Capítulo 3

 

 

 

 

 

QUÉ QUIERES decir con que mi fideicomiso está congelado? –preguntó Callie haciendo un esfuerzo por mantener la calma–. Yo heredo el día que cumplo veinticinco años. Y eso es hoy.

Su tío no la miró.

Aquello era mala señal. Normalmente, Aristides Lemonis solía responder con chulería a las preguntas incómodas. El hecho de que no lo hiciera aquella vez la alarmó. Y, además, había estado evitando tener una conversación privada toda la semana. Finalmente, la había llamado a su estudio después de que se habían despedido de Damon Savakis.

Ella había pasado una noche llena de nervios y tensión por haber tenido que conversar con un hombre que la había tratado con amable condescendencia y la había devorado a la vez con la mirada. El hombre en el que había confiado durante unas horas.

–En tu cumpleaños, ése era el plan –dijo su tío–. Pero las circunstancias han cambiado.

Callie esperó con todos los instintos alerta. Pero su tío no continuó.

–No, tío. No es el plan. Es la ley –tomó aliento–. Mis padres establecieron el fideicomiso cuando yo era un bebé. Hoy heredo la finca que me dejaron.

No había casi nada de sus padres. Recuerdos y un álbum de fotos gastado. Cuando ella había ido a vivir a Grecia con sus parientes griegos, siendo una niña del otro lado del mundo llena del dolor que ocasiona un duelo, su tío le había informado bruscamente que el hogar de sus padres iba a ser vendido con su contenido. Le había dicho que era un lujo innecesario guardar muebles, y que era mejor invertir el dinero en el fideicomiso que ella había heredado.

Callie había llegado a Grecia sólo con una maleta y una mochila nueva color lima. La que le había comprado su madre para las vacaciones en las que se irían a navegar.

Una punzada de dolor se apoderó de ella. Aun ahora el recuerdo de aquella pérdida tenía el poder de hacerle daño.

–Tendrás tu herencia, Callista. Sólo que llevará un tiempo organizarlo. Yo no tenía idea de que tú tuvieras tanta prisa en tener acceso al fideicomiso –dijo su tío con tono acusador–. ¿Qué pasa con el dinero que te dejó Alkis?

–Alkis dejó su fortuna a sus hijos, como sabes. Estoy segura de que eso fue arreglado de antemano en las negociaciones de nuestro matrimonio –ella sintió amargura. Pero carraspeó para tragarla–. Lo que quedó lo usé para pagar sus deudas. Que es por lo que quiero arreglar esto. Necesito el dinero.

Callie tenía planes para su futuro, pero necesitaba el dinero para conseguirlos. Vendería las últimas joyas que le quedaban cuando se fuera de allí y pondría el dinero en efectivo en algún negocio. Tomaría ella misma las decisiones de su vida y la dirigiría sin interferencias.

Había aprendido la lección. El único modo de ser feliz era apoyarse sólo en sí misma. Sabía lo que quería y nada la pararía para que lograse su objetivo.

Por primera vez en años se sentía con energía y excitación, con ganas de desafíos, de trabajar duro y tener la satisfacción de construir algo propio.

–Quizás debiera llamar a los abogados de la familia…

–¡No! Siempre has sido cabezona y difícil. ¿Por qué no puedes esperar en lugar de acosarme de este modo?

Años de entrenamiento hicieron que Callie permaneciera impasible aunque le hirviese la sangre.

«¡Cabezona!», pensó. Toda su vida se había dejado dirigir por hombres, pasando de un infierno a otro. Más bien había sido muy sumisa, demasiado estoica. Pero ya estaba bien. A partir de ahora sería diferente.

–Evidentemente te estoy afligiendo, tío –dijo fríamente–. No te pongas así. Iré a Atenas mañana para arreglar las cuestiones legales yo misma.

Su tío la miró con algo parecido al odio.

–No te hará ningún bien. No hay nada allí.

Callie se puso lívida.

–No me mires así –insistió Aristides–. Lo tendrás. Tan pronto como termine este asunto con Damon Savakis.

–¿Qué tiene que ver Damon Savakis con mi herencia? –ella sintió un nudo en la garganta.

–La empresa de la familia… no ha ido bien desde hace tiempo. Ha habido dificultades, una disminución de la producción…

Era extraño que la disminución en la producción sólo afectase a la empresa de Lemonis cuando su rival, Savakis Enterprises iba tan bien. Pero su tío no imaginaba que ella lo supiera. Su tío pensaba que las mujeres de la familia no tenían nada en la cabeza y eran incapaces de comprender los rudimentos de los negocios.

–¿Y entonces? –Callie se hundió en la silla. Le temblaban las rodillas.

–Entonces cuando el trato con Savakis termine, esta… crisis temporal de efectivo se arreglará.

–No, tío. Aunque el trato sea un éxito, eso no explica lo de mi fideicomiso.

Aristides apretó los dedos en el abre cartas con violencia.

–Ha habido muchos problemas en la empresa. Tenía que encontrar el modo de sacarla a flote. Una medida temporal para remontar la situación.

Callie sintió un nudo en la garganta. Le costaba respirar. Cerró los ojos. Sólo oía su pulso.

¿Cuántas veces la traicionaría aquel hombre?

¿Por qué había creído ingenuamente que finalmente, por primera vez en su vida, todo iba a salir bien?

La avaricia y la traición habían sido una constante en su vida de adulta. Debería haberse acostumbrado y a no esperar otra cosa.

Sin embargo, estaba en estado de shock.

–Has robado mi herencia –susurró.

–¡Callista Lemonis! Ahora que tu esposo ha muerto yo soy el cabeza de familia.

–Sé quién eres. Y lo que eres.

Los ojos de su tío parecieron querer asesinarla. Pero no dijo nada.

–Creí que tendrías una pizca de dignidad, como para robarle a alguien de tu propia familia.

–No ha sido un robo. Se trata de una redistribución de los fondos. Tú no comprenderías…

–Comprendo que eres un ladrón. Como fideicomisario se suponía que tendrías que haber actuado de acuerdo a la ley y a la ética.

Lo habría denunciado a las autoridades aquella misma noche, para hacer justicia al menos con uno de los hombres que la habían usado para sus propósitos.

Pero su prima y su querida tía le impedían hacerlo. La justicia les haría daño, y aquello no le devolvería la herencia.

–El dinero estará pronto a tu disposición –dijo su tío con voz implorante–. Con intereses. Cuando termine este trato.

–¿Esperas que Damon Savakis te pague la fianza? –Callie se rió histéricamente–. Su reputación es formidable, por ganador, no por la compasión que tiene con los rivales. Él no tiene interés en ayudarte.

–Pero no seremos rivales –Aristides se inclinó hacia adelante–. Si mis planes van como espero, Damon Savakis será más que un socio. Será un miembro de la familia.

 

 

Callie oyó la voz de Damon Savakis y la de Angela desde la piscina.

No había nada que pudiera afectarla tanto como el sonido de su risa. Sintió deseo.

Tenía fama de ser un hombre meticuloso. Le costaba pensar que no hubiera sabido quién era ella aquel día en la playa. Lo primero que habría hecho había sido investigar a la familia Lemonis. básica.

Pero él había mantenido su identidad en secreto, jugando con ella.

Era el tipo de hombre que ella detestaba.

–Buenos días, Angela. Kyrios Savakis… –Callie sonrió brevemente al acercarse a la mesa en la que solían comer su prima y ella.

Ahora ellas ya no tendrían la oportunidad de tener una conversación privada. Y el día anterior no había podido hablar con Angela puesto que su tío la había llamado para hablar con él.

–Lo siento, se me ha hecho tarde. No sabía que teníamos un invitado.

Kyrios Savakis se quedará con nosotros unos días –dijo Angela.

Callie se quedó helada.

–Llegó a la hora del desayuno –Angela parecía tranquila y relajada, una perfecta anfitriona. Sólo alguien que la conociera muy bien adivinaría su incomodidad.

Callie lamentó su tardanza. Había dejado sola a su tímida prima en una situación que no controlaba.

–Tu tío me invitó amablemente a quedarme en su casa y disfrutar de vuestra hospitalidad –dijo Damon.

¿Eran imaginaciones suyas o él había dicho las últimas palabras con un cierto tono irónico, como si se refiriese a un servicio personal que ella pudiera proveerle?

A pesar de su rabia ante aquella posibilidad, Callie lo encontró irresistible.

–Iba a mostrarle el bungalow para invitados a kyrios Savakis –explicó Angela.

Callie se alegró. Al menos no compartirían la casa.

–Por favor, llámame Damon. Kyrios Savakis me hace sentir de la generación de tu padre. No hay necesidad de tanta formalidad.

Callie no estuvo de acuerdo. Pero se calló y miró a Angela.

–Gracias, Damon. Por favor, llámame Angela

–Angela –dijo él con una sonrisa.

–Técnicamente, realmente perteneces a otra generación –dijo Callie antes de que él le hablase a ella–. Estás en los treinta y tantos largos, ¿no? Angela tiene apenas dieciocho años.

Damon arqueó las cejas. Luego curvó la boca con un gesto más de humor que de irritación.

–Tengo treinta y cuatro años, si quieres saberlo.

–¿De verdad? ¿Tan… joven? –Callie puso cara de sorpresa.

Ella sabía cuándo había nacido él. Lo había buscado en Internet la noche anterior. Era demasiado mayor para Angela. Había años, experiencia y expectativas diferentes que los separaban. Ella lo sabía por experiencia propia.

–Lo suficientemente mayor como para saber lo que quiero, Callie.

Ella se estremeció al oír su nombre en labios de él.

–¿Puedo llamarte Callie? ¿O prefieres Callista?

«Ninguno de los dos», pensó ella.

–Yo… –iba a decirle que usara su nombre completo, cuando vio la ansiedad en el rostro de Angela.

Ella sólo era Callista para su tío.

–Gracias, Callie –respondió Damon con un brillo sospechoso en sus ojos.

De pronto vio que su prima hablaba con el servicio doméstico.

–¿Me disculpas? –Angela se levantó de su asiento–. Tengo que atender una llamada telefónica.

Callie vio que su prima se ponía colorada, y ella supo que debía haber llamado Niko, el hijo de un médico de la zona. Estaba enamorado de Angela desde hacía años. Estaba creando una empresa de turismo con la esperanza de ganar la aprobación de su tío Aristides para casarse con su hija.

Callie sabía que Aristides jamás aprobaría que su hija se casara con un chico de allí. Le daría igual lo honesto que fuera o lo enamorados que pudieran estar. Lo único que le importaba a su tío era el dinero y el status.

Callie miró a Damon. Éste estaba bebiendo café relajadamente. Y ella sintió aprensión al pensar lo que Aristides planeaba para su hija.

¡Un cordero sacrificado en su familia era suficiente!, pensó.

Se negaba a ver cómo su tío arruinaba la vida de su prima con otro matrimonio de interés, como se la había arruinado a ella. Sobre todo cuando Angela tenía la oportunidad de ser feliz casándose con un muchacho honesto que la amaba. Encontrar a alguien así no era fácil, pensó.

–No te preocupes, Angela. Yo me ocuparé de nuestro invitado.

–Eso suena prometedor.

–¿Cómo? –Callie miró a Damon.

Éste la estaba observando con una sonrisa burlona en sus ojos.

–Me gusta la idea de que tú me cuides. ¿Qué tienes en mente? –él miró su blusa ajustada que dejaba parte de su vientre al descubierto.

Ella se puso nerviosa.

–Mostrarte el bungalow para invitados –respondió Callie con voz casi firme.

Ella deseó tener puesta otra cosa que aquellos pantalones y aquella blusa diminuta. Pero no había sabido que se encontraría con él.

Él se puso de pie. Al verlo, ella recordó su cuerpo el día anterior, todo músculo y piel bronceada.

Ella se reprimió un suspiro.

–¿Sólo eso? Yo esperaba algo más… íntimo –comentó él.

Ella levantó la barbilla, tratando de recuperar la compostura.

–Las dependencias de los invitados están por aquí… –respondió ella indicándole el camino.

 

 

Damon la observó precederlo por el jardín. La vio balancear sus caderas y andar con gracia con aquellos pantalones ajustados. Ni a la luz del sol notó alguna marca de braguitas. ¿Llevaría un tanga debajo de los pantalones?

Él se excitó al pensarlo. No había podido dormir en toda la noche pensando en ella. Estaba furioso por el hecho de que ella lo hubiera usado, pero eso no mermaba su libido.

–¿Vienes? –ella se dio la vuelta.

Hasta con aquella coleta parecía salida de una revista de modas, llena de gente guapa y privilegiada.

Aunque ahora él tenía más dinero que casi toda esa gente, seguía sintiendo el abismo entre esa gente y él.

Él disfrutaba de su riqueza, de lo que podía comprar con ella y de poder ayudar a quienes amaba. Pero se había jurado no sucumbir nunca a aquella vida hueca y egoísta de aquel mundo. Había visto muchas cosas en los tiempos en que su madre limpiaba las mansiones de los ricos, y cuando él había empezado a trabajar allí siendo un adolescente, y había aprendido cuál era la moral de las clases altas.

Damon estaba orgulloso de sus raíces, y no sentía vergüenza de haber tenido éxito trabajando duramente y con perseverancia, y no recibiendo una herencia. Porque sabía que la gente de la clase alta escondía una corriente de avaricia, egoísmo y vicio.

Lo que menos quería era sentirse atraído por una mujer que simbolizaba todo aquello. Una mujer que habría heredado los valores de la familia Lemonis.

El hecho de que aún se sintiera atraído por ella lo irritaba.

–Estoy detrás de ti, Callie.

Él caminó hasta donde ella estaba esperando. Se inclinó hacia adelante para inhalar su perfume.

Ella lo ignoró, movió su coleta y se dispuso a seguir caminando. Él se sorprendió cuando aspiró no su perfume caro sino el aroma de la misteriosa mujer que había estado con él el día anterior.

Aquello le confirmó su decisión: había algo pendiente entre ellos.

–Tienes un color poco habitual –dijo él mirando su cabello color miel oscuro.

–Tal vez me tiña el pelo.

–¡Ah! Pero ambos sabemos que no lo haces. He visto la prueba, ¿no lo recuerdas?

Él había visto el triángulo de su sexo color dorado oscuro.

Ella se quedó inmóvil un momento. Pero no pareció incómoda. Era evidente que estaba acostumbrada a esos comentarios.

¿Habría muerto su marido tratando de satisfacerla? ¿O se habría visto obligado a observarla con hombres más jóvenes que le dieran lo que él no podía darle?

–Como yo sé que tú eres moreno. ¿Y qué? –levantó las cejas, como si estuviera aburrida.

–No es habitual que las mujeres griegas sean tan rubias.

–Soy medio griega. Mi madre era australiana –dijo ella parcamente, como si estuviera metiéndose en terreno peligroso.

Él esperó a que ella continuase.

–Además, hay bastantes rubios en el norte de aquí. Todos los Lemonis son iguales –ella le miró el pelo negro.

–El cabello de tu prima es castaño. No hay comparación.

Ella pareció querer decir algo, pero luego se dio la vuelta.

–Y ahora, si ya he satisfecho tu curiosidad…

–Todavía, no. Dime, ¿por qué me mantienes a distancia? Después de lo de ayer me podrías dar derecho a un poco más de cercanía. ¿Eres una de esas mujeres que necesitan la excitación de una relación secreta para arder en una pasión? ¿Te excita la posibilidad de que te sorprendan en pleno acto pecaminoso?

 

 

Callie miró el bungalow a cien metros de ellos, y sintió que sería un milagro si llegaba allí guardando la compostura.

«¡Arder en una pasión!», pensó, irritada.

Pero cerró los ojos y recordó la excitación que le había causado su presencia, la seguridad con la que se había entregado a él.

Abrió los ojos. Le había dado demasiado a él. No dejaría que volviera a jugar con ella.

–Tú no tienes derecho a nada conmigo –lo miró fríamente, tratando de disimular sus emociones.

–No estoy de acuerdo. Teniendo en cuenta lo de ayer, tu actitud es muy hostil –Damon se acercó más a Callie.

Ella tuvo que mirarlo. Su fragancia masculina con mezcla de perfume a mar y a jabón la embriagaba, y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no tocarlo.

Callie se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

–Lo de ayer terminó.

–Pero lo que compartimos no tiene por qué acabarse –dijo él con voz seductora.

–Se terminó –repitió Callie.

–¿Y si yo no estoy dispuesto a terminarlo? –la desafió.

–No había nada que terminar. Compartimos sexo. Eso es todo.

–Sólo sexo –dijo él.

A ella le pareció que él estaba furioso.

–¿Es en eso en lo que te especializas, Callie? ¿En tener ardiente sexo con extraños y olvidarlo al día siguiente?

Ella estaba indignada. Pero no iba a demostrárselo.

–Yo podría decir lo mismo de ti –respondió–. Ayer conseguiste lo que querías. Fin.

–Te equivocas, fina dama. No es el fin en absoluto.

Ella se estremeció de los pies a la cabeza.

¡No! Ella se negaba a entrar en juegos de seducción. Lo del día anterior había sido un error. Había sido una locura.

–Créeme, kyrios Savakis, se terminó. ¿Por qué no pasar a otra cosa?

Callie no dudaba de que él encontraría muy pronto alguien que la reemplazara, alguien como ella, deseosa de ocupar su cama.

Su pecho se contrajo dolorosamente.

–Porque soy un hombre que consigue lo que quiere, glikia mou. Tú has despertado mi apetito y quiero más –él sonrió seductoramente.

Ella sintió un temblor en todo su cuerpo.

–Te deseo, Callie. Y tengo intención de tenerte.