EPÍLOGO
Trabajé como periodista en la India desde 1997 hasta 2008, y muchos de esos años escribí artículos y noticias en torno a la educación. Hablaba a diario con directores de colegios e institutos, profesores, funcionarios y, lo más importante, alumnos. Al haber crecido en un hogar donde teníamos el dinero justo, siempre pensé que contaría con muy pocas oportunidades para conseguir lo que me propusiera, pero trabajando como periodista pude ver que hasta esos caminos tan limitados estaban vedados a los jóvenes de los barrios más pobres. Entrevisté a niños que trabajaban como rapiñadores o pedían limosna en los cruces de tráfico, que se esforzaban por estudiar en casa por sus difíciles circunstancias domésticas y que tenían que abandonar la escuela al ser víctimas de la violencia religiosa. Pero en su mayor parte ellos no se consideraban víctimas: eran vivarachos y divertidos, y a menudo les impacientaban mis preguntas. La sociedad que conformábamos, así como los gobiernos que elegíamos, los habían abandonado, algo que indefectiblemente señalaban mis artículos, pero al tener que escribir con un límite de palabras y fechas de entrega, no lograba trasladar su humor, su sarcasmo y su energía.
Hacia las mismas fechas comencé a saber de las desapariciones generalizadas de niños procedentes de familias pobres. Se dice que al menos ciento ochenta niños desaparecen cada día en la India. Esas desapariciones sólo llegan a ser noticia cuando el secuestrador es capturado o si los detalles que rodean el crimen resultan escabrosos. A causa quizá del tiempo que pasé entrevistando a niños acerca de sus aspiraciones personales, mi interés derivó de manera natural hacia sus historias, pero era imposible conocerlas. Los medios se centraban mayoritariamente en quienes perpetraban los secuestros. Antes de que pudiera investigar a fondo sobre ello, y porque mis circunstancias personales cambiaron, abandoné la India, el país en el que había nacido y crecido.
El artículo que no había podido escribir sobre los niños desaparecidos y sus familias seguía dentro de mí. En Londres me matriculé en un curso de escritura creativa y como primer ejercicio intenté escribir sobre ellos, pero no lo logré. Me preocupaban las cuestiones éticas sobre la representación en términos de ficción de un grupo de gente marginada y vulnerable. No quería minimizar las desigualdades que había visto a mi alrededor. Además era probable que una historia centrada en una horrible tragedia pasara a convertirse en parte de una narrativa estereotipada acerca de la pobreza y la India que equiparase a las personas con los problemas que padecían.
En el invierno de 2016 recuperé finalmente la historia que había dejado de lado años atrás. Sucedió en parte porque con el Brexit, la elección de Donald Trump y el auge de la derecha en la India y en otros países había una sensación de que el mundo estaba cercando a aquellos que eran percibidos como de fuera o como minorías, grupos a los que ahora yo también pertenecía como inmigrante en Inglaterra. Pensaba en los niños a los que solía entrevistar, en lo decididos que se mostraban a sobrevivir en una sociedad que tantas veces se afanaba en ignorarlos, y comprendí que esa historia había que contarla desde el punto de vista de los niños. Jai, con sus nueve añitos, se convirtió en mi puerta de entrada a la novela. A través de él y sus amigos intenté plasmar los rasgos que mis artículos habían pasado por alto: la capacidad de resistencia de los niños, su alegría y su fanfarronería.
Mi vida cambió inesperadamente cuando empezaba a trabajar en mi novela. Un tío mío al que había admirado toda la vida y que era el hombre más amable del mundo —era médico y trataba gratuitamente a sus pacientes si no tenían dinero— murió. A mi único hermano, seis años menor que yo, le diagnosticaron un cáncer en estadio IV. De pronto, las cuestiones a las que Jai y sus amigos tenían que enfrentarse de manera oblicua fueron las mías y las de mi familia. ¿Cómo vive uno el día a día sumido en la incertidumbre? ¿Cómo puedes encontrar esperanza cuando te dicen que no la hay? ¿Y qué iba a ser de mi sobrino, que sólo tenía ocho años por entonces? ¿Cómo le explicas la mortalidad a un niño? Descubrí que no podía tratar esas preguntas con otras personas, ni siquiera con mis amigos más cercanos; así que me refugié en los personajes de este libro y busqué las respuestas en sus acciones.
Aunque fueron las experiencias personales, así como las profesionales, las que dieron forma a mi libro, debo subrayar que esta novela no es mi historia y nunca pretendió serlo. Pero fui consciente al escribirla de las narrativas que inventamos para darle sentido a la tristeza y al caos, como Jai y otros personajes hacen en este libro, y de cómo tales historias pueden procurarnos un consuelo o incluso fallarnos. Esta certidumbre suprimió al menos sobre el papel los muchos años que nos separaban a mis personajes y a mí, pero al final Los detectives de la línea morada habla de los niños y solamente de los niños. Escribí esta novela como un desafío a la noción de que podían ser reducidos a estadísticas. La escribí para que nunca olvidásemos los rostros que se ocultan tras los números.
Un último comentario. Mientras escribo esta nota, en septiembre de 2019, la India está viviendo un inquietante fenómeno donde los rumores y muchos mensajes reenviados por WhatsApp sobre secuestradores de niños han provocado que las masas linchen a los acusados, muchos de ellos gente inocente de comunidades pobres y marginales, gente que en esos lugares eran percibidos como de fuera o que tenían minusvalías. Ocurre tras una furia similar por parte de las masas contra las minorías, en especial musulmanas, y de una creciente atmósfera de desconfianza en el país. No podemos pasar por alto la contradicción inherente a esta situación: que los niños siguen desapareciendo a diario en la India, que el tráfico de niños sigue siendo un verdadero problema que no recibe demasiada atención y que aun así hay personas dispuestas a actuar como vigilantes a partir de los rumores y las noticias falsas, quizá impulsadas por un miedo hacia los otros que han alimentado aquellos que ostentan el poder.
La esperanza se concentra en las organizaciones benéficas que trabajan con niños de comunidades desfavorecidas. Aquellos interesados en obtener más información sobre ellas pueden visitar las organizaciones siguientes: Pratham (pratham.org.uk), Childline (childlineindia.org.in), Salaam Baalak Trust (salaambaalaktrust.com), HAQ: Centre for Child Rights (haqcrc.org), International Justice Mission (ijm.org/india), Goranbose Gram Bikash Kendra (ggbk.in) y MV Foundation (mvfindia.in).