LEO SE relajó. Las relaciones tendían a resultarle aburridas una vez transcurrido el período de conquista, pero tenía la impresión de que con Heather todo sería diferente.
Era la única mujer que conocía una parte de su vida que siempre había mantenido privada. Nunca había dejado que su vida en Londres y en el campo se mezclaran. Heather era la primera mujer que pertenecía a su entorno familiar, y cuanto más lo pensaba, más ventajas veía en la posibilidad de mantener un affaire con ella, sobre todo teniendo en cuenta a Daniel.
Uno de los beneficios sería no tener que planear las citas como si se trataran de un ejercicio militar. Las ejecutivas y las abogadas estaban muy bien, pero conseguir quedar con ellas era casi imposible. Algunas veces, había perdido el interés de disfrutar de la noche después de pasar horas contrastando agendas.
Con Heather todo sería distinto. Vivía en el campo y Leo podía imaginarla esperando a su hombre con un asado en el horno. Probablemente, sólo conocía la ciudad a través de la televisión, y esa simplicidad le resultaría como una bocanada de aire fresco. Incluso le tentaba la idea de llevarla ocasionalmente a Londres y abrirle los ojos al mundo.
Cuanto más pensaba en ello, más se convencía de que le sentaría bien mantener una relación apacible, al menos por un tiempo. ¿Y qué podía ser más apacible que una artista en harmonía con la naturaleza que además se presentaba ante él en un envoltorio tan sexy?
Por otro lado, teniendo en cuenta que el fin de semana que había pasado con ella y su familia había sido el más agradable de los últimos meses, Leo tuvo la certeza de que había hecho bien en aceptar el café que ya empezaba a enfriarse. Dio un sorbo e hizo un comentario sobre lo bueno que estaba en comparación con el instantáneo, y al mismo tiempo deslizó la mirada desde el rostro de Heather hasta sus tentadores senos. Sólo pensar en tocarlos de nuevo, no ya como un adolescente, por debajo de la camiseta, sino desnudos, usando las manos y la boca, tomando sus pezones entre los labios…
–Me extraña que no nos hayamos conocido antes –dijo súbitamente para borrar esas eróticas imágenes de su mente.
–¿Por qué?
–Porque me sorprende que mi madre no te haya invitado a casa.
–¿Cuándo tú estabas de visita? –dijo Heather. Leo pasó por alto el tono de incredulidad de Heather. Estaba de buen humor y no pensaba poner en riesgo sus planes por actuar con suspicacia–. No vienes muy a menudo, la verdad.
–Estoy muy ocupado –dijo él, sirviéndose otra taza de café. Habría preferido hacer cosas más interesantes que charlar, pero sabía que tenía que seguirle la corriente–. Apenas dispongo de tiempo libre y viajo mucho el extranjero.
Heather lo sabía bien. Había cometido un error al dejar que Leo la besara, pero creía haber recuperado el control de la situación. Sólo le quedaba explicar a Leo por qué lo había rechazado. No por un ejercicio de honestidad, sino porque necesitaba verbalizar todas las razones por las que nunca volvería a mantener una relación con un hombre como él.
Le sorprendía que hubiera aceptado tan bien el rechazo y aún más que se hubiera quedado a tomar un café. Quizá, pensó, Leo mantenía una actitud relajada porque siempre tenía mujeres disponibles, y no le importaba que alguien tan insignificante como ella lo rechazara. O quizá estaba tan desconcertado que necesitaba una explicación.
Tampoco entendía por qué había intentado seducirla cuando era evidente que no era su tipo, aunque suponía que era un hombre tan cargado sexualmente que había interpretado su obvia fascinación por él como disponibilidad. Los hombres poderosos llegaban a creer que les bastaba alargar la mano para conseguir lo que querían.
–¿Por qué decidiste mandar a Daniel al colegio aquí? –preguntó, cambiando de tema para ver si conseguía que Leo dijera algo que le ayudara a volver a un terreno más impersonal–. Me refiero a por qué no lo llevaste contigo a Londres, donde habrías tenido muchas más opciones.
Leo frunció el ceño.
–¿Qué quieres decir?
–Nada. Estamos charlando y me limito a expresar mi curiosidad.
–Me resultaría imposible cuidar de Daniel en Londres. Mi vida allí no es adecuada para un niño –Heather asintió. No le costaba imaginarlo–. Aparte de mis impredecibles horarios de trabajo, paso mucho tiempo en el extranjero. Tengo oficinas en Nueva York, Madrid y China, entre otros sitios. No habría podido proporcionarle la estabilidad que un niño necesita. Por eso pensé que estaría mejor en el campo, con mi madre.
–Supongo que también te resulta más cómodo.
–En su momento me pareció lo más razonable –Leo tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para disimular la irritación que empezaba a sentir porque sabía que no le ayudaría a conseguir su objetivo.
–¿Crees que fue lo mejor para Daniel?
Leo entornó los ojos.
–¿Te importaría dejar el interrogatorio para otro momento?
–¿No te gustan mis preguntas o te hacen sentir incómodo?
–Ya me has dicho lo que piensas de mi relación con Daniel, así que no tiene sentido que insistas –Leo sonrió–. Hoy he pasado el mejor día con él desde que llegó a Inglaterra. ¿Por qué quedarnos estancados en el pasado cuando podemos construir el futuro a partir del presente?
–Tienes razón.
Leo se relajó al ver que conseguía el efecto deseado. De no haber estado separados por la mesa de la cocina habría hecho un gesto con el que sellar la reconciliación, como besarla para ahogar toda reticencia en Heather. No podía esperar que la opinión que tenía de él se transformara radicalmente sólo porque hubieran pasado un buen día. A Leo le costaba comprender una personalidad tan distinta a la suya, pero estaba dispuesto a esforzarse.
Heather era muy inocente. Su falta de experiencia había hecho que tuviera una visión ingenua de la vida, lo que a Leo le resultaba encantador y desconcertante a un tiempo. Esa mezcla, unida a su tendencia a decir lo que pensaba, la convertía en una combinación explosiva que habría asustado a muchos hombres pero que a él le resultaba irresistiblemente atractivo.
La irritación inicial que le había provocado, había desaparecido ante la tentadora perspectiva de dominar aquel fuego y hacerlo suyo. Hacía un tiempo que las mujeres sofisticadas e intelectuales le aburrían.
–Bien –dijo con un suspiro de alivio–. ¿Qué hacemos ahora? ¿Te parece que nos pongamos más cómodos?
Heather observó su sonrisa insinuante y la velada sugerencia que se vislumbraban en sus fabulosos ojos, y súbitamente obtuvo la respuesta a las vagas preguntas que se había hecho a lo largo de la velada.
Leo no había aceptado ser rechazado porque le resultara indiferente, ni se había quedado a tomar un café porque sintiera curiosidad por saber por qué lo rechazaba. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Sólo estaba allí porque consideraba el café un preámbulo para su rendición. Por algo siempre conseguía lo que se proponía.
–¿Qué sugieres? –preguntó impasible.
–Bueno… Podríamos empezar yendo al salón, y acabar en el dormitorio. Pero si prefieres quedarte en la cocina…
Leo le dedicó una irresistible sonrisa, que le ayudó a recordar lo peligroso que era.
–Si nos quedamos aquí, ¿qué hacemos? ¿Echamos un polvo rápido sobre la mesa?
A Leo se le borró la sonrisa del rostro.
–No me parece la expresión más adecuada.
–¿Y cuál quieres que use? ¿O es que quieres ir al dormitorio para que dure un poco más?
–¿Por qué no me dejas que te lo demuestre? Luego, puedes exponer tus quejas, si es que las tienes.
–¿Tan seguro estás de ti mismo?
–Por supuesto.
–¿No eres un poco arrogante?
–No lo creo. No entiendo la necesidad de ocultarse tras una falsa modestia.
Heather entrelazó las manos sobre el regazo para controlar su temblor. El aire se había cargado de electricidad. Había confiado en desconcertarlo al cuestionar sus habilidades como amante, pero al no conseguirlo, perdió los estribos.
–¿Y qué pasa después? ¿Vuelves a Londres para compartir tus fabulosas habilidades como amante con otra mujer? ¿Quizá con más de una?
–¿Buscas pelea, Heather? ¿Es eso lo que quieres?
–Sólo siento curiosidad.
–Pues para satisfacer tu curiosidad: ahora mismo no salgo con nadie, y para que te quede calor, yo no me reparto entre varias mujeres. La idea de tener un harén me resulta repugnante.
–Entonces, ¿qué pasaría después de hoy?
–¿Es eso lo que te preocupa? ¿Temes ser sexo de una noche? Debes saber que no acostumbro a hacerlo. Tengo una libido saludable, pero sé controlarla.
–Pero no mantienes relaciones duraderas.
–No.
–¿Y qué piensan de eso las mujeres con las que sales? ¿Están de acuerdo contigo?
Heather se sentía como un perro que se negara a soltar un hueso. Quería que Leo se fuera, y que se quedara; quería darle su punto de vista, pero no quería escuchar el de él. Odiaba sentir curiosidad, pero era como un picor que no podía dejar de rascar. Quería que su desesperación se transformara en furia para así poder despreciar a Leo, pero había fragmentos de su personalidad que saboteaban todos sus esfuerzos por conseguirlo, y su cuerpo estaba en constante lucha con su mente, anulando sus buenas intenciones.
–Desde el principio les aviso de que no tengo intención de casarme. No salgo con mujeres que vayan a ponerse histéricas si rompemos, ni con las que piensan que el matrimonio es la consecuencia natural de las relaciones. ¿Contesta eso tu pregunta?
–¿Así que todo vale en el amor y en la guerra?
–Habla claro, Heather –Leo dejó a un lado el café ya tibio y la miró fijamente. Nunca se había esforzado tanto con ninguna otra mujer, y se estaba impacientando.
–La cuestión es… –Heather sintió que se le agolpaban las palabras y se quedó en silencio mientras intentaba organizarlas en su mente. Podía sentir los ojos de Leo clavados en ella, mirándola con frialdad, y habría dado cualquier cosa por poder adivinar lo que pensaba. ¿Por qué tenía que ser Leo tan complicado? ¿Por qué no encajaba en el casillero en el que ella quería colocarlo?
–La cuestión es… –se puso en pie con torpeza–. ¡No podemos seguir hablando de esto aquí!
–Pero si querías quedarte en la cocina…
–Si no quieres escuchar lo que voy a contarte, ya sabes dónde está la puerta.
–No creas que te vas a librar de mí tan fácilmente. Estoy ansioso por saber qué tienes que decirme.
La siguió al salón, donde Heather se quedó de pie junto a la ventana, abrazándose a sí misma.
Leo no era nada aficionado a las escenas melodramáticas, pero nada le hubiera hecho perderse la historia que estaba a punto de oír. Si se trataba de una estratagema para sonsacarle promesas que no estaba dispuesto a cumplir, Heather, por muy sexy que fuera, estaba tratando con la persona equivocada, y disfrutaría haciéndoselo saber. Tenía que haberse dado cuenta de que era una mujer romántica, que creía en el amor. No tenía ni idea de cómo era el mundo real porque vivía atrapada en su mundo imaginario de hadas y en el pausado ritmo de la naturaleza.
–Que me gustes o que yo te guste no tiene ninguna importancia –dijo Heather por empezar en algún punto.
–¿Y eso por qué? ¿Porque hay un plano más elevado, un nirvana espiritual al que todos debemos aspirar? –Leo se sentó en el sofá y cruzó una pierna sobre otra.
Heather había encendido un par de lámparas que iluminaban la habitación con una luz tenue y cálida. Las sombras dotaban a Heather de vulnerabilidad, de una exquisita femineidad. Leo miró la repisa de la chimenea, que estaba repleta de fotografías, y vio en ellas la prueba de que se trataba de una romántica incurable.
–¡Porque he estado casada!
¡Por fin lo había dicho!
Y sus palabras fueron recibidas con un silencio sepulcral. Heather casi podía ver la mente de Leo trabajando para asimilar la noticia y sus implicaciones.
–¿Que has estado casada? –Leo no sabía por qué le resultaba tan sorprendente, pero así era.
–Con un hombre llamado Brian –Heather, que no había pensado dar detalles, sintió de pronto la necesidad de describir cada patético momento de su frustrante experiencia–. Nos hicimos novios en el instituto, cuando él tenía dieciocho y yo diecisiete años, pero nos conocíamos desde pequeños.
Leo había dicho con sarcasmo que estaba ansioso por oír su historia, pero no había esperado aquello.
–Estuviste casada… –repitió lentamente–. Me cuesta creerlo.
–¿Por qué? –preguntó Heather, asumiendo que Leo dudaba que hubiera algún hombre interesado en casarse con ella.
–Porque las mujeres no suelen ocultar que han estado casadas –Leo prefirió no añadir que la mayoría de las divorciadas jugaban la carta de la compasión, o no paraban de hablar de sus ex maridos–. ¿Dónde está él ahora?
–En Hong Kong.
–¿Y qué demonios hace tu marido en Hong Kong?
–Te parece increíble que haya estado casada y que mi ex marido esté en Hong Kong. No parece que tengas muy buena opinión de mí –Heather comentó con frialdad, aunque sentía ganas de llorar al recordar lo mal que había encajado en la ciudad.
Cuanto más ascendía Brian, más atrás se quedaba ella. Sencillamente, no era el tipo de mujer adecuada. ¿Por qué le dolía tanto que a Leo le costara creer que había tenido una vida más allá de su casa de campo y del jardín?
–No tiene nada que ver con que tenga una buena o una mala opinión de ti.
¿Casada? ¿Hong Kong? La primera noticia ya lo había sorprendido, pero enseguida había asumido que su amor de adolescencia sería un hombre de campo, un granjero, que Heather se habría aburrido de la monotonía de ser la mujer de un granjero… La manida historia de dos destinos divergentes…
Pero los granjeros no emigraban a Hong Kong.
–Yo me he creído la imagen que proyectas –dijo en tono neutro–. Puesto que en ningún momento has mencionado que estuvieras casada, y no llevas alianza, lo raro sería que hubiera llegado a la conclusión de que lo estabas, ¿no te parece? Si eso te ofende, tendrás que explicarme por qué.
–¿Crees que esto… –Heather extendió los brazos para abarcar el interior y el exterior de la casa– es todo lo que soy en la vida? ¿Por eso pensabas que sería fácilmente seducible? ¿Que era tan mojigata que me rendiría ante un hombre de mundo como tú, que incluso agradecería que te dignaras a manifestar tu interés por mí? Un interés pasajero, por supuesto, como tú mismo te has molestado en aclararme, aunque lo habría adivinado por mí misma.
Leo, incapaz de negar que había asumido que la mutua atracción que sentían acabaría conduciéndolos a la cama, se puso rojo.
–Nadie que te conozca te consideraría mojigata –masculló.
Heather le dirigió una mirada airada. Habría sido más fácil poder superponer el rostro de Brian sobre el de Leo, pero no lo consiguió. Sólo veía sus fabulosas facciones y su cuerpo atlético. Por eso mismo aumentó su determinación de dejarle claro que no estaba disponible. Así la evitaría, y ella no viviría en permanente tensión para evitar coincidir con él. No podía arriesgarse a caer en la tentación.
Leo la observaba atentamente. Por unos segundos, Heather dejó volar su imaginación, preguntándose qué habría sucedido de no haber interrumpido el beso. Estarían en su cama, desnudos, entrelazados…
Cerró los ojos brevemente para borrar la imagen. Tuvo que recordarse que un breve placer no podía compensar la pérdida de la autoestima que tanto le había costado recuperar.
–¿Cuánto tiempo llevas divorciada?
Heather suspiró profundamente.
–Un par de años.
–¿Qué pasó?
Leo no estaba seguro de si se trataría de un drama, pero quería que Heather terminara de contárselo para poder marcharse sintiéndose afortunado por haberse librado de una situación tan incómoda. Una mujer con un pasado tortuoso era un equipaje demasiado pesado.
–Lo que pasó fue que me casé con un hombre que convirtió el dinero en su dios.
–¿Qué quieres decir?
–Era agente de inversiones en la city de Londres. Así que ya ves que no soy la campesina que creías que era.
Leo ató cabos y de pronto comprendió por qué tenía conocimientos sobre el mundo de las finanzas, y la causa de su desconfianza hacia él. ¿Qué derecho creía tener a hacer comparaciones?
–Agente de inversiones… de ahí tus conocimientos sobre la Bolsa.
–Sí, claro –dijo Heather con amargura–. Hubo un tiempo en el que lo sabía todo sobre el mundo de las finanzas –se quedó mirando un punto perdido, olvidada de la presencia de Leo–. Creía que, si mostraba mucho interés en su mundo, Brian dejaría de pensar en mí como la adolescente con la que había salido de su pueblo. Así que, aunque me moría de aburrimiento, lo leía todo sobre el tema.
Leo intuyó el dolor que se ocultaba bajo la aparente calma de Heather y tuvo el impulso irracional de encontrar a aquel tipo y tumbarlo de un puñetazo.
–Pero no sirvió de nada –Heather volvió a fijar la mirada en Leo. Si hubiera empezado a hacerle preguntas, probablemente le habría contestado con evasivas, pero su silencio abrió la compuerta de sus recuerdos. No le había contado a nadie todo aquello, y le sorprendía que fuera precisamente Leo la primera persona que la escuchaba.
Quizá, se dijo, saber que no volvería a verlo le daba libertad. Estaba haciéndole confidencias como otros se las hacían a sus peluqueros.
–Cada vez nos veíamos menos, así que apenas tenía oportunidad de demostrarle todo lo que había aprendido.
–¿Cuántos años tenías?
–Diecinueve. Demasiado joven e inocente para darme cuenta de lo que estaba pasando.
–Te dejó atrás –dijo Leo inexpresivo, y Heather asintió.
–Era un chico con talento. Rompió un montón de records. Insistía en que tenía que trabajar muchas horas y yo le creí. Me entretenía yendo a clases de arte y corriendo a casa para preparar la cena, que habitualmente terminaba en la basura –miró de reojo a Leo para ver cómo reaccionaba. Había llegado tan lejos que ya no tenía sentido callar. Además, estaba teniendo un efecto catártico–. Supongo que sabía que estábamos acabando, pero no quería aceptarlo, hasta que recibí la llamada de una mujer que me dijo que estaba teniendo una relación con mi marido, y que acababa de dejarla por una modelo. Cuando Brian llegó se lo dije, y él, en lugar de negarlo, lo admitió todo. Creo que hasta se sintió aliviado.
Al observarla, Leo pensó que su rostro era como un muestrario de emociones. Se dio cuenta de que tenía los puños apretados. Respiró y abrió las manos lentamente mientras esperaba que Heather concluyera su historia.
–Se sentía avergonzado de mí –Heather alzó la barbilla y miró de frente a Leo–. Llevaba la ropa y el corte de pelo equivocados; no era lo bastante refinada. Cuanto más dinero ganaba, más cambiaban sus gustos. Ya no quería una chica pequeña y rellenita con el cabello rizado; le apetecían mujeres de piernas largas y rubias. Modelos. Por otro lado, se sentía culpable y yo le daba lástima. Me ofreció el dinero que quisiera, pero yo sólo acepté lo bastante como para comprar esta casa para tener un techo bajo el que vivir mientras intentaba retomar mi carrera. No estaba segura de encontrar trabajo, pero al menos así no tendría que preocuparme de pagar una hipoteca mientras lo buscaba. Brian fue trasladado a Hong Kong. Espero que tenga suerte. En lo que a mí respecta, ha vendido su alma al diablo.
–Y has decidido que yo estoy cortado por el mismo patrón que ese mujeriego indeseable.
Oyendo a Leo, Heather pensó que había sido injusta. Pero mirado en perspectiva, ¿no se parecían? ¿No eran ricos y creían poder comprar lo que quisieran? Ninguno de los dos tenía relaciones estables con las mujeres, les gustaba variar… Quizá no se parecieran en los detalles, pero lo importante eran los rasgos generales. ¿O no?
Se encogió de hombros.
–Tú estabas dispuesto a utilizarme –empezó a decir, pero calló al ver la indignación reflejada en el rostro de Leo.
–¿Utilizarte?
–Crees que puedes conseguir lo que quieras.
–Ambos somos adultos, y que yo sepa, el sexo entre adultos no implica ninguna explotación. Puede que tu marido te desilusionara, pero no te atrevas a meterme en la misma categoría.
–No puedes negar que te aprovechas de tu estatus.
A Heather le enfureció que Leo intentara convencerla de que estaba equivocada respecto a él. ¡No lo estaba!
–No lo uso para conseguir mujeres –dijo Leo entre dientes–. Ésa es una acusación indignante. ¿Acaso he intentado comprarte con regalos?
–No, pero…
–¿Pero qué? ¿Vas a eliminar de tu vida a todos los hombres cuyo nombre empiece por B? –preguntó Leo con una sonrisa cínica–. ¿Y por qué no eliminar a todos los hombres en general? Así no volverás a sufrir.
Se puso en pie y, al notar que Heather daba un paso atrás, como si se sintiera físicamente amenazada, se enfureció aún más.
–No te preocupes –añadió con desdén–. No pienso acercarme a ti –yendo hacia la puerta, se detuvo y se volvió a mirarla–. Una cama vacía es un lugar muy solitario –apuntó con frialdad.
–La prefiero vacía que ocupada por el hombre equivocado –replicó ella. Le picaban los ojos y sabía que, en cuanto Leo se fuera, lloraría.
Leo maldijo entre dientes. No debía haberse dejado llevar por la atracción que Heather había despertado en él; no debía haberla considerado un reto. ¿Un reto? Era algo mucho peor. Una rosa llena de espinas. Ningún hombre podría soportar su afilada lengua. Que en ese momento estuviera allí de pie, como una marioneta a la que acabaran de cortar las cuerdas y que pudiera colapsar en cualquier momento, no era su problema. Había dejado claro su mensaje y no había escatimado insultos al hacerlo. No pensaba dedicarle más tiempo.
–Tú sufriste un mal matrimonio –dijo ella en tensión–, y para protegerte evitas que la gente se acerque a ti. No quieres que ninguna mujer entre en tu espacio privado, por eso sólo mantienes relaciones pasajeras. Temes que haya implicaciones emocionales que puedan complicarlo todo.
–Puedes ahorrarte el psicoanálisis.
–¿Tampoco te interesa? Parece que hay unas cuantas cosas que prefieres evitar –Heather sentía la piel tensa y caliente.
Sabía que no tenía sentido atacar a Leo, pero estaba enfadada consigo misma por haber llegado a aquel punto con él.
–Puede que mi cama permanezca vacía durante un tiempo, pero al menos no tendré miedo el resto de mi vida. Yo sé que hay alguien para mí ahí fuera, que no es un adicto al trabajo y que quiere compartir su vida con los demás.
–Esta conversación ha llegado a su fin –dijo Leo con gesto despectivo, al tiempo que sacaba del bolsillo las llaves del coche.
Heather le siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró a su espalda. Debía sentirse bien. Había dicho lo que quería. Leo no volvería a insinuarse. Debería estar aliviada.
Pero lo que sintió fue una lágrima deslizarse por su mejilla, seguida de otra, mientras pensaba que, en su dormitorio, la esperaba una cama vacía.