CREES QUE ahora puedes aclararme la intriga? –le preguntó Pierre cuando estaban en su casa.
Caroline se acomodó en el extremo opuesto del sofá, después de haber insistido en que él no se sentara demasiado cerca.
Él sonrió.
–Me estás poniendo nervioso –le dijo.
–Entonces somos dos. Porque esto puede ser el fin de nuestra relación –ella respiró profundamente–. No voy a volver a Hong Kong. Y ahora, quisiera saber cuánto valoras tu independencia. Yo sentía lo mismo hasta que… volví aquí y…
Él se acercó y a pesar de las protestas de ella la estrechó en sus brazos.
–¿Quieres decir que has cambiado? –preguntó él emocionado.
–Sí, pero sé lo que piensas tú y…
–No, no lo sabes. Desde que viniste quiero pedirte que te quedes, pero estaba seguro de que no estarías de acuerdo. Tú me has dicho que tu abuela y tu madre te enseñaron a valorar tu independencia y que no la perderías. Y después de estar viviendo por todo el mundo, en lugares exóticos, no pensé que querrías atarte y…
–¿Atarme a este chalet? –dijo ella en voz alta y empezó a reírse, aliviada por la reacción de Pierre.
–Me encantaría estar atada a esta casa el resto de mi vida. No te preocupes, no voy a ofrecerte comprarte la mitad, porque sé que rechazarías mi oferta, pero, ¿qué tiene de malo aceptar la oferta de tu padre? Ya has visto a Monique y a su novio esta noche. Giselle me ha dicho que Monique necesita dinero para seguir con su tren de vida y mantener a su novio, así que por qué…
–Voy a tener que tragarme mi orgullo si le pido a mi padre…
–¡Es tu herencia, Pierre! –lo miró a los ojos.
–Lo sé. Me molestó mucho que mi padre no quisiera darme el dinero cuando lo necesité, pero…
–Pero él no sabía que te iba a ir tan bien en tu clínica. Y además te ibas a casar con Monique, algo que a él no le gustaba, ¿no?
–Sí, es cierto. A él no le gustaba. Pero aprueba a la chica con la que me quiero casar ahora, si ella me acepta… Si de verdad está segura de que quiere quedarse aquí.
Ella sintió una gran emoción.
–¿Quién es esa chica de la que hablas? Parece…
–Es una chica muy cabezota, decidida, terrible y maravillosa que conozco de toda la vida y que no deja de asombrarme. Caroline, cariño, por favor, di que sí. ¿Quieres casarte conmigo?
Horas más tarde, ella no podía recordar qué había dicho exactamente. Su respuesta había sido un balbuceo incoherente. Pierre la había silenciado con un beso antes de terminar. Y la había dejado tan deseosa de él, que la había llevado a su dormitorio.
Mientras estaban echados en la cama, bajo la luz de la luna que entraba por la ventana, ella se acomodó en sus brazos, y sintió el tacto de sus músculos y su fragancia.
–¿Estás seguro de que tienes un puesto fijo para mí en la clínica?
–¡Ah! ¡Asuntos prácticos ahora! En realidad tenía intención de contratar a otro médico. Y tú y Giselle trabajáis bien juntas. Tendremos que organizarlo para que no os quedéis embarazadas al mismo tiempo, no obstante… –él le acarició el hombro.
Ella le acarició los labios que dibujaban una sonrisa de niño.
–¿Qué opinas de tener hijos? –le preguntó ella.
–Creo que son necesarios para la continuidad de la especie y…
–Pierre, hablo en serio. Éste es un tema en el que debemos estar de acuerdo.
–¡Si son tan maravillosos como su madre, quiero seis!
–Bueno, cinco, entonces –dijo ella.
–¡Cuatro! ¡Y es mi última oferta!
Él le agarró la mano.
–¡Asignado! ¡Asignado! ¡Vendido a la dama más sexy…! –exclamó él.