CAROLINE se despertó muy temprano el día que se marchaban a Normandía. La noche antes, mientras estaba echada en la cama, con la luz de la luna que entraba por la ventana, se había sentido como cuando de pequeña esperaba la mañana de Reyes, con su promesa de regalos.
Se sentó en la cama y extendió los brazos hacia el techo blanco.
Estaba demasiado excitada como para atender a los pacientes con la debida frialdad profesional. Debía abandonar aquel estado de ensoñación y volver a la tierra. ¡Debía hacerlo por sus pacientes!
Decidió ducharse. Abrió a propósito el grifo del agua fría. Se estremeció al sentir el agua helada. Pero al menos eso era una sacudida a sus sentidos y la sacaría de aquel estado, y dejaría de pensar en Pierre.
Desde que había bebido la copa de champán con él, hacía una semana, y habían estado a punto de hacer el amor, ella había intentado decirse todo el tiempo que estaba preparada para un romance sin compromisos.
Pero sabía que no era así. De todos modos, había decidido vivirlo, si eso era todo lo que podía ser.
Bajó las escaleras hacia el primer piso, pensando que sí, que eso era todo lo que se le ofrecía, y que por lo tanto debía controlar sus emociones para que no le hiciera daño cuando tuviera que marcharse a Hong Kong.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo, pensó, mientras abría la puerta de la habitación de Katie.
Su paciente no estaba sola. Gregorie estaba sentado al lado de ella, junto a la ventana, conversando animadamente.
Caroline se sintió alarmada. Pierre le había aconsejado controlar la situación de cerca. El que aquellos dos pacientes estuvieran juntos podría tener ciertas consecuencias, si realmente ocurría algo entre ellos.
La esclerosis múltiple de Gregorie no iba a desaparecer. La estaban frenando con la ayuda de los medicamentos y el tratamiento, pero su futuro seguía siendo incierto. Y Katie seguía siendo como una niña en muchos aspectos. Tenía un largo camino hasta que pudiera llevar una vida normal.
Caroline puso una sonrisa profesional.
–¡Qué temprano vienes de visita, Gregorie! ¿No podías dormir?
Gregorie sonrió.
–Katie era la que no podía dormir. Así que vine a hacerle compañía.
–Gregorie ha venido a animarme un poco, Caroline. Lo he llamado esta mañana temprano y lo he invitado a desayunar.
La puerta se abrió y Katie miró con interés.
–¡Ah! ¡Aquí está nuestro desayuno! Puedes ponerlo aquí, en esta mesa, Helene.
Al parecer, Katie empezaba a tomar aquel sitio como un hotel. Caroline no dijo nada pero decidió que debía hablar con Pierre para ver qué opinaba él. ¿Y cómo reaccionaría la señora Smith si sabía que su hija estaba encariñándose con un paciente?
Aunque «encariñándose» era decir poco. ¡Porque estaba totalmente fascinada!
Bueno, se dijo Caroline, tal vez fuera que ella estaba reconociendo sus propias emociones en sus pacientes. Pero la pobre chica no podía estar en el mismo dilema que ella. Al menos Katie parecía tener la mente un poco más clara.
Dejó a los dos pacientes que disfrutasen de su desayuno y fue a la habitación de Beatrice Rameau.
La futura madre de mellizos estaba sentada en la cama, poniendo mantequilla a su croissant.
–¿Va todo bien, Beatrice?
Beatrice sonrió.
–Bien, gracias, doctora. ¿Es hoy el día de mi revisión semanal?
–Sí. Pero vendré más tarde –dijo Caroline.
¿Eran imaginaciones suyas, o Beatrice tenía la cara algo más redonda? Ciertamente, no tenía aquel aspecto tan anguloso que mostraba cuando la habían ingresado en la clínica la semana anterior.
Pensó que Pierre todavía le debía algunos detalles sobre el caso. Pero no habían tenido tiempo todavía de hablar de ello.
Aquella mañana se volvió más ajetreada que de costumbre, porque tenían que terminar todas las tareas por la mañana, para poder marcharse a Normandía inmediatamente después del almuerzo.
Después de cargar las bolsas en el coche de Pierre, Caroline aún seguía con la mente en el trabajo. No podía creer que se fuera todo el fin de semana. Jean los acompañó al coche, llevando la pesada bolsa de Caroline. Ella había intentado no llevar muchas cosas, pero al final había llevado más de lo previsto al principio.
Pierre levantó la vista del maletero abierto y tomó la bolsa de Caroline de manos de Jean.
–¿Qué ha pasado con la pila de la cocina, Caroline? Podríamos haberla puesto en el maletero –bromeó Pierre.
Caroline no le hizo caso y preguntó a Jean:
–¿Estás seguro de que te vas a arreglar bien? He dejado instrucciones para el tratamiento de Gregorie en su ficha. La terapeuta vendrá esta tarde y…
–Caroline, ya me lo has explicado antes. Ahora, vete y pásatelo bien. La clínica está tranquila este fin de semana y no van a ingresar pacientes hasta el lunes, así que, deja de preocuparte. Y además, tengo a Giselle para ayudarme esta tarde, y el padre de Pierre llega de París esta noche, así que…
–¿Tu padre va a venir aquí? –preguntó Caroline, mirando a Pierre.
–¿No te lo he dicho? –preguntó Pierre, cerrando el maletero–. Debe de habérseme pasado. Él me ofreció sus servicios. Creo que se está aburriendo de estar jubilado. Echa de menos el ruido de la vida de hospital. Pasa lo mismo con Giselle. No sabe qué hacer cuando está fuera de la clínica.
Caroline se alegró de que Giselle, la doctora a la que había sustituído por baja por maternidad, hubiera podido ir unas horas. Solía visitar a menudo la clínica, con uno u otro pretexto. Ahora que estaba en sus últimas semanas de embarazo, le había confiado a Caroline que se sentía perfectamente y que estaba aburrida de no hacer nada más que esperar. Anteriormente Giselle le había dicho a Pierre que no le importaría trabajar unas horas para pasar el tiempo y se había alegrado de tener la oportunidad de hacer unas horas por la tarde.
También le había dicho a Caroline que no veía la hora de volver al trabajo con su horario completo. Su madre cuidaría al bebé cuando éste naciera. Todas aquellas conversaciones habían hecho tomar consciencia a Caroline de que su propia despedida de la clínica estaba acercándose. Por ello no debía perder el tiempo.
Cuando pasaron por los portones de la clínica, Caroline miró hacia atrás y vio el imponente edificio. El sol brillaba sobre la torre y ella sintió que se le formaba un nudo en la garganta. Había añorado mucho tener aquella casa, y ahora había otro sueño agregado a aquél.
¡Ella habría tocado el cielo si hubiera podido tener la casa y la compañía de Pierre durante toda su vida! Se echó hacia atrás en el asiento, y suspiró involuntariamente.
–¿Es un suspiro de cansancio o de alivio por estar marchándote? –le preguntó Pierre mientras pasaba el desvío hacia el pueblo.
Había un grupo de niños de pie a un lado de la carretera, riendo y haciendo bromas, terriblemente expuestos al tráfico que amenazaba la pacífica escena. Un movimiento poco preciso en la estrecha carretera, y cualquiera de los niños podía sufrir algún daño.
Algunas veces tenían casos de accidentes poco graves, como chicos que se caían de sus bicicletas o que se habían librado por poco de situaciones peores. El tráfico había sido bastante más liviano cuando Caroline era pequeña, y ella pensó que sólo era cuestión de tiempo que algo más grave alterase la tranquilidad de la comunidad.
–Es un suspiro de anticipación –dijo ella.
Pierre puso su mano encima de la de ella y la apretó suavemente.
–¡Bien! ¡Yo siento lo mismo!
–Bueno, antes de que nos pongamos en ese plan, quiero preguntarte algo acerca de Beatrice –le dijo ella rápidamente–. Hoy le he hecho la revisión semanal. Su ecografía estaba bien. Los bebés aún no tienen el peso deseado, pero Beatrice ha engordado un kilo.
–¡Un kilo! ¡Bien! Debe de estarse tomando en serio su embarazo, finalmente.
Estaban acercándose al peaje de la autopista. Pierre fue frenando para recoger el ticket.
Después de pasada la barrera de peaje, Caroline le preguntó.
–Me has dicho que su último embarazo fue difícil. ¿Te importaría contarme más?
Ella notó que él apretaba la mano sobre el volante.
–Su anterior embarazo fue un desastre. No debió de haber ocurrido. Beatrice no estaba preparada, pero déjame que te lo cuente desde el principio. Durante su adolescencia, Beatrice fue adicta a las drogas. Después de librarse de ello, fue anoréxica. Estuvo a punto de morir varias veces, pero logramos sacarla adelante.
–O sea que, ¿fue tratada en la clínica?
Pierre asintió. Lejos de la ancha carretera, se veían aún vacas pastando pacíficamente.
–Hace dos años, todavía la estábamos tratando aquí por anorexia. Pensamos que la habíamos curado. Pero luego, el año pasado, vino con el embarazo muy avanzado, y ya no pudimos hacer nada. Había estado fumando mucho y era alcohólica, así que el bebé había muerto ya en el útero.
–¡Qué horror! Pero, ¿y su marido? Me ha parecido un hombre muy agradable cuando ha venido a vernos.
–¡Oh! Ella no estaba casada el año pasado. Tenía una relación con un tipo despreciable, que ha salido de escena, por suerte. Su esposo es un hombre muy sensato, y espero que sea una buena influencia para ella.
–Entonces Beatrice se casó después de su desastroso embarazo del año pasado.
–Sí, se han casado hace unos meses y él parece perfecto para ella. Bueno, eso es lo que me han dicho sus padres, y espero que no se equivoquen. Beatrice ha sido una hija muy problemática. Le han dado todo cuanto ha querido. Bueno, todo lo que el dinero podía comprar. Creo que ese ha sido en parte el problema. Ha sido una niña muy malcriada y no ha podido salirse de ese molde.
–¿Por qué no aparecen estas cosas en los informes?
–Porque prefiero que no se escriban estas cosas. Yo le paso la información a compañeros de trabajo a los que estimo valiosos y…
–O sea que yo soy una compañera de trabajo valiosa, ¿no es cierto? No soy sólo una sustituta…
–Sí, eres una estimada colega –dijo él rápidamente–. Y no menciones la palabra «sustituta» porque me recuerda el poco tiempo que nos queda.
Ella suspiró. ¿Podría atreverse a contarle cómo habían cambiado sus ideas? ¿Que no podía imaginarse la vida sin él? Miró su perfil y sintió que su corazón aceleraba su latido. ¿Estaría sintiendo él lo mismo que ella? Seguramente él no podía ignorar la química que había entre ellos, las miradas que se dedicaban a veces, cuando estaban atendiendo a algún paciente, y de pronto parecían alejarse del mundo y construir un mundo donde sólo estaban ellos dos.
O al menos eso era lo que le pasaba a ella. Pero no sabía lo que sentía él.
Llegaron al hotel de Normandía al final de la tarde. Era un edificio atractivo, con grandes ventanas iluminadas por el sol. Sus cortinas se movían con la brisa.
Caroline sonrió a Pierre.
–¡Es un hotel muy bonito! ¿Has estado aquí alguna vez? –preguntó Caroline.
–Muchas veces. Los dueños del hotel son amigos míos –contestó Pierre.
Madame Feuvrier, la dueña del hotel, se alegró de ver a Pierre. Era una mujer muy agradable. Les dio la bienvenida en el pequeño bar que era la zona de recepción. Conversó un rato con Pierre y luego le dio la llave de la habitación.
–No has firmado en el registro –comentó Caroline, mientras atravesaban un patio al fondo del hotel.
Él sonrió.
–Venir aquí, es como venir a mi casa. Es muy relajado. Aquí hay un toque personal. No es como ir a cualquier hotel de esos donde todo es impersonal. ¡Y la comida…!
Caroline se rio.
–Es un comentario muy galo. Los ingleses no nos excitamos tanto con la comida.
–Eso es porque no saben cocinar. Aquí, en Francia…
–¡Ten cuidado! ¡Que yo soy medio inglesa!
–Es la mitad impredecible –él rodeó su hombro con su brazo y la atrajo hacia sí mientras entraban en el edificio que había al otro lado del patio.
Parecía que aquel edificio hubiera sido un establo y que lo hubieran restaurado para mantener el estilo del ambiente.
Pierre abrió la puerta de su habitación y dejó que ella pasara primero.
–Y, ¿qué opinas?
–¡Es encantadora! –exclamó.
Caroline atravesó la moqueta rosa y se acercó a las ventanas que daban al patio. Las cortinas hacían juego con la alfombra. Ella apenas se atrevía a mirar la cama doble, que parecía dominar la habitación. La colcha también hacía juego con el resto de la decoración. Debajo debía haber suaves sábanas donde por la noche se acostaría en brazos de Pierre.
Caroline se estremeció y miró por la ventana.
–No tienes frío, ¿verdad? –le preguntó él–. ¿No estarás arrepintiéndote?
Ella le sonrió.
–Por supuesto que no –dijo ella.
Hubiera dicho que era una chica mayor, pero aquello habría dado como resultado una respuesta predecible.
–Creo que me gustaría tomar un poco de aire antes de… la cena –comentó Caroline.
–Te lo iba a sugerir. Te llevaré al río y allí podremos tomar una copa en una de las terrazas que hay en la orilla.
Él tomó su mano y caminaron por la estrecha calle que los llevaba al final del pequeño pueblo. El camino hacia el río bajaba en pendiente entre arbustos. El sol brillaba en sus hojas. Había barcos en el agua llenos de gente de vacaciones que reía y hablaba mientras hacían un crucero.
Pierre eligió un pequeño café al lado del río y se dirigió a su plataforma de madera. Se sentaron en una mesa cerca del agua. Caroline se asomó y metió la mano en el agua.
–Me encanta el agua fría del río. Me hace pensar que estoy de vacaciones.
–Y lo estás –le dijo él–. Estos dos días.
Ella se echó hacia atrás en la silla y cerró los ojos dejando que la tibieza del sol calentara sus párpados. Era como un sueño. Estaba allí sola con Pierre, sin tener que trabajar, sin preocupaciones…
Un camarero dejó un vaso de kir, una bebida hecha con crema y vino blanco.
–¡Felices vacaciones! –dijo Pierre, alzando su vaso.
Ella chocó el vaso y bebió un sorbo.
–¡Mmmmm! Me encanta el kir. No lo he tomado en ningún sitio más que en Francia. En Hong Kong no lo hay.
–¿No echas de menos la sofisticación, las tiendas, la vida nocturna, la…?
–¡No! ¡En absoluto! Mira, no hablemos de Hong Kong mientras estemos en este lugar tan hermoso –ella miró el río. En él se reflejaban los árboles; una imagen que se deformaba con las ondas que se formaban cuando pasaban los barcos.
Si aquello pudiera seguir eternamente… pensó ella.
–Pierre…
–¿Sí?
Ella tragó saliva. Se preguntó si aquél sería el momento de decirle lo que sentía. Pero, ¿qué le podía decir que no lo asustase? Él había dejado muy claro que no quería ningún tipo de asociación con nadie, ni financiera ni de ningún tipo que estropease su independencia.
Él se quedó esperando su pregunta. Ella improvisó rápidamente.
–¿Dónde piensa que nos hemos ido el personal de la clínica?
Él sonrió.
–Sabía que te estaba preocupando algo. No sé dónde piensan que nos hemos ido, y no me importa. ¿Y a ti?
–En realidad, no. Pero Jean sabe dónde estamos, ¿verdad?
–Por supuesto. Y está de acuerdo, como lo está mi padre.
Ella abrió los ojos.
–¿Le has dicho a tu padre que te marchabas conmigo?
–¡Oh! No le he dicho que me había llevado a la niña traviesa de la casa de al lado…
Ella le puso cara de enfado y él sonrió pícaramente.
–Simplemente he dicho que me marchaba el fin de semana con una amiga muy especial.
Ella se relajó. Si no podía ser otra cosa, al menos intentaría ser una amiga especial de Pierre..
–¿Qué ha traído a tu padre desde París este fin de semana?
–Te he dicho que era especialista ortopédico antes de jubilarse, ¿no?
Ella asintió.
–Y se aburre ahora que está jubilado, supongo. Pero, ¿y tu madre?
–Ella sigue trabajando como pediatra todavía. Mi madre tiene diez años menos que mi padre, así que hasta que ella se jubile, él pasa muchas horas solo. Él ha ofrecido sus servicios antes, pero yo nunca los he aceptado.
–¿Por qué? Supongo que es un arreglo perfecto.
Él pareció sorprendido al oírla.
–Para serte sincero, quería que la clínica estuviera perfectamente organizada antes de que él viniera. Mi padre era muy escéptico cuando planeé la idea de comprar el chalet. Yo quería probar… Bueno, demostrar que tenía una propuesta viable, porque él había intentado convencerme de que no lo comprase.
–¡Ah! Comprendo.
Lo que ella leía entre líneas, era que Pierre y su padre habían tenido grandes diferencias de opinión y que ahora había un intento de reconciliación.
–¿Quieres otra copa, Caroline?
–¡Oh, no! Gracias. Va a ser una noche muy larga, supongo, así que será mejor que no abuse. No quiero terminar ebria.
Él se rio.
–Sí, no quiero que te duermas… en medio de la cena.
Ella se puso de pie y se apoyó en la cerca de madera que resguardaba la plataforma. Un par de cisnes blancos pasaron graciosamente por el agua.
–Volvamos al hotel –dijo ella–. Quisiera bañarme antes de la cena.
Había visto el baño de lejos. Tenía una gran bañera llena de botes con sales y jabones perfumados. En aquel momento había sentido la tentación de bañarse. Ahora, sentía cierta timidez al imaginarse bañándose allí, compartiendo el baño con Pierre.
Pero no debió de preocuparse, porque cuando volvieron al hotel Pierre se quedó sentado al lado de la ventana, leyendo el periódico que había comprado en un quiosco.
Mientras se bañaba, Caroline sentía que le aumentaba la excitación.
Caroline se sintió extraña al lado de aquel hombre que, a pesar de que hacía años que lo conocía, parecía un extraño de pronto. Algo había cambiado en él desde que se había puesto aquella chaqueta y esos pantalones impecables. Ella llevaba un vestido de lino color marfil con un collar de plata que había pertenecido a su abuela.
Él le había dicho que estaba muy guapa mientras ella se había terminado de arreglar frente a la cómoda, junto a la ventana.
–Recuerdo ese collar –le dijo él suavemente, de pie detrás de Caroline.
Ella lo había mirado a través del espejo y había sentido una punzada de amor al verlo. Lo conocía desde hacía años, y todos esos años la habían llevado a aquel momento. El collar que él había visto alrededor del cuello de su abuela, parecía simbolizar la continuidad de su amistad. No era posible que terminase en eso, ¿no? Cuando todavía no había tenido tiempo de florecer algo más tangible y permanente…
Él se había inclinado a abrocharle el collar, y antes de alzar la cabeza, le había dado un beso en la piel desnuda. Caroline había sentido un cosquilleo de felicidad en todo su cuerpo.
Ahora, mientras caminaban juntos hacia el bar de recepción, Caroline se sentía orgullosa de tener a aquel hombre a su lado, y estaba contenta ante la idea de pasar la noche con él.
Pierre la llevó hasta un cómodo sillón al lado de la chimenea, dispuesta para cuando hiciera más frío.
Pierre pidió champán y mientras ella esperaba el cubo de hielo miró fascinada el acuario que había por allí, los peces de colores nadando en grupo.
–Me alegro de que esos peces no sean comestibles. En Hong Kong, cuando voy a un restaurante donde los clientes pueden elegir los pescados vivos de una pecera, jamás puedo elegir uno. Siempre termino comiendo comida vegetariana.
Pierre se rio y le dio una copa de champán.
–Bueno, no comas comida vegetariana esta noche, porque la carne y el pescado en este hotel son fuera de serie. El marido de madame Feuvrier y su hijo son los cocineros, y la comida es de primera.
Pierre tenía razón. Todos los platos eran exquisitos. Habían empezado con un pastel de salmón y espárragos con una salsa cuya receta era un secreto. Luego habían seguido con un plato típicamente normando.
–¡Es fabuloso! –había dicho Caroline–. Realmente limpia el paladar y te prepara para el siguiente plato –Caroline miró por la ventana.
El sol se estaba ocultando detrás de los tejados. Aquella comida era un modo perfecto de terminar el día, o de empezar la noche. Quedaban horas y horas y horas de placer aún.
Caroline tomó faisán de segundo. También estaba preparado con otra receta secreta cuya salsa sabía a manzana y parecía tener crema. Al parecer el chef de la casa tenía un excelente repertorio. Después del segundo plato comieron una selección de quesos de la zona, seguidos de ensalada, diseñada nuevamente para suavizar el paladar.
–¿Postre? –le preguntó Pierre.
Ella sonrió.
–Algo pequeño. No me imaginé que podría comer tantos platos en una sola comida.
Eligió una crema al caramelo antes de retirarse a tomar café junto a la chimenea.
–Realmente ha sido una de las mejores comidas que he probado en mi vida –dijo ella.
Y había disfrutado mucho también de la conversación con Pierre. Habían hablado de muchas cosas. Ella no había sabido cuánto sabía Pierre de otros temas que les interesaban a ambos. Al parecer podían hablar durante horas sin aburrirse. ¡Incluso durante toda la vida! Si fuera posible…
Mirando a Pierre llevarse la copa a los labios, ella supo que no sería capaz de volver a Hong Kong. No podría separarse de él. Tenía que haber otra salida.
Se quedaría en Europa, conseguiría otro trabajo en un hospital. Buscaría un sitio a una distancia prudencial de Montreuil como para poder mantener una amistad y encuentros ocasionales con Pierre. Pero tendría que ser muy sutil como para que Pierre no se diera cuenta de lo que pasaba. Un trabajo en París sería buena idea… O en Londres. Podría viajar desde allí y…
–Te has puesto muy seria de repente –las palabras de Pierre interrumpieron sus pensamientos.
–¿Sí? –ella sonrió–. Estaba haciendo planes para el futuro, sencillamente.
–¿Te importa contármelos? –sugirió él.
–Todavía, no. Pero serás el primero en saberlos cuando haya ultimado los detalles.
Él se quedó en silencio, mirándola.
Se puso de pie y extendió la mano hacia ella.
–Demos un paseo rápido por la plaza y luego nos iremos a la cama.
Ella sabía que él estaba retrasando el momento de que estuvieran solos. Sintió un estremecimiento de excitación cuando él la rodeó con su brazo y la acompañó para salir del hotel.
Se detuvieron delante de la fuente de la plaza. La luna daba un resplandor blanco a la noche. Ninguno de los dos habló. Su felicidad era estar allí con Pierre.
Ella sintió el brazo de Pierre ajustarse a su cintura mientras la llevaba de vuelta al hotel, a través del patio. Cuando entró, cerró la puerta y la estrechó en sus brazos. Caroline suspiró y se apretó contra él. Sintió el latido de su corazón, del amor de él. Y se sintió en otro mundo, donde no existían más que ellos dos, y no había más que un presente a su lado.
Horas más tarde, Caroline estaba echada, después de haber hecho el amor con él. No recordaba cómo había sido transportada a aquella isla de sensaciones en que se había convertido su cama. Caroline apoyó la cabeza en el brazo de Pierre. Él se movió dormido, y la abrazó automáticamente. Ella oía el ritmo de su respiración.
Miró al techo que apenas se veía bajo la luz de la luna que entraba por la ventana. Pensó que se había imaginado que sería así cuando Pierre y ella consumasen finalmente su amor. Pero no había sabido hasta qué punto se habrían ensanchado sus sentimientos. Nada de lo que había vivido hasta entonces la había preparado para aquella experiencia, para aquella felicidad que había conocido en brazos de Pierre.
Suavemente se soltó de Pierre. Si intentaba dormir en sus brazos, sus sentidos volverían a despertarse. Y necesitaba tranquilizarse porque mañana sería otro día y debía fortalecerse.
Por la mañana subieron la escarpada colina desde donde se tiraban los alas delta. Caroline miró fascinada a dos hombres que se lanzaron desde allí y salieron volando como pájaros gigantes. Miró el paisaje, con el río Orne metiéndose en el valle. Respiró el aire puro intentando permanecer tranquila frente a aquel fin de semana junto a Pierre.
Sólo se trataba de eso. Habría otros, siempre que ella no lo asustase con sus planes. Si tenía cuidado, podría manejar la situación. Requería cierta sofisticación que ella dudaba que tuviera en aquel momento, pero que haría lo posible por encontrar.
Sería una querida de Pierre a tiempo parcial, alguien que no interfiriese en su forma de vida. Y eso sería satisfactorio, ¿no?
Lo miró. No, no sería satisfactorio para ella.
Ella siempre querría más; más de lo que Pierre estaba dispuesto a dar.
¿No sería más fácil volver a Hong Kong y tratar de olvidarlo?