? —pregunta Pari.

—¿Algún enemigo?

Por fin consigo colar una pregunta.

—Bhaiyya nunca se mete en problemas —contesta el niño.

—¿Tenéis alguna foto suya? —pide Pari.

Me enrabieto conmigo mismo por no haber sido el primero en pensar en ello. Las fotos son la parte más importante de cualquier investigación. Se supone que la policía mete las fotos de niños desaparecidos en sus ordenadores y a través de internet las comparte con otras comisarías, de la misma manera que nuestras venas transportan la sangre a nuestros brazos, piernas y cerebro.

El imperdible que sujeta los pantalones de la niña se abre de golpe. Se echa a llorar. El niño se ríe. Le faltan tres o cuatro dientes de la parte de delante.

Pari suelta un uf, como si con esto ya hubiera tenido bastante, pero le dice a la niña:

—No llores. Te lo arreglo en un minuto. Sólo un minuto.

Le vuelve a cerrar el imperdible en dos segundos.

—Papa tendrá una foto —dice el niño pasándose una mano por los volantes de su blusa.

Entramos de puntillas en la casa de Bahadur. Hay un olor acre, como a enfermedad, y también dulce, como a fruta podrida. El hermano y la hermana de Bahadur se sientan en el suelo lejos de la cama. Quiero que despierten a Laloo el Borracho, pero ya tienen los ojos clavados en el arroz dividido en dos secciones: una que ya ha sido despejada de piedras y otra todavía por inspeccionar.

—Hazlo tú —me susurra Pari.

Sólo puede verse asomando de la manta el rostro de Laloo el Borracho. Tiene la boca y los ojos medio abiertos. Es como si estuviera vigilándonos en sus sueños.

—No seas gallina —murmura Pari.

Para ella es fácil decirlo. No se ha acercado a él tanto como yo.

No se puede hacer otra cosa. Soy Byomkesh y Feluda y Sherlock y Karamchand al mismo tiempo. Sacudo el brazo derecho de Laloo el Borracho por encima de la manta, que es áspera y pica. Se le resbala el brazo y se cae. Cuando le toco la mano a Laloo el Borracho la siento demasiado tibia, como si tuviera fiebre. Se vuelve para seguir durmiendo del otro costado.

Sacudo a Laloo el Borracho una vez más, en esta ocasión con más fuerza.

Laloo el Borracho pega un respingo.

—¡¿Qué pasa?! —grita. Sus ojos desorbitados sobresalen de su hundido semblante—. ¿Bahadur? ¿Has vuelto?

—Soy su compañero de escuela —digo—. ¿Tiene alguna foto suya?

—¿Quién es? —pregunta una voz de mujer.

Se trata de la ma de Bahadur, que sujeta unas bolsas de plástico llenas seguramente de la deliciosa comida que según he oído decir su señora le da cada día. Enciende el interruptor de la luz y en un primer momento Laloo el Borracho pestañea; después hace pantalla con las manos para proteger los ojos, como si los rayos de la bombilla fueran lanzas que lo irritaran.

—Somos amigos de Bahadur —explica Pari—. Queríamos saber si tienen una foto suya. Vamos al bazar a preguntar si alguien lo ha visto. Con una foto nos será mucho más fácil.

Quizá Pari sea tan rápida a la hora de inventar mentiras porque ha leído muchos libros y guarda todas esas historias en la cabeza.

—Ya he preguntado yo en el bazar —dice la ma de Bahadur—. No está allí.

—¿Y en la estación de tren? —pregunta Pari.

—¿La estación?

La hermana y el hermano de Bahadur levantan la vista y nos miran con el terror crepitando en sus ojos. Supongo que no le habrán contado a su ma los planes de Bahadur, tal vez porque tienen miedo de que pueda regañarlos por no haber delatado a Bahadur la primera vez que tartamudeó acerca de Bombay-Manali.

—Volveremos a comprobarlo —dice Pari—. No pasa nada por que insistamos, ¿verdad?

Presiento que la ma de Bahadur nos va a echar de allí sin más, pero deja las bolsas de plástico, abre un velador, saca un cuaderno de su interior y pasa las hojas hasta que encuentra una foto que entrega a Pari. Me pongo a su lado para ver la foto. Es Bahadur con una camiseta roja y el aceitoso cabello peinado con la raya al medio. El rojo del jersey parece muy luminoso y alegre contra un fondo vagamente cremoso. No sonríe.

—¿Me la devolveréis? —pregunta la ma de Bahadur—. No tengo muchas fotos suyas.

—Claro que sí —afirmo.

Pari toca una punta de la foto de Bahadur y mueve el dedo adelante y atrás como si quisiera cortarse con el papel.

—Todo el mundo piensa que se ha escapado —dice la ma de Bahadur—, pero mi niño nunca me daría motivos para preocuparme. Sabréis que trabaja en la tienda de Hakim y que nos compra dulces con el dinero que gana. Si estoy tan cansada que no puedo ni cocinar, me dice: Ma, espera, y corre al bazar y regresa con paquetes de fideos chinos para todos. Un corazón de oro, eso es lo que mi hijo tiene en el pecho.

—Es el mejor —dice Pari, lo cual es otra mentira.

—Si se hubiera escapado como dijeron esos policías, ¿no se habría llevado algo?, ¿dinero, comida? Y en la casa no falta nada. Su ropa está aquí, su mochila para la escuela también. ¿Por qué iba a escapar vestido con su uniforme?

La ma de Bahadur mira a lo alto, tal vez a algo que hay en la pared, algún punto fijo donde sus ojos se clavan para no nublarse de lágrimas. Se mece hacia delante y hacia atrás. Compruebo si es que el suelo se está moviendo. Pero bajo mis pies el pavimento permanece firme e inmóvil. A nuestra espalda, Laloo el Borracho lanza un eructo.

—Nadie le ha pedido nada, ¿no, chachi? —pregunta Pari—. Como una suma de dinero que le permita recuperar a Bahadur.

—¿Crees que alguien lo ha secuestrado? —replica la ma de Bahadur—. Ese baba, Baba Bengali, él dijo...

—Chachi —dice Pari—, hasta los babas pueden equivocarse algunas veces. Eso dice mi ma.

—Nadie me ha pedido dinero —asegura la ma de Bahadur.

—Estoy segura de que Bahadur regresará —afirma Pari.

—¿Quién sabe si habrá comido algo? —se preocupa la ma de Bahadur—. Tiene que estar hambriento.

Dicho esto se acerca tambaleándose hasta la cama en la que Laloo el Borracho está sentado. Él aparta las piernas para dejarle sitio.

Pari abre la boca para decir algo más, pero me adelanto y exclamo:

—¡Adiós! Nos vamos.

Luego salgo a la carrera tan rápido como puedo, porque dentro de esa casa la tristeza se me pega como una camisa empapada de sudor en un día de verano.