Capítulo 4

 

 

 

 

 

ERA INCREÍBLE que hubiera pasado todo un mes desde que Caroline había llegado a Clinique de la Tour.

Las campanillas en la parte de abajo del jardín, habían dado lugar a las rosas. Y el perfume de las flores que llegaba hasta las ventanas de las habitaciones de los pacientes del primer piso los desconcentraba. Era un típico día de mediados de verano, y ella no tenía ganas de trabajar.

Se alegró de haber elegido una carrera interesante y que le absorbía todo el tiempo. Así, al menos, no sabía qué pasaría cada día. Algunos días tenía que correr de un lado a otro, y otros estaba tranquila. Como aquel día. Era un día soñoliento de verano, que se sentía tanto fuera, bajo el sol del verano, como dentro, en el frescor del aire acondicionado.

¡Cómo se habría sorprendido su abuela si hubiera tenido oportunidad de volver y experimentar aquel placer de tener una buena temperatura todo el año!

Recordó la chimenea que había en el salón. Entonces, la calefacción central se había considerado un innecesario derroche de dinero. Y en verano, para ahuyentar las moscas de los sembrados y que no entrasen en la casa solían cerrar las ventanas, y el calor dentro era sofocante.

Miró por la ventana que daba al jardín y vio a dos pacientes sentadas en los bancos del jardín. Estaban conversando. Una enfermera, vestida de blanco, acababa de darles dos vasos de zumo de fruta y se quedó a charlar con ellas.

Caroline hubiera querido estar allí también.

Trabajar allí, en la habitación de Katie, podía ser muy deprimente. Debía de ser muy positiva para no pensar que aquel era un caso sin esperanza.

Se alegraba de haberle dicho a la madre de Katie que saliera al jardín mientras ella tomaba unas muestras de sangre. La pobre mujer no estaba en su mejor estado de salud después de haberse pasado semanas al lado de la cama de Katie, esperando en vano que hubiera algún signo de que el estado pudiera revertirse. Ahora podía ver a la señora Smith, en la parte baja del jardín, caminando sola al lado de las rosas, deteniéndose ocasionalmente para examinar alguna de ellas más de cerca. Solo podía adivinarse su depresión por el encogimiento de hombros.

Caroline se dio la vuelta y miró la figura inmóvil en la cama. Katie debía de haber sido una joven muy guapa. Chasqueó la lengua. ¡No debía hablar de su paciente en pasado! Katie respiraba todavía. Aunque hacía dos días, después de una larga charla que había sido un examen de conciencia, habían decidido quitarle el ventilador. Era realmente un milagro que estuviera viva todavía.

Atravesó la habitación y tomó la jeringa estéril que tenía preparada. Las muestras de sangre que iba a tomar servirían para comprobar el estado de salud física de Katie. Era un trabajo rutinario, simplemente, y ella no podía dejar de pensar que en aquel estadio tan tardío, era en vano. Todas las pruebas neurológicas apuntaban al hecho de que no había actividad en el cerebro. Y sin embargo…

Mirando a la pacífica expresión en el rostro de Katie, a su pelo largo, y negro, infinitamente peinado por su madre, Caroline podía imaginarse que su paciente solo estaba durmiendo una siesta. Tomó el brazo de Katie y lo giró. Golpeó el antebrazo mientras preparaba la vena para ponerle la jeringa.

Sacó la sangre requerida y la puso en un frasco esterilizado. Volvió a su paciente y le bajó nuevamente la manga hasta la muñeca. En ese momento se detuvo repentinamente ante algo que le quitó el aliento: había experimentado un leve temblor en el brazo fláccido.

Se agachó al lado de la cama y tomó la mano de Katie.

–¿Puedes oírme?

No hubo respuesta, como era de imaginar. Se sintió tonta por tener esperanzas de que sucediera algo que no podía suceder. ¿Cuántas veces le había dicho Pierre que las pruebas neurológicas eran concluyentes? Sin embargo…

Lo volvió a intentar.

–Katie, si puedes oírme, aprieta mi mano… ¡Sí!

¡Aquella vez supo que no se lo había imaginado! El débil temblor de movimiento provenía de Katie. ¡Tenía que ponerse en contacto con Pierre! Él tenía que ver con sus propios ojos lo que había pasado. Con la mano de Katie aún en la suya, tomó el móvil.

–Quiero que vengas a la habitación de Katie, Pierre –le dijo Caroline cuando él le contestó.

–¿Es importante? Porque…

–Es muy importante. Katie hizo un movimiento con los dedos. yo…

–Caroline, ¿estás segura?

–Por supuesto que estoy segura –contestó ella, molesta.

Durante aquel mes sus relaciones profesionales habían sido tensas por momentos, pero ella esperaba que las cosas fueran mejorando. No había sido fácil trabajar hombro a hombro, sobre todo después de las reacciones emocionales que habían tenido en los dos primeros días. Después de aquel día que habían hecho un picnic en los campos de campanillas, y luego, más tarde, cuando Pierre la había tomado en sus brazos y le había dado un beso muy poco profesional, los dos habían dejado bastante claro que aquello no volvería a pasar. Sin embargo, bajo aquella fachada profesional, ambos sentían una corriente de emociones intensas, presentía ella.

–De acuerdo, ya subo.

Ella respiró aliviada.

–Ahora, Katie, venga, no me falles. Sé que puedes oírme… al menos yo creo que sí. Estoy segura de que no me he imaginado que has apretado mi mano. Te diré una cosa, intenta abrir los ojos.

Caroline puso los dedos suavemente en los párpados de Katie.

–Katie, si puedes oírme ahora, ábrelos simplemente…

En el mismo momento en que se abrió la puerta, Katie abrió los ojos. Eran unos ojos azules y confusos que miraron a Caroline, sin ver al principio. Luego, después de unos segundos, el tiempo que le había llevado a Pierre acercarse a la cama, los ojos de Katie empezaron a enfocar lo que la rodeaba.

–¿Dónde…?

La primera palabra que Katie había pronunciado después del accidente, prácticamente inaudible, pareció quedar colgando en el aire.

Caroline se inclinó hacia adelante para poder oír todos los sonidos que estaba haciendo Katie.

–¿Quién…?

Caroline sintió la mano de Pierre en su hombro, pero ella no se dio la vuelta.

–¿Crees en los milagros, Pierre? –susurró ella.

–¡Oh, Caroline! Siempre hay una explicación médica –él quitó la mano y se inclinó hacia la paciente, que había cerrado los ojos en aquel momento.

–Katie, ¿puedes oírme? –preguntó Pierre suavemente.

Hubo un movimiento de los párpados, pero los ojos permanecieron cerrados.

Él se sentó en el borde de la cama.

–¿Puedes apretarme la mano, Katie?

Caroline vio la cara de asombro en el rostro de Pierre al sentir la respuesta.

Se puso de pie y agitó la cabeza.

–¡No puedo creerlo! ¡La han examinado tantos expertos y han llegado a la misma conclusión! Es… –se interrumpió y miró a Caroline, que estaba sujetando la mano de Katie, seguramente deseando que volviera a abrir los ojos. Ella lo miró y vio que él estaba buscando aún la palabra adecuada.

–¿Un milagro? –preguntó ella con una sonrisa que contrarrestaba la actitud profesional que intentaba alcanzar.

Pierre le sonrió.

–He leído acerca de algunos casos raros, como este, en los que, contra todo… –él se interrumpió e hizo un gesto con el que indicaba que estaba totalmente sorprendido–. Ahora lo que tenemos que hacer es concentrarnos en el programa de tratamiento para acelerar la recuperación y…

–¿Dónde…?

Pierre se interrumpió y volvió a poner la mano en el hombro de Caroline mientras ambos esperaban que su paciente continuase su casi inaudible pregunta. Caroline oyó que abrían la puerta detrás de ella.

–Se está estupendamente en el jardín –dijo la señora Smith acercándose a la cama de su hija–. Las rosas, en esta época del año… ¡Katie!

Al oír la voz de su madre, Katie había abierto los ojos.

–¿Dónde estoy?

Años más tarde, Caroline recordaría la alegría que habían sentido todos ellos, pero en aquel momento, habían estado demasiado abrumados para darse cuenta.

Ella sabía que debía quedarse tranquila, mantener una distancia profesional, pero al ver las lágrimas en la cara de la señora Smith apenas podía controlar sus emociones. Pierre también, notó ella, se había pasado una mano por los ojos.

La señora Smith había tomado a su hija en brazos y la estaba acunando como si fuera una niña. Una de las cosas que le preocupaba a Caroline, era que Katie parecía reacia a abrazar a su madre. Era evidente que la paciente no se daba cuenta de quién era realmente.

Después de unos minutos, Pierre convenció a la madre de que dejara a su hija para que él pudiera hacer pruebas de sus reacciones neurológicas. Al final de su revisión, dijo que él era cautelosamente optimista.

–Primero tendremos que aumentar la fuerza de Katie, ofrezcámosle unos sorbos de agua –dijo Pierre–. Si puede tragar eso, entonces podemos proceder a darle una dieta semi sólida, alta en proteínas. Luego necesitará un curso intensivo de fisioterapia para restaurar los entumecidos músculos y después de haberme puesto en contacto con mi neurólogo, nosotros…

Caroline sabía que Pierre estaba excitado. No había tenido nunca un caso así, y aunque intentaba tener una actitud racional y profesional, estaba entusiasmado.

Mientras Pierre había estado señalando el plan de tratamiento de Katie, Caroline se había puesto en contacto con la enfermera supervisora que había enviado una experimentada enfermera para ayudar a la paciente en su estado de post coma.

Caroline tomó la taza que le había traído la enfermera. La llenó hasta la mitad de agua y, después de alzarle la cabeza a la paciente, la puso en los labios de ésta para que bebiera.

–Bebe esto, Katie –dijo Caroline, intentando conservar la calma.

Aquellos labios secos bebieron un poco de agua.

Caroline miró a Pierre. Éste le sonrió.

Tal vez él no pensara que era un milagro. ¡Pero ella sí!

 

 

–Ha venido Dominique Fleurie para que le quiten la escayola –le dijo Caroline a Pierre, asomándose por la puerta de su consulta.

Hacía un par de horas que Katie había salido de su estado de coma. Toda la clínica había festejado la noticia, tanto los pacientes como el personal, pero Pierre había intentado mantener su profesionalidad acerca del caso.

Pierre estaba hablando por teléfono, pero tapó el auricular y dijo:

–¡Bien! Llevadlo a la sala de tratamiento. Enseguida iré.

Caroline no pudo evitar oírlo decir, mientras cerraba la puerta del consultorio:

–Oye, Monique. Ahora tengo que marcharme, pero…

Ella se puso tensa. Afortunadamente no había vuelto a ver a la ex esposa de Pierre. Con el primer encuentro le alcanzaba. ¡Cómo podía aguantar Pierre tenerla de socia!

De pronto se le pasó una idea por la cabeza. Si Monique retiraba su parte… Dejaba abierta la posibilidad de que alguien se asociara a él. Y esa persona…

Intentó borrar aquella idea de su mente mientras sonreía al niño de dos años que tenía en la zona de recepción.

–Me alegro de volver a verte, Dominique. ¿Cómo estás?

El niño clavó sus ojos azules en ella.

–¿Van a devolverme el pulgar, doctora? –le preguntó.

–¡Claro! –miró a la señora Fleurie, que sujetaba firmemente a Dominique de la mano.

Caroline pensó que tal vez no debiera ser tan optimista con los resultados. Todavía faltaba para saber si el tratamiento del pulgar había sido un éxito.

Cuando Pierre se unió a ella en la sala de tratamientos, acomodaron al pequeño en la camilla. La señora Fleurie giró la cabeza para no ver los impresionantes cúters.

–Creo que me quedaré sentada al lado de la ventana –dijo la mujer con voz débil.

–¿Por qué no da un paseo por el jardín? –le dijo Caroline–. Dominique estará bien con nosotros.

Pierre la miró agradecido. Lo que menos les hacía falta era una madre desmayada mientras estuvieran quitando la escayola.

–Creo que lo haré, si a Dominique no le importa…

–Adiós, mamá –le dijo el niño, dando la mano a Caroline.

Durante los días que el niño había estado en la clínica, se habían hecho grandes amigos, y Dominique le había tomado confianza. Cuando aquella tarde Dominique no había podido chuparse el dedo, había sido Caroline quien lo había consolado y la que le había leído otro cuento.

–¡Oh! Veamos que podemos hacer –dijo Pierre, mientras Caroline sujetaba firmemente la mano escayolada del niño.

Pierre quitó los fragmentos de escayola de los bordes del pulgar, y luego con mucho cuidado, quitó la escayola con el cúter.

–¡Ya está! –exclamó Pierre a Dominique–. ¿Qué tal te sientes?

Dominique intentó mover el pulgar y lo miró.

–No parece mi pulgar.

–Ha estado envuelto durante un mes. Necesita tomar aire –le dijo Pierre solemnemente, mientras le miraba las cicatrices formadas por la sutura.

–Es un buen trabajo, doctor –dijo Caroline.

Pierre la miró y le dedicó una sonrisa.

Ella estaba haciendo todo lo posible para no involucrarse emocionalmente con aquel hombre, pero cuando le dedicaba esas miradas, sentía que se le aflojaban las piernas.

–Puede decirme todos los cumplidos que se le ocurran, doctora Bennett. Un poco de aprobación nunca está de más, incluso en la profesión médica. En realidad, especialmente en la profesión médica, entre dos compañeros de trabajo.

Ella tragó saliva. No hacía falta que exagerase. Aunque ella sabía a qué se refería. Tal vez ella había exagerado su actitud profesional en las pasadas semanas. Quizás tuviera que relajarse un poco, pero, si lo hacía, ¿a qué la llevaría eso?

Sabía bien a que conduciría.

–Intenta doblar el dedo, Dominique –le dijo Caroline–. ¡Muy bien! ¿Qué le parece, doctor Chanel?

–Creo que Dominique es un niño muy listo. Ahora le voy a pedir a una señorita que venga y te enseñe unos ejercicios que mejorarán tu pulgar. Le diremos a tu madre que te ayude.

Cuando la fisioterapeuta terminó su sesión llamaron a la señora Fleurie, que estaba en el jardín.

Caroline volvió a su consultorio. Era el más pequeño de los tres que había al salir de la cocina. Ella recordaba cuando había sido la habitación de la televisión, donde ella se solía echar en el sofá a mirar programas de televisión para niños.

Ella había aceptado vaciarlo para que lo usaran los especialistas que iban de visita. Pero de todos modos, lo consideraba su consultorio. Era un lugar donde podía pensar y examinar los historiales clínicos de sus pacientes y sus tratamientos.

Había un ordenador en su escritorio. Metió los informes nuevos de los pacientes, y luego lo apagó.

Recordó que aquel día no había tomado el aire y decidió que lo que necesitaba era un paseo por los campos.

Antes de ver a Pierre, reconoció el modo en que golpeaba la puerta.

–He venido a ver qué tal iba todo.

Caroline se dio cuenta de que él no sabía si sería bien recibido o no.

–Pensaba ir a dar un paseo al campo. ¡Hace una tarde tan deliciosa!

–¿Te importa si voy contigo?

–No, en absoluto.

¡Los dos tenían una actitud tan amable! Ella se preguntaba cómo romper el hielo.

Caroline le sonrió.

Él también le sonrió.

–Dame cinco minutos para cambiarme. No puedo subir la colina con esta ropa. Debe de hacer calor afuera –dijo él.

–Supongo que sí. Me pondré algo fresco y te veré en el jardín.

Lo encontró sentado en el jardín. Parecía mucho más joven con aquel vaquero y esa camiseta.

Un par de pacientes parecieron darse cuenta de que él estaba en su día libre, porque lo dejaron tranquilo y se alejaron dando un paseo.

–Siento haber tardado tanto… No podía decidir… –dijo ella.

–No podías decidir qué ropa ponerte. Bueno, has elegido bien. Ha valido la pena esperarte.

Ella se dio cuenta de que él estaba de buen humor.

Salieron del jardín y atravesaron el sendero que conducía a la granja.

Un perro pastor alemán corrió detrás de ellos y les ladró. Un hombre saludó de lejos a Pierre y llamó al perro para que dejase de molestar.

–Me alegro de que el granjero llame a su perro –dijo Caroline cuando empezaron a caminar por el camino que conducía a la colina –supongo que debe de ser una criatura amistosa cuando te conoce, pero me da miedo cuando se te sube de ese modo.

–Sólo cumple con su trabajo –dijo Pierre–. Su trabajo es ladrar a los extraños ahora que no hay ovejas que controlar. Cuando mi tío era el dueño de la granja, los perros tenían que trabajar con las ovejas y normalmente dormían la siesta por la tarde.

–¿Quién tiene la granja ahora?

Monsieur Bouvier. Su esposa lo ayuda a ordeñar las vacas y sus tres hijos trabajan en el campo. Son una familia muy agradable. Autosuficientes en cuanto a las labores de la graja, excepto en la época del heno.

Caroline sonrió.

–¡Me encantaba trabajar con el heno!

Pierre se rio.

–¡Y lo llamas trabajar! La única persona que recibía ayuda era tu abuela. Te teníamos entretenida unas horas.

Ella se detuvo a admirar el paisaje. Solo los pájaros se llamaban de árbol a árbol. Todo lo demás estaba en silencio. Ni una sola brisa perturbaba la tranquilidad de la tarde.

Un conejo, alarmado por la llegada de ellos, desapareció entre la hierba.

–¡Y yo que creía que mis esfuerzos con la hierba seca servían de algo! –dijo ella.

–Tú eras un buen entretenimiento –le dijo Pierre.

Ella lo miró y le gustó la expresión de su rostro. No sabía si era admiración o agrado por ella.

«¡Cuidado!», se dijo. Porque se estaba deslizando hacia el mismo estado en el que había caído cuando él la había besado.

Empezó a caminar por el sendero. El sol estaba proyectando sombras en la colina. Si se quedaban bastante tiempo, podrían ver la puesta de sol desde lo alto de la colina. Pero ella no sabía si Pierre habría acordado con Jean que se quedara hasta tarde en la clínica.

Su mente volvió a los pacientes.

–Has hecho un buen trabajo con Dominique –le dijo a Pierre.

–Como diría mi padre, la Madre Naturaleza es quien más méritos tiene. Yo no he hecho más que poner los trozos de hueso en su posición donde podía empezar el proceso de curación. Mi padre es cirujano ortopédico. Ahora está jubilado. Y siempre ha dicho que él solo estaba ayudando a que la naturaleza siguiera su curso.

Ella sonrió.

–¡Esa es tu frase favorita! Ahora sé de dónde la has sacado. Pero no sabía que tu padre era cirujano.

–Mi madre también es médico. Es pediatra. Se encarga de la salud de los niños de varios sitios de París. Mis padres siempre han estado muy ocupados con su profesión. Es por eso por lo que me mandaron con mi tío, supongo.

–¿Eres hijo único también tú?

Él asintió.

–Al parecer, tenemos muchas cosas en común –le dijo él con ternura.

A ella le gustó aquel tono casi sensual.

Habían dejado de caminar. Él puso sus manos en los hombros de ella y la acercó con ternura. Ella se relajó contra su cuerpo. Ninguno de los dos habló. Fue como si las palabras pudieran estropear aquel momento de ilusión.

Entonces, él se inclinó y la besó en la boca. Ella abrió sus labios. La lengua de Pierre se movió cerca de la suya. Ella podía sentir las vibraciones de su cuerpo masculino mientras la abrazaba. Luego, como si hubiera habido un acuerdo tácito, él la tumbó en la hierba al lado del camino, y la volvió a besar, con más pasión.

Ella se apretó contra su cuerpo, y se dio cuenta de que él estaba excitado. Pierre acarició sus pechos. Caroline podía oír su respiración agitada. Ellos no habían planeado eso.

¿Se abandonaría a aquella urgencia?

Entonces Pierre se apartó, y se pasó la mano por el pelo. Luego la miró.

–Caroline, ¿qué pensarás de mí? No he querido que sucediera esto…

Ella se alisó la falda.

–Te has dejado llevar por el momento. Lo hemos hecho ambos. Y debo decir… –ella se interrumpió con timidez–. Que no quería que parases. Pero me alegro de que lo hayas hecho.

Él se sentó, metiéndose la camiseta nuevamente por el pantalón.

–Es un comentario un poco ambiguo. ¿Puedes explicármelo?

Ella se quitó el pelo de la cara.

–¡Oh, Pierre! Tú debes de haber sentido… Lo siento. Quizás no he elegido bien las palabras. Voy a empezar de nuevo.

Él se rio pícaramente.

–Sigue. ¿Qué se supone que he sentido?

Ella respiró profundamente.

–Creo que debes de haberte dado cuenta de que estábamos llegando a un punto sin retorno y me preguntaba si quería seguir hasta el final.

–¿Y qué decidiste? –le preguntó él, con su boca muy cerca de la oreja de ella.

Ella giró la cabeza para mirarlo.

–No había tomado ninguna decisión cuando paraste. No quería que la primera vez fuera… –ella se interrumpió, incómoda, al ver que él estaba tan pendiente de sus palabras.

–Sé lo que intentas decirme. Que la primera vez debería ser en un lugar especial, no aquí, en el campo, donde…

–No, no quería decir eso.

¿Qué estaba diciendo? Con la frase aquella de «la primera vez», estaba diciendo prácticamente que se estaba entregando a una relación con Pierre, cuando en realidad no era eso lo que quería de verdad. ¿No?

Ella quería que Pierre siguiera siendo su amigo; que no se convirtiera en amante. Pero con su conducta de aquella tarde no lo convencería de ello.

Pero su cuerpo la traicionaba. Y sabía que el lugar no tenía nada que ver en lo que sentía por aquel hombre. Se estaba enamorando de él y eso estropearía el equilibrio de su amistad.

Él la hizo ponerse de pie, y luego se quitó la hierba de sus vaqueros.

–Yo diría que tú no sabes lo que quieres, Caroline. Pero creo que yo lo sé.

–No quiero que nada estropee nuestra amistad.

–Yo tampoco –le dio un beso en la punta de la nariz.

Él le tomó la mano de forma amistosa y empezaron a bajar la colina. A medio camino, él se detuvo y le señaló el rosado fulgor del sol que estaba desapareciendo detrás de la colina. Se quedaron mirando un momento.

Él le apretó la mano.

Era un momento muy romántico, en que las palabras hubieran estropeado su magia.

Pierre soltó su mano cuando atravesaron el portón del jardín. El perfume de las rosas inundaba todo. Había sido una tarde idílica. No debía pensar en el futuro. Solo debía disfrutar del presente.

–¿Tienes hambre, Caroline?

Ella le sonrió. Sí, tenía hambre.

–Me había olvidado de que no hemos cenado –contestó ella.

–Yo prepararé algo de cena –dijo él.

–¿Dónde?

–En la cocina de mi casa. ¡Ven! Te la mostraré.

Ella lo siguió al viejo establo. Caroline sabía que él tenía algunas habitaciones allí. Pero no se habría atrevido a llegar hasta ellas sin una invitación.

Él se detuvo frente a una vieja puerta de roble.

–Aquí era donde los gatos tenían sus gatitos –dijo ella, cuando él abrió la puerta–. ¡Oh! ¡Qué transformación! –exclamó al verlo.

–¿Da mademoiselle su aprobación?

–Sí, ciertamente.

–¿Y qué le gustaría cenar a mademoiselle? El plato del día es tortilla francesa o… tortilla francesa.

–Creo que tomaré el plato del día.

–Echa un vistazo mientras llamo a Jean, para ver cómo va todo.

Las habitaciones que Pierre había arreglado eran pequeñas pero decoradas con gusto. Al edificio siempre le habían llamado el establo, porque su abuela había tenido allí un caballo cuando era joven. Pero siempre había conservado algo de su primitivo aspecto. A ella le gustó que Pierre hubiera conservado la antigua chimenea en la primera habitación, que él había puesto como salón.

Había revistas médicas en una mesa baja. Los altavoces del aparato de compact disc estaban disimulados detrás de una planta enorme de yuca. Un sofá aparentemente muy cómodo estaba colocado frente a la chimenea. Había también una cocina pequeña hecha con una pared de ladrillo visto, dando un aire de autenticidad al ambiente.

La habitación debía de estar arriba.

–¡Estoy impresionada por las cazuelas modernas que tienes, Pierre! –exclamó ella, cuando él entró en la cocina–. ¿Qué tal va todo en la clínica?

–Todo tranquilo. Jean dice que nos llamará si nos necesita.

–¡Oh! ¿Así que sabe que estoy aquí?

Él sonrió.

–Me preguntó dónde estabas. No te preocupes. Es muy discreto.

–¡No hay nada indiscreto en esto! ¡Sólo estamos cenando juntos!

Inmediatamente después de decirlo, recordó aquella tarde.

Sería mejor que no conociera el dormitorio, se dijo Caroline.

Pierre bajó la sartén para la tortilla.

–¿Sabes separar la yema de la clara?

–Soy médico, no cocinera. Eso es para el Cordon bleu, ¿no? –preguntó ella en broma.

–¡No! Mira. Rompes el huevo en el borde del plato, dejas la yema en la cáscara, y metes la clara en el plato. ¡Voilà!

Ella se sentó en el borde de la mesa y lo observó.

–¡Muy interesante! ¿Dónde he visto esta mesa?

Él estaba preparando la tortilla.

–Rescaté la mesa del jardín. Está hecha de madera de teca, así que ha soportado las tormentas durante años. Dame otro cuenco, por favor –dijo él.

Se tocaron las manos en el intercambio.

–Es la mesa en la que hacíamos las comidas fuera. Es bastante alta, ¿no? Pongo la mesa, si quieres.

Ella se aferró al borde de la mesa para bajarse. Pero él se adelantó. La sujetó de la cintura y la bajó. Volvían a estar peligrosamente cerca.

El olor a tortilla humeó desde la sartén.

–¡La sartén, Pierre!

Caroline no sabía si alegrarse o frustrarse por aquella interrupción.

Pero luego, mientras cenaban, pensó que debía tomar una decisión. Ella había planeado una vida independiente y ahora todo parecía peligrar.

Al mirar a Pierre, casi se olvida de todas las ideas preconcebidas para el futuro.

Él también tenía ideas preconcebidas acerca de su futuro…

–Estás muy seria, Caroline.

–¿Yo?

Sonó el teléfono. Caroline se relajó mientras Pierre contestaba.

–Iré en unos minutos, Jean.

–Se trata de la señora Smith –le dijo a Caroline–. Quiere verme porque Katie parece que todavía no la reconoce. Será mejor que vaya y la tranquilice. Ha pasado unas semanas muy duras y creo que está un poco abrumada por la reversión del coma.

Caroline asintió.

–Está feliz pero aturdida, supongo. Iré contigo. Se está haciendo tarde. ¿Quieres que te ayude con Katie?

Él agitó la cabeza y dijo:

–No, el personal nocturno es muy eficiente. Saben bien cómo hacer que se sienta cómoda.

Ambos se pusieron de pie. Caroline fue a recoger los platos, pero Pierre le dijo que lo dejara.

–Lo haré cuando vuelva. Ve y duerme un poco. Ha sido un día muy importante.

–¡Ha estado lleno de sorpresas! Katie salió de su estado de coma. Y…

–Y tú y yo hemos caminado juntos subiendo la colina, conociéndonos más de lo que pensábamos, sospecho –le dijo él con picardía.

–Será mejor marcharnos –dijo ella rápidamente, yendo hacia la puerta.

Él llegó antes que ella. La miró a los ojos con ternura. Ella se quedó sin aliento. Y sus labios volvieron a encontrarse.

¿Era aquel comienzo un maravilloso romance o la ruptura de una relación de amistad que jamás podría reavivar?