II Premio Nacional de Poesía

“El poeta es un mortal más, enamorado de la intemperie”

“El poeta es la gente, la gente le presta su voz al poeta. Ya el poeta no habita en una torre de marfil: se ha enamorado de la intemperie y se codea con los mortales. Es un mortal más...”, afirma Rubén Vélez, ganador del Premio Nacional de Poesía otorgado por la Universidad de Antioquia la semana pasada.

Rubén es un joven abogado de veintiocho años que inició su trabajo poético como una “travesura” y que profesionalmente prefiere hacer asesorías a litigar.

En 1979, la Universidad de Antioquia convocó al Primer Premio Nacional de Poesía, y Rubén Vélez obtuvo el tercer premio con la obra Turismo irregular; este año, en la segunda versión del Premio Nacional de Poesía, el jurado ha corroborado la calidad poética del trabajo de Rubén, al concederle el primer premio por el libro titulado La gente es un caso, firmado con el seudónimo de Hipopótamo.

Este premio de poesía, los dos trabajos y el seudónimo del autor dan lugar a una charla con Rubén Vélez; en ella tendremos la oportunidad de entrarnos un poco en los pensamientos del poeta y su mundo; además, conoceremos lo que significa ser poeta, en esta época llena de conflictos, despojada en cierto modo del romanticismo que vivieran los poetas hace algunos años.

El poeta y la gente

Al concertar la entrevista con Rubén Vélez, quisimos hacerla en la redacción del periódico para lograr así una fotografía; sin embargo, el poeta nos confesó que no le gustan las fotos de prensa y esos acercamientos fotográficos que solo muestran la cara. Nos prometió, y dio entonces una fotografía para este artículo –que esperamos sea publicada– con la siguiente leyenda: “Rubén Vélez y la Yiya, uno de los casos que poetiza su libro La gente es un caso. El poeta es la gente, la gente le presta su voz al poeta. Por este motivo, el dueño de la pluma y su personaje aparecen en la fotografía. Ambos hicieron el texto: Rubén como escribidor y el ‘caso’ como materia del poema. El poeta ya no habita una torre de marfil: se ha enamorado de la intemperie y se codea con los mortales. Es un mortal más”.

Cuando entrevistamos a Rubén, él nos aclara más ampliamente esto y nos dice: “El poeta siempre aparece de soslayo en el poema, es la gente quien da la cara y habla. El poeta nunca es él mismo, sino la voz de los demás –ese es mi libro–, el poeta es una persona que sale a la calle y oye muchas voces, se mete a las tabernas, viaja en bus y se vuelve el intérprete o traductor del sentir de la gente”.

Mirando cómo tomamos nota de sus apreciaciones –el poeta no quiere entrevistas con grabadora–, continúa diciéndonos: “En la gente hay poesía; mucha gente tiene su poesía, aunque no escriba poemas, hay un sinnúmero de situaciones poéticas en cada uno que el poeta convierte luego en pequeños mitos. Está la situación de la mujer solitaria, del travesti, del homosexual amargado, del poeta irremediable, de los amigos imposibles y otras muchas situaciones, episodios cotidianos que se mitifican en un texto poético”.

La poesía de ayer y hoy

Al conversar con un poeta joven viene inmediatamente a la memoria la imagen estereotipada del poeta solitario, huraño, encorvado sobre los libros, con pipa y capa. También se piensa en esa poesía perfecta, en el verso y la rima, en el soneto, la décima y el alejandrino...

Rubén dice: “Se ha formado una aureola a los poetas y se dice que ser poeta es ser raro, excepcional. No, el poeta es una persona común, que también usa tenis; las capas, la pipa y las excentricidades de antes no tienen sentido, lo que importa realmente es lo que se escribe. Hay poetas que son muy bacanes, otros son guaches, pero no se es de una manera determinada por el simple hecho de ser poeta, eso no tiene sentido. Eso depende de la personalidad de cada cual, de su juego en el mundo”.

—¿Y cuál es el juego de Rubén Vélez? –preguntamos.

—Mi juego es no tomar demasiado en serio lo que hago, ni la abogacía, ni la poesía; uno debe ser el primer blanco del sarcasmo y luego seguir con la gente. Hay momentos de ternura y de sarcasmo, que son los momentos de una persona y el poeta es ante todo una persona.

Haciendo referencia a la poesía de ayer, sin citar nombres, Rubén dice: “Antes, por respetar una forma se sacrificaba lo que se quería decir; los poetas eran víctimas de un modelo y se dejaban torturar por la perfección; muchas veces la perfección es ajena a la poesía. Hay que decir que los nadaístas dieron una lección importante con su actitud, al mostrar que la poesía debe ser cotidiana, dejarse leer. Antes la poesía era un hermoso jeroglífico irritante”.

Rubén comenta que ha leído más narrativa que poesía y añade: “No es tan importante delimitar los distintos géneros, la poesía está en cualquier parte, solo a veces coincide el poema con la poesía...”.

El premio Luz de Bengala

El ganador del premio de la Universidad de Antioquia cuenta que se inició en la poesía sin darse mucha cuenta de ello:

—Hacía poesía como travesura, cambiaba los poemas por mochilas, los daba como regalo y para cumplir compromisos; sin darme cuenta, tenía ya varios y los fui recopilando. La obra presentada en 1979 era un trabajo más personal, era el poeta que no se resolvía a salir a la intemperie completamente; estaba aún dentro de la alcoba, no obstante ser una crónica de viaje. Ahora tengo más seguridad al tratar los temas; hay situaciones que se deben fijar y yo las fijo con poesía, como con cámara fotográfica. En el trabajo de La gente es un caso he utilizado el flash, son temas de la penumbra; todavía tengo algunos poemas en “negativo”, como anuncio de una buena fotografía.

—¿Qué significa el Premio Nacional de Poesía para Rubén Vélez? –inquirimos con cierto recelo. Él nos dice con mucha simpleza:

—Significa que conseguí un editor, por desgracia hay que acudir a los concursos para publicar, de lo contrario continuaría en el limbo. –Reflexionando un poco, Rubén añade–: También hay algo de vanidad en el asunto, no podemos negar que se desea que la gente nos lea; el premio es el abrebocas. Se sabe bien que la modestia es una virtud sospechosa que no debe existir. Creo –comenta– que muchos no estarán a gusto con este premio, porque yo no pertenezco a ningún medio intelectual, soy un advenedizo en este terreno, solo no lo soy en las calles y en las tabernas.

Preguntamos qué hará el ganador con los ochenta mil pesos de premio que le entregó la Universidad, e inmediatamente tenemos una respuesta: “Comprar un hipopótamo... Yo tengo lo que todos: ese animal emblemático que surge del pequeño animal de felpa de la infancia. Siempre he envidiado al hipopótamo por indolente y perezoso, por esas siestas casi eternas. Yo no soy perezoso y me gustaría serlo, aunque se diga que la pereza es la madre de todos los vicios, yo no lo creo...”.

Para justificar su seudónimo, y explicarnos eso de la pereza que tanto envidia, Rubén dice: “Hay perezas creadoras, al mismo tiempo que hay afanes castradores, como el de esos ejecutivos súper prácticos. La pereza creadora es justamente sentarse en una taberna a ver la gente, a apreciar situaciones y sacar de ahí algo que puede ser consolidado en poesía”.

Finalmente, el poeta dice que el premio del Alma Máter no es un compromiso que se ha adquirido para continuar trabajando en poesía: “Es como una luz de bengala, hay un bullicio inicial que se va apagando. De todas maneras, es preferible la mortalidad, uno se sabe precario, si se apunta a la inmortalidad se vuelve muy grave y trascendente; yo simplemente me siento humo, soy el marqués de la humareda...”.

EL ESPECTADOR, NOVIEMBRE 3 DE 1980