CAPÍTULO 14

Shelby levantó la cabeza y dejó el bolígrafo sobre el escritorio cuando su padre entró en el cuarto. Tenía una expresión en su rostro que no le había visto jamás.

—Papá, ¿te pasa algo?

Clark se quedó delante del escritorio con las manos temblorosas a ambos lados. Se dio la vuelta bruscamente y empezó a andar de un lado para otro tamborileando con los dedos en la pernera del pantalón hasta que reparó en lo que estaba haciendo y los enlazó detrás de la nuca. Se detuvo y se volvió hacia su hija con lágrimas en los ojos.

—No sé muy bien cómo decirte esto, Shelby. Ni siquiera sé si tengo derecho a decírtelo o si servirá para algo. —Guardó silencio, visiblemente nervioso—. No puedo presumir de haber sido un buen padre para vosotras…

—Por favor, papá…

—Deja que termine —la interrumpió con sequedad—. No puedo presumir de haber sido un buen ejemplo, al menos en lo que respecta al matrimonio. Seguro que os habéis dado cuenta de que Corinne y yo no estamos tan unidos como deberíamos. No soy ningún ingenuo. Sé que los niños ven y oyen cosas, y que son capaces de interpretar todo lo que perciben. Y supongo también que os habréis percatado de que vuestra madre y yo, de que nosotros… —Clark estaba sufriendo. Le disgustaba la debilidad humana y, aunque no podía creer que esas palabras saliesen de su boca, era incapaz de callarse.

—Mira, papá. —Shelby cogió una concha que usaba como pisapapeles, la colocó encima de la carta que estaba escribiendo y apartó un poco la silla del escritorio—. No sé qué mosca te ha picado, pero me caso mañana. Os quiero mucho a mamá y a ti y soy perfectamente consciente —dijo haciendo una mueca al acordarse de la discusión que había tenido con Liz esa mañana— de que la chispa del amor se apagó entre vosotros hace ya mucho tiempo. Lo que no logro entender es por qué has elegido justo este momento para desahogarte.

Clark se irguió y una expresión de angustia se dibujó en su rostro por lo general impasible. La sola idea de tener una conversación como esa con su hija le habría parecido ridícula tan solo unas horas antes, pero ya no era capaz de seguir reprimiendo el dolor que llevaba dentro y que clamaba por salir a la superficie.

—Escucha, Shelby. Meade es un buen hombre. Es guapo, derrocha talento y parece una persona honrada. Tendrías que estar ciega para no darte cuenta de que está rendido a tus pies. Me he fijado en cómo te mira y si hubiese detectado en sus ojos algo que no fuese amor, lo habría echado a patadas de casa hace tiempo. Pero es evidente que te adora y sería absurdo negarlo. Te quiere de verdad.

Clark se acercó a la cama de su hija y esta lo siguió con la mirada mientras se subía las perneras del pantalón y se sentaba. Se sacudió distraídamente los granos de arena húmeda que aún llevaba pegados a las piernas tras el paseo matutino y se quedó mirando cómo caían al suelo. Se lo veía incómodo y parecía exactamente lo que era: un padre que no tenía costumbre de hablar con su hija sobre cuestiones sentimentales. Siempre había dado por hecho que Corinne se encargaría de explicar a sus hijas cualquier cuestión íntima o cualquier asunto femenino cuando a ella le apeteciese y ahora se encontraba de pronto en un terreno desconocido.

—Si alguien me hubiese preguntado a tu edad qué era el amor, no habría tenido inconveniente en responder. Sabía lo que era el amor. ¿Acaso no lo sabe todo el mundo? Ahora mismo, sin embargo, sería incapaz de decirte qué habría respondido, pero lo que sí puedo decirte es que por aquel entonces tenía las cosas mucho más claras que ahora. A veces pienso que el amor romántico no es más que otro de los castigos que el Señor nos ha mandado, otra prueba en la que nadie está seguro de poder dar la talla, una idea en apariencia sencilla que nunca se amolda del todo bien a las dos existencias caóticas que la abrazan.

—No es ni mucho menos mi intención interrumpir el fascinante sermón que me estás soltando, pero ¿qué tienen que ver tus dudas sentimentales conmigo? —Shelby parecía estar cada vez más indignada—. Tú mismo has reconocido que estás lejos de ser un experto en esos asuntos.

—Ah, ¿y tú sí lo eres, hija mía? —Clark enarcó las cejas—. Nunca has prestado la menor atención a ninguno de los hombres negros que se han interesado por ti —dijo y clavó la mirada en la pared.

Shelby respiró hondo y se quedó mirando el borde del escritorio con el ceño fruncido. Estaba tan indignada que se le había hecho un nudo en la garganta y no se veía capaz de responder a las acusaciones de su padre.

—Sin embargo —prosiguió él—, en cuanto un hombre blanco puso sus ojos en ti…

—¡Vale! ¡Vale! —Shelby cerró el puño y dio un fuerte golpe en la superficie de caoba del escritorio—. Tú ganas. —Volvió la cabeza y miró a su padre—. Podía esperarme esto de los padres de Meade, pero hasta ellos se lo habrían pensado dos veces antes de soltar una barbaridad así la noche antes de la boda. ¿Cómo te atreves?

Clark entornó los ojos.

—Ya sé que suena mal. Necesito saber la verdad, es todo. Nadie puede entender lo que una persona siente por otra, pero si me aseguras que vas a casarte por amor, no diré una sola palabra más. Nunca te he visto confiar en un hombre de color y a veces me da por pensar que es porque desconfías del hombre de color que mejor conoces. Nunca te he visto amar a un hombre de color y a veces creo que es porque el hombre de color más importante de tu vida jamás ha encontrado tiempo para demostrarte cuánto te quiere. Tampoco te he visto nunca respetar a un hombre de color y no puedo evitar pensar que eso se debe al esnobismo que reina en esta familia. Ten por seguro que, si algo de eso es cierto —añadió Clark levantando la voz—, jamás permitiré que la boda se celebre.

La última palabra murió en los labios de Clark y ese aliento final pareció llevarse con él toda la energía que le quedaba. Bajó los hombros como si fuese un soldado de plomo derrotado y se llevó lentamente las manos a la cara.

Shelby contempló a su padre en silencio, completamente anonadada. Nunca lo había visto tan hundido, y una mezcla de compasión, asco y odio se apoderó de ella. Mientras sopesaba lo que iba a decir, el odio terminó imponiéndose.

—Una cosa: ¿esto se te acaba de ocurrir o creías que la boda era una broma gigantesca y has tenido que esperar hasta hoy para darte cuenta de que estábamos dispuestos a casarnos de verdad?

—No pienso permitir que me hables así —murmuró Clark con la cabeza todavía entre las manos.

—Ah, muy bien. Y ¿yo sí tengo que aguantar que te desahogues conmigo y que pongas en cuestión mis sentimientos precisamente hoy? ¡No tengo la menor duda sobre lo que siento, maldita sea! Conozco la diferencia que hay entre el compromiso duradero del amor y la simple punzada del pánico. Estoy a punto de embarcarme en una historia maravillosa; no estoy huyendo de nada horrible, salvo probablemente de ti.

Clark levantó la cabeza y la miró con unos ojos angustiados e inyectados en sangre.

—¿Estás segura? —preguntó—. ¿Lo bastante segura para poner en riesgo tu vida?

Presa de un arrebato, Shelby cogió la concha del escritorio, la lanzó contra la pared que tenía enfrente y la hizo añicos.

—¡Por el amor de Dios! ¡Qué le pasa a esta familia! —dijo a voz en grito—. ¡Sé lo que siento! ¡Lo sé muy bien!

Con un solo movimiento, se levantó de la silla y se acercó a la puerta. Clark se incorporó a duras penas para cerrarle el paso, pero llegó tarde. La puerta se cerró en sus mismas narices y, completamente deshecho, se golpeó con ella.