Sombreros peregrinos
Buscando fiestas de pueblo en pueblo
Hay un personaje característico en las fiestas de los pueblos y ciudades, siempre madruga para instalarse en un sitio visible para ofrecer su mercancía al público entusiasmado por las festividades. Este personaje sabe perfectamente cuándo se celebran las fiestas de la Patrona, dónde hay feria taurina, en cuál pueblo habrá corraleja... Este peregrino sabe el momento oportuno para decir: “Señorita, pruébese este sombrero sin compromiso, verá que le luce mucho...”.
Amistoso y cordial el sombrerero elogia a su posible cliente, y le muestra sin pereza varios modelos. Al final, cuando lo ve satisfecho con el sombrero puesto, habla de precios para lograr una buena venta.
El sombrerero, en flota desde el sur, cargado de pavas y sombreros, extiende su mercancía en cualquier parte; preferentemente busca una esquina céntrica donde pueda ser visible desde varios ángulos. Allí se exhiben sombreros para todos los gustos: unos con cintas de colores, otros con letreritos para los muchachos parranderos; pavas de ala ancha y caladas para las jovencitas; sombreros gorritos de tela; sombreritos para niños; sombreros de iraca fina para los gringos y, en fin, de todo para todas las cabezas.
José Otoniel Ordóñez y José Fernando Niño son los jóvenes vallunos que vienen a Medellín cada año con su cargamento de sombreros. Trabajan independientes, pero ya se conocen y se encuentran en las fiestas de los pueblos con su negocio de sombreros.
Los sombrereros luchan con el viento que sopla fuerte arrebatándoles la mercancía; cuidadosamente vigilan el negocio, no falta el transeúnte que resuelve ponerse un sombrero y continuar el camino sin pagar. “Hay días en que nos roban dos y tres sombreros, es muy difícil vigilar cuando se está atendiendo un cliente”, comenta José Otoniel.
Y añade, con aire satisfecho por las ventas: “La venta de sombreros es pareja, no se puede decir que uno se venda más que el otro. Unas veces se agotan las pavas, ahora se nos agotó el sombrero aguadeño, va cambiando”.
El sombrerero valluno comenta cómo el turista gringo prefiere comprar el sombrero suave de iraca cocinada, hecho en Pasto. Por su parte, las muchachas se miden coquetas las pavas “estilo Jaqueline” y los sombreros de huequitos. Los papás compran sombreros para los niños, pero a ellos poco les gusta usarlos. El vendedor, por su parte, va cambiando el sombrero que usa para tratar de exhibir en su propia cabeza los estilos que ofrece.
A veces, la mercancía que trae se acaba pronto, pero el sombrerero ya tiene sus vinculaciones con viajeros que vienen del sur con surtido nuevo. Si falla el intermediario, él mismo tiene que viajar a comprar más mercancía. “El 25 se me acabó todo y me tuve que ir a comprar más, cuando esta se me acabe se acaba la temporada en Medellín”, explica José Otoniel, mirando el surtido de sombreros que aún falta por vender.
EL ESPECTADOR, ENERO 3 DE 1980