Capítulo 7

 

 

 

 

 

CUANDO estuvieron en el yate Damon la miró y dijo:

–Al fin solos…

Callie se sobresaltó y miró a Damon.

El personal de su tío iba en dirección a tierra después de depositar su equipaje y sus suministros.

–¿Te gustaría estar con ellos? –preguntó él con tono burlón.

¡Cómo lo deseaba!

Pero en su lugar tenía que estar con aquel hombre en un pequeño barco dejando que le quitase su autoestima y su orgullo.

–¿Por qué no me muestras el barco? –si se mantenía ocupada tal vez pudiera superar el miedo.

–Por supuesto. Sígueme.

–¿Sueles navegar solo?

–No. Generalmente el Circe suele estar lleno de familia.

–¿Familia tuya? –preguntó ella, sobresaltada.

¿Estaría casado?

–Soy el mayor de cinco hermanos y el único que no se ha casado. Siempre hay alguien que quiere venir. ¡Tengo que tener mucho cuidado con los niños pequeños para que no se caigan al agua!

El tono cálido que empleó la sorprendió.

Callie se lo imaginó con un niño pequeño de pelo negro en sus brazos y la imagen le resultó atractiva.

–¡Es impresionante! –dijo ella admirando el barco y su equipo.

–Me alegro de que te guste –dijo él sin sarcasmo–. La única que se ha quejado del yate es mi madre, porque no he puesto un horno lo suficientemente grande como para hacer una buena cantidad de moussaka.

–¿Tu madre navega contigo?

Aquello no encajaba con la imagen que ella tenía de él.

Él sonrió sinceramente.

–Lo llevamos en la sangre. Vengo de una familia de pescadores.

–Entonces a tu padre debe gustarle navegar también.

Ella notó que él se ponía rígido.

–Mi padre está muerto –luego hizo una pausa y dijo–: Ven. Te mostraré el resto.

Callie siguió a Damon.

 

 

Horas más tarde Damon se encontraba confuso.

Callie no había respondido a sus expectativas. En cuanto había subido a bordo se había quitado las sandalias, como si le debiera respeto a la cubierta de madera del Circe. Parecía sentirse en su casa en el barco.

Él la había puesto a trabajar y ella había respondido positivamente a sus instrucciones. La navegación no le resultaba extraña, la navegación de verdad, no el tumbarse a tomar el sol en una embarcación.

No obstante los movimientos de Callie iban perdiendo su gracia. Se la veía rígida a veces… Él sintió culpa. Pero luego aquietó su conciencia diciéndose que aquella actitud debía ser otro de sus juegos.

Acababan de atracar en una isla diminuta. Hacía una hora que él no la veía. Callie estaba abajo, preparando la comida.

Damon se estiró y caminó por la cubierta.

El camarote estaba en penumbras. Ella no había encendido la luz.

Damon bajó las escaleras y caminó por la sala con la intención de encontrarla. Tuvo un mal presentimiento. La comida podía esperar. No había ruido alguno. Damon vio la comida a medio preparar en la encimera. ¿Querría que fueran al puerto para que otra persona se ocupase de cocinar?

Se dirigió a los otros camarotes y casi se tropezó. El camarote estaba en penumbras. Ella estaba hecha un ovillo en el suelo, abrazando sus rodillas flexionadas.

–¿Callie? –él sintió sorpresa y temor.

Ella no pareció registrar su presencia. Sus ojos lo miraron, pero no lo vieron.

Algo no iba bien.

Damon se agachó a su lado y tocó su mano. Estaba helada.

–¿Callie, qué ha pasado?

Le tocó la mejilla. Estaba tibia y húmeda por las lágrimas.

Damon se quedó helado al ver aquella imagen.

Aquello no era teatro.

 

 

Ella sintió calor. Un calor que la envolvía.

Había sentido tanto frío…

Desde el momento en que Damon había dicho que viajarían en su yate ella había sentido un frío en su interior, una angustia insoportable.

No había pisado un yate desde que tenía catorce años. Desde que…

Callie se acurrucó contra el calor. Lo necesitaba.

¡Hubiera dado cualquier cosa por borrar aquellos recuerdos!

–Estás a salvo ahora. Tranquila…

«A salvo», sus palabras penetraron su mente.

Era maravilloso.

Lentamente, sus músculos se fueron relajando. Y la tensión fue dando lugar al agotamiento. Se sentía pesada, agotada.

Le llevó algo de tiempo darse cuenta de que el ritmo tranquilizador era una mano que le acariciaba la espalda.

«Damon», pensó.

De pronto se dio cuenta de que estaba envuelta en sus brazos.

Debía de haberla encontrado acurrucada donde se había refugiado cuando sus defensas se habían desmoronado.

–¿Callie?

–¿Sí?

–¿Qué ha pasado? –preguntó él con tono amable.

Callie abrió los ojos. Se dio cuenta de que estaba en el camarote principal. Y de lo que implicaba.

Estaba en la cama de Damon. Era su querida. Fuente de placer para él.

Era por ello que había ido a buscarla. Para consumar su trato. A pesar de que había tenido intención de cumplir con su parte, ella no podía dejar de sentir repugnancia ante la idea de tener una relación sexual tan fría y calculada.

Damon tiró de ella hacia él.

–No ha pasado nada –respondió ella.

–Es normal para ti sentarte en el suelo para llorar a gusto, ¿no?

¡Desgraciado! ¡No lloraba desde hacía años!

–¿Qué pasa, Callie? –Damon le agarró la barbilla.

Pero no había nada erótico en aquel gesto. Era simplemente…consuelo.

–No te duermas aquí mismo.

–No tengo sueño –pero se sentía extrañamente letárgica–. No sé lo que me pasa.

–¿Te has hecho daño? No te he visto ninguna herida –comentó Damon.

A ella le resultaba más fácil responder a sus modales duros e impersonales.

–No, nada de eso. Sólo que…

–¿Qué? Tienes que contármelo –dijo él con tono conversacional al ver que ella no decía nada–. No voy a ir a ningún sitio hasta que no sepa la verdad.

¡Como si a él le interesara la verdad! Damon prefería su propia visión retorcida de la gente.

–Callie… –él le agarró la barbilla.

–Yo… No me gustan los yates.

Era una explicación ingenua. En realidad bastaba con acercarse a un yate como aquél para sentirse aterrada.

–¿No te gustan?

–Yo… Los evito.

–¿Te mareas en alta mar?

Ella agitó la cabeza.

–Si no es mareo por el barco, es otra cosa. Pero se ve que tienes familiaridad con los barcos. Te manejas bien en ellos.

Callie pestañeó al oír su cumplido.

–No aprendiste a moverte en un barco estando en tierra.

–Solía navegar cuando era pequeña.

Algunos veranos se había pasado más horas en el agua que en tierra.

–¿Y entonces?

Ella dejó escapar un suspiro. No podía evitar aquello. Él no la dejaría.

–Mis padres murieron cuando su yate se hundió en una tormenta en la costa norte de Sidney –dijo por fin–. Habían ido a ayudar a otra embarcación en dificultades. Al final ambos yates se perdieron –se le hizo un nudo en la garganta–. No hubo supervivientes.

–¿Cuántos años tenías?

–Catorce.

¡Hacía tanto tiempo y a la vez tan poco de aquello! Y ahora ellos estaban en una embarcación como la de sus padres…

Tal vez si hubieran rescatado sus cuerpos, ella habría podido decirles adiós y haberlo superado mejor. Pero su tío la había arrastrado casi literalmente a Grecia, y había sentenciado que ir a un funeral la pondría peor…

–Lo siento –dijo él sinceramente.

Ella había imaginado que Damon iba a mostrar impaciencia por su fobia, como la que había sentido su tío.

–Gracias –Callie desvió la mirada.

–Debiste decírmelo antes de venir a bordo.

Ella se encogió de hombros.

¿Cómo habría sabido que él reaccionaría así?

Ella había pensado que podría controlar su miedo.

Pero en cuanto había pisado el yate le había entrado una ansiedad imparable.

–¿Por qué no me lo dijiste?

Ella se dio la vuelta. Él parecía sincero. Pero eso no quería decir nada.

–¿Para qué darte un arma más contra mí? –contestó.

 

 

Él sintió pena. ¿Ella pensaba que él caería tan bajo como para usar su terror, su tristeza por la muerte de sus padres para sus propios intereses?

Se sintió apesadumbrado.

Ningún hombre decente usaría algo así para su beneficio.

Él era un hombre duro en los negocios. Pero un hombre honesto. Con las mujeres era generoso.

Su orgullo se sintió herido al saber que Callie pensaba eso de él.

¿Con qué tipo de hombres se había relacionado ella como para pensar que él se aprovecharía de su dolor?

Su tío era un oportunista y un egoísta, pero ella le había hecho frente aquella mañana.

¿Quién más además de su tío? ¿Su marido? ¿Hombres que había conocido durante su matrimonio? ¿La habrían usado de algún modo?

Aquella idea le despertó un sentimiento de rabia protectora.

De pronto pensó en que él había usado el poder para obligarla a irse con él. Era algo que nunca había hecho antes, amenazar a una mujer para que fuera a la cama con él. La lógica le decía que ella se había metido en aquello por tramar algo con su tío, y que ahora le tocaba el turno a él.

Sin embargo, sentía una punzada de culpa…

–Ven aquí –dijo él abriendo la cama.

Y la llevó hasta allí. Ella lo miró con los ojos muy grandes.

La tumbó en la cama y la tapó y luego se quitó los zapatos y se echó a su lado. La envolvió con sus brazos de forma que ella apoyara su cabeza en su hombro.

Callie se quedó inmóvil en sus brazos. Al rato se movió. Él sintió sus dedos en su cuello. Pero aquél no era momento para sexo.

Entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo ella. Le había desabrochado el primer botón de la camisa y estaba desabrochándole el siguiente.

–¡Para! –exclamó él–. ¿Qué estás haciendo?

–Cumpliendo mi promesa –dijo ella sensualmente.

–¿Tu promesa?

–Te prometí entregarme a ti, ser tu querida… Querías…

–Sé lo que prometiste.

El recuerdo de su trato en aquel momento en que la veía tan vulnerable le resultaba repugnante.

¿Cómo podía pensar ella que él sería capaz de exigirle en aquel momento el cumplimiento de su promesa?

Damon la estrechó más en sus brazos.

–Cierra los ojos y duérmete, Callie. Éste no es el momento.