Capítulo 13

 

 

 

 

 

DAMON se sobresaltó por el repentino cambio de tema.

No quería hablar de aquello. Era demasiado privado.

Pero se lo debía.

Ahora él comprendía. Ella había estado casada seis años con un hombre al que no respetaba ni amaba, con un hombre que aborrecía, y sin embargo, había sido una devota esposa y una sobrina sensible, para no hacer daño a los que amaba: su tía y su prima.

Callie Lemonis era lo opuesto a lo que había creído él.

Una mujer fuerte, con principios, estoica, con una integridad admirable.

Completamente diferente de la mujer por la que preguntaba.

 

 

Callie miró a Damon en silencio.

Por primera vez había sido sincera sobre su matrimonio. Ni siquiera con tía Desma había hablado tan sinceramente. Su tía se habría echado la culpa por no impedir la boda si se hubiera enterado de lo infeliz que era.

Pero se sentía mejor después de aquella catarsis. Y la reacción de Damon había sido un alivio y una bocanada de aire fresco.

¿Habría tenido razón él cuando le había dicho que para un nuevo comienzo había que compartir el pasado?

Callie no era tan optimista, pero se sentía mejor.

Y sentía que él confiaba en ella.

Él no era el oportunista que ella había imaginado. La historia había sido un shock para él.

Damon se pasó una mano por el cabello.

Sus presentimientos habían sido correctos. Una mujer le había dejado una marca a Damon, pensó ella.

–Leta Xanthis –dijo él–. Me recordó a Leta Xanthis.

–¿Leta? –el nombre le resultaba vagamente familiar.

–Se me ha olvidado. Tú no te criaste en Grecia. Era la esposa del dueño de la empresa de medios de comunicación más poderosa de Europa. Su belleza y su glamour hicieron famoso su nombre.

Callie asintió.

–Está muerta, ¿no?

–De sobredosis. Fue un revuelo.

–¿Era amiga de tu familia?

–¡En absoluto! –exclamó él con desagrado–. No éramos de su agrado. Cuando murió mi padre mi madre nos mantuvo limpiando casas de familias ricas con mansiones en la playa.

–¿Qué edad tenías?

–Diecisiete años. Yo había dejado el colegio y trabajaba como jardinero y haciendo reparaciones en las mismas casas que mi madre. Pero no ganaba lo suficiente como para mantener a la familia. Mi madre tuvo que aguantar unos años más de limpiadora… –dijo él con tono de lamento–. Leta Xanthis era la dueña de una de las mansiones. Mejor dicho, su marido. Éste no iba allí casi nunca, y ella usaba la casa para recibir visitas.

–¿Conocía a tu madre?

–Ella no se habría fijado en una mujer de la limpieza que limpiaba los baños o la suciedad después de las orgías.

«¿Orgías?», pensó ella. Seguramente Damon exageraba.

–Pero se fijó en el chico que venía a cortar los arbustos y a ocuparse de la piscina –dijo Damon con amargura.

–¿Se interesó por ti? ¿Cuando tenías diecisiete años? ¿Qué edad tenía ella?

–No te sorprendas tanto. Leta se fijaba en cualquier cosa que tuviera pantalones. No era la única. Aprendí pronto a conocer los apetitos carnales de las mujeres ricas que se aburrían.

–¿Te sedujo?

–No. Pero fue peor. Me transformé en un desafío para ella. Para ella y sus amigas que iban de visita. Hasta que se cansó y buscó a otro como blanco.

No le extrañaba que Damon tuviera una opinión tan baja de la gente de sociedad.

Y así la había visto a ella. Su facilidad para creer lo peor de ella no se basaba en nada real sino en la desconfianza que había tenido toda su vida.

¿No había sentido ella la misma repugnancia por los amigos de Alkis?

–¿Damon? –ella se acercó a él, pero se detuvo al ver que éste se paraba y se agarraba a una columna que sujetaba una pérgola.

–¿A quién eligió como blanco después?

–A mi hermana –sus palabras salieron como balas de su boca.

–Sophie había ido conmigo una tarde que yo estaba haciendo unos arreglos. Necesitaba una mano, y Sophie siempre estaba dispuesta a ayudar. Uno de los amigos de Leta la vio y se le antojó. Leta le consentía todos sus caprichos… Agarró a Sophie a solas y la invitó a una fiesta por la noche. Pero le dijo que tenía que ser un secreto. Lamentablemente mi hermana estaba en una época de rebeldía y se entusiasmó con la invitación. Tenía dieciséis años y era demasiado inocente como para saber qué podía pasar.

Callie sintió náuseas. Quería pedirle a Damon que parase, pero no le salían las palabras.

–Hasta muy tarde no nos dimos cuenta de que Sophie no estaba en casa. Una de mis hermanas pequeñas se despertó y notó que no estaba en la cama.

–¿Fuiste a buscarla?

Por supuesto que había ido. Su papel de protector era innato en él, pensó ella.

–Casi fue demasiado tarde.

Callie se acercó instintivamente.

–¿Qué pasó?

–Él la había drogado, o tal vez fue el alcohol. Fuera lo que fuera, ella estaba tumbada allí con el vestido levantado y…

Callie rodeó a Damon con sus brazos.

–No me vio hasta que le di un puñetazo –dijo con satisfacción. Dejó escapar un suspiro y siguió–: Tuve que enfrentarme con otros invitados de Leta, pero al final pude llevarme a mi hermana.

–¿Es así como te rompiste la nariz?

–Lo único que importaba era salir de allí.

Callie se estremeció ante la idea de un Damon adolescente enfrentándose a un grupo de hombres mayores borrachos.

Callie le acarició la mejilla.

–¿Y pagaron por ello?

–No. Mi madre pensó que un juicio traumatizaría a Sophie. Nos echaron del trabajo y nos amenazaron con llamar a la policía si volvíamos por allí.

Callie sintió indignación.

–¡Eso es indignante! –exclamó.

–Era su palabra contra la nuestra. Leta era rica y poderosa.

–¿Sophie se encuentra bien ahora? –Callie apoyó su cara en el pecho de Damon.

Él la abrazó.

–Sophie está bien.

–¿Vive aquí?

–Casi toda mi familia vive cerca.

Pero Callie no los había conocido.

¿Porque ella, una Lemonis, no era suficientemente buena? ¿O porque era una relación temporal?

Entonces Damon se movió y sus pensamientos se disiparon.

Él le acarició el pelo y la miró.

Surgió algo especial entre ellos. Algo tan vívido y fuerte como la carga erótica de su pasión. Pero era más. Los ecos de sus pasados, sus emociones desnudas, la confianza que habían compartido lo hacían más profundo y más intenso.

La mirada de Damon la penetraba, como si la viera desnuda, no su cuerpo sino a ella misma, Callie Lemonis, aquella mujer que se había escondido detrás de sus defensas.

Él era un hombre de honor, integridad y compasión.

¿Era posible que ella hubiera encontrado un hombre decente? ¿Alguien a quien pudiera amar sinceramente?

–Damon… –dijo.

Él bajó la cabeza y la besó. La abrazó y ella se amoldó a su cuerpo.

Callie sintió que se rendía, pero aquella vez su entrega era un triunfo. Un gesto de aceptación. De paz. De placer.

Porque ella había hecho lo que jamás había pensado posible.

Se había enamorado de Damon Savakis.