Epílogo

 

 

 

 

 

CAROLINE salió del cuarto de baño sonriendo y descalza.

Volvió a la cama.

¿Cómo sería mejor decirle la maravillosa noticia?

Acarició el brazo de Pierre hasta la muñeca. Era principios de mayo pero el sol estaba cálido y habían pasado una agradable tarde el día anterior en el prado de las campanillas. Pierre ya se estaba poniendo moreno. Ella suspiró.

¿Sería posible que sólo hubiera pasado un año desde que había llegado de Hong Kong?

–¿Sabías que se vende la granja? –le preguntó ella.

Pierre dejó la taza del desayuno en la mesilla, junto al periódico.

–Había oído que cambiaría de dueño. Al parecer el granjero y su mujer se marchan a un chalet pequeño en la playa y sus hijos van a trabajar en el nuevo negocio de ordenadores de Montreuil.

–Han vendido prácticamente todas las tierras a uno de los otros granjeros, así que ahora sólo queda la casa de la granja, el jardín y un par de terrenos –dijo ella, guardando el secreto en su corazón.

Él tiró de ella y la abrazó.

–Cariño, ¿por qué este repentino interés en la granja?

Ella respiró profundamente.

–Porque creo que deberíamos comprarla. Esta habitación es demasiado pequeña para una cama y una cuna y…

Él dio un grito de alegría.

–¿Es por eso por lo que parecías tan feliz al salir del cuarto de baño? Has hecho la prueba… Y te ha dado positivo… Cariño, ¡es maravilloso!

Pierre le dio un beso tierno y luego otro más apasionado.

Se habían casado unos días antes de Navidad, en la iglesia del pueblo, bajo un manto de nieve. La escena parecía una postal. Las hermanastras de Caroline, Suzanne y Charlotte, habían viajado de Hong Kong para la boda, y… ¡sorpresa! Habían logrado ponerse en contacto con su padre y éste había hecho un viaje relámpago para bendecirla.

¡No había cambiado nada! Estaba algo más viejo que cuando lo había visto por última vez, pero seguía igual en cuanto a las mujeres.

Ella no había podido recibirlo con los brazos abiertos, como él había esperado, pero había intentado guardarse su resentimiento.

La Navidad y las bodas eran momentos de perdón.

Muchos antiguos pacientes habían ido a verlos en aquella ocasión. Gregorie y Katie habían asistido. Se habían casado el día de Año Nuevo. La madre de Katie le había dicho a Caroline que ella estaba de acuerdo en que Katie se casara con Gregorie. Ambos sabían los problemas de salud que tenían, y era inútil negarles la felicidad que podían darse.

Ahora que recordaba el día de su boda, pensaba que su padre daba la impresión de estar estable económicamente. Y ella no había querido preguntar por su esposa actual.

Tal vez finalmente hubiera encontrado lo que había estado buscando toda su vida.

–Entonces, en cuanto a esta granja, veo que lo has estado pensando –le dijo Pierre.

Ella se rio.

–En realidad, tu madre y yo… –ahora venía la confesión.

–¡Ah! ¿O sea que mi madre te ha estado influyendo en la decisión?

–Solo en el sentido de que hemos hablado acerca de cómo nos arreglaríamos tú y yo en una casa con habitaciones tan pequeñas. Y decidimos… –hizo una pausa al verlo poner los ojos en blanco.

–Sigue… Dime que habéis decidido mi madre y tú.

–Bueno, ya sabes que ellos piensan vender su apartamento de París ahora que tu madre ha decidido jubilarse. Me dijeron que mirase la casa que se vendía en el pueblo. Les dije que me parecía que era demasiado pequeña. Así que cuando oí lo de la granja lo hablé con Sylvie. Ella me dijo que para ellos sería perfecta la cabaña de la granja y para nosotros la casa de la granja. De ese modo ella podría ayudarnos con los niños cuando yo esté trabajando y Christophe podría ayudarte en la clínica cuando lo necesitases.

Pierre se rio echándose hacia atrás.

–Caroline, ¡no dejas de asombrarme! ¡Has tramado esto antes de saber siquiera si estabas embarazada!

–Bueno, hemos estado practicando mucho, ¿no es verdad? Pensé que había alguna posibilidad de que uno de esos millones de esperematozoides pudiera nadar en la dirección correcta –dijo ella.

Él suspiró.

–Me ha gustado practicar. No serás una de esas mujeres que dejan de tener relaciones sexuales cuando están embarazadas, ¿no?

Ella se apretó contra él y le acarició el pecho viril.

–No lo sé. Será mejor que hagamos alguna investigación y lo descubramos, doctor. Por cómo me estoy sintiendo en este momento, me parece que el embarazo tiene un efecto muy particular sobre mí… –dijo ella.