Sergio Mejía Echavarría

Una isla en el teatro nacional*

“Ni he vivido, ni vivo, ni viviré del teatro; este es una cosa más en mi vida”, nos dice Sergio Mejía Echavarría cuando ha llegado a los veinticinco años de dedicación al arte de Sófocles y Esquilo.

Después de tantos años de trabajo en el teatro, el fundador del grupo El Duende dice: “Soy una isla en el teatro nacional, porque soy independiente de lo que se hace ideológicamente en el país”.

Hablando pausadamente, con tono trascendente y entre sorbo y sorbo de café negro, Sergio nos contó su historia de veinticinco años en el teatro, y además sentó sus puntos de vista ante el teatro de vanguardia y el teatro político; contó sus dificultades para que un grupo aficionado pueda trabajar y para que un director profesional logre su cometido.

Recitar en francés

La primera vez que Sergio se subió al escenario fue cuando estudiaba en el kínder del Colegio de la Presentación. Debía recitar unos trozos en francés, al mismo tiempo que tenía en sus manos una jarra con agua, con tan mala suerte que olvidó las palabras en francés y vació toda el agua sobre su compañerito de actuación.

Joven leía mucho, quería ser escritor y crear obras para teatro. Con un grupo de amigos hacía obritas cortas escolares. Un buen día los invitaron a ofrecer una función a beneficio de una obra social en el colegio de las Hermanas de la Caridad. Dirigidos por Saúl García, el grupo presentó la obra La llama, de José Luis Restrepo; esto ocurría en 1954.

“Me sacudió la obra en tal forma que intensifiqué mis estudios y la escritura; mi interés era entonces actuar para sentir el mundo del teatro y poder crear literatura dramática”, cuenta Sergio.

El Duende

El grupo de teatro nació unos meses más tarde. Hernán Gaviria y Gonzalo Mesa, de la Tertulia Musical, invitaron a Sergio Mejía para fundar y dirigir un grupo de teatro que ensayaba en el viejo patio del Centro Colombo Americano, en la carrera El Palo, y en la Escuela Tulio Ospina, con escenario portátil. Las primeras actuaciones en el Teatro Pablo Tobón Uribe fueron en 1959 y 1960, cuando el teatro apenas estaba en construcción y el piso estaba aún en pura tierra y sin butacas.

El nombre de El Duende se le dio al grupo a raíz de las tres piezas cortas que se presentaron la primera vez. De El Duende se originó el grupo Macejot, de vida pasajera, pero que montó una excelente obra de El diario de Ana Frank, para presentarla en Medellín y Cali.

Cuando Sergio Mejía viajó con Macejot a Cali, se alojó en casa de una prima y allí se enamoró. El primer regalo que le dio a su novia fueron las obras de Casona. Hoy, Ángela María Sarasti, su esposa, hace parte muy importante de El Duende y además es la maquilladora y asistente en las obras que Sergio presenta solo. Como reflejo de la labor de El Duende surgió la escuela de teatro de Bellas Artes, en 1959. Allí empezaron muchos que todavía hacen teatro en otros grupos. También El Duende motivó la creación del Departamento de Estudios Dramáticos de la Universidad Pontificia Bolivariana, el cual vivió cinco años.

El Duende es un grupo aficionado. Sergio dice: “Hacer teatro colectivamente es muy difícil. Profesionalmente, hago los trabajos solo, los otros son con el grupo a nivel aficionado”.

En trabajo para un solo actor, Sergio Mejía ha presentado: Las manos de Eurídice, de Pedro Bloch, ucraniano radicado en Brasil; El globo de colores, de su propia creación; El prestamista, de Fernando Josseau; El daño que hace el tabaco, de Antón Chejov, y El ateo, de Miguel Federico Chala. Además, Recital de teatro universitario y La huella de Tobías Greco. El Duende ha tenido cuatro épocas en su desarrollo: la primera del 57 al 60, luego del 62 al 69, la tercera entre 1971 y 1976, y ahora inicia la cuarta etapa.

Durante todos estos años ha logrado una relativa continuidad, porque cuando el grupo está en receso, Sergio lleva a escena las obras para un solo actor.

El Duende ha tenido éxito con los montajes de La vida es sueño, Los intereses creados, El landó de seis caballos, El baile y El zoológico de cristal.

“Se ha logrado, en esas épocas, una continuidad y un gran número de montajes. Lo más importante ha sido el número de presentaciones en distintos escenarios”, afirma Sergio.

Teatro de vanguardia

Un director selecciona las obras que se presentarán al público.

—¿Cómo se hace la selección? –preguntamos al director de El Duende.

—Pienso varias cosas antes de seleccionar la obra, primero con quién la hago, puesto que el ánimo del actor es muy importante. Luego que el público es universal; aquí se tiene que escoger un teatro capaz de impresionar a toda clase de público. Es fundamental que la obra no se oponga moral, política o ideológicamente a los principios básicos que inspiran nuestra sociedad.

Y añade:

—Con esto no quiero decir que el teatro tenga que ser contemporizador, inclusive he hecho aquí obras que implican una crítica al medio como Ha llegado un inspector, de J. B. Priestley.

—¿Qué opina Sergio Mejía del teatro político?

—Lo entiendo como accidente en el teatro. Primero, la obra debe ser teatro, o sea que se dé trascendencia a una acción propia de los hombres con un mínimo de cualidades estéticas; después de ser teatro, este puede ser político, religioso, social…

Lo que no creo –añade Mejía Echavarría– es que tenga que ser obligatoriamente, como muchos lo hacen, teatro excluyente. El teatro político se debe hacer cuando, dentro de cualquier filiación política, se respete la dignidad humana en función del mensaje que contiene la obra.

—¿Qué dice del teatro de vanguardia?

Con gran seguridad, Sergio responde nuestras inquietudes:

—Vanguardia teatral, en cuanto a técnicas y medios de expresión, sí. De vanguardia ideológica comprometida, en donde lo que domina es el compromiso, no.

Tomando más café, prosigue: “El progreso del teatro nacional lo lograremos cuando nos respetemos mutuamente, cuando cada uno cumpla con su deber teatral, sin impedir el desarrollo de los demás. Que sea el público quien escoja qué teatro quiere y a cuál teatro asistir”.

Una isla

Este tema de las ideologías en el campo teatral hace que Sergio Mejía Echavarría hable largo y tendido; explica muy bien sus puntos de vista para evitar malos entendidos. Dice, casi como conclusión de lo anterior:

—Prácticamente soy una isla en el teatro nacional porque soy independiente de lo que se hace actualmente. Respeto a los que hacen teatro en Colombia; pero eso no implica que tenga que aceptar los compromisos que ellos tienen.

—¿Qué se siente ser una isla?

—Ese sentirme isla no está condicionado a la calidad teatral que yo tenga, sino a que yo también tengo una posición ideológica con la cual me siento comprometido y que por el hecho de ser distinta a la de la mayoría los ha llevado a asumir actitudes de indiferencia ante mi actividad. En otras palabras –sintetiza Sergio Mejía Echavarría–, histórica y críticamente, el teatro colombiano se está difundiendo con un compromiso sociopolítico que yo no comparto y eso me imprime el carácter de isla.

Lamento que me ignoren mis colegas, porque me gustaría mucho que nos respetáramos mutuamente, esa ignorancia voluntaria de ellos está compensada por el conocimiento que el público tiene de mi trabajo y de la intención que tengo con el teatro.

Metas y satisfacciones

En toda labor hay metas y satisfacciones. En este punto, Sergio Mejía anota:

—El teatro que he hecho no es todo lo que quisiera hacer, mis ideales en el teatro son más altos. Pienso en un teatro de mayor ambición artística y conceptual, pero desgraciadamente no se cuenta con los recursos materiales, económicos y locativos para hacerlo; tampoco es el teatro que debiera hacer por los mismos motivos.

—¿Cuál es el teatro que El Duende y Sergio Mejía Echavarría quieren hacer?

—Teatro griego, clásicos españoles, Arthur Miller, Calderón, Lope, Shakespeare, Molière, Bertolt Brecht, O’Neill, Valle Inclán, Hugo Betti, Durrenmatt, Goldoni y otros, para no hacer larga la lista.

Teatralmente, mi mayor satisfacción ha sido la obra El globo de colores; hasta ahora la he presentado setenta y dos veces; el público y la crítica la han aceptado muy bien. En mi trabajo he dado lo que he podido, estoy satisfecho porque he trabajado en algo que es de todo mi agrado, porque por medio del trabajo me doy al público; yo entiendo el teatro como una función de dar.

La solución a los problemas que tenemos los que hacemos teatro sería contar con un sitio adecuado para darle continuidad y permanencia a la actividad teatral, y además contar con los auxilios básicos para cubrir los costos. Antes que nada es importante hacer en Medellín un teatro apropiado para hacer teatro, hay que entender que los teatros para ópera, sinfonía, música de cámara y “teatro” son diferentes. El teatro que hará Medellín Cultural no solucionará este problema, lo que va a hacer es repartir el potencial de espectadores entre el Pablo Tobón y el nuevo teatro.

Sergio Mejía ya ha trajinado mucho el tema del nuevo teatro para Medellín y dice: “Se deben hacer varios teatros que puedan resultar a menor costo que el gran teatro que se piensa hacer. Antes que nada debe dotarse bien el Pablo Tobón. Se pueden hacer dos o tres salas pequeñas con especificaciones especiales para música de cámara o teatro, para que Medellín pueda tener temporadas permanentes a cargo de los distintos grupos de la ciudad, en compensación a los altos costos que tiene esta actividad. Mientras no se disponga de recursos y no tengamos salas apropiadas, nuestro teatro va a seguir en las mismas”.

Proyectos

Para tratar de solucionar, en parte, el problema de una sede para teatro, Sergio Mejía ha encomendado a un arquitecto que estudie la factibilidad de una sala teatral aprovechando la línea vertical. Ya Sergio tiene estudios al respecto y sabe que esto es posible.

En cuanto al porvenir de El Duende, luego de un receso que no es novedad dentro de su desarrollo, el grupo está ahora estudiando los planes para el trabajo futuro; se plantea la disyuntiva entre el teatro de cámara y el teatro de gran espectáculo, que se abordarán si se soluciona el problema de la financiación. De acuerdo con esto ya piensa en las siguientes obras: Mis noches de París, La extraña señora Vernon, La otra orilla, El alcalde de Zalamea, Don Juan Tenorio, Doña Isabel con amor, La noche de los grillos y Té para dos.

Al comentar los planes del grupo aficionado El Duende, dice Sergio Mejía: “La mayor ambición es llegar a tener sala propia para continuar con su tarea teatral en una forma permanente, en beneficio del desarrollo del actor, los espectadores y autores”.

Después de esta charla agradable con Sergio Mejía Echavarría, los conceptos sobre los problemas teatrales se hacen más claros, y además entendemos las circunstancias que lo hacen sentir como una isla en el ambiente teatral del país.

No en vano ha pasado veinticinco años en las tablas, unas veces en el Pablo Tobón, otras en salas de colegios, también en barrios y en regiones apartadas como Urabá; todo esto da una experiencia que realmente no se improvisa.

El próximo jueves, Sergio Mejía Echavarría, con el auspicio de la Cámara de Comercio, actuará en el auditorio de ese centro cultural con la obra de Fernando Josseau, para un actor dramático, titulada El prestamista.

EL ESPECTADOR, JULIO 3 DE 1979