El río Medellín a “cuidados intensivos”*
Las necesidades urbanísticas llevaron al río, como muchas corrientes de agua del país, a una preocupante contaminación que ha obligado a revivirlo con suma urgencia.
“El que caiga al Támesis no se ahoga, muere envenenado” se decía con sarcasmo en Londres, por los años cincuenta. Los niveles de contaminación del río habían dado origen, tiempo atrás, al Año del gran hedor: fue necesario cubrir con lienzos impregnados con desinfectantes las ventanas del Parlamento inglés, porque no se soportaba el olor.
El río, prácticamente, había muerto. Se inició entonces un amplio plan de recuperación de sus aguas y, casi treinta años después, los ingleses pudieron pescar otra vez salmones en las riberas del Támesis. Se construyeron plantas de purificación y se establecieron pautas límites para el vertimiento de aguas residuales al río. La tarea de saneamiento continúa actualmente y patrullas especializadas controlan periódicamente el contenido de oxígeno del río.
El humor negro de los ingleses bien podría aplicarse hoy en ciudades y campos colombianos. Sus ríos han sido contaminados por el desarrollo industrial y por el descuidado servicio de alcantarillado que lleva a los ríos todos los residuos domésticos e industriales, sin que la comunidad tenga conciencia de que ella misma está destruyendo su ecosistema y dañando su calidad de vida.
El río Medellín no ha escapado a este fenómeno de contaminación. Su cauce divide la ciudad en dos partes y es el drenaje natural del Valle de Aburrá. A él confluyen cerca de doscientos tributarios llevando entre sus aguas la contaminación de una población de aproximadamente dos millones y medio de habitantes.
Tiempos idos
No ha sido siempre así el río Medellín. Sus aguas fueron en otros tiempos algo muy diferente. A ella acudían grupos para disfrutar las mañanas domingueras. En un lado se bañaban las jovencitas con sus chingues pudorosos, siempre bajo el cuidado de madres y tías, que compartían con ellas las delicias del agua, y en sitios separados disfrutaban los muchachos el baño refrescante. En el río, que a principios de siglo recibía el nombre de Aburrá, se podía pescar sabaleta y en balsas rudimentarias se transportaban mercancías provenientes del sur del valle.
Las quebradas eran también sitios atractivos, pues todavía la contaminación no había hecho estragos. Una guía turística de Medellín, al inicio de este siglo, se refería así a la quebrada Santa Elena: “... forma en su caída la hermosa cascada de Bocaná y atraviesa después por el centro de la ciudad, en donde tiene en uno y otro flanco, malecones sembrados de frondosos árboles y bordeados de lujosas quintas de propiedad particular, lo que constituye el paseo de la playa, el más pintoresco y concurrido de la ciudad...”.
Río encajonado
El progreso y el urbanismo llegaron pronto al Valle de Aburrá y se empezó a pensar en rectificar el curso del río y canalizar sus aguas con el fin de defenderlo en su parte baja, y permitir la construcción de un sistema de alcantarillado.
Estos proyectos originaron polémicas y hasta Tomás Carrasquilla terció con un escrito, en 1919, titulado El río. Decía: “Pero ¡oh río manso y hospitalario! Lo que es gente ¡no volverá a remojar junto a tu Villa! La edificación urbana ha invadido tus dominios, y los trenes ferroviarios te pasan por la cara. La policía de la civilización no admite en tu regazo ni paños a la griega ni olímpicas desnudeces (...) Aquí te pusieron en cintura, te metieron en línea recta; te encajonaron, te pusieron arbolados en ringlera. Has perdido tus movimientos, como el montañero que se mete en horma, con zapatos, cuello tieso y corbatín trincante”.
Las críticas de Carrasquilla a la canalización y rectificación del río parecían proféticas según se puede deducir de un detallado estudio sobre el tema, hecho por los ingenieros Álvaro Orozco y Álvaro Salazar, que deja ver cómo no se midieron las consecuencias de tipo ecológico que contribuyeron al deterioro del río: la pérdida de huevos y cobertura de peces, el aumento de la velocidad de las corrientes, la pérdida de la vegetación en las orillas, rompimiento de la secuencia de piscinas y rápidos, aumento de la erosión y pérdida de la estética del río. Se antepusieron ventajas de orden urbanístico que dejaron “un río escueto con más aspectos de alcantarillado que de río”.
Contaminación
La caída de aguas residuales a las quebradas y de ellas al río lo fueron convirtiendo en una verdadera “amenaza pública”, según denuncia hecha en 1908. A esto se sumó la tala de bosques en las cabeceras de los afluentes, disminuyendo el caudal que disolvía, en parte, las aguas residuales.
La contaminación del agua se mide con base en la cantidad de oxígeno disuelto (OD) que contenga. Lo ideal es que se tenga 8,0 y se llega al punto crítico a medida que esta cifra disminuye. Además, se debe tener en cuenta la demanda bioquímica de oxígeno (BDO) que va en aumento de 10 hacia arriba, en tanto sea mayor la presencia de elementos extraños.
En 1946 se pudo establecer que, a la altura del puente de Colombia, el río tenía una concentración de OD de 5,2 miligramos por litro, y al norte del Valle de Aburrá, en Acevedo, el OD había descendido de 2,0, debido a que la quebrada Santa Elena vertía al río aguas residuales del perímetro urbano de Medellín. Diez años más tarde, ese OD en el mismo sector del Puente Colombia había bajado a 4,5 miligramos, cifra preocupante si se tiene en cuenta que la concentración de oxígeno de 4,0 miligramos es la mínima para mantener con vida las especies acuáticas.
El río Medellín estaba entrando en “estado de coma” y empezaba a asfixiarse. Todavía no había alcanzado los extremos de envenenar como el Támesis, pero estaba a punto. El ingeniero José Tejada había propuesto en 1944 troncales paralelas a las quebradas y colectores paralelos al río. El plano regulador de Medellín recomendó, en 1953, la construcción de una planta de tratamiento de aguas residuales para detener el deterioro del río. Más tarde, en 1957, las recién creadas Empresas Públicas de Medellín contrataron una firma de Chicago para planeación, diseño y construcción de un servicio que contempló el tratamiento de aguas negras y un plan piloto de alcantarillado.
Se dio así el paso inicial para el saneamiento del río Medellín y sus quebradas afluentes, primero de esta magnitud que se ha planteado en el país, el cual ha impedido la muerte del río porque se le está sometiendo a “cuidados intensivos”.
EL ESPECTADOR, MARZO 16 DE 1989