Le tiemblan las manos. Le puede la emoción, pero intenta no dejarse llevar. Sólo el mero hecho de que la estén escuchando es un logro inmenso. Se lo debe a Bill. Cada carta enviada a Warner Bros es un pequeño paso más hacia su objetivo, hacia el reconocimiento definitivo. Con cada palabra que escribe, con cada frase que cierra en sus misivas, Lyn recuerda a su segundo marido con el mismo cariño que el primer día. Recuerda conocerlo en casa de unos amigos comunes, rememora la película extranjera que vieron en su primera cita, siente los años que vivieron juntos y todavía lo oye al otro lado del teléfono durante las llamadas que se hicieron casi a diario en sus últimos años. El recuerdo de Bill es uno de los momentos más cálidos que guarda en su memoria. Y pretende rendirle el homenaje que se merece.
Las cartas a Warner durante las últimas semanas son constantes. Puede que lo consiga. Quizá alguien verá que no quiere dinero, no quiere acaparar portadas de periódicos, no quiere nada de lo que ha tenido Bob Kane todos estos años. Sólo quiere que la gente lo sepa, que el próximo mes de junio, cuando se estrene la película más importante de 1989, se vea en pantalla grande el nombre de Bill Finger junto al de Tim Burton, Michael Keaton y Jack Nicholson. No desiste en su empeño. Y gracias a su determinación, gracias al recuerdo vivo de su marido, nota los latidos de su corazón acelerarse a mil por hora cuando Warner Bros le responde. El estudio acaba de abrirle las puertas. No piensa desaprovecharlo.
Si conviertes el recuerdo en nostalgia, consigues algo más que lectores, consigues fans de por vida, consigues auténticos creyentes en tu producto, seguidores que por muchos años que pasen, siempre regresarán a esa nostalgia para activar otros recuerdos asociados a ella. La editorial lo sabe bien y DC Comics abre sus puertas todos los martes por la tarde a sus lectores. Quiere crear cantera. Tom Fagan fue de los primeros en mayo de 1964. Después de él, muchos fans quieren ver sus nombres impresos en los cómics o visitar las oficinas de la editorial. Ese mismo año, y un día a la semana, las oficinas del número 575 de la avenida Lexington se llenan de aquellos lectores que consiguen que los personajes de la editorial cobren vida cada mes.
En DC saben jugar sus cartas y preparan bien la llegada de estos fans con varios autores y editores dispuestos a recibirlos. Es una tradición que prosigue incluso más allá de 1964. Cuando la editorial se mude a la avenida de las Américas y a Broadway, seguirán abriendo sus puertas a grupos concertados de lectores o escuelas. Mostrarán sus pasillos, sus despachos, verán las tripas de la editorial y se llevarán a casa algún recuerdo. Incluso si da la casualidad de que algún editor encargado de las ediciones internacionales de DC en medio mundo está en la oficina en ese momento, se sumará a la visita guiada. Todo con tal de aportar un granito de arena a una tradición destinada a construir afición. Por este motivo, ahora en 1964, editores como Julius Schwartz reciben con los brazos abiertos a los fans que se pasean por su despacho. Son el futuro.
A Julius no se le escapa que uno de los chicos lleva un viejo cómic de Flash bajo el brazo. Tras preguntarle si es muy seguidor de ese personaje, el fan responde asintiendo enérgicamente. El editor le pide que lo acompañe y le presenta, en una sala contigua, al guionista de Flash y le muestra unas ediciones de archivo con todo el material publicado del personaje. El chico no cabe en sí de asombro. Cree que está en el cielo. Como obsequio le dan a él y sus amigos una litografía de Superman para que los autores presentes se la firmen. Aparte de Flash, a este fan en cuestión le encanta Batman, por encima de cualquier otro personaje, y entre los autores que reciben a los lectores se encuentra Bill Finger. Julius ya reveló su identidad hace poco y gracias a lo amable y afable que es con los lectores, Finger queda en el recuerdo de un jovencísimo Michael Uslan de apenas doce años de edad.
Tanto el pequeño Uslan como el resto de lectores no se quedan quietos. Al igual que la generación anterior fue capaz de llevar a cabo sus sueños y dedicarse a escribir o a dibujar las historias que les fascinaban, Uslan y sus amigos realizan los suyos al enterarse de que en julio de 1965 se va a celebrar una convención de cómics en Nueva York, organizada por gente como ellos. Jerry Bails puede alzarse sin ningún pudor como el fundador del fenómeno fan en el mundo del cómic. Así como Tom Fagan fue de los primeros en aparecer con su nombre impreso cerca del de Finger, Jerry Bails se alza con la batuta para dirigir a todos los que son como él, en busca del reconocimiento a su querido medio y a los autores detrás de las viñetas.
Michael Uslan y sus amigos nunca han oído hablar de una convención dedicada a su ocio favorito, pero, por la información que recogen, el certamen dará cobijo a la venta, compra e intercambio de cómics, así como a varias conferencias con autores. Van a poder asistir en persona al encuentro entre varios profesionales del sector y quizás hasta hablar con ellos. Nada les va a impedir estar en primera fila durante las dos jornadas que dure la convención. El primer día, entre las once y la una y media, tendrá lugar una conferencia imposible de evitar: un encuentro, moderado por el propio Jerry Bails, entre los guionistas Otto Binder, Gardner Fox y Bill Finger. Desde que Bill ha salido a la luz, su reconocimiento parece imparable.
Bill recibe en su piso a Jerry Bails la noche antes de la conferencia para comentar un poco la jugada. En realidad, Bails arde en deseos de conocer mejor a este misterio viviente, aquel al que Julius mencionaba como el guionista de Batman desde hacía más de dos décadas. No sabe nada de él, pero está seguro, sin riesgo de equivocarse, de que tendrá cosas que contar. Y son muchos los que quieren escucharlo. Ese mes de julio, coincidiendo con la convención, se celebrará el primer aniversario de la salida al mercado el primer fanzine dedicado al Caballero Oscuro: Batmania, una revista hecha por y para fans. Durante meses, el apasionado lector Biljo White preparó el lanzamiento e incluso pidió permiso al mismísimo Julius Schwartz, asegurando que si le decía que no, destruiría toda la tirada de trescientos ejemplares que él mismo se había encargado de fotocopiar y grapar pero, por suerte, Julius dio el visto bueno sin pensárselo dos veces.
Biljo White idolatraba a Bob Kane como el único creador de su personaje favorito, al igual que Jerry Bails o Tom Fagan, pero las palabras de Julius en aquella histórica columna lo han cambiado todo. No era Kane quien escribía y dibujaba todas las historias del personaje. Por si fuera poco, en el número 169 de Batman de febrero de 1965, ante las peticiones de un lector de retomar a villanos clásicos del Caballero Oscuro como el Acertijo, Julius responde: «Le hemos pasado tu petición a Bill Finger, creador del Acertijo, para que trabaje en una versión actualizada del mismo.» No se puede decir más alto. Ha habido alguien más desde el principio, desde hace veinticinco años, escribiendo y dando forma al Hombre Murciélago. Necesitan saber más sobre él. Aunque todos ellos quieren ir en persona y hablar con él, sólo Jerry Bails se acerca a Finger. Como parte de la convención, necesita conversar y planificar la moderación de la conferencia. Sin embargo, Bails poco puede hacer para evitar que otros aficionados como él se le sumen. Cuando Bill abre la puerta deja entrar a cinco lectores que llevan disfrutando con sus historias toda la vida. La conversación se entabla principalmente entre Finger y Bails, pero los demás se quedan alrededor suyo en silencio. Son otros jóvenes aficionados que tendrán mucho que decir en el futuro del mundo del cómic, como Roy Tomas, que en esta ocasión apenas interactúan con Bill. Se limitan a estar ahí, a verlo y escucharlo hablar sobre su intervención en la creación de Batman. Por primera vez, Bill explica lo que nadie se atrevía a decir. Por primera vez, lo escuchan. Y más importante aún, lo creen.
«¿Podéis oírme?» es lo primero que dice Bill al sentarse en la mesa, ajustar el micrófono y dirigirse a la audiencia de la convención. Ha llegado tarde, como no podía ser de otra forma, pero Jerry Bails le hace sentir como en casa en cuanto se une a la conferencia, junto a sus compañeros guionistas y el editor Mort Weisinger, que se ha unido por sorpresa. Tras presentarlo como el cocreador de Green Lantern, Wildcat y el escritor de las primeras historias de Batman, Bails le pide que explique detalles sobre sus creaciones. Bill habla del proceso creativo que dio vida a Green Lantern, por lo que desde el público en seguida empiezan a llegar preguntas especialmente dirigidas a Finger. Y Bill no se corta en absoluto a la hora de aportar su punto de vista sobre el medio del cómic o el oficio de guionista, mencionando su labor como escritor de series de televisión comparándola con sus guiones de cómics. «El mayor requisito para escribir cómics es tener un sentido de lo visual», explica basándose en lo importante de las imágenes, ya sean en movimiento en la pantalla o con las viñetas sobre el papel. Un guionista de cómic ha de tener claro el ángulo de cada toma, no ha de ser sólo expositivo en sus diálogos. No tiene que demostrar qué está pasando con lo que digan los personajes, sino mostrarlo dando instrucciones en el dibujo y colaborando con el ilustrador, dejando los diálogos para aportar información sobre los personajes. No hay otra manera de enfocarlo.
Cuando Mort Weisinger recoge el testigo dejado por Finger para hablar de la importancia de los detalles en los guiones, describe cómo Bill guarda una ingente cantidad de recortes, fotografías y notas que adjunta en sus entregas para dar a entender lo mejor posible aquello que quiere transmitir en su guión. Eso ayuda al editor y al dibujante a aportar comentarios en torno a la trama en sí, porque en ocasiones suceden errores por malinterpretación. Otro autor menciona casos en los que algunos dibujantes no han entendido bien lo que decía el guión y han ilustrado algo distinto a lo que él tenía en mente, momento en el que Weisinger matiza de nuevo que todos deberían trabajar como Bill. Entonces, aprovechando ese comentario, Bill ve la oportunidad y menciona, por sorpresa, a Bob Kane. Nadie le pregunta nada al respecto ni le piden que profundice, pero Bill tiene sólo un segundo antes de que la anécdota deje de tener sentido: «Recuerdo que en un número de Batman celebrábamos un aniversario del personaje y mostrábamos cómo todos le enviaban regalos a Bruce. Permitidme añadir que cuento esto no para ridiculizar a Bob Kane, es sólo por contar otro ejemplo de que estas cosas pasan. Pues bien, escribí que todos los regalos estuvieran relacionados con murciélagos, desde monedas a reliquias con su forma. Uno de los regalos era un murciélago de peluche ¡pero Bob dibujó un bate de béisbol de peluche!»9
Entre las carcajadas del público, se ven lectores a los que les encantaría trabajar en aquello a lo que Finger y sus compañeros dedican su vida, y a nadie extraña cuando una chica pregunta qué hay que hacer para entrar profesionalmente en el mundo del cómic. Bill recuerda sus inicios y la suerte que tuvo de estar en el momento adecuado, pero sabe que no es una respuesta válida. Prefiere hablar de manera técnica, y no contar batallitas personales, sino algo que ayude a los que aspiren a trabajar algún día en esto. Además, Bill nunca ha sido alguien que se haga notar, menos en público, y no va a empezar a serlo ahora. Con eso en mente responde que, si bien durante los últimos años era muy importante conocer el pasado de los personajes para saber cómo escribirlos, ahora todos estaban de suerte porque había muchos personajes nuevos con los que ponerse al día, en clara alusión a Marvel Comics y su nueva línea de superhéroes: «Marvel ha hecho algo muy bueno por la industria porque ha conseguido zarandearla un poco. Llevo años con la sensación de que nos estábamos acomodando y la actitud que ha tenido Stan Lee hacia el diálogo me parece que es la acertada. Suena juvenil, contemporáneo y atractivo. Es el tipo de diálogo que oyes en la televisión. Todo lo que necesitas ahora mismo para trabajar en esto son ideas frescas.»
Con declaraciones sobre el mundo del cómic, el impacto de la competencia, el enfoque de los guiones de cómic y su comparativa con la televisión, así como algunas bromas sueltas, Bill se encuentra cómodo. Más cómodo que nunca. Es su lugar, está con su gente. De su esfera personal, nadie habría pensado que podría ser tan bueno ante el público. Algunos podrían haber pensado que se trabaría o que se le vería incómodo o taciturno, pero sucede todo lo contrario. Para cuando Jerry Bails señala la hora y da por terminada la conferencia, entre el público se quedan embobados fans como Michael Uslan o Roy Tomas, pensando que ojalá Bill hubiera llegado antes para haber contado más cosas interesantes. Pero no hay que temer. Jerry Bails ha dado por concluida la mesa redonda, pero conserva la entrevista que le ha hecho a Finger. Y se pone a escribir un artículo al respecto en cuanto concluye el certamen.
Quien no asiste a la convención es Bob Kane. En su lugar, visita las oficinas de DC con los ejemplares del nuevo diseño de Batman en mente. Sostiene entre sus manos la versión de Julius Schwartz y Carmine Infantino mientras se dirige al despacho del presidente de la compañía hecho una furia. No le gusta el cambio de tono, ni las modificaciones llevadas a cabo en los trajes, ni la nueva manera de comunicarse con el comisario Gordon a través de un teléfono directo en lugar de la señal. Y eso por no mencionar la sustitución de Alfred por Harriet, una tía de Robin creada por Bill Finger en su primer guión para este nuevo estilo. «Están arruinando a mi personaje» es lo más suave de todo lo que dice Kane en esa reunión. Pero DC le responde tajante: «No creo que sea tu personaje, Bob.» Sí, tiene un contrato que le garantiza beneficios como creador y tiene bien atada a la editorial, pero DC tiene la propiedad intelectual y puede hacer lo que quiera. Y vista la reacción de los lectores y el aumento de las ventas, el nuevo estilo de Schwartz e Infantino funciona a la perfección.
Pese a que sus quejas caen en saco roto, Kane sigue blindado gracias a un contrato como el de ningún otro autor, con cuantiosos beneficios si entrega cierta cantidad de páginas al mes. Bob cumple siempre gracias a la inestimable ayuda que le proporciona Sheldon Moldoff. Desde 1953, Kane no ha tenido necesidad de cambiar de dibujante. Tras los fiascos anteriores, ha aprendido a controlar la situación y Moldoff lleva once años encargándose de todas las páginas que la editorial le solicita a Kane. En DC siguen sin conocer la identidad del auténtico dibujante que tiene Bob durante todos estos años y no lo sabrán nunca. Casi se puede palpar la ironía cuando desde DC le encargan a Moldoff que entinte algunas de las páginas de Kane… sin saber que ha sido él mismo el que las ha dibujado. Pero Sheldon nunca dice nada. Su acuerdo entre caballeros con Kane estuvo claro desde el primer día y no faltará a su palabra en ningún momento.
Mientras en DC se preguntan quién se esconde detrás de la máscara de Bob Kane, siguen aguantando sus alardes. Cuando lo encuentran por los pasillos y le hablan sobre su personaje, Kane suele exclamar con grandilocuencia: «¡Yo soy Batman!» Cuando un compañero le pide que asista a la clase de su hija para dibujar en directo al Hombre Murciélago, ni siquiera avisa de que no va a ir porque se pasa dormido todo el día. Si un editor, al conocer la anécdota, le recrimina que podría haber avisado si estaba cansado y enviar así a otro dibujante en su puesto, Kane responde airado: «¡No hay sustituto para Bob Kane!» Es tal la percepción que tiene de sí mismo que, cuando un compañero comenta con él los problemas habituales que tienen los dibujantes, Bob dice: «No soy sólo un dibujante. Soy una personalidad. Algún día habrá un programa llamado El show de Bob Kane, y yo estaré ahí, contaré algunos chistes, quizá dibuje algún boceto, y eso hará feliz al público.» Julius Schwartz no sabe cómo deshacerse de él. El contrato lo protege y si bien tiene a Infantino dibujando Detective Comics, todos los números de Batman ha de encargárselos a Kane. Su firma, aunque sólo presente ya en aquellos cómics supuestamente hechos por él, sigue apareciendo. Parece que no hay escapatoria.
Al menos Bill ha conseguido alejarse de la sombra de Kane. Su hijo Fred ni siquiera llega a conocerlo en todas las ocasiones que pasa un fin de semana con su padre, y Bill se preocupa más de mantener contacto con otros autores y amigos como Charles Sinclair o Alvin Schwartz, que siguen a su lado apoyándolo, bien con guiones e ideas o acompañándolos a él y a Fred en alguna excursión. Es en esos momentos cuando Alvin constata que Bill no sabe muy bien cómo desenvolverse más allá de su máquina de escribir. Es la mujer de Alvin o él mismo quien ayuda a Fred en detalles tan rutinarios como atarse los zapatos o atenderlo si se cae. Bill parece paralizado cuando se enfrenta a la vida sin un guión. Su amigo le comenta que para solucionar este tipo de problemas, a lo mejor le iría bien recibir ayuda de un psiquiatra. Alguien ajeno con quien hablar de sus problemas más personales y profundos, dejando de lado a sus amigos o a Lyn, y aunque lo prueba durante un par de sesiones, no encuentra lo que necesita.
En el trabajo al menos ha contado con la reciente ayuda de Julius, quien tras descubrir su identidad secreta al mundo, ha podido reafirmar por activa y por pasiva que él estuvo implicado en la creación de Batman. Ya no hay lugar para eufemismos como los que se vio obligado a utilizar el editor en su famosa columna. Atrás queda aquella referencia a Bill como uno de los principales guionistas de Batman desde hace más de veinte años. Después de que Jerry Bails publique por fin su artículo, no quedará ninguna duda sobre su auténtico papel en el origen del Caballero Oscuro.
«Si la verdad se supiera». Así titula Jerry Bails su artículo dedicado a Bill Finger. Consta sólo de dos páginas, pero son más que suficientes. En septiembre de 1965, Bails describe a Bill como «la leyenda silenciosa detrás de Batman» sin ningún tipo de tapujo y obviando el discurso oficial empleado por Bob Kane y DC Comics desde hace veinticinco años. El artículo desglosa datos que sólo pueden conocerse tras haber hablado con Bill, desde los posibles nombres que estuvieron a punto de ponerle a Robin hasta la influencia de la película El hombre que ríe en la creación del Joker. Pero Bails no se queda sólo en los detalles, va mucho más allá. Menciona el reconocimiento que debería tener Bill Finger, le acredita la creación del comisario Gordon, Alfred, el Pingüino y Catwoman, por citar unos pocos, y añade que él fue «el primer hombre en darle voz al guardián de Gotham». Por si el objetivo del texto no queda claro, Jerry Bails concluye su artículo con una clara alusión al nuevo estilo que impera ahora en los cómics. Atrás han quedado las aventuras alocadas y estrafalarias de los años cincuenta, Schwartz e Infantino han traído de vuelta al detective, a los villanos y a las tramas urbanas, repletas de trampas mortales y criminales de los bajos fondos. Esto es algo que los lectores del artículo saben bien. Lo que desconocen es que este nuevo estilo no es sino un regreso a los orígenes: «Cuando los fans piden que Batman vuelva a los días de antaño, aquellos en los que era un hombre misterioso que peleaba contra los bajos fondos, en realidad están pidiendo, si la verdad se supiera, ¡el regreso de Batman tal y como lo creó Bill Finger!»
Bails no se ha guardado nada y tampoco pretende reservar el texto. Lo publica en el número 12 de la revista CAPA-Alpha y lo envía a Tom Fagan y Biljo White, sus compañeros del fanzine Batmania. White empezó con trescientas copias de su primer número y ahora ya tiene que hacer mil. Todos los ejemplares los fotocopia, grapa y envía él mismo a los socios, seguidores del personaje que han aumentado sus peticiones desde que el editor Julius Schwartz mencionase la publicación en el número 169 de Batman el pasado mes de febrero. Se ha convertido en un punto de referencia tan importante que el mismísimo Bob Kane habla con Biljo White, un auténtico sueño hecho realidad para este fan de toda la vida. Sin embargo, a White se le abren los ojos cuando lee el texto de Jerry Bails. A su amigo en común, Tom Fagan, le atrae tanto el asunto que habla con Finger después de que lo haga Bails. Nadie quiere quedarse fuera.
Con la información recogida por todos, Tom Fagan redacta también un artículo titulado «Bill Finger: El hombre detrás de la leyenda», pero no lo publica de inmediato. Prefiere enviárselo a Bill para que dé el visto bueno y concertar una entrevista que amplíe más datos que sean de utilidad. Fagan vive en Vermont y la única manera que tiene de comunicarse con Finger es mediante el correo postal de toda la vida. En cuanto Bill recibe el borrador, lo lee con las mismas ganas con las que recibe todo comentario de sus lectores, coge su máquina de escribir y prepara la carta de respuesta. El 19 de agosto de 1965, Bill envía la misiva dejando claro lo mucho que le ha sorprendido el artículo de Fagan. Lo que ha conseguido ese fan es digno de elogio: no sólo comenta todas las obras realizadas con Kane antes de Batman y también sus creaciones posteriores al Hombre Murciélago, sino que ha rastreado su biografía, su lugar de nacimiento e incluso cómo sus padres querían que fuese médico antes de verse forzado a abandonar los estudios para ayudar económicamente en casa. De ahí a sus anhelos por escribir algún día, la fiesta en la que conoció a Kane y cómo el resto es historia.
A Bill, habituado a los juegos de palabras en sus guiones, le encanta el detalle en el que se centra Fagan al comparar su ciudad natal de Denver con la palabra húngara denever, que significa «murciélago». Un guiño que lo hace sonreír, como si Batman y él hubieran estado destinados a encontrarse. Bill escribe en su carta que el artículo le resulta fascinante, acepta responder a las preguntas que quiera enviarle y aprovecha para comentar lo mucho que aprecia a lectores como él, con su apasionamiento por las historias que publican cada mes. Es gracias a su pasión que Bill y sus colegas de profesión disfrutan entregando historias periódicamente, algo que en ocasiones le hace sentirse parte de un proceso industrial. Sin embargo, ahí están estos seguidores como Tom Fagan o Jerry Bails, con sus cartas, entrevistas, artículos o convenciones, dándole una nueva dimensión a su vida. No se le ocurre mejor manera de sentirse orgulloso y alimentar, aunque sea por una vez, su dañado ego.
Durante las semanas siguientes, Bill le aporta unas declaraciones a Fagan con las que el artículo queda cerrado. En él, al igual que hacía Jerry Bails en el suyo, Fagan no se cohíbe a la hora de darle a Bill el mayor reconocimiento en la creación de Batman. Conociendo de primera mano lo que ocurrió en 1939, Tom Fagan relata cómo Kane preparó una carcasa a la que Finger dio vida con «el sabor original y la majestuosidad misteriosa que ha robado el corazón de lectores de todas las edades». Y aún sigue insuflándole vida incluso veinticinco años después.
Cuando toca mencionar sus cualidades personales, Fagan describe a Bill como un hombre tranquilo, callado y elegante, con una sonrisa astuta. Como ya ocurrió en la convención del verano anterior, Finger tiene una opinión y percepción muy específicas sobre el mundo del cómic, y Fagan la aprovecha a base de bien para su artículo. «No es un hombre que mire a los cómics por encima del hombro, no es alguien que los trate como algo mundano o como una forma mediocre de literatura sólo para niños e ignorada por adultos». Para Bill los cómics son algo a reivindicar, muchas décadas antes de que éstos sean aceptados por el público en general como algo más que el hermano menor de la literatura. Finger siempre ha enfocado sus guiones para cómics igual que los de televisión y no concibe hacerlo de otra manera. Para él, cómics, televisión, cine y literatura son formas de arte por igual.
En la parte final del artículo, que consta de ocho páginas en total, Bill compara cómo era escribir cómics al principio con el proceso actual. Hoy día, con más control editorial, lamenta la pérdida de libertad creativa que tenían cuando empezó. Entonces entregaba una historia y solían aceptarla, con alguna que otra corrección. Finger cree que es bueno que más gente aporte ideas al conjunto, pero no a cambio de ceder gran parte de la libertad que tenía a la hora de enfocar al personaje. Como hiciera en la mesa redonda de la convención, Bill es capaz de tratar multitud de temas, desde los motivos de la creación de sus personajes hasta las motivaciones de Batman, pasando por el mundo editorial, la situación del cómic como industria y el proceso creativo a la hora de escribir guiones para cómic y televisión. Aunque sea reservado, cuando habla de lo que le apasiona es imposible hacerlo callar. Demuestra lo inteligente que es, lo mucho que se ha enseñado a sí mismo y lo artífice que es del éxito de Batman hasta ese momento. Con semejante artículo a sus espaldas, Tom Fagan sólo puede terminarlo de una manera: «Kane tuvo la gloria, pero Bill Finger tenía el conocimiento. En ese sentido, Bill Finger es el auténtico hombre detrás de la leyenda.»
Tras la publicación de «Si la verdad se supiera» de Jerry Bails, el artículo de Fagan es la última piedra en el camino, un ejemplo más que confirma a Finger como cocreador de Batman. Sin embargo, el texto de Fagan jamás llega a publicarse. No se conocen los motivos, pero se intuyen con claridad. Jerry Bails ha compartido su texto tanto con él como con Biljo White, de Batmania. «Si la verdad se supiera» aparece en septiembre de 1965 y, el día 14 de ese mismo mes, Biljo White recibe una carta con un remitente imposible de obviar: Bob Kane. Ha leído el artículo de Bails y sabe que la revista Batmania es el foro perfecto para hacerse oír entre todos aquellos cada vez más convencidos de la versión de Bill Finger. Su respuesta a Bails no tarda ni diez días en llegar, pero si bien White se dispone a imprimir la carta de Kane, en cuanto la saca del sobre, Tom Fagan le pide que espere unos pocos días para que pueda hablar con Bill. Dicho y hecho, en cuanto obtiene la prórroga de White, Tom le envía a Finger una copia de la carta de Bob Kane, una carta de la que no habrá marcha atrás.
«Sandeces». Así define Bob Kane el artículo de Jerry Bails. Está lleno de sandeces y mentiras, porque la verdad, como él mismo se encarga de subrayar en su carta de seis páginas, es que Bob Kane es el único creador de Batman. El motivo para enviar esa misiva es que está cansado de que todo hijo de vecino diga que ha tenido algo que ver con el Hombre Murciélago. Da igual que los lectores se hayan vuelto perspicaces, no importa que todos vean claramente que bajo la firma de «Bob Kane» es imposible que se esconda el mismo lápiz. Ha habido tantos estilos que muchos de estos seguidores, alentados por la labor de acreditación de Julius Schwartz en sus textos, dedican horas a comparar los dibujos del supuesto «Bob Kane» con el resto de dibujantes de la editorial. Les sorprende comprobar que muchas historias de Batman coinciden en estilo y tono con las dibujadas en otras colecciones por autores como Jerry Robinson, Lew Sayre o Sheldon Moldoff. Pero Kane no recula y afirma, sin pudor alguno: «Yo dibujo el noventa por ciento de todas las historias de Batman.»
Más allá de las habladurías del mundo del cómic sobre la autoría de los dibujos de Kane, hay otro problema más acuciante, uno que amenaza con tambalear toda la mentira fabricada hasta entonces: Bill Finger. El texto de Bails no deja lugar a dudas con la implicación de Finger en la creación de Batman, Robin y el resto de personajes. Kane, cual mantra, sigue repitiendo que no es así. Asegura que Bill fue el primero en escribir al personaje, eso es incapaz de negarlo, pero al mismo tiempo minimiza su impacto todo lo que puede. Matiza que Finger escribía muchas veces historias que se le habían ocurrido a él, que los personajes ya estaban definidos antes de llamar a Bill y pedirle consejo. Incluso defiende que el atuendo de Batman era tal y como lo conocemos hoy desde el primer momento, antes de las sugerencias de Bill. ¿Y cómo puede probar que todo lo que dice es cierto? ¿Cómo puede convencer a los miles de fans de que sus palabras son más ciertas que las de Finger? Con lo único que tiene a su disposición, con lo único que consiguió asegurarse para sí mismo, adelantado como lo era a su tiempo: su firma.
«Si Bill hubiera sido coautor y hubiera concebido la idea, conmigo o antes que yo, entonces habría tenido crédito en la historia, junto a mi nombre, igual que Siegel y Shuster figuran como creadores de Superman. Sin embargo, como es obvio, sólo aparece mi nombre, lo que demuestra que yo tuve la idea primero y luego llamé a Bill, sólo después de que mi editor diera luz verde a mi creación original». Así, Kane se salta el orden de los acontecimientos, omite el hecho de que en la editorial no supieran que Finger existía y muestra ante el mundo la única prueba que tiene. Sin embargo, su firma ya no tiene el poder de antaño, al menos no con los lectores. Éstos ya han visto que esa firma puede ocultar a cualquier otro dibujante, así que, ¿por qué no podría tapar también a un guionista desde el principio? Llegado este punto, Kane excusa a su antiguo amigo, explicando que entiende que uno no recuerde bien lo sucedido y alegando que a Finger «el tiempo le ha erosionado la memoria». Acto seguido, arremete contra Jerry Bails por publicar su artículo lleno de mentiras por culpa de los «delirios de grandeza de Finger».
De no ser por la intervención de Tom Fagan, la carta se habría publicado íntegra y al momento en el siguiente número de Batmania. Cuando Kane dice en su texto que nombra a Biljo White como su «guardián no oficial de todo lo relacionado con Batman» sabe que lo tendrá comiendo de su mano. Pero White hace más caso de Fagan y espera a que su amigo le envíe una copia a Bill Finger. El 17 de octubre Bill recibe, abre y lee la carta y, en ese mismo instante, una rabia mayor de la que ha sentido nunca se enciende en su interior. Deja la copia encima de la mesa, coge el teléfono y llama a Bob Kane sin pensárselo dos veces. Con el enfado en su punto álgido, por primera vez en años, Bill arremete contra Bob al otro lado de la línea. Le dice que ha leído su carta, sus acusaciones y su «verdad». Durante la conversación, Bill le refresca la memoria a Bob, reconstruyendo unos recuerdos que parece que ha querido olvidar. Bob le pide que se calme, se compromete a revisar la carta y le propone quedar para cenar y hablar del tema como amigos. Bill se lo piensa mientras Kane le insta a ello para no postergarlo más: «Quedemos mañana.» Finger acepta.
En cuanto cuelga el teléfono, Bill se sienta ante su máquina y escribe a Tom Fagan. Le agradece el gesto de enviarle la carta de Kane antes de imprimirla y le explica la conversación que acaba de tener con Bob. Le comenta el cabreo y las disculpas, así como el compromiso de revisar la misiva. Bob incluso le ha pedido a Bill que le diga a los de Batmania que aguanten la publicación de su carta hasta que puedan hablar tranquilamente. Finger le transmite a Fagan el aire conciliador que ha percibido en Kane, intuye que su antiguo amigo está más molesto por el nuevo estilo llevado a cabo por Julius Schwartz y Carmine Infantino que por otra cosa. Eso es lo que lo ha hecho saltar, piensa Finger, y está convencido de que «Bob no está enfadado conmigo, sino preocupado por sanar un caso agudo de ego dañado». Bill ni siquiera firma a mano la carta, como suele hacer, y sólo mecanografía su nombre, dándose prisa para ir a la oficina de correos y enviarla cuanto antes. Antes de despedirse, agradece una vez más a Tom que él y el resto de fans sean tan justos como para querer escuchar su versión de la historia.
El 18 de octubre de 1965, Bill Finger y Bob Kane se encuentran de nuevo. Los motivos que los llevan a entrar en el restaurante son bien conocidos. Con los que salen de la cena, sólo los sabrán ellos. No mencionan lo hablado durante su reunión, Kane no retoca la carta y por mucho que Biljo White escriba a Bob para confirmar si debe imprimir su texto o esperar a la nueva versión, Kane no le responde ni una sola vez. No vuelve a pronunciarse. Finger tampoco describe los detalles de su cena, pero en los comentaros vertidos en su carta a Tom Fagan del día anterior, se deja entrever el plan maestro de Kane: minimizar su cabreo. Bob ha dado señales de que no está enfadado realmente con Bill, le pide disculpas y desvía la atención hacia el nuevo estilo. Bill sabe que hay muchas cartas de los lectores que alaban el dibujo de Infantino. Incluso en la propia Batmania las encuestas votan en un noventa por ciento a favor de él. Kane necesita hacerse notar cada vez más en la editorial y fuera de ella, de ahí su respuesta airada y sin pensar en la carta. Bill le confiesa a Tom que tiene la sensación de que esa carta no se publicará. Y así es. Pasan los meses y ni Tom Fagan ni Biljo White ni Jerry Bails oyen hablar de nuevo del tema. Pero eso no significa que se olviden de él.
Aparte de la necesidad de Kane por demostrar su autoría sobre Batman, por miedo a ver su castillo de naipes derrumbarse, hay otro motivo por el que necesita aparecer como único creador, y lo revela en la misma carta en la que ataca a Bill. En lugar de centrar la atención en sus comentarios sobre Finger, si uno mira la parte final del texto ve la mención a una nueva serie de televisión, a todo color y producida por 20th Century Fox, a punto de estrenarse en la cadena ABC el año siguiente. Según Kane, va a ser un gran éxito y adaptará no sólo a Batman y Robin, sino al resto de coloridos villanos como el Joker, el Pingüino, Acertijo o Catwoman. En ese listado, Kane incluye también a Batwoman, personaje que no aparecerá en la serie y que, desde luego, nunca ha sido catalogada como enemiga. Fagan y White, adoradores como son de los detalles hasta el infinito, leen en esa frase un desconocimiento sobre sus propios personajes que no se esperaban de aquel que se acredita como el único creador de Batman, alguien que ni siquiera distingue si Batwoman es aliada o no. Por si los distintos estilos en los dibujos no fuesen suficiente, como si las declaraciones de Bill o Julius no hubieran allanado mucho más el camino, se encuentran con que el propio Kane se delata a sí mismo.
Ante el estreno y éxito de la nueva serie de televisión Batman en enero de 1966, con Adam West en el papel del Hombre Murciélago, los fans del personaje siguen creciendo y organizan una convención dedicada en exclusiva al Caballero Oscuro. Programada para ese mismo verano y apodada Cave-Con (Convención en la cueva), el certamen convoca a varios autores relacionados con el personaje, como el propio editor Julius Schwartz o el mismísimo Bill Finger. En cambio, de Bob Kane no hay ni rastro de nuevo. El 14 de agosto de 1966, tan sólo dos semanas después del estreno en cines de la película derivada de la serie de televisión, se celebra otra mesa redonda en la que Finger explica su implicación en el diseño final de Batman, así como su participación al crear a Robin y otros personajes. Sea lo que sea lo que hablaron Finger y Kane durante esa cena no ha impedido que Bill repita de nuevo su discurso ante un público deseoso de saber más. Bob permanece callado desde aquella reunión porque le conviene. Digan lo que digan, sigue manteniendo su acuerdo con DC, por el que se lleva un buen porcentaje de los beneficios generados por Batman. Y ahora, con la serie de televisión en ciernes y con él mismo visitando los platós de rodaje, ese porcentaje es todo lo que necesita. En lo que a Kane concierne, Finger puede seguir escribiendo todos los cómics que quiera, porque él lleva años sin dibujar ni una sola viñeta, pero obteniendo todo el mérito por ellas.
Ni siquiera los intentos de Julius Schwartz por dejarlo en evidencia tienen éxito alguno. Con el nuevo estilo triunfando en ventas, el editor se ha visto en ocasiones hablando con Kane para pedirle cambios en sus dibujos, pero él siempre responde lo mismo: «me lo llevo a casa y vuelvo otro día» y todos saben que sigue ese proceso porque necesita ir a ver a su dibujante en la sombra particular. Sólo una vez triunfa en su cometido para que Kane retoque algo en la propia editorial y lo que obtiene a cambio es uno de los peores dibujos que ha visto nunca. Al pedirle, sutilmente, que lo cambie de nuevo, Schwartz sólo consigue que Kane hable con otro dibujante que se encuentra en la redacción en ese momento para que termine la ilustración en su lugar. Sea de un modo u otro, parece que contra Bob Kane uno tiene las de perder.
Entre convenciones, cartas y artículos que cuestionan la autoría de Bob Kane y reafirman a Finger como cocreador de Batman, Bill escribe metido de lleno en el nuevo estilo de Schwartz e Infantino. Este nuevo enfoque es el que sirve de base para la serie de televisión que tan preocupado tiene a Kane y que interesa, por otros motivos, a Finger. Su amigo Charles Sinclair ha seguido moviendo sus hilos en la pequeña y gran pantalla, por lo que ambos pueden escribir para más series. Últimamente han tenido problemas para mantenerse como escritores en Hollywood, no sólo por no poder hacerle la pelota a Lorenzo Semple Jr., el encargado de supervisar y encargar guiones, sino porque su contacto con Warner Bros ha dejado el puesto. Al verse solos ante Semple Jr., obsesionado por controlar todo el proceso a su alrededor, una persona a la que Charles apodó desde el principio como «el Bob Kane de los guionistas de televisión», saben que tienen los días contados. Los encargos para 77 Sunset Strip dejan de llegar y Charles se pone en marcha de nuevo para contactar con 20th Century Fox a ver si tienen mejor suerte por ahí.
Para su sorpresa, el que era su contacto habitual en Warner está ahora en Fox y, para alegría de ambas partes, está encantado de encargarles guiones. «¿Por qué habéis tardado tanto?», les dice su contacto mientras hablan sobre la serie de televisión de Batman. Charles, al contrario que Bill, no acostumbra a callar y dejarse llevar por la situación. En cuanto se sienta con Fox, deja claro el valor que pueden aportar y resalta el trabajo de Bill Finger como guionista de Batman desde el primer día. Bill lleva más de veinticinco años escribiendo el personaje, así que es el hombre al que quieren tener escribiendo su serie. Fox accede y les encarga dos capítulos. La fórmula siempre es la misma: la historia presenta a un villano clave, la trama debe abarcar dos capítulos de media hora y el primero tiene que terminar en un buen «continuará», para atrapar a los espectadores y que éstos vuelvan a sintonizar la cadena al día siguiente para ver cómo se salvarán Batman y Robin de la trampa mortal de turno. Es un estilo que sigue fielmente los cómics actuales de Schwartz e Infantino, si bien lo complementan con algo de humor absurdo capaz de gustar tanto a mayores como a pequeños, recurso que, vistos los índices de audiencia de los primeros episodios, con Batman entre los programas más vistos de los últimos años, funciona. Las ventas de los cómics, como es de esperar, aumentan considerablemente, llegando a superar los novecientos mil ejemplares al mes.
Charles y Bill se ponen manos a la obra y se plantean el reto de adaptar a alguno de los villanos de Batman en su capítulo doble. Como los más conocidos ya se han versionado, les toca rebuscar en el fondo del baúl. Finger rescata a uno de los enemigos que creó en 1947, llamado el Reloj. De aspecto regordete y rostro redondo, con bigotes que simulan las manecillas de un reloj, este criminal de poca categoría prepara así su viaje a la pequeña pantalla rebautizado como Rey Reloj.10 Al ver algunos episodios de la serie, Charles observa a Bill mientras éste dice para sí mismo cosas como «Batman no hablaría así». Tras terminar su guión y entregarlo al estudio, Charles cree que necesitan hacer un pequeño cambio. Desde el primer día que han colaborado juntos, el orden en la acreditación de sus guiones ha sido «Escrito por Charles Sinclair y Bill Finger», algo lógico dado que quien consigue todos los encargos es el primero. Bill nunca ha tenido ningún problema y ni siquiera lo comenta con su amigo, al ser algo que no se le pasa por la cabeza. Pero Charles sí piensa en ello y llega a la conclusión de que en esta ocasión deberían cambiarlo. Aprecia demasiado a su mejor amigo como para no hacer algo. No es sólo un compañero de trabajo y recuerda que incluso fue su padrino de boda hace dos años. Sabe bien que Bill sufre por dentro la falta de crédito, aunque apenas hable de ello o trate de concentrarse en otros aspectos de su vida. Conoce de primera mano los intentos de los últimos años por hacerse oír, pero cada vez que pone el televisor al empezar la serie, por muy emocionado que esté por ver a su personaje cobrar vida, sólo lee «Batman, creado por Bob Kane». Así que se aproxima a su amigo y le propone que sea su nombre el que salga primero en esta ocasión. Siente que su guión de Batman debería salir firmado como «Escrito por Bill Finger y Charles Sinclair». Es un detalle tonto, a lo mejor innecesario, pero a Bill se le ilumina el rostro y no sabe cómo agradecérselo. El 12 de octubre de 1966, en todos los televisores del país, se lee el nombre de Bill Finger acreditado por primera vez en una historia de Batman.
Es la primera vez y será la última. En los cómics, Bob Kane se asegura de que no ocurra ni una sola vez. En televisión es Lorenzo Semple Jr., bautizado ahora más acertadamente que nunca por Charles como «el Bob Kane de los guionistas de televisión». Aquel del que huían Charles y Bill ha recaído en Fox, en concreto a cargo de la serie de Batman, y su primer movimiento es evitar que esta pareja de neoyorquinos se inmiscuya en sus guiones en la costa oeste. Charles cree que si Bill se plantara a lo mejor podrían conseguir algo. Se trata del cocreador del personaje, algo podría pesar en la decisión final. Pero antes de comentarle nada sabe que no habrá manera. Bill no es de los que alardean porque sí para conseguir cosas. Prefiere centrarse en su vida, sin golpear puertas ajenas, y pasar algunos fines de semana en casa de Lyn. Como siempre, cuando acude a algún sitio lo hace con un ojo puesto en el trabajo, y las visitas a su pareja no son una excepción. Cargado con varios cómics, en cuanto entra por la puerta de casa, observa y pregunta a los hijos de su pareja qué series les gustan más o qué historias les parecen más interesantes. Tan distraído como está, Charles sabe que Bill no apretará para conseguir más guiones de televisión para Batman y, es más, seguramente ya estará pensando en enfocar sus esfuerzos en otra parte, como en un episodio de animación para la serie de Superman titulado «Los hombres lava» o en DC Comics, desde donde sus compañeros guionistas le llaman para pedirle ayuda. Quieren formar un sindicato.
El movimiento nace cuando el presidente de DC no hace caso a las peticiones de los guionistas Bob Haney y Arnold Drake al presentarse éstos en su despacho y pedir mejoras en sus condiciones de trabajo. DC responde con un aumento de un dólar por página en las tarifas actuales, pero sólo aplicable a uno de ellos, el resto tendrá que esperar su turno. Ambos reconocen el timo y el auténtico objetivo de la oferta: dividirlos. Puede que incluso cuando pase un tiempo, la editorial no mantenga su palabra. Y es más, el propósito de ambos autores no es conseguir un dólar más por página, sino mejores condiciones en general. Quieren recibir dinero por cada reimpresión que se haga, piden participación en los ingresos y en la propiedad de lo que escriben. La editorial no está dispuesta y con esa respuesta se propaga el germen para un sindicato.
Bob Haney y Arnold Drake convocan a más escritores y obtienen respuestas positivas de varios que desean sumarse a algo que los beneficiará a todos. Otros no lo ven así, sobre todo los dibujantes: «Yo soy artista, no un obrero» es lo que responden cuando les proponen la idea de un sindicato. Es comprensible, en parte: un dibujante gana entre treinta y cuarenta dólares por página, por lo que no tienen queja alguna de la empresa. No hay motivo real para que se unan a ningún movimiento. La editorial cree que en este negocio el dibujo es más importante que el guión porque todo el mundo puede escribir, pero no todo el mundo sabe dibujar. Este erróneo punto de vista inclina la balanza en su trato a favor de los dibujantes y provoca que muchos guionistas ni siquiera se atrevan a alzar la voz por miedo a ser despedidos. Si la editorial tiene en tan poca estima su aportación como para pensar que cualquiera puede escribir, nada les impide ir a buscar a ese cualquiera y sustituirlos a todos.
Otros guionistas dudan de las posibilidades de formar un sindicato y creen en la fuerza individual más que en la de un grupo, que no hará sino diluir la importancia de cada uno ante la empresa. Distintas opiniones, diferentes puntos de vista, que potencian una época abocada al cambio, un período en la historia de Estados Unidos muy centrado en el movimiento por los derechos civiles. Al leer los titulares de los últimos años, con la marcha por Washington, el discurso «Yo tengo un sueño» de Martin Luther King o el Acta por los Derechos Civiles tramitada por el Gobierno, poco se puede culpar a los guionistas por soñar de verdad con un cambio. Pero la editorial no se mueve por titulares ni manifestaciones. Sólo por resultados. Editores de buen calado como Julius Schwartz o Carmine Infantino, ascendido a director editorial en 1967, poco pueden hacer ante unas decisiones que se alejan de sus competencias.
Los guionistas persisten en su lucha y sus peticiones y suman adeptos, entre los que se encuentra Bill Finger. Realizan reuniones clandestinas en las casas de cada uno de ellos, incluida la de Bill, amontonándose en el pequeño espacio mientras planifican sus deseos. No dudan un segundo en redactar lo que para ellos es indispensable: beneficios por productos derivados de sus historias, pagos por reimpresiones, cierta propiedad de las historias y personajes que creen y, como apunte final, la parte más importante para Bill: un seguro médico o, al menos, permitirles pagar su cobertura médica a través de la empresa. Con las medicinas que necesita por su problema de corazón, Bill se quedaría muy tranquilo si contara con ese colchón. La editorial deniega punto por punto todas las peticiones. Visto esto, algunos guionistas proponen la única solución posible: hay que ir a la huelga.
Tan pronto como proponen el paro, la inmensa mayoría de autores reculan. No les interesa perder sus empleos, porque están seguros de que es lo que pasará. La editorial ignorará su huelga, encargará guiones a otros autores, nuevos y más baratos, y ellos se quedarán sin nada. Sólo un par secundan la idea, pero dos personas no obtienen repercusión alguna y lo saben antes de empezar. Además, en DC se respiran aires de cambio. El presidente ha vendido la empresa a la compañía multimedia Kinney, quien a su vez en unos años venderá todo su fondo a Warner, donde la editorial permanecerá en adelante. Esto provoca la marcha de la cúpula directiva y su sustitución por un Carmine Infantino con más poder que nunca, pero muy devoto de las tradiciones pasadas desarrolladas por sus antecesores. Le gustaría llevar a cabo algo que satisficiera a los guionistas, pero no tiene con qué. Editores saltan de sus puestos, entran nuevos guionistas, nuevos dibujantes, cambian los equipos creativos asignados a series de toda la vida por la relación que éstos tenían con sus editores y, poco a poco, el panorama de la editorial se modifica con los meses.
El movimiento impulsado por estos guionistas muere antes de empezar. Sin apoyo de los dibujantes, sin motivación de grupo, sin voluntad por el cambio, todos vuelven a sus puestos a esperar sus encargos habituales. Pero en seguida se dan cuenta de que éstos no llegan con la misma frecuencia que antes de hacerse oír. No hay despidos, pero los guionistas involucrados en la idea de formar un sindicato dejan de recibir encargos. Los que obtienen son muy esporádicos o para colecciones menores. Poco a poco, se los aparta a favor de la nueva hornada de autores y editores. Al final, alzar sus voces fue lo peor que pudieron hacer. Se adelantaron a su tiempo. Años después, cuando las mejoras para los autores empiecen a llevarse a cabo, será demasiado tarde. Compañeros futuros se lo recordarán a los que iniciaron el movimiento. Y estos sólo se lamentarán de lo que podrían haber conseguido de haber empezado cuando era el momento.
Entre el grupo de guionistas que dejan de recibir encargos se encuentra Bill Finger. Sin el apoyo de los editores de antaño, con el conocimiento de su participación en el posible sindicato, la editorial le encarga guiones muy esporádicos y menores. Un día se da cuenta de que la última vez que escribió al Hombre Murciélago fue hace ya muchos meses, en el número 177 de Batman. Si lo hubiera sabido habría escrito un guión más acorde a sus sentimientos, pero quedó como una entrega más de las trescientas historias del personaje que ha escrito en los últimos veinticinco años. Pensándolo mejor, su última aventura del alter ego de Bruce Wayne ha sido para la serie de televisión. Se ha convertido en el primer y único guionista de Batman en escribirlo en dos medios distintos, cómic y televisión, pero con ese gran hito concluye su etapa con el personaje al que dio vida y que siempre recordará, sea hacia donde sea que lo lleve ahora su futuro, alejado por primera vez de DC Comics.
«Estoy a punto de conseguir un nuevo contrato que te hará ganar muchísimo dinero». Sheldon Moldoff se repite a sí mismo las palabras que le ha dicho Bob Kane. Moldoff lleva catorce años dibujando a Batman en la sombra, encargándose de todos los trabajos de Bob. Desde la serie mensual hasta las tiras de prensa, lo que incluye diarias y dominicales, por no mencionar diseños para merchandising, juegos o cualquiera de las locas ideas de Kane dirigidas a explotar a un personaje que exprime a su antojo desde el primer día. A cada boceto que le pide Bob, las promesas se acumulan. Kane le asegura que en cuanto venda los diseños, podrá pagarle dinero por ellos, pero lo único que ve Moldoff son páginas y páginas de bocetos sin cobrar. Menos mal que por los cómics sí obtiene beneficios, pero la carga de trabajo es tan exagerada que no sabe cómo continuar. No puede gestionarlo todo. Al pedirle un aumento, Kane le asegura que llegará en breve. Está negociando su contrato con la nueva directiva de la editorial y, como es habitual, de toda tajada que saque Bob, una parte irá a parar a sus manos. No tiene de qué preocuparse.
Cuando suena el teléfono a los pocos días, Moldoff espera la gran noticia. Al otro lado de la línea, Bob le comunica que ha firmado su nuevo contrato. Está hecho. «¡Genial! ¿Cuándo empiezo a cobrar?» es lo primero que le dice Moldoff, pero el entregado dibujante no se espera lo que viene a continuación. El nuevo contrato, como todos los anteriores, es con Bob Kane y en esta ocasión la editorial ha conseguido lo que Schwartz e Infantino llevan años deseando: librarse de él. El nuevo acuerdo estipula una paga anual para Bob, pero con la condición de que nunca más se encargue del personaje. No habrá más pedidos ni páginas ni cómics ni tiras de prensa. Nada. Todo el trabajo se llevará a cabo desde la editorial. «Pero… ¿dónde me deja eso a mí?» es la siguiente pregunta de Moldoff; aunque conoce la respuesta, sólo está verbalizando algo que no se atreve a pronunciar. Se ha quedado sin trabajo. Kane le confirma que no va a tener nada más que encargarle. Se acabó. Una vez más, sólo ha pensado en sí mismo y, tras esta llamada telefónica, Bob Kane y Sheldon Moldoff no vuelven a hablar ni a verse nunca más.
Carmine Infantino, ascendido a director editorial, ha planeado la salida de Bob Kane desde que ocupó la silla. Le ha propuesto una salida digna para obtener el control absoluto de Batman desde la editorial. A DC le va a salir caro, pero Infantino cree que la acción compensa con creces el resultado y no le tiembla el pulso al entregarle a Kane beneficios por derechos subsidiarios a partir de ese mismo instante, así como un cheque por un millón de dólares, en firme, para que se desentienda por completo de su cocreación de ahora en adelante. Bob Kane acepta y sale de la editorial por la puerta grande, rico, famoso, pero repudiado por todos aquellos que ha conocido durante estos años. Al mismo tiempo que Kane consigue retirarse por todo lo alto, Bill Finger se despide de Batman por la puerta de atrás, sin hacer ruido, sin molestar, como ha hecho durante toda su andadura en el mundo del cómic. Pero, también, como es habitual en él, no guarda rencor a la editorial. Siempre estará disponible si necesitan ayuda, por si acaso puede volver a escribir para ellos cuando pase el temporal, mientras enfoca su vida hacia otros objetivos, tanto personales como profesionales, intentando no echar la vista atrás.
Uno de los lazos con el pasado que corta por fin en este momento es su matrimonio con Portia. Aunque separados desde hace años, todavía no habían concretado el divorcio. En cuanto lo obtiene, Bill y Lyn se casan en 1968, con Charles Sinclair como padrino. La boda, privada y pequeña, conlleva otro gran cambio para su vida: deja atrás Manhattan. Lyn vive en Great Neck, Long Island, dentro del estado de Nueva York. Como ella convive con sus tres hijos, aunque uno de ellos se muda a California, el paso obvio es que Bill se vaya a vivir a su casa. Está a dos trenes de distancia del centro, pero para él es como si cambiara de país. La ansiedad que le provoca alejarse de sus espacios conocidos la sobrelleva como puede, aunque a Lyn no se le escapa el esfuerzo que supone para su marido y lo mal que lo lleva en realidad. Las ocasiones en que lo ve relajado, Lyn se alegra pensando que Bill empieza a acostumbrarse a su nuevo hogar. Cada día aparecen ejemplos de ello, como verlo sentado escuchando la música de cámara de Mozart o Beethoven en un estéreo recién estrenado que ni siquiera ella puede tocar por si acaso.
Al año siguiente y siempre que pueden, Lyn propone ir a Cape Cod, Maine o los Hamptons para pasar un fin de semana y relajarse un poco. A Bill no le importa, sobre todo porque todos esos sitios están relativamente cerca de Nueva York. Los desplazamientos los llevan a cabo en coche gracias a Lyn, porque Bill jamás se saca el carnet de conducir. Su mujer le apremia a ello y le asegura que, si lo obtiene, verá como pierde ese miedo y esa ansiedad a salir de su hábitat. Pero él sólo responde que sí, que se lo sacará algún día… aunque ese día no llegue jamás. No tiene la menor intención de sacárselo y no le interesa lo más mínimo, algo de lo que todos sus amigos se sorprenden cuando constatan el poco o nulo interés que le suscitan los coches.
El cine, sin embargo, le sigue apasionando tanto o más que antes. Lyn y Bill se vuelven locos al salir del estreno de 2001: Una odisea del espacio y se pasan días enteros comentándola. Esta pasión por el cine crece más en esta época porque Charles ha conseguido algunos encargos para escribir guiones de películas. Son de poca monta, pero les van perfectamente para cubrir gastos y cumplir su sueño cinematográfico de alguna manera. De su máquina de escribir salen películas como Te Green Slime o Track of the Moon Beast, pequeñas producciones japonesas o americanas destinadas a satisfacer a cierto público sediento de obras de bajo presupuesto cargadas de ciencia ficción.
Algo que tampoco parece de este mundo es el trabajo que consigue Bill a partir de este año. Ni más ni menos que películas de entrenamiento militar para el ejército. Sin DC Comics, con los guiones para la televisión casi inexistentes y con apenas alguna película en ciernes, Bill necesita algo para comer. Con ese objetivo en mente coge el tren hacia Washington. Le han otorgado permiso para entrar en el Pentágono. La emoción sería mayor si no se apoderara de él la ansiedad por alejarse tanto de casa. Menos mal que es ida y vuelta.
Lyn lo escucha hablar sobre cómo ha sido el viaje y lo que ha sido tener un pase para el Pentágono, aunque en el fondo nota que el trabajo no le apasiona lo más mínimo. Fred, que ya cuenta con veintiún años, no es el niño que lee los guiones de Batman por las mañanas, sino un joven convencido de su propia vocación como chef. La pasión por su arte es algo que le enseñó su padre, y ahora que lo ve escribiendo películas de entrenamiento militar sólo siente cabreo. Le reprocha a Bill que antes creía en él porque él mismo creía en lo que hacía. Ahora, si se proclama en contra de la guerra, con todas las barbaries que llegan desde Vietnam, no entiende que se preste a escribir películas que sólo sirven para promover algo tan deplorable. Se lo reprocha una y otra vez, pero Bill necesita el dinero. Odia con toda su alma cada letra que escribe para ellos, pero no encuentra otra solución.
Si con DC y la televisión sufría penurias económicas, ahora su situación es casi insostenible. Por suerte cuenta con Lyn y la compañía de sus hijos, a quienes siempre trata de forma amable y, algo de lo más importante que recuerda su mujer, les habla como si no fueran niños. A ellos, les resulta gracioso y familiar en el trato, les parece alguien orgulloso de su trabajo con Batman, aunque jamás menciona a Bob Kane. Con su mujer, sólo en algún momento se hace eco de lo que le duele no haber tenido crédito, pero ni siquiera en esas situaciones escapa de su boca opinión alguna sobre el único que se ha llevado la fama como creador de Batman.
Además de con su familia, Finger también cuenta con Charles y sus préstamos. La gente que le conoce sabe bien que Bill, cuando tiene dinero, es el hombre más generoso del mundo, incapaz de controlar sus gastos si con ello puede comprar algo que guste a sus seres queridos. Es por eso que un día de visita, cuando Charles contempla a Bill dando varios golpecitos a su reloj hasta que las manecillas giran durante un instante antes de que el tiempo vuelva a detenerse, su amigo le compra porque sí un reloj de pulsera Tourneau último modelo. Bill se muestra, como siempre, tremendamente agradecido y emocionado.
Este gesto le hace pensar y recapacitar acerca de cómo se ha visto en esta situación y lo mucho que le gustaba escribir cómics. Han pasado unos pocos años desde que dejó de trabajar para DC, pero a lo mejor puede probar suerte en otro sitio. Así es como el entonces fan y asistente a convenciones de cómic Roy Tomas, ahora convertido en ayudante de edición en Marvel, ve cómo Bill Finger pasea por los despachos de la editorial y se reúne con Stan Lee. Al poco rato, observa cómo Bill realiza el mismo recorrido en sentido contrario, apesadumbrado por no haber conseguido trabajo. La reunión en sí, ni siquiera Stan Lee la recuerda años después. Bill vuelve a pasar desapercibido por no querer alzar la voz.
El problema de Bill para tomar las riendas de su propia vida, cuando no hay un guión predefinido que lo guíe, se agrava más cuando llega una oferta para escribir en California una serie de animación de Superman. Es de suponer que la oferta se presenta debido a la experiencia que ha ido adquiriendo durante los últimos años en ese campo, aunque fuera escribiendo desde Nueva York. Lyn le comenta la oportunidad que supone y, además, la cantidad de dinero que le están ofreciendo. Pero es superior a él. Bill no puede ni imaginarse viviendo fuera de Nueva York. Aún no ha cogido un avión, y no lo hará nunca. Pese a lo que supone, pese a lo bien que le iría, no acepta la propuesta y se queda recluido en casa.
Lyn no puede convencer a Bill de lo contrario, como tampoco ha conseguido que se saque el carnet de conducir o que hablara con sus padres y solucionara los problemas que tenían antes de que estos fallecieran hace ya casi diez años, en 1961. Ahora, en 1970, Lyn y Bill llevan quince años juntos y se conocen como la palma de la mano. Pese a los problemas que tiene Bill para aceptar su independencia, para gestionar los reproches de su hijo o para entregar a tiempo, con muchas noches en vela incluidas, todavía hoy, tantos años después de que hiciera lo mismo con Fred, Lyn no puede remediarlo y lo quiere con locura. Comparten su pasión por las artes, se retroalimentan bien en ese aspecto y ella lo apoya en sus guiones cuando le suceden tantísimos bloqueos. En una época tan difícil como ésta, lo que menos espera Bill es que le dé un segundo infarto, más grave que el de hace siete años.
Una vez recuperado, Bill retoma el contacto con DC Comics, pues no sabe adónde más acudir. Durante estos años, Julius Schwartz ha mantenido su posición, ahora con más control si cabe bajo la dirección editorial de Infantino, recién nombrado presidente al comenzar 1971. Con el aprecio que tiene por Bill, al saber de su situación y con el tiempo que ha transcurrido desde la posible formación de aquel sindicato fallido, el editor hace como si no hubiera pasado nada y busca a alguien que pueda hacerle un hueco en alguna serie. Y se lo hacen. Encuentran encargos disponibles para historias de misterio en las colecciones House of Mystery y House of Secrets, bajo la supervisión del editor adjunto Paul Levitz. No será Batman, pero al menos le dará de comer. En cuanto al Hombre Murciélago, Schwartz le dice que lleva meses manos a la obra con un nuevo relanzamiento del personaje, que volverá a las raíces oscuras y adultas de hace treinta años, a los orígenes tal cual los escribió Bill. Le pregunta si estaría dispuesto a encontrarse y charlar un rato con el guionista a cargo de la nueva etapa. Y no está dispuesto, está encantado de recibir a Dennis O’Neil, el escritor al que ceder el testigo.
Finger y O’Neil quedan un par de veces, pero son suficientes. Al primero le encanta hablar de Batman y de su visión del personaje, con la tranquilidad y calma que lo caracteriza. Al segundo le fascina escucharlo, y es lo suficientemente inteligente como para captar los detalles del testigo que Bill quiere pasarle. Y Dennis O’Neil no sólo lo recoge, sino que lo actualiza como nadie ha logrado hasta entonces. Su Batman vuelve a ser un detective con habilidades extraordinarias y sus enemigos, villanos a los que temer de verdad. Después de años ausente sin que nadie supiera qué hacer con él, Dos Caras, el enemigo favorito del hijo de Bill, regresa por todo lo alto en un enfoque oscuro y adulto, como no se veía desde su origen. Y por si fuera poco, el Joker regresa tal y como apareció en la primera historia de Bill, como un asesino sin escrúpulos, capaz de ir dos o tres pasos por delante de los demás. El aura de misterio y madurez que impregnaba las primeras aventuras de Batman escritas por Finger regresa con fuerza gracias a O’Neil, y Batman vuelve a la primera plana del mundo del cómic, marcando un estilo que otros recogerán y ampliarán siguiendo los pasos iniciados por su auténtico creador. En cambio, ese creador no va a seguir los pasos de su mujer en una decisión que los llevará, por mucho que les duela a ambos, a separarse.
Lyn no tiene otra opción. Su hijo Andy ha sufrido un accidente en California y va a quedar postrado en una silla de ruedas. Debe ir allí y cuidar de él. Necesita mudarse a la costa oeste. La decisión está tomada, le encantaría que Bill se fuera con ella, pero por mucho que le duela, por mucho que lo sufra, por más que su hijo Fred haga poco que también se ha ido a vivir allí, Bill no puede decir que sí y se queda en Nueva York. La ansiedad que padece sólo con pensar en irse es algo que ha llevado mal al mudarse a Long Island, con lo que es incapaz de imaginar lo que supondría irse a la otra punta del país. Lyn sabía la respuesta, ha vivido de primera mano por lo que ha pasado su marido al mudarse con ella a su casa, pero también sabía que eso no iba a cambiar su decisión. Se va a California a velar por su hijo y esto supone que ambos pongan fin a su matrimonio en 1971. Con la mudanza de ella, Bill no encuentra motivos para quedarse en su casa y vuelve a Manhattan, a la cuarta planta de un piso despacho en la calle 51 por trescientos dólares al mes. En el mismo bloque, pero dos pisos más arriba, vive Charles. Se aleja de Lyn sólo para mantenerse más cerca de la otra persona con la que más ha tratado en su vida.
Y hace bien, porque sus trabajos en DC son escasos y su necesidad de dinero, ahora que vive solo, es mayor que nunca. Acosa a su joven editor y Paul Levitz, ante la presencia de un mito como Bill Finger, accede a pagarle algunos adelantos ocasionalmente, pero quien más lo salva no es su editor actual, sino Charles, que nota enseguida cómo aumentan los niveles de agobio en su amigo. Un día, Charles le comunica a un sorprendido y más que agradecido Bill que ha pagado su renta de todo un mes, aprovechando que viven en el mismo bloque y tienen al mismo arrendatario, sólo para que no se agobie más de la cuenta y cuide su salud. Además de esta supervisión, cuenta también con Lyn. Pese a la distancia real que los separa, siguen tan unidos como siempre. Hablan por teléfono casi a diario y mantienen el contacto explicándose cómo les va durante la semana. Pese a los cuidados de ambos, no hay nada que impida un tercer infarto, sólo tres años después del anterior. Esta vez ha sido mucho más seguido y el susto es tan grande que precisa de ingreso en el Hospital Bellevue, especializado en cardiología. Cuando Charles lo visita lo encuentra hacinado en una sala al final de un pasillo. No puede permitirse pagar más y bastante va a tener que hacer para comprarse las nuevas pastillas que necesita. El infarto ha sido tan fuerte y preocupante que Bill permanece ingresado entre el 1 y el 26 de noviembre de 1973. Cuando le dan el alta, regresa, débil, a su piso para seguir medicándose y cumpliendo con sus fechas de entrega. Las va a necesitar más que nunca.
Bill pasa las siguientes semanas tomando tres tipos de medicamentos distintos para el corazón y procura que el estrés por la falta de dinero, vivir solo y la preocupación por su salud no le pase más factura todavía. Habla con Charles muy a menudo y suele estar al teléfono cada pocos días con Lyn. Pese al mal momento, siente que sus anclas lo mantienen asentado. En la editorial cuenta con el joven editor Paul Levitz como contacto, que recibe sus guiones con admiración continua.
Hace apenas diez días que ha empezado el nuevo año y Levitz tiene preparados sobre su mesa los cheques por los guiones que Finger está a punto de entregarle. Pero cuando Bill entra por la puerta, sólo tiene uno acabado. Le promete por activa y por pasiva que, si le da una semana más, el siguiente guión lo tendrá listo, pero que por favor le pague los dos. Paul Levitz sabe que eso va en contra de las normas de la empresa, más estrictas a medida que han ido pasando los años. Sin embargo, tiene delante de sí a una leyenda de este medio. Es incapaz de decirle que no y le da ambos cheques, sin olvidar que el segundo guión debe entregárselo sin falta lo antes posible o los dos se meterán en un buen lío. Bill sale de DC Comics prometiendo, una vez más, que así será.
Al lunes siguiente, el 14 de enero 1974, Bill ve a Charles y le comenta que tiene que terminar un guión esa semana sí o sí. Su amigo, como es de esperar, no se sorprende lo más mínimo, pero sí que no cabe en su asombro de que más de treinta años después, la editorial le siga pagando por adelantado. Se despiden hasta que Bill concluya su nueva historia y, una vez en casa, habla por teléfono con Lyn durante los días siguientes. Sus conversaciones giran en torno a la salud del hijo de su pareja, que en breve tendrá que pasar por una operación importante, o la suya propia a raíz del último infarto. Como cualquier otra conversación, desconocedora de su propia trascendencia hasta que el paso del tiempo se la otorga, Lyn y Bill se despiden hasta la siguiente llamada.
Cuando ese mismo jueves Lyn llama a su exmarido, le extraña que éste no responda. Estará muy concentrado en la entrega o habrá salido un momento, son las opciones que se le pasan por la cabeza. Y aunque le parece raro, no le da mayor importancia. Al día siguiente, y visto que durante toda la mañana no hay manera de dar con él, Lyn decide dar un toque a Charles. Su amigo la escucha con atención y le promete que se pasará por el piso de Bill a echar un vistazo para tranquilidad de todos. Al colgar, sale de su casa y se dirige a la de su buen amigo, en la que entra por sí mismo al no recibir respuesta. Cuando Charles se asoma al comedor, lo ve tumbado, relajado, en el sofá. Está completamente vestido y boca arriba. Tiene pinta de que se está tomando un descanso de tanto escribir, tanto por la indumentaria que lleva como por su lenguaje corporal. Charles alza la voz, no recibe ninguna señal, se acerca a su viejo amigo y entonces se da cuenta. Son las tres de la tarde del 18 de enero de 1974 y Bill Finger descansa en paz.