Macho a la orden



Revisar los correos electrónicos —no tengo por qué decirles mails—, así como el feis —no tengo por qué decirle face book—, se ha vuelto una costumbre mojigata. Apenas ayer, la gente se despertaba e inmediatamente se persignaba. Para que tuviera un día plano, sin altibajos. De ser posible cargado hacia la felicidad. Ahora corren a Internet. Algo tiene que haber para ellos. De lo que resta de dicha que los consumidores de las redes sociales se reparten a manos llenas.

Conozco a una mujer —llamémosla Sofía— que se la pasa convenciéndome de que tenga correo electrónico, de que abra mi cuenta en el feis —dice, y ella lo cree a pie juntillas, que es el único modo de ser feliz en la actualidad. No lo dudo que sea así para la enorme vulgaridad de que estamos rodeados. Pues bien. El otro día cometí un gran error. La invité a tomarse unos tragos en una cantina de la colonia Obrera. Accedió porque me dijo que sería la primera vez que iba a un antro de ésos. Que quería tomar nota de todos los detalles para después ir con el chisme a su feis. Que tenía muchos amigos y que todos la seguían. Que iba a causar un impacto sensacional. Allá tú, le dije yo. Si así apantallas a tus amiguitos tarados.

Para empezar, no logré convencerla de que se cambiara de ropa. Llevaba una minifalda tan corta que apenas se sentaba se le veían los calzones. Y no nada más por el hecho de sentarse. Cuando caminaba era posible adivinar su culo apretado con sólo fijar la vista. Así me gusta ir a cantinas, dijo cuando le supliqué por tercera vez que fuera más cauta. ¿Pues no que nunca habías ido? Ya no me contestó nada. Pidió un tequila blanco. Doble. Sacó su tablet, le preguntó algo al mesero y se conectó a Internet. Se bebió de un tirón el tequila. Cuando se sintió alumbrada, se puso de pie y comenzó a filmar a los parroquianos. Yo me persigné. Primero me había propuesto cuidarla. Pero después me dije y para qué meterse en problemas. Si ella es la que se los está buscando. Cuando pasó delante de una mesa de jugadores de dominó, uno de ellos le dijo que se sentara y que se tomara una copa. El puro gesto del hombre me lo dijo todo. Para qué la trajiste, me dije, tú tienes la culpa. Sofía accedió gustosamente. Me aproximé y escuché lo que les dijo: La mitad de México los está viendo en este momento. Díganme su nombre. Los traía vueltos locos. Cuando se vieron en la pantallita, se volvieron estúpidamente seductores. Pero cuando menos la dejaron en paz. Quiero decir, si ya se les había antojado, la dejaron que se levantara y se fuera. Les entró miedo verse observados.

La tomé del brazo y la obligué a que regresara a la mesa.

—Vienes conmigo y conmigo te quedas porque eres mi responsabilidad —le dije—. Así que de esta mesa no te paras, excepto para ir al baño, pero dejas tu mugre esa.

—¿Y si me paro, qué vas a hacer?, ¿me vas a pegar?

—Me canso que sí —le respondí sin el menor gesto de broma. —¿Te puedo filmar? Es increíble estar con un macho.

Me di cuenta de que el tequila le empezaba a causar estragos. ¿Qué tenían en la cabeza estas mujeres provenientes de las redes sociales? No sabía ni me interesaba averiguarlo. Sus ojos se achisparon. Brillaban con luz incandescente. Vámonos, le dije. Una más y ya. No, ni madres. Nos vamos en este momento. Ordené la cuenta y pagué. La saqué casi a rastras. Llévame a un hotel. Te llevo con mucho gusto. Aunque te doble la edad. Eso me da lo mismo. Pero te llevo mañana. Te voy a llamar y te vas a espantar. Hasta las gracias me vas a dar de que no te haya hecho caso.

No me respondió más. Se había quedado dormida.