Niños turistas en el Museo
El que pinta eso, ¿todavía vive?
Faltan diez minutos para las nueve de la mañana. María Eugenia Villa, directora del Museo de Zea, o de Antioquia, ordena a una de sus empleadas que esté pendiente de la llegada de los niños al Museo... Casi al mismo tiempo suena el teléfono de la secretaría y quien ha respondido dice: “Llaman de la Cruz Roja, ya los niños vienen para acá”.
Ni han pasado diez minutos y llega a la puerta del Museo un bus con sesenta niños turistas de Bogotá, Córdoba y Chocó. Sus caritas alegres reflejan la avidez de conocimiento y aventura de cualquier niño de su edad. Son niños de nueve a trece años, bajan del bus, amontonados, y entran al Museo saludando alegremente a la directora y al padre Mario Sierra Ochoa, quien los guía en su visita. Hay una nota sobresaliente en el grupo: los niños del Chocó tienen sombreros propios de su región. Una chiquilla, Melvis Adalid, nos cuenta que los sombreros se los regalaron antes de salir de Quibdó, son de color café tabaco y con un borde blanco, “son de corteza de cabecinegro y el borde es de demagua”, explica la niña complacida.
Sala Pedrito Botero
Para iniciar la visita el grupo entra a la Sala Pedrito Botero. Con mucho cuidado, los niños limpian sus zapatos en el tapete de la entrada y, mirando a uno y otro lado de la sala, van entrando curiosos.
Preguntamos a un chico: “¿Es tu primera visita a un museo?”. Él hace un movimiento con su cabeza para afirmar. “¿Qué esperas ver en el museo?”. Tímidamente y en voz baja dice: “Cosas buenas”.
En el interior de la sala, el padre Mario da la bienvenida a los niños y les explica las diferentes técnicas pictóricas en términos sencillos y apropiados para niños que nunca han visitado un museo y quienes solo conocen los lápices de colores y las crayolas.
Al salir de la sala, los niños comentan lo que han visto. “¿El que pintó esos cuadros todavía existe?”, interroga uno; otro dice: “¿Todos los que pintan son tan gordos de verdad o él los pinta así?”.
Tallas y esculturas
Los niños recorren los pasillos y entran a la sala de artistas antioqueños. Mientras les dan explicaciones, varias niñas se detienen a mirar las tallas en madera. “Esto es de palo, ¿cierto?”, dice un pequeño de Cereté.
Las figuras atraen especialmente a los niños. Una chiquilla del Chocó se detiene frente a una talla en madera del maestro José Horacio Betancur y dice alegremente: “Venga, tío, deme la mano”. Ante la inquietud de los niños por las esculturas y las tallas en madera, el padre Mario Sierra les explica cómo se realiza una escultura.
El arte erótico
En la Sala Rendón los niños se detienen frente a un gran cuadro donde hay varias figuras desnudas, uno de ellos comenta que eso es erótico; al escuchar el comentario, el padre Sierra explica que el cuerpo humano es bello y se presta para lograr obras de arte muy valiosas; “el erotismo no está en el cuerpo desnudo que pinta el artista –dice el padre– sino en la forma como se le mire”.
Al terminar el comentario, vemos a una chiquilla que busca a su amiga entre el grupo, y con risa maliciosa le dice algo en voz baja. Nosotros no podemos reprimir la curiosidad y le preguntamos qué se comentan. Carmen Sofía, la niña bogotana que ríe, nos dice: “Fue que antes vimos una estatua desnuda, pero ya sabemos qué quiere decir”.
Niños intelectuales
El grupo visitante escucha interesado las explicaciones: cómo se hace un autorretrato, qué es un óleo, cómo se llama el pintor de ese cuadro tan grande y por qué los museos no tienen ventanas.
Un niño de doce años, Óscar Enrique Villarreal, ha venido de Cereté y lo vemos muy atento tomando notas. Cuando le preguntamos qué escribe, nos dice: “Tomo apuntes de lo que visitamos para contarles a mis amigos y para hacer una tarea”; con seguridad que Óscar será uno de los mejores estudiantes de su clase y quien sacará un provecho de su visita al Museo.
El viaje
Los niños turistas han venido a Medellín en el plan organizado por la primera dama de la nación para el Año Internacional del Niño.
Fueron seleccionados entre los mejores alumnos de las escuelas. Se alojan en la sede de Prosocial, en La Ceja, y han visitado Rionegro, Bello y El Carmen de Viboral.
Este viaje ha sido maravilloso para ellos. En todos los sitios que visitan les ofrecen regalos. Sus acompañantes nos dicen que no se ha presentado ningún problema con ellos; algunos han sufrido mareo en el bus, pero sin consecuencias graves. Son mareos pasajeros.
Los niños comentan de sus maletas, unos las prestaron de sus parientes, otros las recibieron de regalo antes de salir y unos pocos la tenían en la casa. “Traje mucha ropa”, dice uno; el otro comenta que ha sentido frío en La Ceja, y que ha tenido que dormir con tres cobijas y un suéter.
—¿Cuál fue la recomendación de tu mamá antes de salir?
—Bueno, mi mamá me dijo que me portara bien y fuera cariñosa con las personas, que no agachara la cabeza cuando me hablaran –dice una bella negrita del Chocó.
Un poco pálida por el mareo en el bus, una chiquilla bogotana, dice: “Que fuera bien educada me dijo mamá”, y ella lo ha cumplido muy bien, pues nos ha saludado y dado las gracias con mucha compostura.
Yesid Antonio Manco se ha convertido en el personaje central del grupo de niños turistas; es un chico de Quibdó, estudia en la Escuela Simón Bolívar, es inquieto e inteligente; se mueve de un lado a otro con agilidad. Sus acompañantes dicen que Yesid canta y baila muy bien, anima el grupo y ha hecho muchos amigos.
La visita de los niños ayer en la mañana al Museo Zea fue un acontecimiento, ellos no lo olvidarán nunca; antes de salir las directivas del Museo les dieron galletas y helados, además rifaron colores y pinturas obsequiadas por Colorama. Posiblemente este sea el primero y único museo que estos niños visiten en toda su vida; después del paseo regresarán a casa en el Chocó o en el departamento de Córdoba y no podrán viajar más.
EL ESPECTADOR, MAYO 18 DE 1979