La querella del esperma
femenino fue una de tantas discusiones bizantinas que los sabios
mantuvieron durante siglos, acerca de asuntos que eran entonces tan
discutibles como la cuadratura del círculo, el heliocentrismo o la
procedencia mística del Espíritu Santo.
Algunas, como la cuadratura del
círculo (el círculo simboliza el cielo y el cuadrado la tierra) que
se inició en el año 470 antes de nuestra Era y finalizó en 1882,
duraron hasta que una de las partes enfrentadas pudo demostrar que
su tesis era la acertada o que las demás eran las equivocadas. Lo
mismo sucedió con la querella del esperma femenino y, lo mismo,
como todos sabemos, acaeció respecto al heliocentrismo frente al
geocentrismo, respecto a la circulación sanguínea y respecto a
tantos otros debates.
Otras discusiones, como las disputas
sobre la procedencia del Espíritu Santo o el número de naturalezas
o voluntades de Cristo, que han enfrentado a los teólogos
cristianos de las distintas Iglesias durante siglos, resultan tan
indemostrables que, en muchos casos, las distintas posturas
permanecen encontradas y así permanecerán hasta el fin de los
tiempos.
Lo interesante del debate que vamos a
tratar en este libro no es solamente el motivo y los argumentos que
se emplearon para discutir la existencia o inexistencia de un semen
femenino, así como su función o su importancia dentro del proceso
de la generación, sino que todo lo que rodea a esta discusión, los
argumentos aportados, las ideas recogidas, los procedimientos
seguidos, las explicaciones, los porqués y los distintos puntos de
vista, sustentaron y continúan sustentando en muchos lugares y en
muchas culturas una serie de planteamientos sin duda carentes de
soporte científico, pero que tienen su base en aquella lejana
cuestión.
Entre todos estos planteamientos
encontramos tabúes que afectan a hechos tan naturales como la
menstruación femenina o la masturbación masculina. Todos hemos oído
mencionar, si no directamente al menos por referencias, la creencia
de que la mujer que menstrúa tiene la capacidad de hacer morir una
planta o que la masturbación masculina produce ceguera o
reblandecimiento de la médula.
Tales creencias no se basan en
argumentos científicos, ciertamente, pero sí tienen un origen y una
base que en un momento de la historia de la Medicina se tomó por
científica y real. Veremos, pues, quién inició tales creencias, en
qué se apoyaron y cómo se transmitieron hasta llegar a nuestros
días. Conoceremos también las connotaciones sociales que tuvo la
prevalencia de las diferentes posturas, sobre todo en lo que
concierne al derecho de la mujer al orgasmo, y cómo se resolvieron,
aunque, como queda dicho, algunas de ellas incluso se han
prolongado hasta nuestra tecnificada Era del Conocimiento.
Y sabremos algo que resulta de suma
importancia para nuestro instante sociológico. Conoceremos las
razones, los procesos y los métodos que convirtieron a la mujer en
un ser inferior, y oprimido.