El maestro Carlos Vieco

El piano es su voz y su expresión*

Silencioso y sonriente, él siempre ha sido así, recibió anoche el maestro Carlos Vieco la medalla al Trabajador de la Cultura, la cual le fue otorgada por el Instituto de Integración Cultural, como un merecido homenaje por su fructífera y valiosa labor como compositor.

Esta medalla, que el Maestro recibe rodeado de sus hijos y en el calor del hogar, se une a la gran cantidad de condecoraciones, premios y distinciones otorgadas en cincuenta y cinco años de creación musical.

Hace pocos meses, con motivo de los setenta y cinco años del maestro Vieco, lo visitamos en su casa para dar un saludo a quien fuera, hace ya varios años, nuestro profesor de canto en el colegio.

Al maestro Carlos Vieco no le han gustado nunca las entrevistas, nos limitamos pues a una visita; el piano fue nuestro interlocutor y las notas musicales las intérpretes de las alegrías y tristezas del Maestro, quien ya estaba en esos días delicado de salud.

Con la debida anticipación habíamos anunciado nuestra visita; llegamos a su casa en la calle Pichincha, número 38-49, con una expectativa inmensa por verlo y escucharlo. Golpeamos la puerta suavemente, para no disipar las notas musicales que inundaban el ambiente: el maestro Vieco estaba tocando una marcha. Nos recibe su esposa, doña Raquel Montoya de Vieco; es inmensa, como la requiere una familia numerosa. Una casa vieja, muy bien tenida, el patio central está lleno de plantas y macetas florecidas. Cuando vemos esto no podemos impedir acordarnos del pasillo que dice:

“Villa Luz de Medellín, ciudad blanca y florecida, por milagro convertida en un inmenso jardín...”. Parece que León Zafir escribió estos versos mirando el patio de esta casa; la música del pasillo es, por supuesto, obra del maestro Vieco.

Familia de músicos

Hablar con el maestro Vieco resulta difícil, él quiere decirnos todo con su música y nosotros no ponemos obstáculos. Se sienta ante el piano, en un bellísimo taburete de Viena, muy antiguo, y suavemente posa sus manos en el teclado, para dar los toques al himno de Pueblo Rico.

Entre una y otra pieza musical, el Maestro nos cuenta de su familia. Su padre, Camilo Vieco, era ebanista y tocaba la guitarra; su mamá, Teresa Ortiz, también amaba la música, y en su hogar siempre había oportunidad para escuchar la guitarra. Con melancolía, el maestro Vieco recuerda a sus hermanos y dice: “Luis Eduardo era litógrafo, tocaba flauta; Bernardo, escultor; Gabriel fue violinista y mecánico; Alfonso también fue mecánico y tocaba el chelo, actuó con la ópera; Roberto, litógrafo, fue director por más de veinte años de la banda departamental; bueno, también tenía hermanas: Tulia, Sofía y Eugenia, quien todavía vive”. Lentamente, casi musitando, nos habla el maestro Vieco de su familia.

El Maestro también ha continuado la estirpe musical, sus hijos son todos amantes de la buen música e intérpretes de ella: Mario fue acordeonista; Julián es violinista, en la Sinfónica de Colombia; Fabio canta espléndidamente y toca la guitarra; Álvaro toca piano y flauta; María Eugenia estudia pedagogía musical, toca piano y da clases de música; además, Gonzalo y Ester también le dan un poco a los acordes musicales. Cuando se habla de la familia, interviene doña Raquel y dice: “Se arman unas rochelas deliciosas cuando se reúnen todos los hijos”.

Carlos no es un papá de regaños, sus hijos lo adoran y en las reuniones él dice quién toca bien y quién se equivoca.

Lenguaje de los corazones

El maestro Vieco continúa con sus manos en el piano, interpreta “Noches de Agua de Dios”, y vemos cómo se emociona con sus notas. Esta obra, con letra de Adolfo León Gómez, ha sido una de las que más satisfacción ha dado a Carlos Vieco; con la voz estremecida de emoción nos cuenta las cartas y atenciones recibidas por el sentimiento que dio a esta composición, una de las primeras del autor. Fue estrenada en diciembre de 1924, en el Circo España, por la Estudiantina Pasos.

Las “Noches de Agua de Dios” corroboran lo que anotó doña Raquel, “la música es el lenguaje de los corazones”.

Entre pasillos y danzas, el Maestro recuerda Hacia el Calvario, y lo interpreta con ánimos. Nosotros creemos escuchar en el fondo a Ortiz Tirado, quien con su voz llevó este pasillo a todo lo largo de América.

El maestro Vieco se ha inspirado y sin decir una sola palabra, cuando termina una pieza, continúa con otra. Ahora son los pasillos “Sed” y “Ruego” que llegan cadenciosos al corazón.

Notamos un dejo triste en la música del Maestro, y se lo hacemos notar; él dice: “Yo también he escrito música alegre, le voy a tocar un pasillo muy alegre: ‘Ángela’”. Después, pasa a una marcha y a un pasodoble. La versatilidad del Maestro llama la atención.

También Carlos Vieco compuso obras para zarzuela, oberturas clásicas, himnos y marchas. Con el maestro Arriola, estudió Carlos Vieco en la Escuela de Música Santa Cecilia; posteriormente, Gonzalo Vidal y Eusebio Ochoa perfeccionaron las enseñanzas de solfeo y piano que el maestro Arriola había dado a Vieco; la ilusión más grande del joven pianista era componer música y lo ha logrado con creces.

La primera composición musical de Carlos Vieco fue “Echen pa’l morro”; la primera letra que musicalizó fue “Invierno y primavera”, del poeta Carlos Villafañe; la primera grabación sonora fue el pasillo “Triste y lejano”, con letra de Enrique Álvarez Henao.

Modestia y tristeza

Sería imposible enumerar las obras de Carlos Vieco y que no se nos escaparan las más bellas; gargantas privilegiadas han interpretado sus pasillos, canciones y valses: Margarita Cueto, Juan Arvizu, Sarita Herrera, Alfonso Ortiz Tirado, duetos, tríos y coros han llevado las obras del maestro Vieco de voz en voz y de oído en oído.

“Cultivando rosas”, “Saltando polines”, “Alma indígena”, “La tarde”, “Gaviota”, “Casita blanca”, “A orillas del río”...

Cuando preguntamos a Carlos Vieco si está orgulloso de su trabajo como compositor, sonríe, vuelve a colocar sus manos en el teclado y dice: “No me considero ni bueno ni malo; estoy contento con lo que he hecho”. Empieza a tocar el vals “Las orquídeas” y deja de hablar, sus notas son la mejor respuesta.

Cuando dejamos al maestro Carlos Vieco, nuestra mente vuela y notas musicales vienen a nuestra memoria con la letra que dice:

Ya se acerca el invierno con sus rigores,
van cayendo las hojas del bosque umbrío,
el sol empalidece los resplandores
y ateridas las aves mueren de frío.

Silencioso está hace días el piano del maestro Vieco, y doliente su corazón al no poder expresar sus sentimientos con las notas que tanto ha querido...

EL ESPECTADOR, AGOSTO 22 DE 1979