Medellín rindió homenaje esta semana al pintor colombiano vivo más importante.
A Fernando Botero lo estaba matando la nostalgia. Así lo confesó en Medellín. Él tenía que volver y pronto, a la ciudad de su inspiración y punto de partida de su gloria artística. No quería esperar más para volver a ver a sus familiares, escuchar bambucos y boleros, entonar el himno de Epifanio, abrazar nuevamente a sus amigos y recordar en voz alta todo aquello que, para él, como hombre, ha sido la fuente de su quehacer artístico.
De pie, con los brazos a veces cruzados y otras veces con las manos atrás, escuchó los aplausos prolongados de quienes lo acompañaron en el Museo de Antioquia, en la alcaldía y en la gobernación para recibir los honores de su tierra. De pronto, Botero empezó también a aplaudir con una sonrisa de satisfacción.
Allí estaba Botero, el hombre que ha colocado en los Campos Elíseos y en el Paseo de La Castellana, en Nueva York y en San Petersburgo su obra, para admiración de todos. El que en 1955 fracasó y no logró vender ni una sola obra en la exposición del Museo Nacional, recién llegado de Europa. El mismo que sufrió hasta lo más profundo de su ser la muerte de su hijo Pedrito.
Allí estaba sencillo, alegre, dispuesto a firmar tarjetas de invitación, libros, folletos, afiches y hasta la copia de una partida de bautizo de una prima lejana, de quien él había sido padrino y no recordaba cómo ni cuándo.
Dos días en Medellín fueron para Fernando Botero la oportunidad brillante del reencuentro con lo suyo. Él, así lo dijo, nunca ha tenido otra fuente de inspiración distinta a la de su tierra, su gente, los recuerdos de su infancia, las vivencias de su juventud en una dimensión estética maravillosa.
Medellín también tenía nostalgia de Botero. Su gente quería verlo de cerca. Se quería abrazar al maestro y saber cómo estaba después de diez años de ausencia.
Vino acompañado por su esposa, Sofía Bari, por su hermano Juan David; su hijo, el ministro de Defensa, su nuera, y su hija Lina. El reencuentro abrió el cofre de los recuerdos. Departió alegremente con sus primos Botero, con los hijos y nietos de sus tías Angulo. Eran unos cincuenta entre todos. Cuentos y remembranzas, dudas ortográficas para escribir las dedicatorias. Botero recordó a sus dos únicos modelos: la prima María Clementina, el barrio Boston, la casa de la calle Mon y Velarde con Perú, donde vivió, sus vecinos, lo que se veía desde los techos de viejas tejas de barro...
Después, el encuentro con la prensa en la Alcaldía. Allí recibió como regalo del alcalde la colección de Cartografía de Medellín. Anunció el regalo del Torso masculino. Inicialmente deseaba que estuviera muy cerca de La gorda. Pero cuando visitó el Parque San Antonio y vio el espacio destinado a la escultura Pájaro, comprada por la ciudad, cambió de parecer e indicó el sitio donde desea se coloque el Torso masculino y El pájaro, haciendo un triángulo con el Torso femenino; su famosa gorda pasará, entonces, a San Antonio.
Luego, en el Museo de Antioquia, Botero recibió el homenaje central de su visita. Lucrecia Piedrahíta, directora del Museo, se refirió a él como “un hombre universal que ha sabido trascender en el tiempo”.
El presidente de la junta del Museo, Antonio Picón Amaya, dijo que Botero “desde joven y tal vez sin saberlo, comprendió que la autoexpresión es la esencia del liderazgo...”.
La medalla Paul Harris, máxima distinción del Club Rotario Internacional; la medalla Alcaldía de Medellín y la Estrella de Antioquia llegaron, una a una, al pecho del maestro Botero entre aplausos.
Al final del protocolo se escuchó el Himno Antioqueño. Muy temprano, el viernes, Botero recibió en la gobernación el grado honoris causa, de la Universidad de Antioquia.
Fernando Botero estuvo de cuerpo entero en su tierra; enternecido por los homenajes, por las manifestaciones de aprecio, por el orgullo que los paisas sienten, de que él también lo sea.
Antes de partir, y en su último encuentro con intelectuales y artistas, Botero anunció la donación de otra escultura para Medellín: Venus dormida.
EL ESPECTADOR, OCTUBRE 30 DE 1994