Una reportera en retrospectiva
El novelista y el poeta no se pueden apartar de la realidad.
La vida escribe mejor que cualquier escritor
Mario Escobar Velásquez1
Al mediodía del martes 10 de octubre de 1989 los funcionarios de la oficina de El Espectador en Medellín, Martha Luz López y Miguel Arturo Soler, fueron asesinados a tiros por sicarios motorizados a órdenes de Pablo Escobar Gaviria, en distintos lugares de la ciudad y cuando se dirigían a sus viviendas para almorzar.
El único teléfono de la redacción local del periódico timbró. María Cristina Arango de Tobón, la corresponsal de cultura, recibió la llamada. La voz de un individuo se escuchó enfática brotando por la bocina:
—Por órdenes de Los Extraditables y del doctor (Escobar Gaviria) les damos cuarenta y ocho horas para que se vayan de esa sede de El Espectador y, si no se van, les va a pasar lo mismo que les pasó a sus dos compañeros de trabajo. Ese periódico de mierda se acaba porque se acaba; no queremos que siga circulando ni en la ciudad ni en Antioquia; es una orden del doctor…
María Cristina escuchaba…
—Me entendió, ¿sí o no? –preguntó, iracundo, el amenazador.
—No –respondió María Cristina.
Silencio…
—No tiene nada más que decirme –agregó María Cristina.
—¡Ah!... Es que a usted también la podemos acabar –sentenció el individuo.
La llamada se cortó.
Llorosos y asustados, los compañeros de María Cristina en la oficina regional de El Espectador la rodeamos para que nos repitiera las palabras que acababa de escuchar por el teléfono.
Nos pidió serenidad.
Desde aquel día, María Cristina, parapetada en la firmeza de su temperamento, se puso en la primera fila de resistencia ante los matones de Escobar Gaviria y, arreglándoselas para proteger su vida, siguió enviando desde Medellín a Bogotá sus artículos para que fueran publicados en el periódico de la familia Cano, firmados con su nombre propio o con el seudónimo MACRISA.
***
María Cristina comenzó a trabajar para El Espectador en 1965 cuando todavía era estudiante en la Escuela de Periodismo de la Universidad Javeriana, en Bogotá; y en 1979 se vinculó a la redacción del diario en Medellín, con publicaciones sobre actividades culturales en la edición nacional y en la específica para Antioquia.
En los primeros artículos ya se advierten los registros formales que serán una marca de agua en su reporteo y en su escritura periodística: el contacto directo con los testigos y protagonistas de sus historias, entrevistas y noticias; el punto de vista narrativo en primera persona –en singular y en plural– y la mezcla de informaciones, testimonios y descripciones, con sombra y color, que ponen al ser humano en un primer plano de retrato y de paisaje.
En una época de periodismo escrito –y prescrito– con las voces de los reporteros en tercera persona, la voz de María Cristina asomaba por cualquier rendija de sus textos para situar a los protagonistas de sus informaciones en un espacio y en un tiempo apreciables con claridad por los lectores, creando con unos y otros vínculos de confianza, con la autoridad que le daban su sensibilidad y su comprensión de los temas que abordaba: literatura, teatro, declamación, filosofía, artes plásticas, música, danza, cine, televisión, industrias creativas, patrimonio histórico, moda, celebración.
La difusión de estas actividades es lo que, de forma pragmática, se entiende por periodismo cultural. Un tipo de periodismo que para el escritor catalán Sergio Vila-Sanjuan2 se define por su objeto (justamente, las citadas actividades culturales) y no por su método, y se diferencia de la columna, la crítica o el ensayo en torno a temas culturales, en el acceso directo a las fuentes y el conocimiento, también directo y personal, de los personajes y escenarios que describen sus autores.
Es decir, se trata del periodismo de noticias, entrevistas y crónicas practicado por autores que salieron a la calle de la cultura en busca de testimonios de primera mano. Un periodismo ejercitado por reporteras como María Cristina quien, propulsada por una formación cultural a la medida de su curiosidad, incluyó en la agenda de corresponsal de El Espectador en Medellín –fundida con la agenda de su vida cotidiana– la asistencia constante a las salas de teatro, los conciertos, las exposiciones, las conferencias, las clases de artes, las tertulias; a los talleres, los estudios, las casas de habitación de los hacedores de la cultura local y nacional.
De ahí el sentido de su escritura con un marcado acento de primera persona, pero sin afectación, pues en su caso se trata de la herramienta de comunicación que le da su voz propia y autorizada; es decir, la voz de una autora claramente reconocible por el público por la sinceridad de su punto de vista, por la sintonía con los asuntos y las personas que trata, por la precisión de sus anotaciones y por la sensibilidad de una testigo excepcional que trabaja para sus lectores y quiere ganarse su confianza.
Para tener esa sintonía, el periodista requiere desarrollar empatía con sus fuentes testimoniales de información; es decir, con “los otros”, como los llamó el reportero mayor del siglo XX, Ryszard Kapuściński3 (1932-2007), para quien solo mediante la empatía –un término tomado de la psicología– se puede comprender el carácter de los interlocutores y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás.
Para Kapuściński –y así lo entendió María Cristina en cada uno de los hechos culturales que cubrió– no era posible reportear ni escribir sin la ayuda de esos “otros”, pues si bien el periodista es el redactor final, el material se lo proporcionan muchísimos individuos como parte de un trabajo colectivo, de cooperación y de comprensión recíproca.
Las noticias acronicadas de ese “mundo de ayer” que dejamos en las últimas décadas del siglo XX, cuando pasamos la página para continuar la lectura de nuestras vidas en el XXI, escritas por María Cristina y seleccionadas para conformar su libro Espectadora de primera fila, a pesar de la perdida de actualidad de los datos y de los eventos a los que hacen referencia, se destacan por la perdurabilidad y sugestión que tienen los testimonios en clave de confidencia y de catarsis que recibió de los personajes que trató, en entrevistas y en conversaciones.
Y al pasarlos por el cedazo de su memoria, de su libreta de apuntes y de su escritura periodística, María Cristina parece que siguió al pie de la letra la observación del príncipe de los cronistas colombianos, Luis Tejada4 (1898-1924), él también un espectador de primera fila, para quien “el mejor cronista es el que sabe encontrar siempre algo de maravilloso en lo cotidiano; el que puede hacer trascendente lo efímero; el que, en fin, logra poner mayor cantidad de eternidad en cada minuto que pasa”. Trascendencia y eternidad –varias de sus fuentes testimoniales ya dejaron el mundo terrenal– que ella supo impregnar en las páginas de El Espectador y hacer reverdecer en las de Espectadora de primera fila.
Por ejemplo, cuando revivió las palabras del poeta Ciro Mendía (Carlos Edmundo Mejía Ángel), quien en dos oportunidades, a través de sus versos y de sus palabras, le reveló la primicia de su existencia taciturna, y en otras muchas ocasiones de las que se presenta una muestra a continuación:
• El Espectador, julio 4 de 1971. Ciro Mendía celebra en lágrimas sus bodas de oro poéticas, en medio de la afectación por la muerte reciente de su hijo Vladimiro:
Te busco, Vladimiro, a contravía,
en el vacío y en el cielorraso,
te llamo con las voces del ocaso
y nadie escucha la desgracia mía.
• El Espectador, enero 21 de 1979. Agobiado por la enfermedad, pocos meses antes de su muerte, Mendía se ha convertido en un poeta obligado a silenciar su musa porque la pérdida de la vista le impide escribir: “Hace ya dos años que no escribo un verso. El último que escribí lo rompí desesperado porque al querer leerlo nuevamente y corregirlo, no entendía los garabatos que había escrito. Estoy muy triste, esta soledad me está matando, no sé por qué no viene alguno de esos que saben matar y me mata de una vez”.
• El Espectador, abril 15 de 1979. La escritora Rocío Vélez de Piedrahíta obtuvo el segundo lugar en el Premio Nadal de novela, en España, con Terrateniente; María Cristina fue la única que en la prensa colombiana se interesó en la noticia, y la escuchó lamentarse: “Aquí es una señora que quedó de segunda, allá es una persona (…) Ser mujer es un lastre para la crítica, les da dificultad entender que se puede hacer un buen trabajo en cualquier campo, así sea un hombre o una mujer quien lo haga”.
• El Espectador, julio 4 de 1979. Se celebran los ochenta años del maestro Pedro Nel Gómez, para quien: “El arte es una fuerza increíble que lo mantiene a uno siempre inquieto, creativo, vivo”, y agrega una queja: “El esfuerzo humano por encontrar vida en Marte no tiene sentido cuando a nuestro lado hay miles de niños muriendo, aún antes de nacer, enfermos y sin alimentos (…) Se ha perdido la altura de la persona humana, los hombres de hoy, en lugar de buscar la amistad, buscan las armas y los inventos para destruirse mutuamente”.
• El Espectador, julio 14 de 1980. Se presenta la obra Los intereses creados (de Jacinto Benavente) en El Pequeño Teatro, ambos bajo la dirección de Rodrigo Saldarriaga, quien enfatizó: “La vida del artista tiene que ser clara y definida, sin eludir su ideología. Nuestro papel de militancia está en la actividad artística. El arte es el reflejo necesariamente de las condiciones sociales del pueblo”.
• Magazín Dominical, El Espectador, noviembre 13 de 1983. Jaime Jaramillo Escobar ganó el Premio Nacional Poesía Universidad de Antioquia y reveló su credo: “Los poetas podríamos ayudar a crear una verdadera identidad nacional que nos está haciendo falta (…) Porque es la poesía la que dicta leyes en el corazón de los hombres, no es el Gobierno. Las leyes que el Gobierno dicta se pueden desobedecer, pero las leyes –llamémoslas así– que la poesía inculca en el corazón de los hombres no se pueden trasgredir, porque las llevamos muy arraigadas y las defenderemos, incluso, con la vida”.
• El Espectador, junio 21 de 1994. El escultor Óscar Rojas exhibió en la galería Irotama de Medellín quince trabajos en bronce, cuatro en piedra, siete en madera y tres en mármol, y escribió en el catálogo: “Cuando se nace para registrar la vida, no hay más, sino vivirla, sentirla en cada fibra de nuestro ser; tratar de darle forma honesta, bella y amorosamente en algo que redima el dolor, el amor, la vida y la muerte que hay en cada uno de nosotros mismos; sin olvidar que todo y nada es la síntesis de esto que amamos y llamamos vida”.
• El Espectador, octubre 30 de 1994. El maestro Fernando Botero volvió a Medellín tras diez años de ausencia. Los dos días que estuvo fueron para él “la oportunidad brillante del reencuentro con lo suyo. Él, así lo dijo, nunca ha tenido otra fuente de inspiración distinta a la de su tierra, su gente, los recuerdos de su infancia, las vivencias de su juventud en una dimensión estética maravillosa”.
Así que cuando el periodismo cultural fue noticia en Colombia –sin la contaminación de las notas de farándula– y El Espectador, con altruismo, le abrió espacios todos los días en todas las páginas, María Cristina fue sumándole reportes de corresponsal, fechados y ordenados como en una suerte de curaduría sobre los artistas y los hechos de la vida cultural de Medellín y del país, y ahora podemos repasarlos en su libro Espectadora de primera fila, en una exposición retrospectiva de cincuenta y cinco piezas periodísticas, publicadas entre 1971 y 1995.
A pie y manejando su Renault 9 blanco, María Cristina fue cumpliendo cada día, hasta 1997,5 sus faenas como corresponsal de El Espectador en Medellín, para también darnos noticias de las vidas artísticas, entre otros y otras, de la pianista Blanca Uribe, el intérprete de poesía romántica Fausto Cabrera, los narradores y poetas Álvaro Mutis y Mario Benedetti, el folclorista Horacio Guarany, la pintora Ana Mercedes Hoyos y sus colegas Luciano Jaramillo, Eduardo Villa y Germán Vieco; de Faustino Murillo, el polizón de pasarela y su valor para superar los atropellos de la pobreza y de la segregación por ser negro; de la Feria de las Flores y su Desfile de Silleteros, la IV Bienal de Arte, el Festival Internacional de Poesía, el Festival Internacional del Tango, la vuelta de paseo familiar por el Oriente antioqueño, los planes de desinfección del río Medellín…
***
El jueves 29 de junio de 1989, María Cristina acudió al Teatro Metropolitano para conversar con la administradora de la Orquesta Sinfónica de Antioquia, Anita Bravo Betancur. Cuando terminó de reportear, tomó el volante de su Renault y transitó en dirección norte-sur hacia la avenida Guayabal. En el puente de la avenida del Ferrocarril un motociclista la pasó por la derecha y, procurando no atropellarlo, perdió el control; el vehículo chocó contra el sardinel central del puente y dio tres volteretas. Hubo pérdida total del automotor.
Eran las 2:30 de la tarde. María Cristina salió ilesa, pero lamentó que también se le perdiera el libro del poeta José Asunción Silva que estaba leyendo en esa época.
Al otro día en la mañana sus compañeros de la oficina de El Espectador en Medellín –en el barrio Prado Centro– la recibimos cuando llegó para enviar a la redacción de Bogotá su noticia sobre los próximos conciertos de la Sinfónica de Antioquia. Le preguntamos en qué se había transportado.
—Vine majeando el carro de mi esposo –nos dijo.
—Y, acabando de accidentarse, ¿no le dio susto ponerse otra vez a manejar? –indagamos.
—No –respondió María Cristina–. Tenía que manejar ya… o no podría volver a hacerlo –declaró.
Carlos Mario Correa Soto
Profesor del Área de Periodismo
Departamento de Comunicación Social, Universidad EAFIT