Capítulo 10

 

 

 

 

 

PARA Lucy fue un alivio marcharse de Dubai. Desde la conversación de la noche anterior habían vuelto a mostrarse distantes y fríos el uno con el otro. Curioso, pensó, cómo las confidencias podían crear tal tensión, tal formalidad. ¿No deberían haberlos acercado un poco más?

Pero mientras subían al jet real de Biryal nunca se había sentido más alejada de su marido. Khaled se mostraba tan solícito como siempre, pero con esa distancia que ella detestaba. Que la asustaba.

«¿Qué estás pensando? ¿Qué es lo que quieres? ¿Me amas?».

Las preguntas se agolpaban en su cabeza y tuvo que morderse la lengua para no hacerlas en voz alta.

Fueron en silencio durante gran parte del viaje, el único sonido el crujir de los papeles que estudiaba Khaled.

Cuando el avión aterrizó en Biryal, los nervios de Lucy estaban a punto de estallar y, al ver a los periodistas agolpados en el aeropuerto, dejó escapar un suspiro de irritación.

–¿Siempre es así?

–Nos dejarán en paz dentro de unos días –le aseguró él–. Sólo sienten curiosidad porque la boda es noticia y porque… yo llevaba algún tiempo alejado de los medios.

–¿Y nuestro matrimonio te ha devuelto la notoriedad?

–Así es.

Lucy lo miró entonces y vio la máscara inexpresiva que parecía haberse colocado desde la noche anterior.

–¿La vida será normal para nosotros alguna vez?

–No lo sé –Khaled se encogió de hombros–. Supongo que eso depende de qué consideres normal.

Encontraron a Sam en su sitio favorito: la piscina, con Dana. Pero salió del agua enseguida y corrió para abrazarlos.

–Sam, cuidado con el traje de Khaled… se lo estás mojando, cielo.

–No me importa –dijo él.

–¿Quieres que te llame papá?

Lucy tuvo que tragar saliva y, cuando miró a Khaled, vio que tenía los ojos empañados. Daba igual lo que hubiera o no hubiera entre ellos, lo importante era que había algo profundo y fuerte entre Khaled y Sam.

–Tienes razón, se me había olvidado. Y supongo que a papá no le importa que le mojes el traje.

Esa frase sonaba tan extraña, pensó. Pero era cierto, Khaled era su padre. Y Sam lo había aceptado como tal.

El niño lo había aceptado como padre, sí, ¿pero era su marido en realidad? ¿Cómo podían haber pensado que aquel matrimonio era bueno para alguien?

Desde luego, a ella no la hacía feliz.

 

 

Volvieron a Londres tres días después y pasaron la noche en casa de Lucy. Aunque después del palacio de Biryal, por no hablar de la suite del hotel de Dubai, le parecía diminuta.

Khaled hacía que pareciese pequeña. Era tan grande, demasiado grande para las pequeñas habitaciones, para su cama. Era una cama de matrimonio, pero mucho más pequeña que la del palacio. Y ahora que la tensión había vuelto entre ellos, Lucy se sentía incómoda.

Aunque lo deseaba, necesitaba el consuelo y la emoción de sus caricias. Khaled, sin embargo, decidió no dárselo. En cuanto las luces se apagaban se tumbaba de lado, lo más lejos posible de ella, sin tocarla siquiera. Y Lucy se quedaba mirando al techo, preguntándose qué estaría pensando. Quería preguntarle, pero temía hacerlo.

¿Qué le diría? ¿Admitiría que su matrimonio había sido un error, que debían separarse? ¿Le diría que no estaba pensando en nada? ¿Le diría bruscamente que no era asunto suyo? ¿O estaría dormido, sin acordarse de ella en absoluto?

No tenía ni idea y le dolía. Le dolía porque lo amaba.

¿Cómo había podido esconderlo durante tanto tiempo? Lo había negado con cada fibra de su ser, aunque su corazón le pedía a gritos que lo escuchara.

Lo amaba y no quería hacerlo. No quería abrirle su corazón para que se lo rompiera otra vez. Khaled no la amaba y vivir con eso cada día era una tortura insoportable.

Durante los días siguientes, Lucy hizo todo lo posible por vivir con normalidad… hasta donde era posible, ya que se habían mudado a un lujoso hotel en el centro de Londres por seguridad y comodidad. Sam volvió a la guardería y ella al trabajo. Aunque había acordado con el director del equipo que trabajaría a tiempo parcial y sólo durante unos meses al año, estaba deseando volver a ver caras conocidas.

Khaled se ocupó de sus asuntos, promocionando el turismo de Biryal y actuando como diplomático en sus visitas a distintos dignatarios.

Pero, a pesar de toda esa actividad, Lucy no podía dejar de sentirse vacía, sola.

Khaled seguía mostrándose remoto, inaccesible, y ella respondía de la misma forma. Apenas hablaban salvo cuando Sam estaba presente porque entonces, se daba cuenta, eran una familia. Solos eran simplemente dos extraños que compartían el mismo espacio, la misma cama.

Una semana después de su vuelta a Londres, Lucy fue invitada a una fiesta para celebrar un triunfo del equipo de rugby de Inglaterra.

–Trae a Khaled –le dijo Eric–. Seguro que lo pasará bien en su antiguo campo.

Sí, tal vez Khaled lo pasaría bien, pero ella no.

Se lo comentó esa noche, mientras se preparaban para irse a dormir.

–Hay una fiesta mañana para celebrar que el equipo ha ganado un partido importante.

–¿Ah, sí? Qué bien.

–¿Quieres ir? –le preguntó, deseando que dijera que no.

–Por supuesto. Yo no soy de los que se pierden una fiesta.

–Ya, claro.

Lucy lo observó mientras se metía en la cama. No habían hecho el amor desde que volvieron a Londres y parecía que esa noche no iba a ser diferente.

–Khaled… –empezó a decir.

–Dime.

Ella abrió la boca para decir… ¿qué? ¿Qué podía decir que rompiese la tensión que había entre ellos?

«Te quiero».

Dos sencillas palabras que no parecía capaz de pronunciar. Su corazón latía a toda velocidad, como si estuviera al borde de un precipicio, a punto de saltar.

Pero luego, derrotada, se echó atrás. No podía arriesgarse.

–Buenas noches.

La sonrisa irónica de Khaled le rompió el corazón. ¿Había sabido lo que quería decir? ¿Estaba riéndose de ella?

–Buenas noches, Lucy.

 

 

La fiesta fue exactamente la clase de evento que Lucy había temido: en el reservado de una discoteca, con música a todo volumen, luces mareantes y copas para todos.

Khaled, con camisa y pantalón oscuros, parecía el hombre del que se había enamorado. Lo recordaba en aquel pub con ese mismo aspecto, cuando la llamó con un dedo para invitarla a una copa…

Se había ido con él esa noche. Nunca había hecho algo así, nunca se había acostado con un hombre con el que no mantenía una relación. Pero con Khaled eso no había importado en absoluto.

Lucy lo observó, charlando y riendo con todos. Estaba en su elemento mientras ella se sentía enferma.

–No pareces estar pasándolo bien –comentó Eric, a su lado.

–¿Por qué dices eso?

–Porque te conozco.

Ella se encogió de hombros.

–Entonces sabrás que no me gustan demasiado las fiestas.

–Khaled lo está pasando bien.

–Sí, es verdad.

–¿Por qué te has casado con él? –le preguntó Eric entonces, con su típica franqueza.

–Mira, no quiero hablar de eso…

–¿Sabes lo que me dijo cuando estaba en el hospital, antes de irse de Londres?

–No, por favor.

–Yo le dije que debía hablar contigo. Le dije que habías estado esperando, que estabas muy preocupada…

Lucy sabía que debería darse la vuelta, que no debería escuchar aquello, pero era incapaz de apartarse.

–Le dije que tú merecías algo más, ¿y sabes lo que me contestó? Que no eras tan importante para él. Te has casado con ese hombre, Lucy. Tú sabes que un hombre así nunca podría amarte.

Ella sacudió la cabeza. «No es tan importante para mí». Bueno, era lo que había imaginado, en realidad. Lo que había temido.

–La gente cambia.

Pero la verdad era que ni ella misma lo creía. La gente no cambiaba por dentro, no cambiaba en lo fundamental, donde importaba. Donde dolía.

Eric señaló a Khaled, que charlaba alegremente con tres chicas que lo miraban con adoración.

–¿De verdad, Lucy?

 

 

Mientras volvían a casa unas horas después, Lucy iba en silencio.

–¿Lo has pasado bien? –le preguntó Khaled.

–No.

–Te he visto hablando con Eric –murmuró él, apretando el volante con fuerza–. Siempre ha estado enamorado de ti.

Lucy apretó los labios. La verdad era que lo había sospechado… incluso lo había temido.

–Nunca me lo ha dicho.

Khaled permaneció callado durante tanto rato que Lucy se volvió para mirarlo.

–A veces no hay que decirlo en voz alta.

«Lo sabe», pensó Lucy. «Sabe que estoy enamorada de él. Siempre lo ha sabido».

No podían seguir así, se dijo a sí misma dos horas después. Aquellos silencios, aquella tensión insoportable, la falsedad de su matrimonio. Aquello no podía durar. ¿Cuánto tiempo iba a tardar en marcharse, en reconocer que casarse había sido un error?

No lo sabía. Ya no sabía nada y temía por el bienestar de su hijo. Estaba agotada, deshecha, sólo quería liberar la tensión, la angustia.

Y unos días después el dique se rompió.

Sam dormiría aquella noche en casa de su madre, y Lucy llegó al hotel temiendo otra noche de tensión, de silencios insoportables. Pero cuando abrió la puerta de la suite, Khaled no estaba por ninguna parte. Y no tenía que abrir los cajones de la cómoda o los armarios para saber que sus cosas no estarían allí.

Khaled se había marchado.

La suite estaba cargada de silencio, un silencio que parecía una despedida. Nada había cambiado, pero ella sabía que Khaled se había ido. Aun así, abrió uno de los armarios para ver las perchas vacías, los trajes que faltaban…

Despacio, en silencio, se sentó al borde de la cama, sin saber qué hacer. La había dejado otra vez. Y ella había sabido desde el principio que iba a pasar.

Lucy inclinó la cabeza, enterrando la cara entre las manos…

Después de tantos años, después de tantas experiencias, estaba pasando otra vez y no podía hacer nada para evitarlo.

Seguía siendo la niña con la cara apoyada en la ventana, esperando, soñando…

De repente, las lágrimas empezaron a rodar por su rostro y tuvo que abrazarse a sí misma, temblando.

Y entonces oyó el sonido de una llave, una puerta que se abría y pasos en el vestíbulo.

Lucy se levantó de un salto, la furia empujándola. Y cuando vio a Khaled en la puerta no pudo controlarse:

–Ah, vaya, has decidido volver –le espetó, temblando–. ¿Has olvidado algo?

–Lucy…

–¿Dónde estabas? ¿Habías decidido volver a Biryal de repente sin decirme nada? Yo sabía que me dejarías, Khaled, yo sabía que no podía confiar en ti. ¿Te has cansado de jugar a las familias? ¿Sam y yo hemos empezado a aburrirte?

El rostro de Khaled era totalmente inexpresivo mientras ella tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para contener las lágrimas. No quería que la viese llorar.

–No puedo vivir toda mi vida justificándome, Lucy, intentando demostrarte qué clase de hombre soy…

–¡Yo no sé qué clase de hombre eres!

–Y ése es el problema, ¿verdad? Que tú lo sabes todo. ¿Cómo vamos a vivir juntos, cómo vamos a amarnos cuando no confías en mí?

–¿Amarnos? –repitió ella, incrédula.

–Sí, amarnos –Khaled dio un paso adelante, mirándola a los ojos–. Te quiero, Lucy. ¿Es que no lo sabes? Siempre te he querido. He intentado negármelo a mí mismo, protegerme de alguna forma. Aunque me decía a mí mismo que estaba protegiéndote a ti porque no quería cargarte con un tullido…

–Tú no eres un tullido.

–No, pero he dejado que mi identidad, que toda mi vida estuviera definida por el rugby, por la popularidad… –Khaled hizo una mueca–. Antes de eso no tenía nada, y cuando me lo quitaron sentí que no tenía nada otra vez. Que no era nada… y no podía ser nada para ti.

–Khaled…

–Yo no soy el hombre del que te enamoraste hace cuatro años –la interrumpió él–. He cambiado, Lucy. Supongo que en Dubai intentaba demostrarte que no era así… y en esa maldita fiesta del equipo también, pero el hecho es que ya no soy la estrella de rugby o el donjuán despreocupado. Ya no puedo ser ese hombre.

–Y yo no quiero que seas ese hombre –dijo ella entonces–. Nunca he querido que lo fueras.

–Dices que no, pero ahora no me quieres y entonces sí me querías, aunque lo niegues. Yo sé que me querías.

–Sí, te quería –admitió Lucy–. Pero…

–Tienes miedo de que te defraude. No puedes confiar en mí. Lo veo cada día, cada vez que me miras. Sólo dejo de ver esa desconfianza cuando me acaricias, e incluso entonces…

–No, por favor –lo interrumpió ella–. No sigas.

–Pero es la verdad, ¿no? Yo sé lo que es el miedo –suspiró Khaled–. Cuando me dijeron cuál era el diagnóstico de mi rodilla me entró pánico. No sabía qué clase de hombre era, qué clase de hombre podía ser sin el rugby. No sabía si habría algo que tú pudieras amar, porque no lo había habido antes.

–Te refieres a tu padre…

–Mi padre no me quería, es cierto. Nunca me ha querido –Khaled clavó en ella sus ojos, mirándola con intensidad–. Y temía al futuro porque no sabía lo que me esperaba. Pero cuando tú volviste a aparecer en mi vida, empecé a tener esperanzas, y eso es muy peligroso.

–Lo sé –admitió Lucy.

–Y estabas tan decidida a decirme que no me querías… no querías al hombre en el que me había convertido.

–Pero ése es el hombre al que quiero. Más que antes –le confesó ella entonces–. Eres fuerte, honesto, cariñoso con Sam… –se le rompió la voz al decir eso–. Yo temía que no hubieras cambiado.

Khaled rió, un sonido amargo, sin humor alguno.

–Yo temía haber cambiado demasiado y tú temías que siguiera siendo el mismo. Tantos miedos…

–En el amor no debería haber miedos.

–No, tal vez no.

–Khaled… –Lucy respiró profundamente–. ¿Dónde estabas? ¿Dónde te habías ido?

–Mi padre ha sufrido un infarto esta tarde.

–Oh, no…

–Hice las maletas a toda prisa, pero cuando iba hacia el aeropuerto volvieron a llamar de Biryal para decir que mi padre se encontraba estable por el momento, así que volví. Aunque tengo que irme mañana… te dejé un mensaje en el móvil.

El móvil. Lucy no había comprobado los mensajes. Se había quedado sin batería…

No había confiado en él, pensó entonces. Había dejado que el miedo la guiase otra vez. Se había negado a olvidar el pasado y empezar de nuevo, a creer en el futuro.

–Lo siento.

–Yo también.

Cuando Khaled se dio la vuelta se le encogió el corazón. Pero no quería que se fuera, no podría soportar que se fuera. ¿No habían sufrido ya suficiente los dos?

–¿Vas a marcharte? –le preguntó, con el corazón en un puño.

–Ya te he dicho que debo volver a Biryal mañana.

De modo que, al final, iba a marcharse. Ella lo había empujado, con su miedo y su desconfianza, pensó. Qué terrible ironía. Cuando por fin lo tenía iba a perderlo, y esta vez sólo podía culparse a sí misma.

–Khaled, no quiero que te vayas.

–Mi padre está enfermo. Tengo que ir a su lado.

–Me refiero a mí. No me dejes, Khaled.

Él se volvió entonces.

–¿Dejarte?

–Te quiero. Quiero al hombre en el que te has convertido –Lucy se dijo a sí misma que no había miedo en el amor y, por lo tanto, podía hacerle esa confesión. Desnudaría su alma si eso era lo que hacía falta.

–¿De verdad? ¿Amas a un hombre que podría dejarte sin decir una palabra? –le preguntó Khaled–. ¿Ése es el hombre al que amas?

–Khaled…

–¿Cómo puedes amarme y pensar que yo haría eso? Yo he aprendido de mis errores, Lucy. ¿Y tú?

Ella tardó un momento en entender.

–¿Quieres decir que no vas a dejarme?

–Voy a ver a mi padre y espero que tú vengas conmigo… si quieres. No voy a dejarte, no podría hacerlo.

–Pero…

Él sacudió la cabeza, dolido.

–Cuánto daño te he hecho, Lucy –murmuró, poniendo las manos sobre sus hombros–. Incluso ahora… por favor, perdóname por haberte dejado hace cuatro años. Perdóname por haberte hecho tanto daño. ¿Podrás hacerlo, podrás perdonarme algún día?

Lucy parpadeaba para contener las lágrimas, pero empezaron a rodar por su rostro de todas formas.

–Sí –le dijo, casi sin voz.

–He intentado mantener las distancias, darte espacio para que pudieras tomar una decisión… para que decidieras si podías quererme o no.

–Pero te quiero, ése es el problema.

–¿Por qué es un problema?

–No, no lo es –Lucy intentó sonreír–. El problema era mi miedo. He tenido tanto miedo.

–Lo sé.

–Pensé que podrías hacerme daño y eso me asustaba porque te quiero tanto… pero ya no quiero tener miedo, Khaled.

–No lo tengas. No voy a dejarte, Lucy. No soy tu padre y no soy el hombre que era antes.

–Lo sé, ahora me doy cuenta. Pero tenía miedo de confiar en ti, de creer…

–No voy a dejarte, ni a ti ni a Sam –dijo él entonces–. Vosotros sois mi familia, mi vida. Y tengo que saber que crees en mí, que puedes confiar en mí. Que eres capaz de amar al hombre que ya no puede jugar al rugby, el que algún día será rey de un país lejano y que te quiere… –le brillaban los ojos al decir eso–. ¿Puedes amar a ese hombre, Lucy?

Ella recordó entonces lo que había dicho la noche de su boda: «Me he casado contigo, con todo lo que eres».

–Sí –contestó, tomando su cara entre las manos–. Claro que puedo amar a ese hombre.

Y su voz sonaba firme, segura. Por fin se mostraba serena, convencida, todo lo que ella había querido. Ahora, cuando por fin le decía la verdad, se sentía fuerte.

–Te quiero mucho, Khaled.

Él inclinó la cabeza para buscar sus labios.

–Entonces no debe haber más miedos… para ninguno de los dos.

–No –asintió Lucy, sintiéndose ligera como una pluma, como si le hubiera quitado un enorme peso de los hombros.

Era libre. Sin miedos.

Estaba enamorada.

Khaled la abrazó y ella se rindió al abrazo, apoyando la mejilla sobre la pechera de la camisa para sentir los latidos de su corazón.

Al otro lado de la ventana empezaba a anochecer y una sensación de paz pareció envolverlos. No había palabras, ni temores, ni inseguridad.

Sólo amor, puro, fuerte, seguro.

Sin miedos.