El ganador de la primera versión andina del Premio Enka de Literatura Infantil, Luiz Carlos Neves, reivindica la ternura masculina, habla del oficio y cómo concibió la “hembrita achocolatada” que lo hizo merecedor del premio.
Luiz –así, con zeta, para evitar equívocos– siempre tiene consigo una libreta. Este Luiz Carlos Neves –al que los chicos de un barrio marginado de Venezuela confunden con un famoso cantante–, el que escribe sin parar un instante, el que consulta permanentemente el diccionario para evitar disparates y poder meterse dentro, muy dentro de las palabras, este que ha ganado ya más de ocho premios literarios en idioma castellano, aunque su lengua materna sea el portugués, ha dejado atónito a más de uno.
Primero fue el jurado del Premio Enka de Literatura Infantil el equivocado, luego los periodistas pensaron que era venezolano. Mostró a todos que sí, que era del Brasil y que su prosa, llena de ternura, era de un hombre que escribía metido en el pellejo de una “hembrita achocolatada”.
Neves juega con las palabras, se divierte con ellas y las utiliza para llevarnos a mundos fantásticos, de espantos, piratas, animales que hablan o, simplemente, hombres y mujeres que viven maravillosas aventuras.
“Gracias, mi amor”
Frente al auditorio de estudiantes de la Universidad de Antioquia, y luego con los integrantes del taller de escritores de Manuel Mejía Vallejo, en la Biblioteca Pública Piloto, Neves dejó que saliera del fondo de sí toda la ternura. Sin ningún temor, entonó los primeros versos de Granada, de Agustín Lara, para confirmar que sí es posible escribir una de las más bellas piezas de la música española aun siendo mexicano, y sin conocer el lugar al cual se canta.
Luego, en sus palabras para agradecer el Premio de Literatura mostró toda la sensibilidad que lleva dentro. En ese canto de su discurso con acento de Brasil, dijo: “Vivir es endeudarse con el prójimo. Y para seguir viviendo bien, es necesario agradecer los favores recibidos. No existe una trayectoria que uno pueda construir solo.
“Aquí está mi compañera Isabel, quien leyó mis primeros originales y suavemente decretó que ellos debían abandonar la gaveta y ser publicados. Ella, más que nadie, ha compartido las alegrías de los premios, pero también mis angustias, mis desiertos, las noches de insomnio, y ha soportado la ‘raza irritable de los poetas’, según Horacio en sus epístolas. Para ella, mi tiempo dedicado a la escritura no es un tiempo que yo le robo, sino un tiempo del espacio personal, tan necesario en el amor de la pareja. Si algún día escribo mi biografía, ella tendrá un rol muy importante, pues, les adelanto, ella es la responsable de haberme parido intelectualmente. Gracias, mi amor”.
Luego continuó: “Siempre andamos acompañados, felizmente. En este momento de alegría para mí, quiero agradecer a las personas que creyeron en mí como escritor, desde el primer momento, en una etapa en que yo no tenía premios, no tenía pasado como escritor. Solo poseía unas hojas de papel, titubeos y necesidad de seguir escribiendo. Allá están Velia Bosch, en Venezuela y, en el Brasil, Eliana Yunes, amigas entrañables que también saben equilibrar elogios feroces y críticas aderezadas con elegancia”.
Escritor compulsivo
El autor de Carabela, calavera, obra ganadora de la primera versión Premio Andino de Literatura Infantil, es un escritor compulsivo. “Estoy conectado a mi creación las veinticuatro horas. Soy un escritor de oficio. En esta libreta dice –y muestra una pequeña agenda argollada– tomo notas en cualquier lugar: en una visita a los amigos o en el teatro en plena oscuridad”.
Un profesor de su pueblo (Minas Gerais), explica, le dio la oportunidad de crear y recrear en las composiciones escolares. “A partir de ese entonces tomé gusto por la escritura. Todo ese material de los cuadernos se quedó en mi pueblo con mis amigos, ellos los pidieron cuando mi familia estaba empacando para ir a vivir a otro sitio”. Desde que Isabel, su esposa y editora, descubrió que él era un escritor, se dedicó de lleno al oficio y dejó a un lado las rigurosas leyes de su formación profesional como abogado ambientalista.
“Escribo desde las seis de la mañana hasta las doce del día y, luego, toda la tarde. A veces no puedo parar, necesito drenar lo que tengo adentro, dándome vueltas”. Neves guarda sus escritos entre seis y ocho meses, reúne ideas, las pone en confrontación; va ensamblando poco a poco la obra y luego inicia la reescritura, un largo proceso.
Sus temas son inesperados, pero en lo que escribe siempre está implícito el misterio. “Una función del escritor es hacer trampas con el lector; el escritor debe crear laberintos de placer para que el lector se pierda gustosamente en esta caminata”.
Escribir para niños
Los recuerdos de Luiz Carlos Neves son como tatuajes en su mente. Con perfecta claridad revive los momentos vividos en su pueblo y los cuentos de espantos que hacía repetir una y otra vez a su maestra. Mientras habla trae a cuento las anécdotas de su infancia, las historias de campesinos que con especial cuidado les contaba la tía Rita.
Tiene presentes datos mínimos de costumbres. Describe con lujo de detalles por qué los irlandeses llevan alfileres o imperdibles en sus ropas y cómo van de un pueblo a otro en busca de una cerveza, como si hubiera estado allí. De una y otra anécdota o recuerdo teje con palabras sus poemas, fábulas, cuentos y novelas.
“Escribir para niños no es una decisión que tomo con anticipación. Ocurre cuando escribo, automáticamente”.
Neves es muy claro consigo mismo y afirma que el rol del escritor no es solamente escribir, sino también reflexionar sobre el oficio. Indagó sobre él y encontró los principales defectos de la literatura infantil en estos lares americanos: el aniñamiento y el pedagogismo.
Así, y al agradecer el Premio Enka, Neves sentó cátedra sobre los vicios de tantas generaciones de escritores:
“El estilo aniñado es un estilo que se utiliza en la oralidad, en los contactos con nuestros hijos. Pienso que es una tendencia de los padres, al jugar con los chicos, haciendo uso de diminutivos de cariño y sonidos como ñuñú, cliclicli, sonidos que utilizamos para hacerlos reír. La transposición de ese vocabulario para la literatura es fatal. En primer lugar, porque los niños lectores no soportan más ser tratados como imbéciles. En segundo lugar, porque la crítica tampoco acepta tal estilo. En tercer lugar, merece el más profundo desprecio de los que escriben para adultos que, acertadamente, dicen que eso no es literatura. Y, en cuarto lugar, porque los padres no comparten eso de que el hijo ajeno es más inteligente y más bello que el propio. Para remate, el mundo del diminutivo, de la camita, del carrito, etc., es un error de cálculo gravísimo. El mundo para el niño no es chiquito. Hasta la adolescencia, para él todo es grande. Desde la ropa, pasando por la mesa de la cocina, las interminables escaleras o el recorrido de una cuadra. El niño es Gulliver en la tierra de los gigantes”.
La contaminación pedagógica
En su reflexión de cómo escribir para los niños, Neves señala:
“El pedagogismo, por un lado, es consecuencia de una confusión. El adepto al pedagogismo quiere transmitir un mensaje, una enseñanza, y para ello utiliza como vehículo el texto literario. Cuando uno cuenta, se cuenta a sí mismo, o sea: revela al lector, por los caminos del inconsciente, su visión del mundo. Eso es un ofrecimiento. Eso es desnudarse anímicamente frente al lector. Y el lector tiene el derecho de entusiasmarse con esa visión del mundo... o rechazarla. En los textos contaminados de pedagogismo no ocurre esa donación. En primer lugar, porque para el lector es una trampa. Lo que el pedagogista desea es enseñar, no ofrecer literatura. No comparte con el lector su visión del mundo, no, desea imponer una enseñanza a un grupo de lectores. Y eso no puede ser. Es una visión autoritaria y jerárquica de la literatura”.
Más adelante, el escritor remata su idea: “El pedagogismo es una subespecie de autoritarismo literario, al no respetar los derechos del lector a llegar a sus propias conclusiones”.
El sexo opuesto y la ternura
Los equívocos sobre el sexo del autor de Carabela, calavera y la apuesta del jurado sobre si era un hombre o una mujer quien escribía con tanta ternura, fueron tema importante en su intervención y suscitaron no solo lágrimas y abrazos, sino también largas disquisiciones.
“Para mí no existe sexo opuesto, sino sexo complementario –dice Neves–. ¡Vaya si hay diferencia entre una y otra visión sobre las mujeres! Sexo complementario…”. Al escribir como una pequeña mulata, Neves aceptó el reto: “Decidí adentrarme en los recodos y escondites de niñez de una hembrita achocolatada”.
Al referirse a lo dicho por el jurado sobre “la ternura de su prosa”, que hacía pensar en el texto realizado por una mujer, señala: “En la realidad, mucha gente piensa así. Y debo emitir mi opinión. Pues eso del cariño y la ternura no es un privilegio de las mujeres. ¿Entonces nosotros, los hombres, debemos obedecer a los estereotipos sexuales y probar nuestro estilo de rudezas verbales, a manotazos metafóricos y patadas onomatopéyicas? No. Quiero reivindicar para los hombres el derecho de expresar y vivenciar la ternura”.
El timonel, lleno de ternura con un pirata irlandés a bordo, acompañado por Isabel, lleva por lugares remotos a muchos lectores.
EL ESPECTADOR, MAYO 3 DE 1992